Creo que he dejado de ser español. Quiero decir que si me comparo con un español de hoy, un español actual, no lo soy.
Un español de hoy no se da cuenta de la pérdida de libertades y de democracia, y sin embargo yo sí lo percibo. Tal vez porque soy un ‘no español’.
Del mismo modo que a un español actual, lo que se dice un patriota, no le importa que el abusón, el corrupto o el hipócrita le mientan en la cara. Como yo no soy buen patriota, es algo que me indigna. Así que un español auténtico no protesta y yo, que he dejado de ser español, sostengo que la indiferencia conduce a la injusticia, y alimento la ilusión de echar del poder a los abusones y a los corruptos. Aunque de momento sea una vaga esperanza…
A un español de verdad, de esos de bandera en el balcón, no le preocupa que los poderosos se apropien de la riqueza común o que se pisoteen los derechos de los trabajadores y de los jubilados. Debe ser que los españoles como Dios manda están narcotizados por el mensaje que emite ese “aparato de justificación”, conformado por la prensa corporativa, los grupos de presión, la colonización de las columnas y espacios de opinión…
Así que yo no pertenezco, ni puedo pertenecer, a un un país en el que lo único que importa es el dinero. Un dinero que llama al dinero, del mismo modo que la pobreza llama a la pobreza. Dos caminos que conducen a una sociedad tan cruel como real. Y cuyo pedestal es: “Cuanto más rico sea yo, más sobras os echaré en el plato”. Algo que inexplicablemente ha proporcionado mayorías absolutas.
Pero como yo no soy español hago frente, en la medida de mis fuerzas, a esos grumos pegajosos del poder, reclamo decencia pública y no transijo con la injusticia.
¿Cómo voy a ser español si los ministros españoles cantan emocionados que son los novios de la muerte? Claro que no soy español fetén, porque no confundo España con mis manías o mis negocios.
A un español de verdad no le sorprende que haya gente con carrera sirviendo copas, y gente que falsifica sus notas dirigiendo el país. No pertenezco a un país donde la Educación no interesa a nadie, salvo a los que tienen intereses políticos o económicos en ella. No soy de esta España reaccionaria, egoísta y beatona, que ya retrató Blas de Otero: “Retrocedida España, vaso sin agua cuando hay agua; agua sin vaso cuando hay sed”, y en la que poco o nada ha cambiado.
No, no puedo pertenecer a un país en el que, entre una infame clase dirigente y un pueblo que lo consiente todo, se abre un abismo de vergüenza y complicidad.
Será que protestamos poco.