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Todos somos cuevas. Vivimos dentro de una guarida de carne asustada
en la que pocas veces sobra espacio para alguien más y menos mar, cada pared con su calicha. Nuestro refugio es imperfecto pero tenemos un mecanismo espléndidamente engrasado para cubrirnos las vergüenzas. El botón rojo que pulsamos justo en el instante preciso en el que sentimos peligro (la luz de la mesita de noche que se queda encendida y nos guarda las pesadillas, la copla que espanta los males, el placebo que nos mantiene en pie cada mañana en estos tiempos de incertidumbre, el cigarro que te calma los nervios o la serie de televisión que pones de fondo para que te arrulle y no te permita pensar, la mascarilla de cada día y los calambres de cada noche…). Costumbres.

Bea 1
Fotografía: Jesús Machuca

Somos cáscaras. Caparazones de corazones enfermos y herrumbrosos. Con suerte vamos a trabajar cabizbajos pisando los adoquines cotidianos y siempre por la misma vereda. La alegría ahora es un tumor que tenemos que extirpar. No tenemos derecho a la sonrisa, no tenemos derecho a la caricia, no tenemos derecho al encuentro. Nos acostumbramos demasiado pronto a la catástrofe y parece que eso nos gusta. Somos cáscaras recién nacidas de lo oscuro. Nos conformábamos con pan y circo y eso nos parecía triste. Ahora ya solo nos quedan las migas del pan, si acaso, y lo hemos asumido sin ningún pudor. Ya nada nos conmueve. Ya nada nos merece. Ya nada merecemos. Costumbres.

La costumbre es nuestra mejor arma, nuestro mejor escudo. Nos permite señalar y disparar a quien no comparte nuestra misma costumbre y a la par protegernos de ella. Una navaja de doble filo. La costumbre es nuestro perímetro, nuestra frontera, nuestra trinchera y nuestro ataque.

La costumbre es una trampa. Un cepo brillante en el que nos podemos esconder plácidamente de nosotros mismos. La costumbre nos cuaja los miedos hasta que se duermen y no se notan, aunque sean de piedra, que ya lo dijo la copla. Pero los miedos están ahí, esperando con su puñal transparente y fiero. Es verdad que muchas veces nos acostumbramos a tener miedo (la pescadilla se muere en la cola) y ahora nos está pasando a todos. Nos estamos acostumbrando al miedo. Nos estamos amurallando con el miedo dentro. Y así nos va, claro. La costumbre nos mantiene vivos. Estamos sobreviviendo. Nos estamos acostumbrando a vivir. Nos estamos acostumbrando a no vivir.

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