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Editorial
Imagen: Pedripol

Tras las interferencias que han supuesto por un lado nuestra colaboración con CTXT, El Dobladillo dedicado al carnaval, y el Especial 8M dedicado al histórico día de la mujer que se ha celebrado este año, regresamos a la fructuosa rutina de los números mensuales. En esta ocasión, el 34.

Antes de entrar a la reflexión habitual de estos editoriales, volvemos a El Dobladillo ya que ha supuesto nuestra primera incursión en la edición en papel y la llegada a un público ajeno a las redes. Ha sido una experiencia intensa y un aprendizaje soberbio al trabajar con profesionales de la calidad de los y las que componen  el grupo de CTXT. Un lujo para nosotros que nos ha hecho quedarnos con las ganas de seguir innovando y explorando esos cauces de la publicación eventual en papel. No descartamos nuevas aventuras en ese sentido.

El Dobladillo se ha publicado en un Carnaval, el de este año, abundante en debates que han hecho que las redes y los corrillos despertaran, por un lado, conciencias habitualmente ajenas al hecho carnavalesco y, por otro, dieran el espacio adecuado a opinadores de titulares y eslóganes poco dados a la reflexión y al pensamiento autónomo. El Especial 8M -y las derivas que la incuestionable y necesaria igualdad de la mujer y el hombre, desde una perspectiva normativa, conlleva- ha servido para que nos planteemos como imprescindible e ineludible todo el trabajo que hay que poner en marcha para conseguirla y también para que aquellos que tienen situadas sus cabezas en el pleistoceno visibilicen sus posiciones ajenas al mundo actual. A estas circunstancias hay que añadirles las aberrantes manifestaciones que se han desatado tras el asesinato infantil de Almería y que contrastan con la llamada que han hecho los padres afectados a sacar lo mejor de nosotros. Y, finalmente, los terribles acontecimientos policiales –porrazo en la cabeza grabado y ocultado incluido- de Lavapiés han resultado ser la excusa perfecta para que el pensamiento más zafio y minusracionalista tuviera unas posibilidades inimaginadas de exhibición bochornosa.

Exabruptos españolistas, machistas, homófobos, racistas, odio exacerbado, instintos asesinos desatados a través del grito de “pena de muerte”; sentimientos y palabras, todos ellos, que componen, por desgracia, la atmósfera donde vivimos y el aire que respiramos cada día. La destrucción nos rodea. Nos rodean. Se entiende así por qué se sigue votando a partidos ultracorruptos, por qué el debate se ha reducido a refranes y frases hechas, por qué se construye la  verdad oficial desde el engaño y desde la hegemonía de los medios, la educación, la religión y desde la anestesia del ocio vacuo y eventual. Los sembradores del vómito facilón y mediocre nunca habían encontrado tan abonado el terreno

¿Quién construye esa verdad oficial, quién diseña esos eslóganes del odio, quién trabaja expandiendo el sometimiento y el miedo? En definitiva, ¿quién alimenta el borreguismo y sus graves consecuencias? Pues están en los colegios y en la universidad, en las salas de justicia, en los partidos al servicio del capital, en las iglesias y en los medios. Todos aquellos que tienen miedo a perder lo que, en verdad, es de todos. En Cádiz, escriben en los diarios de siempre y en sus malolientes blogs, defienden judicialmente a asustaviejas, dictan sentencias al hedor de croquetadas gratuitas en fundaciones donde exhiben su carroñería y donde comparten el miedo a que algo cambie y salga a flote sus propias mediocridades. Políticos, obispos, pseudoperiodistas, pseudoartistas. Nos rodean. Por eso, ahora más que nunca debemos  invisibilizarles, aislarles, ignorarles. Quienes dinamitan esta ciudad, este país, desde dentro son el mechero, nosotros debemos dejar de ser la mecha.

 

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