Fotografía: Africa Mayi Reyes (CC BY-ND 2.0)
ALCORCÓN 1 – 0 CÁDIZ
Lo confieso, no me gusta el fútbol matutino. Si el hombre es animal de costumbres, yo soy el más animal de todos: prefiero los partidos a las cinco, como el té, como los toros, como el autobús de las cinco. Y si hay que cambiar de hora, que sea por la noche: los focos a plena potencia, el bocadillo de tortilla en el descanso, la luna naranja recortándose en un fondo malva. Esas cositas.
Pero quiá: hoy el Cádiz –con legañas en los ojos, como luego se comprobaría- saltó al estadio de Santo Domingo a las doce de la mañana para enfrentarse al Alcorcón y desde el primer minuto algo olía a podrido en Dinamarca. Las cámaras de televisión estaban situadas en una posición anormalmente baja y resultaba incómodo seguir las evoluciones del equipo azul (porque de azul vestía el Cádiz, con una franja amarilla que les cruzaba el pecho como la banda de una miss).
Cervera puso en liza a un once tan previsible como un calendario y el choque comenzó sin incidencias dignas de mención. Los locales (de amarillo) intentaban llevar la voz cantante, pero más por inercia que por convicción. O eso pensaba yo.
Cuando parecía que el partido pasaría de la introducción al desarrollo, ocurrió el desastre: un balón largo, un leve toque de cabeza, una mala decisión de Villanueva. Con tan poquita cosa, Mateo García se plantó delante de Cifuentes y transformó el que a la postre sería el único gol del partido.
Era el minuto catorce y quedaba una eternidad por delante. Y sí, lo de eternidad es una hipérbole, pero tengo la impresión de que ni aun contando con ella habría conseguido el Cádiz perforar la meta de Casto. Bien al contrario, fue el Alcorcón el que intentó sentenciar el encuentro. Como si el resbaladizo césped de Santo Domingo tuviera túneles secretos que solo ellos conocieran, los jugadores locales llegaban siempre antes que los visitantes. Suyos eran los rechaces, los balones divididos, los duelos individuales. Así, Pereira y Mateo García pusieron en jaque una y otra vez a la hoy temblorosa defensa gaditana. Llegar con desventaja mínima al descanso fue un milagro.
¿Qué había ocurrido para que el orgulloso Cádiz, segundo en la clasificación, imbatido durante tres meses, pareciera un monigote en manos de un equipo de la zona media de la tabla?
Conviene recordar que el juego de los gaditanos venía dando señales de agotamiento en las últimas semanas y solo la fortuna –y el oficio- nos había permitido seguir sumando de tres en tres. El propio Cervera (¿profeta o cenizo?) venía avisando del bajón de juego y hoy se dieron todas las circunstancias posibles para que la derrota se hiciera carne. Para empezar, Alvarito y Carrillo (enfermo el primero, recién salido de una lesión el segundo) estaban mermados y su contribución fue paupérrima. En segundo lugar, el centro de campo parece descosido: Abdullah es tan vistoso como anárquico y su nula aplicación táctica genera desajustes que el contrario aprovecha. Por último, conviene recordar que el fútbol es un juego de fallos: si nadie yerra, el partido acabaría en empate a cero. El Cádiz se ha mantenido en el ático de la categoría minimizando errores, jugando con una tensión y una concentración máximas. Sea por la hora, por la estadística o por la fortuna, el caso es que hoy hemos cometido un error grueso y luego no hemos tenido argumentos para remediar sus consecuencias.
Y no será porque Cervera no lo intentase: introdujo a Eugeni y a Seth por Abdullah y Alvarito. Debutaba así el canterano, que ocupaba la plaza del defenestrado Barral.
Recompuso el dibujo el Cádiz, con Álex junto a Garrido, Eugeni en la media punta y Seth junto a Carrillo. No nos convertimos en el San Lorenzo de Almagro, pero al menos mejoramos las sensaciones. Y como el fútbol es caprichoso (o cruel) en el minuto 72 se decidió a darnos otra oportunidad (o a desnudar nuestras carencias): Hugo Álvarez fue expulsado y jugamos contra diez. Pues como si hubiera sido contra doce: ni se notó.
Salió Aitor por un atascado Salvi y usó a discreción cuatro letras de su nombre: tiró, tiró, tiró. Desde cualquier lado, de cualquier manera, como si no hubiera un mañana. Y en uno de esos disparos compulsivos a punto estuvo de igualar la contienda.
No hubiera sido justo. Hoy el Alcorcón fue muy superior a un Cádiz deshilachado, inconexo e indolente. Dentro de lo malo, la derrota llega en un buen momento: con un pequeño colchón de puntos sobre los rivales y con algunos días para reforzar el equipo en el mercado de invierno.
Mientras tanto, y por si acaso, crucemos los dedos para no jugar más a la hora del aperitivo.