Ilustración: pedripol
Cuando la información no es más que un producto, con precio y peso propio, se dan fenómenos tan graves como por ejemplo la desinformación en la que flotamos -diríase que las imágenes y las palabras, literalmente, resbalan por nuestra piel, hasta caer en un charco de olvido-, con respecto al día a día infernal que se vive en Alepo. Ni tú ni yo lo sabemos, sin embargo, cada día de esos que se suceden, yo y tú, morimos un poquito más; por muy lejos que nos quede Siria.
No hará ni media hora que un fulano ha acribillado al embajador ruso en Turquía en nombre de Alá. Me ha sido del todo inevitable la anotación: «¡Nosotros morimos en Alepo, vosotros morís aquí!» Ha dicho. ¿Terrorismo? ¿Quién está muriendo en Alepo?
Se podría decir que es un conflicto complejo, que son innumerables los distintos bandos contendientes, podría incluso detenerme por aquí y tratar de especificar cómo es este todos contra todos en el que lo peor de lo peor es que mueren los de siempre, quienes nada querían saber de guerras. Así es, para que nos hagamos una idea, en la batalla de Alepo, como ya se la conoce, de tanto plomo y escombro, no cabe un pelo de coño. No es difícil entender pues que la carne humana -exacto, niños, hombres y mujeres, ancianos, todos, que tenían nombre propio y seguro alguien a quien amar-, haya quedado hecha un amasijo maloliente en una inasumible mayoría de víctimas ajenas al hecho de disparar o no un arma. Tampoco lo es que los medios no nos ofrezcan una perspectiva desde la que valorar en qué nivel de degradación se encuentran todos esos propósitos internacionales por la paz que siempre se quedan en eso mismo, propósitos, y nada más; del desglose del precio final de una información se deduce que a Menganito Press -entiéndase muchacho/a cámara o libreta en mano- no le renta el asunto de respirar polvo de escoria bajo la lluvia de metralla y el manto permanente tejido por los proyectiles del siete setenta y dos que se estila en esas regiones; otra cosa, muy importante, en esta guerra nadie quiso cámaras, jamás, y nadie empieza por Bashar el Asad. A día de hoy las cifras, tantos miles por aquí, otros tantos por allá, de combatientes, de población civil, de evacuados o no, de rebeldes y fuerzas gubernamentales, de castañas de racimo y aviación rusa o turca o yanqui, de grupos y subgrupos, yihadistas o no, a día de hoy, lo cuantificable, en cualquiera que sea el medio que pretenda vender la información que tú o yo consumimos al respecto, es directamente proporcional a la masa de la mentira o producto periodístico con que se pretenda dar otro pasito en este sinsentido.
Lo cierto es que la batalla de Alepo es el momento cumbre en el deseo de un hombre que vio frustradas todas sus ambiciones de poder cuando el pueblo se le echó a la calle pacíficamente y en forma de protesta. Bashar el Asad puso las barbas a remojar no sin antes magnificar islamizando el problema que sólo él y los suyos acusaban. Y se la jugó a doble o cero. Ya entonces respondió soltando a los perros de la guerra. Ya entonces la información era falseada. Ya entonces, y como ocurriera allá donde asomase la quimera que acordamos en llamar primavera árabe, los gobiernos de los países que sí tienen la fuerza para mantener la paz, para contener esta pulsión que no por aberrante es menos humana y que no es otra cosa que la violencia acumulada y dirigida en sentidos e intereses muy concretos, la guerra; esos gobiernos, sí, esos que «juntos» se hacen llamar Naciones Unidas, ya entonces, cuando emergió la primavera en Siria, como Menganito Press con su desglose -en el que no le salían las cuentas-, calculaban la renta de lo que habría de llegar. En la parte del albarán en la que claramente se especificaba la ingente cantidad de casquería, en víctimas inocentes contantes y sonantes, lo trágico del resultado no fue escollo para dejar correr como se dejó, por decir -es un ejemplo entre otros muchos casos-, la ira de quienes se abanderaron en lo que tarde y mal conocimos como Estado Islámico.
No. No nos hacemos la más mínima idea de lo que está ocurriendo ahora mismo en Alepo. Pero allí morimos cada día, tú y yo, un poquito más. Y puestos a imaginar. Ninguno de los pactos de alto el fuego se ha respetado. Son inexistentes los corredores humanitarios, las vías de evacuación de personal civil no combatiente y de suministro de alimento o agua. No. No existía el más mínimo interés en destruir a Estado Islámico -de otros grupos surgidos del mal en otro tiempo, renacidos, renovados, rearmados, Al Qaeda, ni hablamos-, ya que toda la energía de la fuerzas gubernamentales apoyadas por Rusia e Irán, sin olvidarnos del enigmático papel de la aviación de los USA, ha sido dirigida única y exclusivamente a combatir a quienes sí suponían una alternativa real al gobierno de El Asad, lo que se ha puesto en común llamar ejército rebelde y que, muy probablemente, no sea otra cosa que la oposición primigenia pero infinitamente más radicalizada -y armada, de la noche a la mañana, de forma misteriosa, común denominador en la inestabilidad de las primaveras que son árabes-, de cuando aquello de las protestas por 2011. No. No existen cifras de muertos reales en calidad de «daños colaterales». Y no, es indescriptible, no, Alepo no es una batalla en una guerra civil. Es mucho más. Alepo deja a la Bagdad de 2006 a la altura de un jardín de infancia, un parque de bolas con cafetería. Las posiciones ocupadas por las piezas mayores, el rey y la reina, Rusia y EEUU, pasando por el alfil de Turquía -que también lleva tajo del asunto, léase más arriba cómo en nombre de Alá…-, que veía resuelto bomba va bomba viene, propias y ajenas, lo suyo con los kurdos, de buenas a primeras, apuntan a que cada movimiento hasta llegar al Alepo cadavérico de hoy, nada tiene que ver ni con primaveras ni con Bashar el Asad o Estado Islámico.
Nada cambiarán estas líneas motivadas tal vez por la confusión de saberse uno caliente y bajo techo a las mismas puertas de las fiestas navideñas mientras un niño, en un sótano de Alepo, reza a su dios rogándole que el próximo pepino caiga, si puede ser, un poco más lejos que el anterior, el que se llevó por delante, quizá, a parte de su familia. Pero es tal el silencio. Tales son las mentiras identificables en el redondeo de cifras o en las declaraciones de intenciones.
Mientras tanto el imperio entrona a un demonio. Mientras tanto resurgen las derechas en Europa. Mientras tanto el imperio anterior se la mide con el resto del mundo y dice Brexit, por no decir: os odio, diferentes, extraños. Que en el fondo es muy parecido a lo que se escucha esta noche en Alepo. Pero allí primero con un silbido y después con una explosión. Como respuesta sólo se agudiza un llanto, desde la polvorienta soledad de un sotano.