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Fotografía: Jesús MassóBea aragon

El pasado 16 de abril Pepe Pettenghi en su imprescindible serie de Facebook “Calendario Ateo” ensalzaba la figura de Anatole France como ateo impenitente y defensor de causas humanitarias. El post me recordó uno de sus libros más conocidos, “La isla de los pingüinos”, en el que se narra, con una fuerte dosis de humor y de manera crítica, la creación de una sociedad de pingüinos, describiendo la emergencia de sus estructuras sociales, religiosas, la creación de sus mitos y las relaciones de poder desde su origen, las luchas por el mismo, pasando por su realidad contemporánea y llegando a plantear un futuro en el que predice algunos de los problemas actuales. Recordé el pasaje del Dragón de Alca, Kraken y la santificación de la Virgen Orberosa. Sin ánimo de hacer spoiler sobre el libro, básicamente, en esas páginas se explica cómo se construye de la nada una santidad y se vincula al origen del poder político, basándose en la mentira y el oportunismo histórico de los personajes que deambulan en ese momento por la novela. Sin duda es un claro ejemplo de como la religiosidad y el poder político emergen juntos y se asocian a lo largo de la historia. Ante esta circunstancia, los ateos como France, siempre lucharon por la separación de la iglesia del poder político reclamando la laicidad del Estado, dejando los asuntos públicos fuera de la esfera de las confesiones religiosa que deberían ocupar un ámbito meramente privado. 

Este proceso de secularización, fenómeno necesario en las sociedades democráticas y elemento característico de las sociedades contemporáneas, no se ha producido aún en España. El nuestro es un país que muestra con orgullo en su historia a unos Reyes que se denominan católicos, en el que existió un régimen fascista que sacaba pecho de su nacionalcatolicismo y una transición que no recortó ni uno solo de los privilegios de una Iglesia que había sacado bajo palio al dictador. Solamente así se explica, entre otras cuestiones, este catolicismo de capillitas meapilas con procesiones que invaden las ciudades de manera desproporcionada, romerías salvajes y sinsentido que dejan ristras de animales muertos o condecoraciones y medallas a vírgenes y alcaldes perpetuos con olor rancio a sotanas e incienso.

Los recientes cambios políticos y sociales, con el 15M y la emergencia de nuevos partidos políticos a la cabeza, abrían una ventana de oportunidad para debatir sobre el espacio que debe ocupar la religión en los asuntos públicos. Así, esta antorcha de libertad que separa política y religión, que había sido abanderaba tradicionalmente por la izquierda cuando estaba en la oposición y escondida cuando llegaba al poder, fue recogida por Podemos y, en Cádiz, por la agrupación de electores Por Cádiz Sí se Puede (PCSSP) que en su propio Código Ético recoge que sus miembros deberán “promover y defender la laicidad en todos los ámbitos”. La realidad se ha encargado de demostrar a las primeras de cambio que se trataba sólo de un burdo espejismo, como pudo verse recientemente cuando los miembros de PCSSP (y del PSOE) votaron a favor de otorgar la medalla de oro de la ciudad a la Virgen del Rosario. 

Nuestros representantes no han entendido que un hecho de estas características trasciende de lo concreto, del mero hecho en sí. Lo simbólico es un espacio de lucha política en la que los actos superan sus propios acontecimientos para trascender al campo de las ideas, lanzando un mensaje que permanece aun cuando el hecho ha sido olvidado. Que alguien no se levante cuando desfilen las tropas americanas no es igual a que Zapatero no lo haga. Que el ayuntamiento de PCSSP otorgue una medalla a una virgen no es lo mismo que si lo hace uno del PP. Que un ayuntamiento gobernado por las nuevas fuerzas políticas se hubiera opuesto a esta concesión demostraría que, en política, las cosas se pueden hacer de otra manera. Lanzaría el mensaje de que la posibilidad de construir espacios públicos laicos para los ciudadanos era algo real y no mera retórica. Habría sido una ocasión perfecta para delimitar espacios y que podría haber servido de precedente en futuros litigios similares. Pero no. Por algún motivo que sólo puede tener una explicación electoralista (en Cádiz si se quiere ganar no se deben partir peras con el futbol, las cofradías y el carnaval) PCSSP (y PSOE) antepusieron esos intereses a los propios principios de laicidad que preconizaban. Una mala jugada que los retrata delante de sus ciudadanos (y votantes) y que el Partido Popular (y su infantería mediática) no ha desperdiciado para poner en evidencia las propias contradicciones de la izquierda en España.

No han sabido enfocarlo. Si alguien cambia de opinión sobre cualquier punto de vista político, por lo que sea, o simplemente se equivoca en algo con una sincera explicación podría ser suficiente. Los ciudadanos estamos cansados de políticos que cambian su discurso en función del auditorio que tienen delante y deben entender que admitir errores o cambios, si se explican con naturalidad, supone un ejercicio de rendición de cuentas que los electores pueden apreciar. Los ciudadanos quieren representantes que defiendan los intereses colectivos aún a riesgo de equivocarse, no a una especie de entes infalibles que siempre tienen razón. De eso debería tratar la nueva política, de tratar a los ciudadanos como adultos. Pero tampoco fue así.

En España, una vez se mete la pata, parece que la única solución posible que encuentran nuestros políticos es una inconsciente (e inconsistente) huida hacia delante. Porque si hace daño este reconocimiento confesional, no ayudaron los intentos de explicaciones que los diferentes líderes de Podemos ofrecieron al respecto. Otorgar una medalla a una virgen no es de fachas cuando lo hace un ministro del PP ni se hace manera “muy laica” cuando lo hace un ayuntamiento gobernado por Podemos, como dice Pablo Iglesias. Ni los símbolos de la Iglesia pertenecen al pueblo por mucho que venga avalada por 6000 firmas, ni es un hecho postcolonial reivindicar la laicidad para oponerse a ello, como afirma Teresa Rodríguez. No se trata de ser urbanitas de izquierdas, sino de coherencia. No se trata de justificar algo que tiene difícil justificación, sino de explicar los motivos que llevan a tomar este tipo de decisiones y asumir las consecuencias de las mismas. Transparencia.

Y es que la izquierda debe de quitarse ese complejo anticlerical de encima. No es cuestión de ir contra la Iglesia Católica ni contra nadie. Al contrario. El asunto es respetar a todas las confesiones, y la única manera de hacerlo es desvincular lo religioso de lo político. Por eso cuesta comprender a Monedero cuando formula la justificación de la acción de PCSSP en el respeto a los humildes, al pueblo, ya que no existe mayor aval para garantizar la libertad religiosa del pueblo y respetar sus creencias y sentimientos que asegurar la laicidad de los espacios públicos, de lo político. Porque, como decía Anatole France, “aunque 50 millones de personas crean una tontería, sigue siendo una tontería”, por mucho que venga avalada por una ristra de firmas recogidas en una farmacia en Santa María.

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