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CarrranzaFotografía: Jecanre

A ver… cómo era… creo que si tomo aire y abro la boca… no, espera, concéntrate un poco, había que articular alguna palabra… ya, me parece que ya voy recordando…

  • ¡¡GOOOOOOOOOOOL!!

Corría el minuto 38 del primer tiempo y Salvi obró el milagro: tocó el balón con la puntera y lo alojó en el fondo de las mallas. Marcó y comenzó a mejorar un promedio que asustaba: dos tantos en los últimos ocho partidos, cuatro puntos de veinticuatro posibles.

Grité, claro, y en mi grito se mezclaban la alegría y la incredulidad. Por fin. Por fin. Por fin. Leches, córcholis, cáspita (en mi salón dije otras cosas, pero me parece de mal gusto reproducirlas aquí).

Y el caso es que el gol llegó sin avisar, como una inspección de Hacienda. Si mis anotaciones no mienten, era la primera vez que el Cádiz tiraba a puerta. El partido se había convertido en una interminable fase de tanteo y el respeto mutuo era tan grande que parecíamos contemplar una cita entre dos amantes noveles que, de puro tímidos, no se atrevían ni a mirarse a los ojos.

Sacaba de puerta el Almería, presionaba levemente el Cádiz, retrocedía el Almería hacia su guardameta, alejaba este el balón sin contemplaciones.

Recuperaba la pelota el Cádiz, se intentaba entrar por banda, escarceos, regates inacabados, centros funcionariales. Ante la duda, balón a Cifuentes, otro patadón.

Pasaba el tiempo lentamente, me acordé de los relojes blandos de Dalí.

Una línea del folio que garabateaba decía literalmente esto: zzzzzzzzzzz….

No, no era un partido para guardar en las videotecas, desde luego. Pero a través de las telarañas del sopor podían detectarse algunas señales positivas. Garrido y José Mari se mostraban solventes y el Almería no consiguió progresar ni una sola vez por el centro. Lucas también sellaba su banda y solo Fidel le causaba algún que otro quebradero de cabeza a Carpio. El equipo, en fin, no sufría apenas en defensa y, dentro de la escasa peligrosidad mostrada, es cierto que la organización ofensiva siempre desprende otro lustre cuando es Álex Fernández el que cose las líneas.

Hasta ahí, era el panorama habitual de los últimos tiempos: comienzo esperanzador que no culminaba en nada positivo. De hecho, hacia el minuto veinticinco el campo empezó a inclinarse hacia la portería de Cifuentes. Sin hacer nada especial, a fuerza de puritita insistencia, el Almería fue forzando córners (miles), faltas laterales, centros… Alcaraz, a la salida precisamente de un saque de esquina, estrelló un cabezazo en la cruceta y yo empecé a temerme lo peor.

Pero hete aquí que el destino es caprichoso y nos tenía guardada una sorpresa: en una arrancada por su banda, Lucas aprovechó una indecisión de la defensa y consiguió centrar sobre la misma línea de fondo. Salvi se adelantó a los centrales y yo salté del sofá. Todo en orden. Aupados en la ola de optimismo, los amarillos se envalentonaron y cinco minutos más tarde Álex pudo sentenciar a pase de Alvarito. Como suele ocurrir, la ocasión de gol del equipo visitante fue el detonante de los silbidos de la afición local: el Almería está mal, muy mal, y su público lo sabe. En el descanso seguro que estarían hablando de derrotas, descensos y destituciones, pero aún conservarían la ilusión de remontar. A fin de cuentas, el Cádiz tampoco había demostrado gran cosa.

Pues bien, la ilusión les duró bien poco.

No habían pasado ni cinco minutos desde la reanudación cuando se gestó la jugada del segundo gol, y fue arquetípica hasta la parodia. Garrido robó, Álex sirvió en profundidad, Carrillo se internó por la banda y pasó el balón a Salvi, el sanluqueño definió con clase. Fue un gol muy Cádiz, fue un gol muy temporada pasada. Fue un gol, en fin, de los que gustan a Cervera.

La esperanza y la desesperación son vasos comunicantes: cuando la primera se agota, la segunda se colma. Con el partido perdido, Ramis miró al banquillo, empezó a sacar delanteros, ordenó adelantar líneas. No le quedaron mantas que liarse a la cabeza. La jugada pudo salirle bien porque durante unos minutos el Cádiz fue incapaz de salir de su propio campo. El bombardeo por saturación (centros laterales, rechaces, disparos lejanos, barullos en el área) pudo dar sus frutos simplemente con que el tiempo y el espacio hubieran funcionado de manera levemente diferente.

Pero no, hoy no era su día. Penalizado por el pésimo partido de sus centrales y gafado ante el gol, el Almería terminaría entregando el partido para alegría de un Cádiz que desea que este sea el punto de arranque de una reacción que le lleve a la zona noble.

Y ojalá que así sea, porque esto de cantar goles es placentero y relajante. Que se repita muchas veces, por favor.

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