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Yolanda vallejo

Fotografía: Jesús Massó

Cuando repartieron el manual de cómo manejarse en el mundo de lo políticamente correcto nos dimos cuenta de que solo tenía dos capítulos: Capítulo primero: no decir nunca lo que realmente se piensa, y capítulo segundo, aplaudir siempre el nuevo traje del emperador en sus paseos triunfales. Siguiendo estas sencillas instrucciones podía uno transitar sin miedo por cualquier ciénaga. Mansos, dóciles y comodísimos para el poder. Una ciudadanía complaciente que llora o ríe cuando le corresponde. El mundo de lo políticamente correcto es bastante aburrido, dicho sea de paso; y bastante previsible, porque su eje de rotación coincide con el almanaque del buenismo y de la ñoñería. La rebeldía en este mundo, cuesta. Y cuesta mucho, porque en previsión de que haya disidencias, los que manejan los hilos del mundo políticamente correcto programan cada cierto tiempo un movimiento seudo sísmico para que sus habitantes renueven su voto con la gazmoñería.

Por ejemplo, en el mundo de lo políticamente correcto ya es navidad. Y es navidad porque el anuncio de la lotería ya nos ha lanzado una carga considerable de gases lacrimógenos con el único objetivo de ablandarnos la mente. No es nuevo, ya lo hizo hace dos años con el resentido Antonio, que nos enseñó que lo mejor es hacerse el tonto, esperar a que a tus amigos les toque la lotería, y ya si eso, bajar al bar y ponerlos en la obligación moral–por la cláusula asquerosamente navideña- de compartir contigo el premio. Y lo volvió a hacer el año pasado con aquella –no encuentro la palabra exacta para calificarlo- cosa de Faustino y los generosos maniquíes mutantes; así que este año no nos íbamos a librar.

La historia de Carmina, al margen de consideraciones éticas, de frivolidades en torno a una enfermedad tan cruel como el Alzheimer y de una factura pésima en cuanto a interpretación y a guión, tiene más de una interpretación. Pero esto es algo que, posiblemente, se les ha pasado por alto a los que mandan en el mundo de lo políticamente correcto; o quizá no, tal vez, es que somos cada vez más los que estamos dispuestos a señalar que el emperador va completamente en pelotas y que ya estamos hartos de tanto buenismo y de tanta sensiblería barata. Para nosotros, los que conformamos la resistencia al mundo de lo políticamente correcto, Carmina ha sido una auténtica revelación.

El anuncio de la lotería es un perfecto retrato de la sociedad española, aunque sus creadores ni lo hayan advertido. Una sociedad amnésica, viejuna, a la que es tan fácil engañar… Una sociedad que sigue confiando su futuro a la suerte de las bolas depositadas en las urnas, que pone día tras día “sus sueños a jugar” –impagable Raphael, ese sí que fue un buen anuncio de lotería- y que se cree a ciegas lo que le quieran contar.

Todos somos Carmina, qué quiere que le diga. Nos confundimos de día y nos tragamos que lo de la crisis se había terminado. Nadie se atrevió a decirnos que el paro seguía subiendo y los sueldos seguían bajando, y que el Partido Popular había vuelto a ganar las elecciones. De ilusión, al parecer, también se vive… Goodbye, Lenin a la española.

Lo único que me consuela es la venganza, tan hispánica, de la nuera… “Anda, que como nos toque mañana…”. Pues eso, termine usted la frase.

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