Tal vez los himnos sin letra sean más convenientes. Así no hay que ir dando rodeos ni excusas baratas. Un poné: el de Andalucía exige que los andaluces pidamos tierra y libertad, sin embargo cuando alguien se levanta y pide precisamente eso, tierra y libertad, cae sobre él o ella un surtidito de improperios que ya viene siendo habitual: rojo, radical, antisistema, etc…
Pues eso, mejor la música sin la letra. Hoy por hoy quedaría más honesto, más acorde con lo que tenemos. Dice el escritor andaluz Antonio Muñoz Molina: “El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España”. De ser así, que tiene pinta de que sí, en Andalucía un poco más.
Sólo así se explican las subvenciones públicas a las corridas de toros, el crecimiento exponencial de las procesiones y de las fiestas populares casposas, y también se explica uno la programación de la tele pública regional. La Andalucía subsidiada, pobretona y casposa, siempre disfrazada de algo. La Andalucía obligatoria, sumisa, conformista e irreflexiva, mangoneada por el poder y sus palmeros. El atavismo fanático de las cofradías, con su rancia ostentación de oros y joyas, que se sublima en el histerismo sonrojante del salto a la reja… En fin, otra vez -¿se fue alguna vez?- la Andalucía machadiana del incienso, del sol, de las moscas y de los toros.
¿En qué quedamos? ¿No estábamos en Primera División?
No sé, a un lado la Andalucía ecológica y respetuosa, al otro las urbanizaciones horteras de la costa. El barroco de Priego de Córdoba, la Judería de Sevilla, el paisaje marciano de Riotinto, el mar de olivos de Sierra Mágina o las dunas de Doñana, pesan mucho menos que unos cuantos campos de golf mandando a tomar por saco la capa freática. El futuro no se contempla en unos colegios públicos que se caen a pedazos, sino en los inquietantes niños folklóricos replicantes, esos tan graciosos, que salen en Canal Sur.
¿Dónde queda la Andalucía ilustrada?
La desigualdad social, el desempleo criminal o la gente que vive en el límite de la pobreza (como si se pudiera poner límite a la pobreza), ¿no son hoy argumentos suficientes para pedir tierra y libertad?
Los nuevos guardianes del poder, instalados en mullidos topicazos políticos, en viejos lemas que recuerdan lo que pudieron ser y no quieren serlo, no quieren un himno con letra. Los nuevos guardianes del poder, al igual que hicieron los antiguos, sólo quieren un pueblo sordo y mudo que acate las injusticias chicas, que ya se acostumbrará a las injusticias grandes. Quieren a gente que crea que tener un trabajo o una casa es un privilegio y no un derecho. Quieren un pueblo entretenido con pamplinas y que, a la menor dificultad, se acobarde y que finalmente diga resignado: “No nos podemos quejar”.
Por eso no quieren un himno con letra.
Fotografía José Montero