Me encanta leerlos porque puedo estar seguro de que, inconscientemente, no voy a robar ni una sola de sus ideas. Disfruto viendo en los debates su estilo señoritil, siempre al servicio del orden, pasando el paño de sus reflexiones sobre los cristales de nuestras ventanas, para que veamos lo bien que está hecho el mundo. Su mundo.
Son los apóstoles del moho, columnistas y tertulianos del siglo XIX que por esas cosas de la vida, están en el siglo XXI. Sufro de una extraña sugestión por su patriotismo de casapuerta, aunque su arrogancia sólo sea un instrumento para aplaudir lo que digan sus señoritos. Una ideología mutante y el pago de algún favorcillo hacen el resto. Lo que viene siendo articulismo de felpudo, que demuestra que la derecha, el capitalismo, no tiene simpatizantes, sino clientela…
Para mi diversión y esparcimiento, ocupan tertulias y páginas y páginas de la prensa, cuando no periódicos enteros, que pasan de periódicos a ser boletines.
Sí, reconozco la enfermiza atracción que me provocan, me gusta leer sus casposas ocurrencias, su mediocre sordidez argumentativa, su estado de genuflexión permanente, su hipocresía y su capacidad de adhesión. Eso, mientras maltratan con sus dientes de pavo la reputación y dignidad del disidente.
Son así, tienen nombres, apellidos y hasta rostro humano, y en el fondo sus opiniones sólo tienden a favorecer sus intereses, o al color político de su señorito. Apóstoles del moho que ven la mota en ojo ajeno pero que no ven una Gürtel en el suyo.
Además lo admito: me resulta imposible sustraerme a la atracción que me producen los políticos metidos a opinadores. Si hablan mal, escriben peor. Su dudosa memoria, sus opiniones de segunda mano, su mochila cargada de retórica hueca e interesada y sus silencios entusiastas me parecen tan cómicos como indecentes.
Abres cualquier periódico, pones la tele, oyes la radio y están ahí, eternos plusmarquistas de lo rancio, con un talento natural para el mal rollo amistoso, tratando de trajinarnos y llevarnos al borde del precipicio donde nos espera la resignación y el conformismo. Una senda hacia una sociedad sin ideologías en un país cada vez más berluscónico, sometido a la voracidad de los mercados, y donde prima el interés del clan o partido frente a una democracia, día por día, más tísica y desmejorada.
Ya el crack de 1929 le enseñó el camino al capitalismo: no hay que tirarse desde los rascacielos, que se tiren otros…
Sin embargo estos apóstoles del moho, con el fin de asegurarse ciertas ventajas, cuelan alguna que otra concesión que les hace parecer más abiertos de criterio de lo que realmente son. Enternecedor. Pero estos argumentos falsunos, privados de comedimiento y con su equívoco aire neoliberal, conducen crudamente al mismo lugar.
Sólo hay que leer u oír lo que dijeron antes, durante y después de la huelga feminista del pasado 8 de marzo.
Y yo, que los escucho y los leo, llevo toda mi vida intentando no ser como ellos.