La marisma es la primera en anunciarlo. Se va llenando, cada vez antes, de cardenales. Va secando la tierra como seca la ropa tendía en las azoteas en una mañana de levante apretao. Los pájaros también barruntan las calores y huyen hasta de sus plumas en vuelo directo hacia sabe una donde buscando el termómetro perfecto que regule su tiempo (que cada vez es más complejo). El siguiente síntoma es: La llegada.
Pcr mediante (o eso es lo que nos cuentan) van llegando uno a uno, los peregrinos. El sol aún no calienta lo suficiente, la primavera todavía no está muerta pero ellos llegan con sus equipajes y sus gorros viseras de pacotilla. Los peregrinos piden y los nativos les damos hasta la última gota de sudor que tenemos, faltaría más.
Por supuesto antes de La llegada se prepara el gran dispositivo: Limpieza generales en las casas de los barrios gentrificados, Ikea dando bandazos para descargar menaje a borbotones, lejía que no falte y la manita de pintura, nórdicos como banderas ondeando en los tendederos y las playas y las playas relucientes y esplendorosas. Las playas que parece que ponemos para ellos aunque estén aquí todo el tiempo, quietas, en el mismo sitio.
Las Kellys con su manojito de llave y su carro repleto de sábanas limpias recorren el casco antiguo con la prisa en los bolsillos para que no se pierda. Que no falte de na habiendo de to. Aparece por fin el señor que pasea las playas con la cerveza fresca y las patatas fritas, también activa la maquinaria el camaronero y así toda la ciudad se vuelca para ofrecer a los visitantes su cara más amable, su atardecer y su sangre brillante y cantarina. La ciudad que vive en la calle se enciende y despierta un poco de la pesadilla que se muerde la cola.
Erasmus despidiéndose riegan la Caleta con su alegría naranja y procuran el último bautizo de sal antes de volver. Se van como los pájaros, como la primavera, como los dolores, como el tiempo con el firme deseo de volver aquí. La mayoría de las veces se enamoran tanto de la ciudad que hasta la ciudad llora.
Cinco en punto de la tarde, a la fresquita. Algunas tardes de estos días calurosos y agobiantes de pre-verano vemos pasar jóvenes, niños, padres, abuelos, madres, abuelas, jovenas y niñas (la edad da lo mismo) engalanados y con el orgullo por corbata y chaqueta o trajes de galas asfixiándose por las calles de la ciudad, caminito de algún centro educativo. Las tardes de orlas y graduaciones interminables (las criaturas deberían cotizar por graduación) es otro de los indicadores que nos señalan la llegada.
Y entonces cuando menos te lo esperas llega, esplendoroso y risueño con su cara redonda y su gorra verde agua. Transparente y con los brazos abiertos: El verano y sus mares de gracia.