Cuentan que El amor brujo nació Gitanería para Pastora Imperio, llamada también «Parsifalillo», creció como ballet para la Argentina, maduró y envejeció como una de las obra orquestales más interpretadas del género clásico. Y hay cientos de miles de versiones. La de Paco de Lucía, la de Carmen Linares, la de Cañizares, la de Ginesa Ortega, la del arreglo de Gil Evans para Miles Davis, la de la película de Saura rodada en los Chinchorros y la de Rovira Veleta, por nombrar algunas. La consideran una obra «universal» que envejece bien porque fusiona —con perfección— el «folclore andaluz», el mundo «gitano» y el flamenco con la música impresionista, clásica.
La versión El Amor Brujo de la que venimos a hablar renació el pasado sábado 23 de noviembre en la Central Lechera de la mano de Calde Ramírez y de Music Komite, un grupo que no es un grupo. Es una plataforma multidisciplinar que da forma a proyectos colaborativos en el campo de la experimentación audiovisual, las bandas sonoras y la música electrónica. Y que, además de Calde en los videos y bases, contó con Manu Sánchez, al piano, con el chelo de María Romero y el violín de Raquel Pavón.
Si cuando se estrenó El Amor Brujo en 1915 se afirma que se juntaron dos lenguajes al parecer antagónicos, como son la composición moderna (entendida en el año 1915) y el flamenquismo, en la actualización del Komite se le añaden dos más: el de la video-creación y la electrónica. La propuesta de Calde Ramírez y los suyos fue una versión atrevida y a la vez respetuosa, de una precisión encomiable y fiel a las trece escenas, los motivos y matices de la partitura, sin barroquismos impostados de «las maquinitas», ni reformulaciones baratas de lo «clásico».
En el Amor Brujo del Komite se adaptan de maravilla los ritmos y cadencias de la cuerda y el piano a las texturas abstractas de los ritmos de trip hop y del glitch. ¿Por qué? Por el estudio detenido de la obra desde posicionamientos actuales y por la necesidad de imbricar ambos lenguajes. Y encontrar conexiones. La música de Falla se vistió con bases dignas de un Alva Noto de Candelaria. Atuendo que la completaron trayéndola a la actualidad de los arreglos de minimalistas y abstractos, con bases telúricas para una música telúrica de fuego, amor y embrujo que amalgaman el lenguaje clásico de la casa Ricordi y la electrónica del Ableton.
En la propuesta visual, tan importante como la musical, encontramos muchas referencias a Norman Maclaren y al Aguaespejo grandino de José de Val del Omar, pero con un lugar de enunciación diferente que devuelve el imaginario del Amor Brujo a Cádiz con panorámicas de azoteas, fuentes, estatuas, balaustradas. La videocreación también reformula el baile al mostrarnos a la bailaora isleña Paula Sierra en pantalla, zapateando, moviendo los brazos y, sobre todo, mirándonos desde un videomaping de compás y soniquete.
Los momentos estelares del Amor Brujo son muy reconocibles por la riqueza y sonoridad de La canción el amor dolido, La danza del fin del día y La danza del fuego fatuo. Conforman los hits de la obra que más le sonaron al público en general, ese mismo al que le pareció «corta» —según comentarios a su término—. Muchos no saben que Calde Ramírez y los suyos alargaron hasta los cuarenta y cinco minutos los primigenios treinta y cuatro. La ausencia de texto no nos privó de las palabras y el sentido de los trece cuadros que la siempre ninguneada María Lejárraga escribió y que firmó con el nombre de su marido. El Komite salda la injusticia reseñando la autoría de ambos: Falla y Lejárraga.
Si Falla fue siempre muy exigente consigo mismo, exquisitamente perfeccionista, lo mismo le ocurre a Calde Ramirez, cerebro junto a Manu Sánchez de esta versión (que podría llamarse El amor Brujo 2.0 o Revisited) a la hora de enfrentar un reto semejante para un músico actual. Sin amaneramientos de conservatorio ni el falso desparpajo de las músicas hechas con ordenadores. Sobriedad, alejada de tópicos y estereotipos, humildad y la puesta en práctica de un bilingüismo musical tan necesario para saber de dónde venimos y a dónde vamos cuando hablamos de creación artística desde Cádiz. Pero te lo aseguro: a Manolito le hubiera gustado esta versión. A pesar de la propuesta multitarea que supone.
¿Por qué es tan importante esta review? Porque al igual que una cantaora que vaya a interpretar El fuego fatuo debe apoyarse en la orquesta y la partitura y en los melismas de la bulería al golpe, y una bailaora debe conocer ballet clásico y flamenco, El Amor Brujo del Komite equilibra el sortilegio de las músicas avanzadas y las llamadas «clásicas», acerca a Cádiz con Falla, relía a María Lejárraga con Alva Noto.
Porque ahonda en la mezcla de lenguajes desde un lugar de enunciación muy concreto, Cádiz y la música electrónica, el glitch del Komite y su economía de medios —con tres instrumentos analógicos—, con la obra magna del gaditano desde el estudio y el trabajo de la música que sucede cada día pero sin dejar de saber qué pasa en otros sitios. Una suerte de bilingüísmo fructífero, una forma de embrujo que estoy seguro que acabará seduciendo a muchos. ¡Por Satanás! ¡Por Barrabás! Que nuestros músicos y músicas sepan cuidar de la música que respiran y puedan parir proyectos y obras como estos. Que el toque de campanas anuncie un nuevo día y la reconciliación musical de los zombis que desprecian o desconocen el arte del de la Plaza de Mina y prefieren el de Boston. Ajolá.