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Numero ocho etp 9

Como cuentan algunos escritores en sus memorias, o en conversaciones recogidas al final de su vida, el que suscribe también se encontró en esas extrañas situaciones en las que uno se topa con alguien que admira por su trabajo, por su escritura. Parece que se solapan los unos con los otros. García Márquez contó que se encontró a Hemingway por París. Pero no quiso acercarse por aquello de no molestar, de no parecer un baboso snob que administraba mal su lista de adjetivos sobre la obra del escritor estadounidense. Lo llamó desde lejos y el otro le respondió: “Adiós, amigo”. Lo mismo le pasó a Fernando Quiñones con Papá Hem en Madrid. Lo vio cerca de su mesa en un restaurante. Y también decidió dejar la ocasión de charlar un rato por mor de que el barbudo no lo confundiera con un devoto que adula gratuitamente en las tres frases que va a compartir con el genio. Y se quedó sentado.

El azar te trae un día a Rancapino para que le eches el cable con el móvil y le guardes un número de teléfono después de estar rondándolo durante varias semanas: Rancapino se baja de un taxi frente a ti, te lo cruzas de camino a quién sabe donde, mientras tú piensas que estaría bien hablar con él, pararte un rato, preguntarle por cómo le van las cosas y saber que lo haces con un mito del flamenco (al que tienes que invitar sí o sí). Contarle los encuentros a mi colega Daddy C y decirle que es como ver a Ronnie Wood andando por la calle Solano. También te regala, tras días nefastos, conversaciones con Mad Professor o Jorge Drexler, como si los conocieras de toda la vida.

A mí me pasó con Fernando. 1998. Regresaba de la facultad en el Comes. Eran las tres y media de la tarde. Otoño. Iba imbuido en un runrún sobre la ciudad en la que vivía, aquella Ciudad con mayúsculas de su cuento “El Arquitecto” recogido en “El viejo País”. En el cuento, el arquitecto soñaba con una escena de su infancia y se despertaba. En la vigilia calurosa de Mordor, Mandril para algunos (Madrid para el resto), el arquitecto reflexionaba sobre el amor y el odio hacia La ciudad, sobre su atracción ingestionable para el del exilio interior y el del exilio exterior. Con mucha menos precisión poética y razones para remedar las imágenes y reflexiones como las del cuento, me bajé del Comes que me traía del Campus de Puerto Real. Venía pensando en que viví y crecí en una azotea rodeado de otras azoteas blancas, comidas por los hongos y la humedad; criarse mirando la copa de la araucaria de la Alameda, el trasunto de azoteas y torres, la ropa tendida como farolillos de una fiesta del viento, los patinillos, las paredes desconchadas, aquella llave de hierro, grande como de puerta muy antigua, que se enterraba en una maceta para subir a la azotea, el traqueteo de la llave en la cerradura ya holgada de siglos de uso, la puerta hinchada y vieja bajo una capa de pintura marrón que no tapaba las heridas del tiempo, los petriles, el bosque de madera podrida de los palos de los tendederos, el descubrimiento del mar como un acontecimiento que forma parte de la infancia y crea su propio mito y melancolía, la playa vacía en invierno y los paseos sin pensar, solo, colmado por esa cosa que puede ser la Historia o el silencio frente a las olas de un temporal que se avecina, aprender a caminar por la laja tapizada de verdín, sortear las pozas con aquella agua estancada por la marea donde coger camarones y quisquillas y poner en funcionamiento el arpón hecho con alfileres de la ropa y una aguja para dispararle a los sapitos, el cubo lleno de lapas y algún cangrejo zapatero, sólo para enseñarlo cuando llegáramos a la playa, el baño entre las piedras con más nombre que las calles, ese camino de vida que es la murallita, el puentehierro, el caná, la leyenda de las morenas escondidas en la poza más profunda donde había agua tapá, la piedra del diablo, el aculaero, la piedra sofá, el horizonte largo, inconmensurable, la tarde cayendo y la marea que sube y hay que volver. Los jardines, subirse a los árboles grandes, el árbol gordo de la Alameda, a aquellas ramas como brazo de Hércules, las guerrilla de pelotes, partidazo en la segunda plazoleta. Entrar en un patio tras golpear una vez aquella mano gastada del portón. Escuchar cómo la cadena oxidada se tensaba y abría el pestillo. Luego hablar mirando para arriba, las preguntas de niños. O entrar en un patio y gritar el nombre de tu amigo, llamarlo para que bajara. Hacer los aparejos para ir a pescar a la Punta, preparar el queso, la masa, el anguao, los avíos, pasar la mañana del sábado pescando, coger una mojarrita, un sapo.

A modo de psicogeógrafo aficionado y cutrón, cambié mi ruta habitual. En vez de subir por Beato Diego lo hice por Rafael de La Viesca. Seguía con aquel runrún mientras alzaba la vista a los cierros y a las fachadas. Giraba la cabeza para contemplar un instante la oscuridad de las casapuertas. Aquel fondo de escalera con columna blanca y arco. A la podredumbre que cubría aquellas casonas, la mayoría vacías, que son el legado del genocidio y la acumulación originaria. El Hola arquitectónico de la primera burguesía mercantil de la Modernidad, esa que nació al mismo tiempo que el colonialismo y la esclavitud y se gastaba una pasta en contratar a Goya y a Haydn. Esa que tiene su repetición en farsa en la casta repeinada y carca que personaliza la decadencia milenaria de la ciudad en el alcalde y sus concejales.

Desemboqué en la plaza de San Francisco y pensé en Fernando. No fue casualidad ya que llevaba varios días rondándole. Como a Rancapino. Siempre lo recuerdo cuando visitó a mi instituto, uno que empezó siendo el Nº 4 y acabó siendo «El Caleta», en la que leyó un cuento sobre el río grande que aún mantengo en la memoria. La forma de hablar, de mover las manos. Y aquella vez en el Club Caleta. Amaba aquella playa en la que me crié, el club, la explanada de las mezquitas de los socios, su paisanaje del que formé parte muy desapercibidamente. Lo recuerdo entrando en las taquillas de la sección de pesca después de un bañito, con aquel cuerpo mal hecho, con su cordón de plata con los huesos de corvina engastados, aquel bañador naranja arrugado. Los pelánganos empapados en el caldo que era la mar aquella tarde, le circundaban la calva brillante. Aquella vez quise decirle que me proponía asumir toda aquella luz, aquella miseria y grandeza, aquel moscardoneo de la historia que nos rodeaba y escribirlo. Pero no le dije nada. No quise parecer un pesado, ni un tonto, ni nadie que pudiera parecer lo que no es.

Cuando llegué a la esquina del estanco de San Francisco y cruzaba frente a las mesas vacías de la sobremesa del Parisien, allí estaba Fernando. No fue una sorpresa, sino una especie de respuesta al runrún. Calado con una gorra de marinero. Sin pelo. Con mala cara. Enfermo. A punto de morirse. Sentado en un velador mirando hacia la puerta del Francia-París como si quisiera ver salir a Antonio el Chaqueta, pero quizá pensando en que le estaba llegando la hora. Había dos tazas en la mesa. Supuse que Nadia estaba dentro del bar. Aminoré el paso. Lo miré. El no me echó cuentas.

Me acerqué como el que tiene intención de entrar en el bar y tomarse un cafelito para seguir la tarde con ánimo. Cuando estaba a un metro de su mesa, le dije:

—Don Fernando, sé que quizá le molesto y quiera usted estar tranquilo con su café.

Don Fernando me miró esperando al propósito de aquella visita.

—Sólo era para darle las gracias por sus libros, por su forma de estar en el mundo, por ese Cádiz que usted y yo sabemos que no nos salvará de nada ni de nadie. Pero que es nuestro para nuestro amor y nuestra tierra. Muchas gracias.

Asintió y esbozó una sonrisa cansada.

—Gracias, hijo, a uno le gusta que le digan esas cosas.

Pero cuando llegué a la esquina del irlandés supe que no me había parado, ni había hablado con él. Quizá fuera porque no quise ser un pesado, ni un baboso, ni un admirador que le dorara la píldora. No me paré. Seguí. Y, ahora, tantos años después, no sé si lamentarme o no.

Fotografía José Montero

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Articulo antonio luna

Me gustaría escribir, sí, señora, desde mi «intrusismo laboral y opinador», sobre el resultado de las elecciones. Dar con la clave sociológica, la explicación antropológica, la descripción psicológica para explicar cómo se puede votar, con miedo, a los que están saqueando el país, espiando y encarcelando a enemigos políticos, fabricando causas con ayuda de jueces. Explicar por qué no se votó en masa para acabar con el Régimen.

Me gustaría hacer una lista de causas, un inventario de errores, un repertorio de razones para conocer por qué afirman que se perdieron 40.000 votos en la provincia y que el análisis político sea que los votos «juegan al escondite y que configuran el paisaje de un batacazo». Quiero escribir un artículo serio, duro, profundo, que analice a fondo el optimismo de los datos de las encuestas previas, la bajada del recuento de votos de INDRA, el porqué de las acusaciones de pucherazo, las raíces de la campaña del miedo. Conocer por qué no han permeado ni desgastado los escándalos de las grabaciones al ministro de Interior, razonar por qué se haya puesto en duda la limpieza del proceso electoral. Un artículo en el que se analice, sintácticamente y con fiera ironía, el discurso del presidente en funciones desde el escenario de una sede pagada con dinero negro para encontrar las razones de su victoria.

—Buenas noches, buenas noches. Bueno, buenas noches a todos. Bueno, buenas noches.

Quiero descifrar por qué se asegura que el líder de Unidos Podemos (uno de los políticos más preparados académicamente) es prepotente, violento, soberbio, que cae mal y cuáles las consecuencias de la táctica del perfil bajo de Pablo. Un artículo en el que se comparen las caras en la comparecencia al conocer los resultados de Pablo y Errejón con las de Martin Hart y Rust Cohle de True detective. Quiero escribir un artículo que investigue el supuesto miedo al populismo, su relación con la salida de Inglaterra de la Unión Europea (Escocia votó a favor de seguir). Quiero escribir un artículo que arroje conclusiones tácticas sobre alabar a Zapatero y a la socialdemocracia, para rebatir las noticias de opinión en la que, supuestamente, se analiza, paso a paso, como en un coleccionable, los males, errores, gestos vanos de la Confluencia. Y no los malísimos resultados del «spanish PASOK». Quiero explicar porqué no sabemos nada de Venezuela a día de hoy, perdidos en el apagón informativo que sufrimos.

—Qué intriga.

Quiero escribir un artículo que avale seguir siendo optimistas, que evite que nos contagiemos de la guerra sucia que sólo lleva a la frustración y al desencanto, que defienda seguir unidos en coalición, que ayude a pensar que hay que continuar y que el proceso está en marcha. Un texto para seguir pensando que todas aquellas que, estando en nuestro bando y a pesar de sus críticas y argumentos antielectoralistas, en el fondo, no se alegran del zarpajazo. Para seguir creyendo que no son grupúsculos que apenas si tienen los pies puestos en la realidad y se creen que son la vanguardia de la vanguardia de una clase obrera que hace mucho tiempo que ni siquiera les sigue, sino que huye de ellos.

—A la calle, a la calle.

Me gustaría escribir un largo artículo que equilibre opinión e información con todas las claves para analizar los resultados, las posibilidades de futuro, los retos que vienen. Uno en el que se reivindique la alegría de seguir, la peripecia de caminar, de continuar, de no cejar, de apagar críticas tóxicas y guerras intestinas. Que diga que hay que seguir en la calle y en las instituciones. Uno en el que se mantenga viva la llamita de la fe.

—Sí, querido ateo, fe, una palabra que nada te gusta, pero es la exacta.

Uno en el que diera las claves, en la supuesta derrota de cinco millones de votos, para seguir viviendo, los que puedan, con el salario mínimo interprofesional, seguir viviendo sin la ayuda familiar, con un trabajo precario por horas, siendo mujer y refugiada, camarera de piso a sueldos míseros. Que diera sencillos consejos evitar el desgaste de la precariedad, para vivir en el país en el que se ha expoliado la hucha de la Seguridad Social, en el que un ministro que maneja cloacas se niega a dimitir. Que ayudara a vivir en el país de la ley Mordaza en el que llevar una camiseta de Al Canal A Bañarse puede ser un delito de cárcel, en el que falta personal en los Hospitales, en el que no se va a derogar una ley de educación retrógrada y resultadista.

Un artículo que ayude a vivir en un país en el que el robo, la malversación, la falta de ética, los sobornos, las cuentas en Suiza y Panamá, las empresas offshore, la falta de función pública, son la normalidad. En el que exigir la dimisión de un seleccionador de futbol es más importante que la de un ministro. Un texto que ayude a vivir en la provincia del paro que vota a los que más han creado paro. Ayudar a vivir en una ciudad de la que se exiliaron cuarenta mil personas gracias a las políticas de empleo de antiguos regidores y ahora se lavan las manos manchadas, en la que la oposición hace pinza y bloquea a un equipo de gobierno, que se reúne en terrazas para conjurarse, vota lo mismo, miente en común, se siente amenazada en cuanto le tosen o le llevan la contraria. O simplemente patalean cada día cuando descubren que no gobiernan la vieja ciudad amurallada.

Un país en el que mis amigos y amigas perpetran chistes sobre emigrar. Tristes chistes.

—Está la cosa para irse de cabeza a Pernambuco.

Quiero escribir un artículo hermoso y vibrante, quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo.

Fotografía: Juan María Rodríguez

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huevos toro cabeza

Hace un año escribía esto:

Fui a San Juan de Dios junto nuestro humilde comité de bienvenida. Me emocioné. Los editorialistas dicen que le dimos un baño de masas al alcalde. Quizá fuera porque salió al balcón del ayuntamiento apestando al apulgarado sillón en el que se sentó. Luego, horas más tarde, escuché con detenimiento el discurso de investidura. Me gustó cuando citó a Ernst Bloch, un marxista de la línea cálida que estudió, en tres tomazos, los mitos de la humanidad. Los liberadores y los opresores. El principio de esperanza. Los mitos, el sueño despierto de la humanidad. No sé si Kichi, o la redactora del discurso, ha leído a Bloch. Si la cita fue cita de manual de citas o de búsqueda en el argumentario mítico de la teoría marxista para darse rollo o tinte intelectual. Le quedó bien el detalle aunque pasó desapercibido. Pero a mí me da juego para pensar que un alcalde de Cádiz, viñero y comparsista, profesor de secundaria y sindicalista, citara a Bloch y luego hablara de resolver graves necesidades de la ciudad. Necesidades tan materialistas y viejas como el hambre, el techo, la cultura, el trabajo.

            —Inaudito, picha.

El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos y ya saben el resto de la canción. Releyendo el artículo, no sé si se ha cumplido eso de gobernar obedeciendo y demás lemas. Sé, no por la prensa local, que existen decisiones, partidas presupuestarias, nombramientos, propuestas y voluntad para confirmar este mandato popular. Un ejemplo es el homenaje a La Salvaora y La Petroleo en la semana del orgullo LGTBI.

¿Se han evitado, gracias al protocolo anti-desahucio, muchas tragedias? ¿Qué dice el diario?

—Me dicen por el pinganillo que sí.

¿Se ha desarrollado con total normalidad el COAC, el carnaval, la semana santa y el corpus?

—Me parece que sí, ¿no?

Creo que el liderazgo del alcalde es sólido, sus formas exquisitas, su contundencia, a alabar. Ha tenido paciencia ante la desesperación, al nivel de Job, ante la guerra, ante las calumnias, los golpes bajos, las mentiras, la difamación. Y las amenazas de muerte por correo electrónico. Creo que su equipo de gobierno es solvente y comprometido. Pero hay que responder no sólo a las intervenciones de la oposición. Sino al hambre, al paro, a la desesperación. A la interrupción de los plenos, a los gritos. Al estado de emergencia.

Ya.

Sigo pensando que si pierde él perdemos todos. Si pierde este ayuntamiento perdemos todas. No es fácil es el adagio, actualizado, que se repite y se repetirá hasta la saciedad. Ese hartazgo que nunca alcanzará la prensa estatal y comercial en su apetito de marrones, denuncias, acusaciones, mentiras como si Cronos no se conformara con una tapita de sus hijos. Y eso que todavía no sufrimos el cerrojazo patronal, los esquiroles, la falta de abastos en los supermercados, la oposición «encarcelada» y las visitas de lacrimosos representantes del IBEX 35 a la ciudad.

Eso sí. Continúan las zancadillas del sentido común gaditano. Si antes preguntaba sobre si «está preparao» (algo que no se le preguntó a Romaní ni a Jorge Moreno)—, ahora lo hacen sobre si va a cumplir lo que prometió y le dan un baño de masas a la antigua regidora en una procesión. El grupo mediático local, en bloque, acecha y responde por la ciudadanía desde su editorialismo, sus fotografías a maldá, sus noticias-opinión:

—Kichi no cumple y además no se pone corbata y chaqueta para recibir al Elcano.

—¿El barco de la coca?

Como decía en el artículo de los golfos y los críticos: a propósito del primer año de gobierno «del cambio» han  aparecido reportajes sobre la falta de sensibilidad con los más débiles de alguien que declaró que iba a gobernar desde ellos y para ellos, obedeciéndolos. El «experimento» de Cádiz se mira con microscopio por todas las redacciones y consejos de administración. Pero para buscar el hilo suelto, la grieta, los fallos.

Un periódico muy liberal ha dado voz a los «indignados». Trabajadores, dirigentes de asociaciones de vecinos, lateras, corraleras, policías locales. Todos descontentos, todos pidiéndole al Kichi que tenga tiempo para ir a la plaza a comprar, que visite Puertatierra tres veces al día, que consuele uno a uno a los parados, a los falsos autónomos, que repelle cada grieta abierta en la tapia de la carretera industrial, que coloque acebuches en los alcorques que se dejaron morir en la antigua legislatura, que recomponga, como un puzzle, el drago de la escuela de artes y lo vuelta a plantar, que se acerque al besapié los viernes, que vea pasar, bien peinado, la cruz de mayo del barrio, que reciba a los cruceristas y los arrope en su camarote, que acuda a la vuelta del Cádiz-Racing y que medie ante las UIP cuando haya problemas.

—Un superhéroe, carajo.

Los cien mil ecos liberales, la carcunda que se esconde en seudónimos, en blogs «indignados», han compartido el reportaje como diciendo:

—¿Veis? Es un mentiroso. Otra prueba más.

A mí me resulta curioso que las antiguas rigideces morales ante la Propiedad ahora se hacen escritura sobre el agua.

—¡Qué liberalidad en los principios éticos para evitar condenar el allanamiento de una propiedad!

Porque el reportaje no pone en cuestión la okupación, ni la propiedad de las corralas.

—¿Para qué? Eso ahora no nos sirve, es secundario.

Hasta que les interese hacer uso de la vieja y sacrosanta Propiedad para justificar un desahucio violento, un chaveo (sí, señora, convertir en chavs a la bajundá) o una nota de sucesos cuando se muere un bebé en un piso sin luz ni agua.

Esto se llama, amiguitos, un ejercicio de cinismo sin límites que usa a las víctimas políticamente, como ya se hizo antes en otros temas más espinosos como (me acojo al silencio recomendado por mi abogada). Ahí está la hemeroteca. Una falta flagrante de deontología periodística y de ética profesional. Causas: la falta de objetividad. Se ceban las Crónicas de las Decepciones, se ciclan Los Anales de las Promesas Incumplidas.

—¡Cuidao! Que los de la profesión te hacen campaña, te denuncian y te llaman sectario antidemocrático por criticarlos y por no respetar la libertad de expresión de la prensa comercial con intereses económicos que los despide en masa en ERES fraudulentos.

Programas de televisión que afirman tener una base crítica y una presentadora, como dice Juan Carlos, «proto-maltratadora» se quedan en un fusilamiento organizado para desprestigiar, atosigar y poner en cuestión al ayuntamiento y a los representantes políticos del ayuntamiento de Cádiz.

—A tu ayuntamiento, picha. ¿Pasa lo mismo en aquel que proyectó a Franco y a Himmler en un castillo?

Lo que os decía. Usar a los golfos, víctimas y pobres para el discurso crítico.

Y ahí no pueden ganar.

Porque sigo pensando que debemos tener cada mañana oído de discípulo. Ser guionistas que se suben en el autobús de la realidad (recordando a Azcona). Ser como Quiñones poniendo la oreja en la plaza de abastos: «Aquí, trabajando», decía al que le preguntaba qué hacía allí. Y es necesario, urgente y demás sinónimos resolver la urgencia habitacional, el paro que obliga al menudeo, a la venta de pescao «ilegal».

Ya.

Hay que hablar con la sección teofilista de la policía local para que sea de verdad un órgano democrático al servicio de los gaditanos y no al dictado de intereses políticos y de una ideología democrática a ratos. Hay que solucionar los problemas de la ciudadanía más sensible a caer en las redes de la demagogia barata. Hay que seguir en la calle. Todavía recuerdo la rebelión de los baratilleros ante las actuaciones arbitrarias de lo locales cuando el Baratillo se ponía en Gómez Ulla.

—Papeles o ya te estás najando.

¿Y la Junta? ¿Y la oposición? ¿A qué juegan? Al desgaste. Esa es su praxis política. Su ideario. El desgaste. Que pase el tiempo —un año, dos— y González Santos se queme en la hoguera de los medios. Y no hay más discurso, ni más propuestas, ni más nada. Sólo el deterioro sistemático, gris. Paseítos por la ciudad bombardeada como Dresde, simbólicamente, por la crisis y sus aliados: el paro, el hambre, la desesperación, la derechización de las clases trabajadoras. Eso sí, de vez en cuando deben aparecer en la prensa hablando de las puertas giratorias, de pucherazos en sus primarias, de fianzas, de financiación ilegal, de las cartas a Irán para favorecer un negocio, de las imputaciones de dos president…

—Ah no, que de eso no se habla.

Durante veinte años la ciudad ha sido devastada, saqueada, mal gobernada. Bombardeada. Vivimos entre ruinas.

Pero no nos lanzaremos al vacío como el niño rubio de la película de Rossellini. Aunque seguimos en el tiempo del peligro, en el kairós, en el tiempo del tós por iguá. El de vámono que nos vamo.

Seguimos aquí. Poniendo el cuerpo en la historia.

Fotografía: Jesús Massó

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hombre sentado ordenador completaMúsica del NODO. Voces salidas de una radio de galena. Libre y rearmado, el ejercito bolchevique se ha unido en confluencia para imponer un estado totalitario, ateo, sin libertad de prensa, sin respeto a la sacrosanta propiedad, las tradiciones y las creencias. Un sin dios.

—¡Que vienen los comunistas!

Cajas B, formateos de discos duros, 1,2 millones de fianza. Bárcenas, Correa, Maroto, la Púnica, los trajes a medida. Calatrava. Amnistía fiscal. Uno de cada cinco ciudadanos al borde de la pobreza. Puertas giratorias. Patriotismo suizo, panameño. «Gorditas». «No te lo perdonaré jamás». Medallas a la Virgen. Un periodista comisario. Una manifestación en la Gran Vía de Madrid. Nazis. Un bosque de banderas rojigualdas. Remedos de las Casas Pound.

—¡Que vienen los comunistas!

Sindicalistas salidos de la nada que piden la dimisión de un alcalde, mamotretos estropeados —con deudas millonarias—, pantallas de propaganda con deudas, pésima gestión local de proveedores, aparición en las cuentas B, telefonazos para solucionar problemas, pisos del Matadero, pleitesía de dinosaurio franquista en cenas para la tercera edad. «No lleva corbata», «no lleva chaqueta», juras de bandera, premios a golpistas, argumentos como: «Venezuela», «vete a Cuba», «yo soy el pueblo». Estómagos agradecidos y bien alimentados. Grandes papadas, privilegios y cosmovisión de la vida desde el palafito construido sobre una matanza y cunetas llenas de muertos.

—¡Que vienen los comunistas!

Dicen los periodistas y opinadores que se reaviva el «anticomunismo» como arma contra la Confluencia. Se reaviva el miedo y el terror larvado durante cuarenta años de dictadura y otros cuarenta de los pactos de la Moncloa. Aquello que decía Elena Subirats en «Asesinato en el Comité Central»: «dictadura, ni la del proletariado». Muchos tenemos en la memoria un anticomunismo de pandereta: el de los rabos y cuernos que devoraba a niños pequeños. Y uno asesino, gris, metódico: el de los fusilamientos, las cárceles, las torturas, las partidas de guardas civiles disfrazados de guerrilleros. El anticomunismo está en la educación sentimental de aquellas generaciones que fueron educadas en el miedo heredado, el miedo a los golpes en la puerta a medianoche, el tiro, la tapia salpicada, la desesperación de ir a la cárcel, la certeza de saber que nunca más se debe llevar comida.

El silencio.

Es la pedagogía del millón de muertos y sus supervivientes. Existe un anticomunismo de base que se coagula en adagios y estribillos como el de «tú no te metas en » y el del «comer de la olla grande». Acumulación originaria de pamplinas: expropiaciones sin motivo, gulags para emprendedores, depuraciones arbitrarias, todas las dificultades para el supuesto creador de la riqueza: el rico y el que quiere serlo. Es un mal gestor el que no llevar corbata, tener un pasado de activismo y perroflauta.

No lo niegues. Lo tienes en la memoria: una okupa en tu pisito pagado con tu sudor explotando a iguales. Como la vieja comisaria política de Doctor Zhivago que vive ahora en la casa del poeta. Es fea, mal educada y malévola. Todos lo vimos. Todos oímos su voz áspera. ¡Así son!

—¡Que vienen los comunistas!

La crisis ha demostrado que la inestabilidad, la violencia, los tics totalitarios, la verticalidad de las decisiones, la arbitrariedad, el control de la justicia, proceden de los privilegiados y su comité central de multinacionales. Son ellos los que han quitado las casas, han expoliado los ahorros de muchos ciudadanos, han usado dinero público para rescatar a entidades privadas, han subido la deuda pública por encima del PIB, han recortado derechos sociales para ajustar la economía del 1 %, han aprobado una ley que va a meter en la cárcel a dos titiriteros por un cartel, montan declaraciones para purgar a una parlamentaria, usan la policía política para multar a una chica a la que le gustan los gatos y permiten la expresión nazi por la Gran Vía. Son los que no condenan el Franquismo. Los que hablan de problemas de hambre en Venezuela y no ven las colas de carros de la compra a las puertas de las parroquias. Son ellos los que han enchufado a sus familiares.      —¡Que vienen los comunistas!

Eran —antes de la «legislatura fallida»— los de los DOS partidos ÚNICOS con el MISMO ideario en lo fundamental. Los que tienen un vocero único llamado «oligopolio informativo» que al Pravda asombraría. Son ellos los de la gestión cortijera de lo público y de lo común. Son los que tienen comisarios políticos en las columnas de opinión y en el funcionariado perruno.

—¡Que vienen los comunistas!

¿Que vienen? Que vengan.

Pero.

Que vengan liberados de los manuales de economía de la URSS, de Konstastinov y aquello de «¿que era primero el sujeto o la naturaleza? Si digo el sujeto, soy idealista, si digo la naturaleza, soy materialista». Que vengan sabiendo que la modernidad, el colonialismo, el capitalismo, el racismo y el eurocentrismo nacen a la vez. Que vengan sin la interpretación de Afanasiev, de Harnecker —que en su librito no habla de la categoría fundamental, la plusvalía— y de Politzer. Sin Althusser, que no se había leído El Capital. Que vengan sabiendo que en casi las diez mil páginas que Marx escribió de 1857 a 1867 no se encuentran dos páginas seguidas dedicada al tema supra-infraestructura. Que vengan sin la falacia reduccionista economicista. Olvidando eso de que la economía era la última instancia. Que se olviden del materialismo fisicista.

—Y dos huevos duros.

Que vengan sabiendo que el viejo judío, el que se sentaba cada día en la biblioteca del Museo Británico, construyó sus categorías sacrificando «mi salud, mi alegría de vivir y mi familia». Que usó, con precisión y conocimiento, la teología semita. Que trufó sus textos, con la profundidad de un teólogo, con expresiones como «la acumulación originaria es el pecado original». Que nunca dijo que se debía ser ateo («este tonto de Bakunin me quiere meter en la Internacional una Asociación de Ateos Socialistas, pero la Internacional no es una asociación teológica”). Para Marx, el ateísmo era solo una cuestión teológica. No una negación de la teología. Sólo se debía abjurar, como Isaías mirando cómo se quemaban los fetiches, de la religión que mediatiza al otro, a la otra, para usarlo, que tiene fe ciega en el dios Moloch —el dinero como dios— al que le sacrificamos todos los días víctimas.

—Y dos huevos duros.

Que vengan sabiendo que este personajazo irrepetible, un pauper ante festum, nunca escribió una receta con la mala letra que le impidió trabajar en el ferrocarril de Londres. Que en eso que se llama «corpus teórico de Marx» nunca se especificó que el estado fuera a desaparecer, ni que había que escribir «realismo socialista». Que El Capital no es un tratado de política. Es el despliegue de un marco categorial, de categorías, para «la crítica de todo el sistema de categorías de la economía política burguesa». Una herramienta para hacer investigaciones económicas. No era un manual para tomar el Palacio de Invierno.

—Y dos huevos duros.

Que vengan, pero que sepan que la mitad del trabajo de Marx no estaba —no está— publicado. Que sólo publicó la primera parte de seis, y a su vez, de setenta y dos. Que editar todo Marx costaba mucho menos que un MIG. Que no se publicó porque el «catecismo» guardaba verdades que ponían en quiebra la ortodoxia soviética. Que olviden eso de que lo hizo todo válido para el siglo XXI. Que sepan continuar el discurso. Que no es un libro sagrado. Que con sólo Marx no tengo la solución.

—Y dos huevos duros.

Que vengan pero sabiendo bien qué hizo el viejo. Que sepan que hay que leer los Grundrisse y que la verdadera categoría importante de Marx es trabajo vivo, categoría que se han escamoteado entre las falsificaciones y reduccionismos. Que sepan que el trabajo vivo no tiene valor porque es el creador del valor. Y que se crea de la nada. Como hizo el dios semita que tanto rechazan los ateos. Que era un vitalista de izquierda, siendo la vida, y no la economía, la última instancia. Que es necesaria hacer crítica marxista de la URSS y su rollo «aumento de la tasa de producción» como la que hizo, el desconocido para los académicos, Franz Hinkelammert.

—Y dos huevos duros.

Sé que no grito en el desierto, ese laberinto. Pero sí en un metro repleto de gente con cascos puestos. Mi tesis suena bastante provocativa para los dogmas lastrados de los cuadros y los extraparlamentarios, para los grupúsculos y los aparatos. Y estoy seguro que me caerán cates por ello. Que caigan. Pero hay que volver a Marx y a su lectura porque es el único crítico en profundidad del Capitalismo. Y olvidar las interpretaciones fáciles.

Bienvenido, viejo.

¿Qué es el comunismo? Es un postulado, en la línea de Kant, una idea, el cuento de Galeano sobre el horizonte y la utopía. Una sociedad justa y libre donde el productor de la riqueza no sea el que menos tiene. Es un principio regulativo. Una guía. Como la Estrella Polar para los navegantes chinos. Aunque nunca se pueda llegar a ellos, lo importante es acercarse cada vez más. Un freno, como escribía Walter Benjamin.

Es necesario hacer una teoría política para gobernar. No sólo es la crítica. Debe ser un proyecto articulador y organizador. Debe ser la fundación de una serie de principios normativos para evitar la corrupción de las personas. Lo que debemos proponer es el diagnóstico de cómo funcionan los sistemas políticos.

¿Tienen ustedes programa? No, se va haciendo. Pero, ¿cómo van a cambiar el mundo? ¿Cómo van a cambiar las condiciones económicas?¿Pero cómo puede ser eso? Eso es una falta de previsión.

—Deje ver —dijo José Daniel Fierro rascándose el bigo­te con el caño de la escopeta nueva, un tic que el Ciego de­ploraba por poco profesional—. Con lo que tiran a la ba­sura en Queens en Nueva York en una noche, se podría amueblar un pueblo de Cuzco diez mil veces mejor de lo que está ahora. Con los desperdicios de un restaurante cla­se media de Caracas, comen 60 familias argelinas cinco días. Los solteros que pasean en la noche en Buenos Aires ha­rían las delicias de las solteras que sueñan solitarias viendo las estrellas de Bangkok. Los libros que he comprado y no leído resolverían los problemas de una biblioteca para en­señanza media en Camagüey. Con el salario mensual de un tranviario del D.F. se vive un día en el César Palace de Las Vegas. Con los discursos de un gobernador priísta mexica­no se pueden volver locos seis detectores de mentiras. Con la lumbre que hay en los poemas de Vallejo se cocinan to­dos los hot dogs que se consumen en un día en Monterrey. Con las palabras que he usado en 35 años para explicarlo, si las hiciéramos piedras, podríamos haber construido en Texcoco tres pirámides de Cheops . . . ¿Está claro?

—¡Un sin dios!

Porque hay que ser muy animal para dar la espalda a los sufrimientos de la humanidad.

Fotografía: José Montero

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Hay una escena en La huelga de Sergei Eisenstein en la que la patronal, mediante su brazo armado, acude al lumpen, a los golfos, para romper la huelga y provocar sabotajes. La artimaña se resuelve con un violento incendio de una destilería, el agua de los bomberos cayendo sobre los huelguistas y la detención de los cabecillas.

Como si fuera el turno de «la farsa» del viejo adagio de la repetición de la historia, entran en escena —la política gaditana, la aprobación de los presupuestos— los golfos y los críticos.

Para que usted los reconozca, señora, los golfos son los que veneran, aplauden y convierten en incomprendidos héroes al lumpen que le canta las cuarenta al alcalde de Cádiz en los plenos. La farsa: la provocación consiste en intentar golpear simbólicamente con la música y las letras que el alcalde mismo defendió. Los golfos, señora, aseguran que «todos los políticos son lo mismo», quejándose de que «no miran por nosotros». Desde mi punto de vista, este lumpen no representa a ninguna comunidad política. Solo al vacío ético, a la desposesión que se ha llenado de tele, consumo y desmemoria. Están dispuestos a todo. Ahora tienen voz. ¿Qué voz? La del poder. Amplificada, puesta a todo volumen.

Los críticos son aquellos que hablan de «populismo sureño» y de «igualitarismo  envidioso». Son los que recurren a los miedos populares del extremismo de la Confluencia y susurran a las viejecitas «Venezuela» cuando pasan por su lado. Si la dinámica de la provocación sigue por la vía de la performance, pronto los críticos empezarán a llamar a los golfos «oposición». En cuanto saboteen un acto del alcalde o rastreen un agravio ante las demandas de los golfos. Se les dará cancha en las páginas impares. El vídeo de la performance se hará viral impulsado por esa criticidad amparada en la «libertad de expresión». Como se calificó —y se premió— a golpistas antidemocráticos. Como los talibán fueron «freedom figthters». Y tantos etcéteras. Sí, señora, esos mismos medios en los que al lumpen siempre les toca el papel de chavs en truculentas noticias. Ya no les tocará ser un tópico del que reírse, burlarse. Habrá una tregua. No se les analizará como entomólogos. Se acabará el Lombrossismo de la noticia de sucesos.

Los críticos, más cultos, sibilinos y a sueldo, también usan el viejo recurso de las opiniones tratadas como noticias para la desestabilización. Un poné. La noticia de opinión firmada sobre la carta del alcalde es un ejemplo claro de este criticismo barato, sin ataduras, derrotista a la máxima potencia. Crítica de alguien que escribe en un grupo mediático que intenta, desde su posición de poder, perturbar a un gobierno legítimo. Como en Venezuela. Lindezas como esta pasan por noticia:

Para demostrar su contrariedad severa con la actuación de los grupos de oposición el primer edil no eligió lo que hubiera sido una reacción al uso, al buen uso democrático. Antes que comparecer en una rueda de prensa, por ejemplo, y someterse a las preguntas y petición de aclaraciones de los representantes de los medios (también de los denostados por su formación) el alcalde eligió una vieja fórmula. Una fórmula similar a la del comunicado sin preguntas y las comparecencias televisadas en plasma de su enemigo Rajoy, y a las encendidas alocuciones de  ‘Aló presidente’ de su más admirado Hugo Chávez. 

Lo más interesante del caso es que, en la entradilla de la noticia (y acompañada de una foto del alcalde con las manos juntas, como si rezara), el periodista describe la misiva como «mesiánica». Como si el alcalde hubiera perdido la chaveta, le hubiera dao un siroco, tuviera una corgaera transitoria o fuera un iluminado que no está normá.

Magistral, la farsa.

No sabe el periodista, o escamotea, que el meshíakh es el consagrado, ya que se ungía la cabeza con aceite (meshakh). Desde una lectura política (porque ya dijo otro mesías que «la crítica de la teología es la crítica de la política»), esto significaba la exclusión del mesías de las funciones cotidianas para consagrarse al servicio del pueblo. El Mesías es entonces el ser humano que ejerce un liderazgo comunitario por medio de una acción «peligrosa» en nombre del pueblo «oprimido» (como la viuda, el huérfano, el pobre, el extranjero del Código de Hammurabi). Su misión es dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo y cumplir con otras necesidades humanas fundamentales, relacionadas con la vida, y por ello dicha vida es el contenido de su mandato.

El fundador (como lo llamaba Horkheimer) del cristianismo acabó como acabó. En la silla eléctrica de aquel tiempo, como bien vio Bill Hicks. De mesías pasó a salir en Semana Santa. Actor en la representación mítica de aquellos que son esclavos, porque matan a los justos por las mismas razones que honran a los héroes. Quizá el periodista no sabe que la traducción del hebreo al griego, qué casualidad, señora, de mesiánicos es cristianoi. Los cristianos son mesiánicos.

Así que, sin comerlo ni beberlo, se trata de un adjetivo justo, de un acierto, usado de forma invertida. Y nos quedamos con cara de tontos, como aquellos que observan el Pantocrator y saben que le han escamoteado, han invertido, aquello de «bienaventurados los pobres de la tierra», mientras la curia se pone púa y es rica. Y que a partir de ahora se llevará al cadalso al que contraríe las ideas del que murió por nuestro pecados o del que intente parecerse a Dinamarca. Y a callar tolmundo. La farsa, again.

Será por ignorancia, por falta de ética o de recursos. Pero los críticos acaban haciéndose la picha un lío, como en el ejemplo de lo mesiánico de una carta mesiánica. Y, sobretodo, no se ponen de acuerdo: lo mismo le achacan las inundaciones de La Viña al regidor y a su gestión sobre los usillos, que están pendientes si el alcalde va en tren y hace una fotografía con su pareja. No saben si ha acudido a un concierto de AC/DC o si ha conciliado esta semana, si va a colgar del palo del ayuntamiento la bandera de Korea del Norte, o si va a reemplazar el reloj del ayuntamiento por uno digital. Eso sí, son capaces de publicar «las primeras pintadas contra el alcalde». Cuando se trata de otra performance bastante tramposa de un golfo: Bajo un contundente: CONTRA LA CARIDAD, APOYO MUTUO Y SOLIDARIDAD, alguien ha añadido, en rojo, un  Kichi fascista traidor.

Los críticos también teorizan a la ligera: ya hablan de que existe el kichifanatismo.  El término sociológico se explica así: dícese de aquella ceguera ante las actividades antidemocráticas del alcalde. El kichifanatismo intenta cegarte, aniquilar tu objetividad, guiarte hasta el sendero del pensamiento único. No caigas en esa trampa. La democracia solo se entiende desde la pluralidad ideológica, si predominara un solo pensamiento no existiría democracia sino un sistema autoritario. Luche contra el fanatismo. Sea libre. Busque su ideología y sobre todo: lea, contraste y forme su opinión, no caigas en las redes del fanatismo político.

El mundo al revés, señora, con lo poco que les gusta a los críticos las inversiones públicas y los invertidos. Los mismos que impiden que la ciudadanía tenga una información de calidad, lastrada por los intereses económicos, por la publicidad institucional y el claro posicionamiento político de alguien que despide a un periodista por publicar la aparición en Los papeles de Panamá de su ex mujer, son los que te ordenan que te informes y no caigas en las garras del extremismo antidemocrático, de la «envida igualitaria», del «populismo sureño». Te piden que seas crítico con «los tics autoritarios», «con el sistema opresor que el alcalde pretende imponernos». Y que, qué pena, aún no se ha materializado para así radicalizarse aún más y disparar cuando vean a Errejón por la calle. O pedirle medio kilo de acedías a la que pretendió ser alcaldesa.

No sorprende el extraño viaje del silencio teofilista a la incontinencia en lo que ellos llaman, con falso ingenio crítico, el «kichilato». Porque estos críticos buscan, con sus críticas, la legitimación del sistema existente per se, (que creen en peligro por cartas mesiánicas o la demoníaca Confluencia) con argumentos tautológicos extraídos de la deontología del tertuliano de un programa de cotilleos. La razón política de los críticos no se hace cargo de los efectos negativos de cualquier norma, ley o sistema que defienden (para eso está el parche de la caridad). Porque exigen sin peros que la racionalidad política del Alcalde sea realista, en el sentido de que su realismo le haga creyente de la aparente perfección de cualquier norma, ley o sistema que se atribuyan tal propiedad. Para eso están los golfos, para demostrar que el alcalde no piensa en ellos. Quieren que acepte que 20 años de teofilismo han sido los mejores para la ciudad y que, haga lo que haga, nada podrá compararse con la destrucción sistemática de una ciudad. Porque las dificultades de sacar adelante los presupuestos no son causa, para los críticos, de efectos negativos y adversos para la comunidad política más débil. Los críticos concluyen: “Todo sistema tiene sus víctimas, eso es así, y si hay víctimas, están de nuestra parte”. «Y a pelarla», «es lo que hay». «Así son las cosas».

La farsa, señora.

No caer en las provocaciones exige un esfuerzo grande. Responder a cada una de las mentiras, presentadas como críticas, impide el desarrollo de nuestro verdadero trabajo. Impide ser materialistas mesiánicos en su sentido más profundo: el de ser justos con el desahuciado, con la parada de larga duración, con el falso autónomo, con los de las colas para la caridad del hidrato de carbono, con los cuarenta mil exiliados del teofilato, con el saqueo de las cuentas del Ayuntamiento. Son maniobras de distracción, provocaciones desestabilizadoras como las de «El Rey» de la película de Eisenestein. Es quemar una destilería y apagar con agua a las masas. Es la vieja política chirriando de miedo, estulticia, clasismo y podredumbre moral.

Nos queda mucha farsa.

Pero nunca nos callaremos, queridos críticos. Recordad Stalingrado.

Fotografía: Jesús Massó

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las banderitas republicanas portada

No. Siento contradecir a los apátridas, a los «habitantes del mundo», a Rupert Murdoch y a Hayek. No arde igual la bandera republicana que la bandera monárquica. No es lo mismo ser iraquí que estadounidense, ser boliviana que estadounidense, ser vietnamita que estadounidense, ser indio que inglés, ser congoleña que belga, ser tupi guaraní que español.

No sólo necesitamos reivindicar la memoria democrática de aquellos y aquellas que defendieron la legalidad, recordar y abrir las cunetas llenas de muertos, descubrir placas con los nombres de los que tacharon y borraron los sediciosos. Sino también reconstruir la historia, ese relato del que siempre desaparecemos. O aquello de en el fresco soy una de las figuras del fondo. Ahora viene la cita, porque «tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer».

Un poné: ¿Qué tal si le quitamos la R y la E a aquella mítica conquista de un territorio que nunca perteneció a ningún país llamado España? ¿Y si seguimos con el análisis sobre las características de esa invasión?: un nuevo territorio en el que el que fuese diferente era aniquilado físicamente o expulsado. Epistemicidio, exilio, desarraigo, una sola fe, una sola lengua. ¿Eran aquellas prácticas imperialistas las que luego se usaron en la conquista, invasión, expolio de aquel territorio que los indios cunas llamaban Abya Yala y sobre el que REPSOL cree mantener un derecho de pernada inalterable a pesar de la independencia y de los libertadores?

¿Pasa eso cada día en Palestina?

Tirando del hilo podríamos llegar a esa bandera que ondea frente al muelle y a su historia. ¿Es esa que cambió un aguilucho por el emblema borbón? ¿Es la misma que vemos en pulseritas, en politos, etiquetas, en correas de perro? ¿Es aquella que representa el orgullo patriota frente a los nacionalismos menos buenos? ¿Son esos patriotas los que aparecen en papeles de paraísos fiscales? ¿Son los mismos que impugnan el izado de la tricolor? ¿No sería más coherente que mostraran en sus pulseras banderas de Panamá o de Suiza?

El concepto de nación que manejan muchos patriotas ¿es estrecho?, ¿es heredero de aquel que se forjó en la conquista de Al Ándalus: una religión, un idioma, un sólo acento, una bandera, un equipo de futbol, un sólo sentido común, un sólo columnista de opinión preocupado porque el país se rompe? ¿No es verdad que esos patriotas son los que la ilustrada Europa Central llamaba y llama vagos, corruptos, perezosos? ¿No recuerdan los patriotas aquello de «África empieza en los Pirineos»? ¿Es la realidad plurinacional del estado tan ignorada y ocultada como el dato estadístico que afirma que la gente enferma y se muere más en La Viña y Santa María que en Bahía Blanca? ¿Estaré idealizando como «tierra sin mal», como hacían los tupa guaraní , la República?

Demasiadas preguntas para un panfleto que «está con el retrovisor de la Historia constantemente y mira al pasado«, ¿verdad? Analicemos. A ver. He usado todos los tópicos del perro flauta extremista (vulgo «rojo peligroso)»: «memoria democrática», «legalidad», «cunetas» «sediciosos», «Al Andalus», «Panamá», «Suiza», «plurinacionalidad». He citado a Walter Benjamin y el principio de Q, novela panfletaria donde las haya. He osado poner en cuestión el relato del «descubrimiento de América». He criticado la política económica de una de Nuestras Empresas a las que los dictadores no dejan trabajar en paz.

Una ordinariez.

Ahora sólo me falta denunciar la violenta forma del establishment y de los editorialistas de recibir estas críticas. Y me gano un editorial o la mofa de uno de sus opinadores:

—Porque todo el que critique las apariciones en papeles de empresas offshore y pida dimisiones, censure los safaris, cuestione la monarquía, la cría de toro bravo, señale los intereses de la prensa comercial por desestabilizar a una corporación municipal, o quiera homenajear a representantes públicos fusilados por sediciosos es expulsado al CIE «Zona del no ser», en estrictos términos de Franz Fanon. Y da comienzo la desfachatez de los intelectuales patrióticos: «va contra la libertad de expresión», «es un nazi», «o una feminazi», «se financia por Irán o Venezuela». «Es un vago, perezoso, corrupto o un resentido». «Alguien que vive del PER». Y en las series de televisión sale haciendo de criada o de gracioso. O incumple la ley homenajeando a gente que nadie recuerda.

La desmemoriada versión 3.0 es una declaración de un representante político: «Con los problemas que tiene la ciudadanía la polémica es una ofensa a la inteligencia». Y un contencioso administrativo por izar la bandera. ¿Podemos analizar a fondo estas dos versiones de bloqueo a la memoria? ¿Podemos medir la celeridad del juez para dar orden en el cronómetro de la Historia?

No. De momento.

Por eso es importante que la tricolor haya ondeado en el ayuntamiento de Cádiz. Aunque sólo sea por una horas. Se lo debemos a los muertos. Y a este país.

Fotografía: Jesús Massó