Tiempo de lectura ⏰ 4 minutitos de ná

Eduardo flores i

Fotografía: Jesús Massó

Estimados Magos de Oriente:

Recordarán que el año pasado -así como el anterior, el anterior del anterior, y así-, manifesté mi deseo de recibir una Harley Davidson 883 Iron, como recompensa por haber sido -lo creo hoy como lo creía entonces y en tantas otras ocasiones-, desde un punto de vista objetivo y desde la reflexión más honesta, ya digo, por haber sido, como lo sigo siendo, bueno, en general, y algo sufrido en particular.

Eso pedía. Sin embargo, y todo apunta que a juicio de Sus Majestades, la bonhomía de servidor, me consta, ya que sigo haciendo uso del transporte público -espero que el Kichi se sienta tan orgulloso de mi civismo como se sentiría Carmena- no habría alcanzado la cuota mínima de bondad necesaria para ver la mañana del seis del uno en mi salón la ansiada motocicleta; también puede ser que no pasaran -lo pienso ahora- desapercibidos ciertos pecadillos o meteduras de pata, casi siempre relacionadas con la confusión y la ingenuidad y no con la mala uva. Lo entiendo. No pasa nada. No pasa nada. Sus majestades son Reyes y son Magos y deciden.

También este año, y ante la inminencia de toda la parafernalia del último mes del calendario, mucho antes de que se hablase sobre alumbrado navideño en mi ciudad como si realmente se tratase de algo tan importante, pensé -frívolo pero ya escéptico- en los placeres que me serían dados al verme cabalgar a lomos de la Harley Davidson 883 Iron, ya fuera sobre el asfalto de las distintas avenidas que son una o por los adoquines del Cádiz viejo, siempre a una velocidad acorde a las normas y atento a los rojos, ámbares y verdes de todos y cada uno de los semáforos de todas esas avenidas que son una. Sólo lo pensé. Y luego lo descarté. Y como ya El Corte Inglés se había engalanado enrojeciendo días de almanaque e inflaba de deseos el ánimo de mis vecinos, se me ocurrió que quizá en esta ocasión, y en la misma línea de los deseos y las peticiones, haría algo diferente: redactaría una carta en la que manifestar, no ya por desilusión y falta de espíritu, ni siquiera por mera resignación, manifestar que no, que de entre todos mis deseos a conceder por Sus Magas Majestades, no tuviesen en cuenta el de mi Harley Davidson 883 Iron, así como yo trato de alejarlo, la querencia de tan formidable montura, de mis pensamientos.

Este año les pido, y ahora sí con cabreo -lo que me costará, dado lo tiquismiquis del criterio de la Realeza que también es Mágica, sólo equiparable a lo innecesaria y costosa y ridícula de la realeza que es española y que no es ni mágica ni na de na, mi Harley Davidson 883 Iron, en los años por venir-; y ahora sí, con la rabia propia del que cree que no es este el mejor de los mundos posibles, que no es poca rabia sino mucha y proporcional a la gravedad por las carencias y estupideces que hacen de este mundo uno muy diferente del mejor de los posibles, a riesgo de parecer una Miss Universo, una con mala hostia y peores formas, les pido, a Sus Majestades de Oriente, que no se muevan y no vayan a ninguna parte, lo que aquí se conoce o como se dice -Sus Majestades sabrán de la expresión-, ¡quietos paraos! Quédense en su oriente, que falta les hace.

Este año, en el que también he sido bueno, y que por hache o por be, también me ha tocado pasarlas putas, como a tantos, les pido a Sus Majestades que aparquen camellos en Alepo, por decir, por señalaros en el mapa donde los deseos son necesariamente de paz -que es lo que pega en estas fechas, lo que nos deseamos unos a otros, más por costumbre que por deseo propiamente-, por señalaros donde -me extrañaría mucho que Sus Majestades no estuviesen al corriente- la estupidez genera las carencias de un mundo que no es ni de lejos el mejor de los posibles, por señalaros lo que, no por obvio es menos inquietante, a todas luces es un insulto a la supuesta inteligencia de la única forma de vida inteligente hasta hora conocida en el universo, viajar para regalar de oriente hacia occidente, donde nos sobra tanto que olvidamos lo que nos falta, que es mucho, y que ni se mide ni se pesa.

Sí, como una Miss Universo, una más bien encabronada. Una que ya no pide la tan traída y llevada Harley Davidson 883 Iron en típica carta a Mágicas Majestades, sino que, conocidos son los prodigios a partir de lo del incienso, la mirra y el oro, hará ya de eso unos dos mil años, una Miss Universo más bien hasta el coño de leer en periódicos -una Miss Universo que sabe leer, ¿qué pasa?- o ver en informativos -que también ve informativos, ¿qué pasa?- noticias sobre mujeres asesinadas por hombres, pide, porque a esto de pedir en estos casos -menos una Harley Davidson 883 Iron, que ya está fastidiado-, no se le pone límites, decía, pide, digo, pido, teniendo en cuenta lo inevitable de un zanahorio Trump gobernando el mundo, equilibren la balanza del bien y del mal como mejor crean oportuno, sea tal vez haciendo de Europa algo más que una Vieja Idea Alocada de Justicia, Igualdad y Fraternidad, a lo que sumar Solidaridad; sea instalando la Utopía en el corazón de la subespecie humana que ocupa el primer mundo, aquiescente y recelosa pero sobre todo aterrorizada, subespecie cada vez más conformista e inoperante; sea llenando las plazas de nuevo como ya ocurriera en un remoto y mítico quince eme, por cada injusticia, por cada burla de quienes nos gobiernan, por todos y cada uno de los muertos inocentes en las guerras que financiamos.

Sí, queridos Reyes Magos, como una Miss Universo, una a la que la realidad le pesa, os pido la paz en el mundo. Ya puestos a pedir.

Tiempo de lectura ⏰ 5 minutitos de ná

Eduardo flores

Ilustración: pedripol

Cuando la información no es más que un producto, con precio y peso propio, se dan fenómenos tan graves como por ejemplo la desinformación en la que flotamos -diríase que las imágenes y las palabras, literalmente, resbalan por nuestra piel, hasta caer en un charco de olvido-, con respecto al día a día infernal que se vive en Alepo. Ni tú ni yo lo sabemos, sin embargo, cada día de esos que se suceden, yo y tú, morimos un poquito más; por muy lejos que nos quede Siria.

No hará ni media hora que un fulano ha acribillado al embajador ruso en Turquía en nombre de Alá. Me ha sido del todo inevitable la anotación: «¡Nosotros morimos en Alepo, vosotros morís aquí!» Ha dicho. ¿Terrorismo? ¿Quién está muriendo en Alepo?

Se podría decir que es un conflicto complejo, que son innumerables los distintos bandos contendientes, podría incluso detenerme por aquí y tratar de especificar cómo es este todos contra todos en el que lo peor de lo peor es que mueren los de siempre, quienes nada querían saber de guerras. Así es, para que nos hagamos una idea, en la batalla de Alepo, como ya se la conoce, de tanto plomo y escombro, no cabe un pelo de coño. No es difícil entender pues que la carne humana -exacto, niños, hombres y mujeres, ancianos, todos, que tenían nombre propio y seguro alguien a quien amar-, haya quedado hecha un amasijo maloliente en una inasumible mayoría de víctimas ajenas al hecho de disparar o no un arma. Tampoco lo es que los medios no nos ofrezcan una perspectiva desde la que valorar en qué nivel de degradación se encuentran todos esos propósitos internacionales por la paz que siempre se quedan en eso mismo, propósitos, y nada más; del desglose del precio final de una información se deduce que a Menganito Press -entiéndase muchacho/a cámara o libreta en mano- no le renta el asunto de respirar polvo de escoria bajo la lluvia de metralla y el manto permanente tejido por los proyectiles del siete setenta y dos que se estila en esas regiones; otra cosa, muy importante, en esta guerra nadie quiso cámaras, jamás, y nadie empieza por Bashar el Asad. A día de hoy las cifras, tantos miles por aquí, otros tantos por allá, de combatientes, de población civil, de evacuados o no, de rebeldes y fuerzas gubernamentales, de castañas de racimo y aviación rusa o turca o yanqui, de grupos y subgrupos, yihadistas o no, a día de hoy, lo cuantificable, en cualquiera que sea el medio que pretenda vender la información que tú o yo consumimos al respecto, es directamente proporcional a la masa de la mentira o producto periodístico con que se pretenda dar otro pasito en este sinsentido.

Lo cierto es que la batalla de Alepo es el momento cumbre en el deseo de un hombre que vio frustradas todas sus ambiciones de poder cuando el pueblo se le echó a la calle pacíficamente y en forma de protesta. Bashar el Asad puso las barbas a remojar no sin antes magnificar islamizando el problema que sólo él y los suyos acusaban. Y se la jugó a doble o cero. Ya entonces respondió soltando a los perros de la guerra. Ya entonces la información era falseada. Ya entonces, y como ocurriera allá donde asomase la quimera que acordamos en llamar primavera árabe, los gobiernos de los países que sí tienen la fuerza para mantener la paz, para contener esta pulsión que no por aberrante es menos humana y que no es otra cosa que la violencia acumulada y dirigida en sentidos e intereses muy concretos, la guerra; esos gobiernos, sí, esos que «juntos» se hacen llamar Naciones Unidas, ya entonces, cuando emergió la primavera en Siria, como Menganito Press con su desglose -en el que no le salían las cuentas-, calculaban la renta de lo que habría de llegar. En la parte del albarán en la que claramente se especificaba la ingente cantidad de casquería, en víctimas inocentes contantes y sonantes, lo trágico del resultado no fue escollo para dejar correr como se dejó, por decir -es un ejemplo entre otros muchos casos-, la ira de quienes se abanderaron en lo que tarde y mal conocimos como Estado Islámico.

No. No nos hacemos la más mínima idea de lo que está ocurriendo ahora mismo en Alepo. Pero allí morimos cada día, tú y yo, un poquito más. Y puestos a imaginar. Ninguno de los pactos de alto el fuego se ha respetado. Son inexistentes los corredores humanitarios, las vías de evacuación de personal civil no combatiente y de suministro de alimento o agua. No. No existía el más mínimo interés en destruir a Estado Islámico -de otros grupos surgidos del mal en otro tiempo, renacidos, renovados, rearmados, Al Qaeda, ni hablamos-, ya que toda la energía de la fuerzas gubernamentales apoyadas por Rusia e Irán, sin olvidarnos del enigmático papel de la aviación de los USA, ha sido dirigida única y exclusivamente a combatir a quienes sí suponían una alternativa real al gobierno de El Asad, lo que se ha puesto en común llamar ejército rebelde y que, muy probablemente, no sea otra cosa que la oposición primigenia pero infinitamente más radicalizada -y armada, de la noche a la mañana, de forma misteriosa, común denominador en la inestabilidad de las primaveras que son árabes-, de cuando aquello de las protestas por 2011. No. No existen cifras de muertos reales en calidad de «daños colaterales». Y no, es indescriptible, no, Alepo no es una batalla en una guerra civil. Es mucho más. Alepo deja a la Bagdad de 2006 a la altura de un jardín de infancia, un parque de bolas con cafetería. Las posiciones ocupadas por las piezas mayores, el rey y la reina, Rusia y EEUU, pasando por el alfil de Turquía -que también lleva tajo del asunto, léase más arriba cómo en nombre de Alá…-, que veía resuelto bomba va bomba viene, propias y ajenas, lo suyo con los kurdos, de buenas a primeras, apuntan a que cada movimiento hasta llegar al Alepo cadavérico de hoy, nada tiene que ver ni con primaveras ni con Bashar el Asad o Estado Islámico.

Nada cambiarán estas líneas motivadas tal vez por la confusión de saberse uno caliente y bajo techo a las mismas puertas de las fiestas navideñas mientras un niño, en un sótano de Alepo, reza a su dios rogándole que el próximo pepino caiga, si puede ser, un poco más lejos que el anterior, el que se llevó por delante, quizá, a parte de su familia. Pero es tal el silencio. Tales son las mentiras identificables en el redondeo de cifras o en las declaraciones de intenciones.    

Mientras tanto el imperio entrona a un demonio. Mientras tanto resurgen las derechas en Europa. Mientras tanto el imperio anterior se la mide con el resto del mundo y dice Brexit, por no decir: os odio, diferentes, extraños. Que en el fondo es muy parecido a lo que se escucha esta noche en Alepo. Pero allí primero con un silbido y después con una explosión. Como respuesta sólo se agudiza un llanto, desde la polvorienta soledad de un sotano.

Tiempo de lectura ⏰ 5 minutitos de ná

portada dossier especial 3

Cuando dijo aquello de heteropatriarcado, como cazar moscas es terriblemente incómodo, y el silencio nos azora, todos, al unísono, ladraron a la vez que llevaban sus manos a la cabeza.

Pecado mortal para el peatón de nuestro tiempo es la ignorancia.

Cuando dijo aquello como respuesta tuitera a la matanza de Orlando propios y ajenos opinaron en su mayoría a la contra, unos en titulares otros vía red social.

La ignorancia nos hace presos voluntarios de nuestras circunstancias. Nos abochorna el silencio. La vergüenza y la ignorancia se manifestaron, como un puñado de sal en una herida.

Sucedió en Orlando que un fulano, Omar Siddique Mateen -norteamericano de papás afganos-, se pasó por la piedra picuda a medio centenar de personas y dejó más mal que bien a otro medio centenar de unos trescientos que celebraban una party gay latina en el club Pulse. Después la policía le dio matarile, como suele ser frecuente en estos casos. En declaraciones, su señora, tal vez sorprendida, nerviosa, seguro -la imagino ante el micrófono-, dijo: «yo lo único que sé es que me molía a palos». El muy cabrón. Y el padre de la criatura homicida: «¿Por religión? ¿Mi niño? Mire usté, a mi chaval lo único que le pasaba es que era más malo que arrancá».

Las primeras informaciones llevaban a la confusión. Se abrió un debate tan absurdo que -para variar- los muertos dejaron de ser víctimas para no ser más que un buen puñado de carne picada con la que modelar la opinión y el miedo. Un frente defendía que se trataba de un ataque homófobo; otro frente que un atentado terrorista. Absurdo debate. Todavía Alberto Garzón, líder de IU ahora en confluencia con Podemos en Unidos Podemos, no se había pronunciado. En lo político, donde las barras y las estrellas, cada uno llevaba el ascua a su sardina mientras los muertos humeaban y vertían por los ojos de buey recién abiertos en su piel coágulos de incomprensión arterial.

Y si lo muertos ya importaban un carajo, fue cuando Garzón tuiteó «Mi apoyo al entorno de las víctimas de Orlando y de las dos mujeres asesinadas en 24 horas. Víctimas de la misma lacra: el heteropatriarcado.» que lo que importaba un carajo era si existía el sentido común o no, si realmente esta sociedad deseaba un futuro mejor en el que la violencia se redujera a un mínimo que pudiésemos asumir como inevitable o no.

En el palo mayor de un barco llamado Cádiz ondeaba la de los siete colores poniendo de muy mala leche al facherío local.

Reconozco que suelo tardar bastante en rumiar el pasto. Iba de la noticia al tuit y del tuit a cualquiera de las muchas majaderías que se vomitaban ya fuera en Twitter o Facebook. Me sentía desconcertado. Suerte que siempre haya quien con su anhelo retrogrado acompañado de un excelente uso de la lengua y un ojo perfectamente adiestrado en lo oportunista te hace entrar en razón. En fin. García-Máiquez y su columna en Diario de Cádiz.

Viene a ser el heteropatriarcado ese modelo sociopolítico en el que una familia ha de estar compuesta en origen por un hombre y una mujer y en la que el hombre es el masca y su autoridad no sólo es ejercida de dentro hacia fuera sino que también de fuera hacia adentro; por lo que en dicha sociedad, el hombre, siempre es el masca, se lo mire por donde se lo mire, llegando a influir esto en todos los ámbitos de la misma afectando no sólo a las más sencillas relaciones humanas sino determinando invariablemente las posibilidades laborales y mandando a tomar por saco aquello de la igualdad entre hombres y mujeres. Si eres maricón ya ni te cuento. Bien. Dicho esto, el heteropatriarcado es el modelo impuesto en nuestra sociedad por su tradición judeocristiana siglos ha; es como vivimos, en perjuicio de todas aquellas señoras que adoramos los hombres que adoramos señoras, de un modo más que demostrada e inequívocamente erróne. Bien. Y dicho esto, el heteropatriarcado a nivel jedi es lo que practica esa forma destructiva de entender la religión de los islamistas; de hecho, es la desviación de los códigos jedi de conducta heteropatriarcal lo que mueve, por decir, a los simpáticos -para quienes el cultivo del miedo es fuente de ingresos y de poder- cabroncetes de ISIS o Al-Qaeda; y no otra cosa. Recomiendo leer al respecto La torre elevada de Lawrence Wright, editorial Debate.

Es el heteropatriarcado responsable directo de que fulano Siddique -el mismo, recordemos, que gustaba de calentar a su esposa- decidiera que aquello de todos esos mondrigones mordiendo mostachos y boyeras y todos tocando palmas por los Village People estaba pero que muy mal y que había de poner plomo de por medio. ¿Un acto de terrorismo? Algunas fuentes informan que DAESH lo ha reivindicado. Es terrorismo. ¿Un acto extremo de homofobia? Válgame el Señor que lo es. ¿Un crimen de lesa humanidad? Qué si no. Una matanza. Es. Barbarie. Pues también.

Muchas cosas se dieron en el momento en que el norteamericano Siddique apretó el disparador de su arma. Y todas ellas, horribles, representan el mal en nuestra sociedad; un mal originado en una concepción divina de la forma de ordenarnos; muy a la contra de lo que nuestro organismo, en los físico y mental, como especie, realmente determina.

Pero Alberto Garzón, que a todas luces se equivoca, no sólo señala Orlando en su tuit.

El malvado comunista que viene a destruir España, el planeta y el universo, se hace eco de una noticia que hasta entonces ni siquiera lo era y que después, pues tampoco: dos mujeres muertas por la mano de sus maridos. Dos mujeres más asesinadas por sus maridos. De nuevo dos mujeres fueron asesinadas por el hombre con quienes un día decidieron compartir mucho más que la vida. En España dos mujeres se suman a la ya infinita ristra de asesinadas en lo que se podría considerar un feminicidio sistemático de una sociedad en la que todavía predominan modos y formas de organización a nivel legislativo y jurídico cuando no ético y moral en la que el hombre, todavía, es el masca, sobre y a pesar de la mujer.

Relacionaba así dos patas de una misma mesa comida por la carcoma.  Cometió el error. Dijo heteropatriarcado (a riesgo de pecar de reiterativo he decidido repetir tantas veces como me fuera posible el término heteropatriarcado; contribuyo así a que cuantos lean esto no caigan en el ridículo en el que al parecer Carlos Herrera -prohombre de los medios radiofónicos y ejemplar sinvergüenza- se ha partido la espina de la credibilidad en su programa de la Cope).

Alberto Garzón cometió el terrible error de esperar que quienes seguían su cuenta de Twitter no fueran tan ignorantes como, a los hechos me remito, finalmente han resultado ser. El error de haber reflexionado en voz alta y en demasiada profundidad.

Obviamente, la influencia de lo heteropatriarcal, también nos hace más ignorantes; entre otras muchas cosas.

Cuando dijo aquello de heteropatriarcado, como cazar moscas es terriblemente incómodo, y el silencio nos azora, todos, al unísono, ladraron a la vez que llevaban sus manos a la cabeza.

Y coño, a estas alturas, es una pena.

Fotografía: Jose Montero

Tiempo de lectura ⏰ 5 minutitos de ná

cansancio

El pecado original, lejos de corromper al hombre, lo hizo libre;

fue el comienzo de su historia.

Erich Fromm

Lo que ocurrió realmente fue poco a poco y minuciosamente atenuado por quienes temían; y temían porque debían.

Lo que ocurrió realmente aún late, aunque sin ritmo.

Lo que ocurrió realmente y siguió el camino inexorable de la política devino cansancio, frustración; llegó el día a día, y no pocas elecciones con sus nuevos partidos.

Pero había algo más. Era que lo que ocurrió realmente, de algún modo, seguía vivo, medio muerto, aletargado; pero vivo, así como un cormorán barnizado de chapapote.

Lo que ocurrió realmente fue que la gente en un único y ya mítico acto de verdadera rebeldía salió a la calle a cagarse -con buenos modos y costumbres- en los jachibibi de los mismos que han sido siempre los mismos y que nunca fue la gente. Cuando llegó la política lo que ocurrió realmente cobró el color del peligro y no pocos -porque son minoría pero no pocos- dijeron que hasta ahí podíamos llegar. Vaya hostia, decía Rita; a punto estuvo Esperanza de volver a lo de los calcetines, de hacerse un Fausto con tal de que aquellos que eran gente no llegasen donde sólo los de su rango arterial tenían un sitio. No se lo creían.

Lo que ocurrió realmente y que después se instaló en la política en forma de partido -cuyo rebufo quiso aprovechar el jovencito y falso Kennedy con esa especie de gin tonic a lo moenno de un color naranja Ikea-, se fue apagando y los que temían pusieron toda la carne en el asador. De algún modo lo consiguieron. Ya por último Mariano dijo aquello de virgencita del Carmen, Pedrito sacó pecho, Albert calculó con su corazón de izquierdas-neoliberal-católico-laborista-yloqueseasipillocacho a cuánto cabían entonces con lo del pechito de Pedrito -ahora sin corbata-, el socialista; y el coletas, deteriorado por la edad electoral, que ahora dirigía en lo político lo que ocurrió realmente, no supo o no quiso -sin saber si acertaba o erraba, que en el juego nadie parecía muy bien saber que si farol u órdago a la chica- seguir jugando. Y tiró la puta al río.

Pero lo que ocurrió realmente -que es lo que interesa-, y que sigue vivo, tenía más que ver con la ciudadanía que con la política. Claro. Era lo acojonante del asunto. Tan grande fue después la confusión. Tan desproporcionada la mala leche de esa cabrona minoría que son tantos y que son en Europa y en el mundo entero. Estábamos de crisis hasta las orejas cuando lo que ocurrió realmente se imprimió en las páginas de los periódicos, cada cual contando de la singularidad lo que les dio la real gana, como cuando lo de los cuerpos en los andenes y los trenes reventados. No sólo se llenaron las plazas de una piel de toro partida en dos y todavía con olor a moqueta de El Pardo y entrepierna de pantalón de pana de la Transición; aquello se reprodujo, como la mutación benévola de un virus a la contra. Ignoramos si fue una última oportunidad.

Lo que ocurrió realmente debió -debe- repetirse, al margen de la política o de los colores en ella. Tenía que ver con la sonrisa, y eso era bueno. Se había ganado una batalla. Se mantenía la guerra -porque es una guerra, sin armas al uso, pero con millones de muertos, muertos por dentro y por fuera, toda clase de muertos-. Fiel a su costumbre la gente pensó que después lo suyo era sentarse a esperar -somos criaturas de costumbres-, que es otro tipo de muerte. Que la gente se siente a esperar es lo que esperan esos muchos que son una minoría y que siempre estuvieron ahí enmendando y envenenando con la insidia de su oficio, que es el poder y el control y las cuentas en los paraísos artificiales, echando de vez en vez y para que la cosa no se vaya de las manos los perros contra los perros, cánidos instrumentalizados y cánidos amordazados, pero canes todos ellos, para quienes la sumisión y la obediencia son signos claros de armonía en la sociedad; canes, perros, que es el término empleado en el lenguaje para la intimidad de quienes habitan lo oscuro.

Sepan que lo que ocurrió realmente tenía que ver con la sonrisa; pero con una sonrisa futura, y no esa que nos quisieron imponer donde los fenicios, luego los romanos y después Teófila. Tiene que ver con la sonrisa del futuro, la de las generaciones venideras, una sonrisa utópica cuyo origen sólo puede darse como se dio cuando ocurrió lo que ocurrió realmente. Tampoco es una sonrisa de eslogan, no se confundan, porque escribo sobre una sonrisa de la gente (esto de gente que parece manido por el abuso no deja de ser una realidad, al igual que lo de casta, aquí no vamos a ser originales), y no una para dibujarla en la cara de fulano en un mitin. Que esto no va de política. Sepan que lo que ocurrió realmente es de lo poco que nos podemos sentir orgullosos y podemos enfrentar a la barbarie del terrorismo dirigido, los cuerpos cetrinos, hinchados y muertos sobre arena mediterránea de playa y las alambradas de tres cuartas partes del mundo.

De lo que hablo cuando escribo sobre lo que ocurrió realmente es de la gente echándose a la calle para decir somos muchos. Para decir, por ejemplo, os vigilamos. Para decir, qué cosas, que queremos y sabemos que casi todo se puede reinventar, hasta la forma de vivir, la forma de gobernarnos. Salir a la calle para decir que nos declaramos antisistema sin cresta de colores y cadenas porque el sistema no es que no nos guste, es que nos está jodiendo las costillas. Todos, ancianos y jóvenes, nuestros niños que serán nuestra gente del mañana, para que vean y sean mejores que nosotros, que dejamos la pelota caer. Salir a la calle, que es lo que ocurrió realmente y lo que deberíamos repetir. Para ocupar los espacios hasta el punto de que les sea inevitable, a ellos, tener que mirarnos a la cara y no puedan refugiarse en los oscuros salones. Salir a la calle. Que se muere en el Mediterráneo porque se huye de una guerra lejana y absurda, a la puta calle a gritar. Que se negocian terribles acuerdos comerciales entre las orillas a uno y otro lado del Atlántico, a la calle, a decir que ni mijita hasta que sea ni mijita sin condiciones. Que algún iluminado nos quiere mandar a Laponia o hacernos creer que debemos conformarnos con lo que éramos y hacíamos cuando el siglo del humo y la tuberculosis, insisto, a la calle. Ya gobiernen azules, rojos, naranjas o morados. Sin más amenaza que la que impone la determinación de desear con fuerza y por justicia. De lo que hablo cuando escribo sobre lo que ocurrió realmente es de parar la máquina el tiempo suficiente para pensar y creer, de un quince eme permanente, de una celebración de la libertad, la igualdad y la justicia. Ya nos sirvió de algo. Que no se quede en la política, que es necesaria, por supuesto, pero no suficiente. Vayan a su colegio electoral el veintiséis, pero antes vamos a recordar por qué lo hacemos.

Una aclaración al margen: No soy periodista. No me dedico a la opinión profesionalmente. No cobro por esto. No defiendo o escribo para ningún partido. Sí soy un particular que escribe dónde y cuándo le sale de los mitocondrios, por necesidad y responsabilidad y porque le da la real gana. Quien se sienta afectado por ello creo conveniente comunicarle que por lo que a mí respecta… vamos, que se joda; que si el cinismo va bien para la conciencia y la salud mental, también va muy mal para las tripas.

Fotografía: Jesús Massó

Tiempo de lectura ⏰ 5 minutitos de ná

portada grafiti ojos

Vamos a estar de acuerdo en que no queda nada bonito que un alcalde se posicione a favor de la criatura que vende el pescao de forma ilegal y sin controles sanitarios en plena calle menospreciando de algún modo la labor policial realizada por los agentes de la Local y perjudicando a los comerciantes que en el marco de la legalidad y bajo estrictos controles sanitarios ofrecen el mismo género. Vamos a estarlo.

No queda nada bonito. Vamos a estar de acuerdo.

Por mucho que antes calificase la actuación de los policías de impecable.

Nada.

La respuesta terrible es la siguiente (La Voz de Cádiz 22/05/2016): «Desde mi punto de vista la intervención de la policía fue impecable (lo que yo decía). Por eso no entiendo que denunciasen (a los que grabaron el vídeo de la polémica, porque claro, ahora se pueden denunciar estas cosas, lo saben, ¿no? Ley Cabrona Mordaza, la llaman). Yo creo que no tenían porqué. No tenían que pedir excusas de nada porque lo hicieron fantásticamente (la policía lo hizo fantásticamente, Kichi dixit). Ahora bien, desde el equipo de gobierno y yo personalmente (opinión, consciente del cargo, se encontraba en su propio despacho), entre la denuncia y el que se busca la vida vendiendo pescado, me quedo con el que se busca la vida. Tienes todo el derecho del mundo».

Era el domingo anterior al cumpleaños de los ayuntamientos del cambio. Alguien llevaba la leña.

Indignados, los sindicatos -CCOO, CSIF, UGT y la Unión de Policía Local y Bomberos de Andalucía- representantes de trabajadores en los diversos ámbitos del Ayuntamiento, menos uno, exigen en documento colectivo la dimisión inmediata. Las ediciones digitales de los distintos medios de prensa escrita no tardan en hacerse eco de la historia. La urgencia es toda. Y la oportunidad, oh, qué oportunidad. Leña al fuego.

De poder preguntaría directamente a quienes se enfrentan a estas líneas por la dirección que toma su empatía al ver el vídeo de marras. Para ello tal vez no estaría nada mal recordar que un policía no es más que un vigilante imparcial del cumplimiento de las leyes. Para ser justos con una respuesta diremos también que el vendedor ilegal de pescado lo hace más que probablemente por extrema necesidad. Que tiene telita la cosa. Es duro.

¿Y si el problema tuviera sus entrañas muy lejos de aquella escena desesperada, lejos en el tiempo, lejos de La Viña?

No se obliguen a responder. Somos muy poco empáticos, la evolución es imperfecta. Me pregunto por el ánimo de cualquiera de los agentes implicados a la hora de ejecutar la orden, de aplicar la ley. Los imagino diciéndose el uno al otro, por lo bajini: «Pisha, esto es una cabronada». Yo es que soy muy preguntón, un ejemplo -y sin que venga al caso-, me pregunto cómo se tapa la superación de la deuda sobre el PIB con una bandera estrellada. ¡Cómor! También me pregunto: ¿Qué carajo pinta Albert Rivera en Venezuela? Cómo lloraba, el gachón, qué ange.

Un político ha de estar continuamente bailando entre lo que dicta su conciencia y lo que le es políticamente favorable, a él o a su partido. La norma, o hasta ahora así ha sido, es que el político se muestre, sobre todo, correcto y educado. Menos si eres del PP, claro, que si eres del PP te puedes mear en el fuego de cualquiera y aquí no ha pasao na. Pero hasta estos son correctos la mayor parte del tiempo, incluso cuando trincan, son educados y correctos. Vean a Albert Rivera -sí, otra vez él- alias «el jovencito Kennedy», que te da pimientos morrones o chipirones según se le pida, nadando siempre en el Ártico o el Antártico cuando los vientos de la honestidad orean la franja intertropical.

Si bien es cierto que el Kichi no es el jedi de los ayuntamientos patrios también lo es que su motivación, su impulso y su acción tienen que ver y mucho con la honestidad. Su torpeza en algunos casos provoca más la risa que cualquier otra cosa, como siempre ocurrió con los novatos. Cádiz no es el apocalipsis que pronosticaron, alguno ya podría quitarse el cilicio. José María González Santos (y esto no se podría decir en uno de esos medios malajes) es un alcalde motivado y sus ideales invitan al sueño, que nos es tan necesario (jamás me tomé una caña con él); señala una utopía, que nos podría llevar más lejos de lo que nunca nos atrevimos. Es una posibilidad que, justicia será al menos, necesita su tiempo y ni siquiera un cuarto del que tuvo la Madre de Dragones. Por supuesto, Kichi, is for you, sé uno de ellos y ponte a contar tus días en San Juan de Dios.

¿Qué le pedimos a nuestros políticos? ¿Qué les hemos pedido hasta ahora? Muy poco. Barra libre les dimos. Eso sí, que fueran correctos, que eso sí que lo pedimos, lo piden señoras y señores respetabilísimos, políticamente correctos. Que sean siempre hipócritas, vamos a dejarnos de pamplinas.

Honesto, sí, pero, ¿qué me dices de la economía sumergida?

¡Dioses! No me lo puedo ni de creé. Desde luego es un problema. De hecho el gran problema de la economía sumergida en Cádiz son los cuatro desgraciaos que se buscan la vida como pueden. A poco que uno se acerque al funcionamiento de lo policial entrará en contacto con expresiones como «niveles de presión». El abanico es amplio, esto es, se puede ser más o menos coñazo en según qué asuntos. Lo digo de verdad, vocear con unas cajitas a los pies para vender unas cuantas pijotas pone a la economía (ufff)… no quiero ni pensarlo, cómo la pone, la economía sumergida de las pijotas y los boquerones. No hablemos ya de salud. ¿Quién no ha echado las tripas sobre los adoquines en la «erizá», tan estrictamente supervisados todos esos sabrosos a la par que desagradables bichejos con púas?

Volviendo a la pregunta, a la elección entre los respetables policías locales y el desgraciao de la caja de boquerones. Sin darle muchas vueltas me voy a decantar por el muchacho. Es lo que le da a uno en el corazón. Así de fácil y sin levantar barbilla. Decir lo que dicta el corazón es ser honesto. El muchacho es víctima de unas circunstancias en las que probablemente poco o nada pudo hacer para que fueran otras. Es lo que se conoce como un desfavorecido (algo similar ocurre con los que llegan de lejos con los tímpanos perforados por el caer de los obuses, que también son desfavorecidos, y a los que también les cantamos aquello de «mucha, mucha, policía». Semos asín). Nada recrimino a los agentes, que del boquerón se quedaron con lo más amargo. Opositaron muy limpiamente para pertenecer a uno de esos oficios que son mal necesario, me conozco el percal.

Apostaría a que lo que acaban de leer es lo que pensáis muchos de vosotros, lo que os decís en la intimidad de vuestra carne o lo que acodados en la barra defendéis con vehemencia. Aunque nos irrite esta tara nuestra de ser de vez en vez un poquitín humanos.

Si vamos a estar de acuerdo en que el gesto del Alcalde de Cádiz no estuvo nada bonito puede que tal vez haya llegado el momento de replantearnos los cánones de lo bonito.

También podemos llegar a un acuerdo y decir -para no ser más tontoelculo- que, en una misma respuesta, el Kichi de Cadi, alabó la labor de la policía de la ciudad a la vez que se solidarizaba con quien la fortuna había colocado en La Viña con unas cajas para vender pescao. Y ya quieran sindicatos hacer política con el asunto o los periódicos desaprovechar tinta con cicuta, ay, la verdad es, que pasar, no pasó na, y las palabras del Alcalde, por honestas, ni siquiera fue traspiés.

Miren hacia arriba, busquen, sindicatos, tan aguerridos que somos, donde saben que de verdad van a encontrar. No hay cohone.

Fotografía: José Montero

Tiempo de lectura ⏰ 3 minutitos de ná

masso mochila completa

Por amor al olvido. Por la incomprensión. Por el ruido y la furia. Por la injustificada forma de miseria y por el abandono. Sin verbos. Hay islas en las que sólo viven las gaviotas. En Cádiz ocurre igual. Sólo viven los gaditanos. Y a duras penas, que es una jodienda. Esta naturaleza a todas luces insana es realmente el carnaval que todos admiráis y al que viajáis como hiciera Darwin y al modo del mismo. Por lo insostenible. Por la hipoteca o el alquiler. Por todo esto. Y porque reír nos lleva a la infancia. Aquí todos somos infantes con muelas que necesitan endodoncia y la entrepierna un polvo a tiempo. Las instituciones nos engañaron en el mismo momento de nacer. Sin un besito siquiera, el amor decían que nos hacían. Y da igual si creemos en el cambio o no. Verán. Ayer, pregón de la Feria del Libro. Así con mayúsculas. No recuerdo cuántas van. Todos, igual que antes, estaban para la foto. Las instituciones nos engañan. Con foto o sin ella, pero fotos se hicieron, para el engaño. «Los libros… Patatín patatán». Al micro. Nos suda el bajo vientre los libros, sus ferias con todos sus feriantes. Queremos un puerto, ya puestos, que dé trabajo y no jartibles y autobuses para jartibles. Un puerto con tráfico y comercio, que deja pasta, que da trabajo, que arranca de donde la piedra ostionera la tela de araña de la industria que reclama quienes tuvieron siglos ha y no se ven en los días que. Así que un puerto, permítanme que insista. Que no sea pa mamones que se dan el lujo de viajar como lo hacen los pobres. Eso queremos. Grandes Esperanzas. Y queremos, ya digo, ahora que no me oye nadie, buscarnos la vía vendiendo boquerones en La Viña sin que venga ningún hijo del cuerpo a librarnos del mal de dar de comer a nuestros chiquillos después del dolor de costillas de estar doblaos como morenas en adobo. Que mira que hay quien se lo lleva crudo por la parte del Caribe que baña Panamá. Así que por amor al olvido. Por un ponme una servesita me cago en to que esto no hay quien lo aguante. Por un ponle a éste otra, que ya te la pago yo, cuando me llegue la ayuda, claro. Por cien años de soledad o más. Porque la realidad es que no le vemos la coló, na más que el hartazgo de chupar las uvas de la ira. Hay un carrí… ay de Sanluca y al Puerto. Porque la realidad es a lo peor que vemos aquello de un quítame a estos pa poner a los míos, el carrí que vemos. Sí. Lo vemos o lo intuimos, que somos gaviotas abandonadas en una isla; un dodó, menos tonto, más mosqueao a veces, es lo que somos. Bienaventurados sean quienes arriben a playa en la barbacoa. Una cuestión populá. ¿Qué es más popular que la desesperanza? Pues por eso también lo hacemos. Porque nos la suda fría quién le pone fuego al carbono cuando el trofeo si después queda bien limpita la playa, na más. De algo tendrán que viví los columnistas rancios del Diario, ¿verdad, Fernando? Queremos curro. A un dios desconocido rezamos, queremos, uno que dé currele y no le gusten los paseos por la carrera ofisiá. Por los que se marcharon, marchan, a comer Frankfurt y a malvivir donde el frío y le Merkel, trabajo más torsío, válgame el señó, compañera, y por los mismos menos de mil euritos de aquí abajo, en el sur del Sur, en la grotesca quimera en la que ser felices significa renunciar, como a las mismísimas puertas del paseo más chungo de Dante, un particulá. Eso sí. No hay párrafos. Curro queremos, más que una primitiva, o casi. Y por eso lo hacemos. También. Destinatario, San Juan de Dios Square. Por amor al olvido de los tiempos que no conocimos. A la recherche… mira, hay quien, siendo gaditanito de a pie, el Cádiz C.F. y el Nazareno nos importa un colín o un cojón. Fitetú. Y por eso, también lo hacemos. Lo hacemos por no llorá o por aprendernos de memoria y sin salesiano guarrón de por medio la canción del pirata, las mil y una noches de. Una Hortensia Romero queremos. Y por eso también lo hacemos. Lo hacemos porque no hacíamos barcos y porque cuando lo hacemos los hacemos low cost de puertitas de casa paentro, precariamente subcontrataos, mano de obra ciega y sorda y agradecida, faltaría más, a quienes se mueven lo justo cuando empieza la campaña que dicen electoral, que ni es campaña ni se elige más a quien ponemos pa mangar. Por un puñado de boquerones, ocurrió en La Viña, qué penita y que doló, que cantaba San José el Camarón. En fin. Por un montón de cosas lo hacemos. Y porque queremos, qué cojones. Porque esto es Cadi, y aquí hay que… padecé, y no otra cosa. Por eso lo hacemos.

Fotografía: Jesús Massó