Tiempo de lectura ⏰ 2 minutitos de ná

14 de Abril de 1931,Proclamación de la II República Española.
Julio de 1936, Alzamiento militar y Golpe de Estado. Comienza la Guerra Civil Española
1 de Abril de 1939, Fin de la Guerra Civil.
4 de Mayo de 1939, Miguel Hernández es detenido.
28 de Marzo de 1942, Muerte de Miguel Hernández.

Sólo son fechas de nuestro pasado, pero son tan grandes las heridas que no se pueden leer sin sentir el dolor y la pérdida, la sinrazón y la tiranía.

Miguel Hernández entró en mi vida para no irse jamás. No sólo su obra me conmueve y me ilumina, también su martirio me llena de rebeldía, necesaria para luchar con ciega verdad contra la injusticia.

Miguel Hernandez
Eva Sánchez Rey

Porque a Miguel nos lo mataron con tres años de infames desatenciones y son sus últimos días los que le hacen gigante en mi interior.

Se certifica su muerte el día 28 de Marzo de 1942, en la cárcel de Alicante. El día anterior, Viernes de Dolores, escupiendo sangre de muerte por su boca, se despedía de su mujer que le había ido a ver, su Josefina. Le reclamó que debería haber venido con su hijo, su Manolillo, como si supiera que ya no habría más oportunidades. Esa madrugada, sobre las cinco y media, dejó de respirar. Cuentan que el olor a descomposición era tan inaguantable que los funcionarios y sanitarios de la cárcel no entraron a preparar su cuerpo para el sepelio y fueron sus compañeros presos los que le atendieron. Tumbado, deshabitado de luz, Miguel Hernández yacía con los ojos abiertos. Uno de sus compañeros, con un pañuelo en la cara como máscara, quiso cerrar esos párpados pero no pudo. Miguel entró en el ataúd de retales de maderas presas, con la mirada clavada en cielo como reclamando justicia a ese Dios en el que creyó, como reclamando venganza sobre los que le desatendieron, como reclamando inmortalidad para su lucha.

Sólo dejaron a cinco de sus compañeros llevarlo a hombros hasta el cementerio.

Cargaron su féretro. Detrás caminaban su familia y algún allegado para velar su cuerpo hasta la mañana del Domingo de Ramos que fuese enterrado pero órdenes de sombra negra impedirían que esa noche nadie pudiera acompañar sus restos. Los cementerios de muchos lugares centelleaban al alba con balas de sangre sobre sus paredones. Me imagino a Miguel con los ojos abiertos a la barbarie peleando contra las balas criminales del otro lado de la pared.

Esa mañana de domingo, en el nicho 1009, fue introducido por sus compañeros al grito “no le enterréis como a los curas” porque le habían metido con los pies por delante.

“Aunque bajo la tierra,
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.”
(del poema “Carta”, de “El hombre Acecha”, Miguel Hernández 1938)

A la Poesía que se vive. A la vida que se entrega. A Miguel Hernández, a quien tanto quise y querré.

Tiempo de lectura ⏰ 2 minutitos de ná

Por mucho que se haya escrito de la personalidad de Septiembre no deja de sorprendernos en cada uno de sus cumpleaños.

Me pasó desapercibido durante mis primeros 5 años. De ese período no tengo recuerdos de él ni de sus otros once hermanos. Sólo tengo recuerdos de calor y de frío, de hambre y sueño. También de primeros planos de caras que con muecas se acercaban a besarme. A mí me daban miedo.

Fue en mi sexto año cuando lo conocí. Desde el día uno se me presentó lleno de ilusiones. Todo un catálogo de promesas de novedad y de cambios. Me invitó a cuadernos y a lápices de colores donde empezar a pintar mi futuro.  Fue desde ese año que celebrábamos su aniversario con las mochilas cargadas de propuestas y con el incontenible deseo de hacer amigos. Daba igual lo querido que uno se sintiera el resto del año, cuando llegaba el cumpleaños de Septiembre nos preparábamos para gustar, para ser queridos y valorados, para ser importante para los demás. Hacíamos amigos con verdadera facilidad. 

Elicio post
Imagen: Eva Sánchez Ruiz en Pixabay

Todos sus cumpleaños los celebré con tremenda algarabía hasta que me sentí mayor que él. Empezó a importarme más los invitados que el anfitrión. Sentí que sus fiestas eran aburridas, un trámite necesario para poder llegar a las fiestas del resto de sus hermanos.

Pocos años después volvió a resurgir, sorprendiéndome con su inagotable vitalidad. 

Yo ya no era ni mayor ni pequeño cuando Septiembre me ayudo a comprender  que todos los años morían justo antes de su cumpleaños. Septiembre era el interludio entre el pasado y el futuro. Septiembre era presente atemporal, contenía todo lo pasado y todo lo que está por pasar. 

Septiembre no cambiaba y, sin embargo, conseguía cambiarnos a todos. Sus fiestas eran apoteósicas, duraban todo el mes y sacudían todos los ambientes. No había calle que no cambiara su voz y sus horarios. Pasaba por todas las casas soplándonos con su brisa de levante para quitarnos las cenizas del año muerto. 

Su invitación podía llegar en forma de mochila, de libros y papelería, de presupuesto, de armario abierto y maleta cerrada, de bota alta, de calcetín y de pijama, de hoja en blanco y tinta trémula, de letra errante, de música incompleta, de paciencia pedagógica, de carretera sin pintar, de refugio inexpugnable, de labios deseados, de pasiones nuevas, de viejas pasiones, de lucha y de sueños de victoria. Sólo era una invitación pero nos veíamos obligados a acudir a su fiesta. 

Esta vez estamos desconcertados. Le hemos visto pasar de lejos por la calle y hemos sentido su tristeza en la sombra de su cabeza baja . Había discutido con sus hermanos Julio y Agosto porque habían acabado con el presupuesto  que tenía la familia para los cumpleaños.

 A Septiembre no le han dejado celebrar  su cumpleaños.

¡Qué triste está Septiembre!

Tiempo de lectura ⏰ 2 minutitos de ná

Me levanto. No sé qué hora es. Avanzada la noche me dormí y aún está oscuro.

Hoy va a ser otro día igual que ayer. Igual que los últimos cien días pero no como los de antes.

Creía en mi capacidad de adaptación, en mi manera de lidiar con lo superficial y con lo profundo, pero no me conozco. No estoy preparado para afrontar este momento. Noto que estoy cambiando, una transformación interior hacia ningún destino. No sueño. No estoy. No soy yo. Funciono como un robot con poca batería y procesadores antiguos. Funciones básicas y actos mecánicos que lanzan mi cuerpo a quehaceres ordinarios. Todo es ordinario. Y todo es diferente.

Todo es ordinario
Fotografía: Fran Delgado

Las calles empiezan a recibir el primer masaje cardiopulmonar y responden resonando sus latidos en los pasos de las nuevas gentes. Pocas y enmascaradas.

Antes caminaba mucho, casi siempre a los mismos destinos, pero cada recorrido era un camino para llegar. Hoy los caminos son circulares para devolvernos donde no queremos estar.

Antes hablaba por teléfono todas las semanas con mi familia. La distancia sigue siendo la misma pero el espacio ya no es el mismo. Podrían parecer las mismas conversaciones pero no pueden serlo.

Antes hablaba con mi padres y abuelo dos o tres veces por semana sin que fuera necesario hasta que me acostumbré a oírles a diario.

Todo cambió un día. Parecía que iba a ser tan igual a todos los días de antes. Lleno de cosas tan ordinarias como extraordinarias. Pero no lo fué. El día de la noticia se paró el tiempo. Desde entonces los días no tienen veinticuatro horas ordenadas. A veces nadan en mares de aceite espeso y otros vuelan como bandadas migratorias.

El día de la noticia se paró el tiempo. Fue una llamada corta. El abuelo ha muerto y no podemos verle ni ir a despedirlo.

Cien días después sigo reaccionando igual en muchos momentos, tengo el impulso de llamarle, como antes, pero ya nada es como antes.

Hoy me despierto y sé que va a ser otro día igual.

Mañana y todos los mañanas van a ser iguales pero nunca más serán como los de antes.