Me dijo Maricarmen que un tema para este número sería la llegada del verano. Y entré del tirón: verano, menos ropa, operación bikini, dietas milagro… Durante años frustración y después, cabreo. Llevo unos meses investigando sobre la gordofobia. Sí, como lo oyes, el miedo, la aversión o el pánico a los cuerpos gordos -propios o ajenos- como parte contratante del sistema opresor neoliberal que no deja un resquicio sin penetrar en nuestras vidas. Este tema da para varios libros, así que, como llega el verano y tenemos que ponernos “ligeritos”, te regalaré una tapita de auto amor radical centrada en desnudar la disruptora “operación bikini”.
Lo primero que hay que aclarar es que la “operación bikini” nada tiene que ver con cuidarse o con comer escuchando nuestro cuerpo buscando su bienestar. Eso es maravilloso y sienta mejor que nada y ole tú si has llegado a ese punto de conexión contigo mismo. Y si no lo haces, por cualquiera que sea el motivo, tampoco mereces ser juzgado por los nuevos talibanes del “salutismo”. Que ningún señor de su concepto individual de salud ejerza un juicio moral sobre tu cuerpo y tu relación con él. De eso va la libertad en sus cimientos, de la propia carne.
Vamos al lío. Desde el mismo nombre, la “operación bikini” entra en el imaginario de lo militar, lo estricto, lo rápido y efectivo. Pobre cuerpecito nuestro en una operación militar, si él es pacifista y gusta de mimos, comida nutritiva y ejercicio moderado por naturaleza. Una operación militar que busca un resultado concreto: tener un cuerpo de bikini. Aquí el rizo de la perversión va girando sobre sí mismo y es que, para los difusores de este concepto, hace falta tener un tipo de cuerpo determinado para poder usar un bikini. Llamadme rara, pero siempre pensé que el objetivo de la ropa era abrigarnos, hacernos sentir confortables o adornarnos. Aquí se invierte la relación: es el ser humano, reducido al cuerpo, el que se pone al servicio del bikini para alcanzar la “dignidad” estética de enfundárselo. Que al final, y por las características minimalistas de la propia pieza, es la dignidad de mostrar el cuerpo en público.
Seguimos en la versión 5.0. de la concepción pecaminosa del cuerpo del medievo. Solo que hoy en día, el sistema de mercado descarnado, que es el mismo que sigue avergonzando nuestros cuerpos, nos ofrece las recetas y los productos -adelgazantes, reafirmantes, reductores- que nos harán tener un cuerpo digno del lucimiento. Como seguramente sepas, todo esto es mentira. Como seguramente sepas, esta lógica de consumo deriva en un mayor enfrentamiento con nosotros mismos, más carencias y más productos que nos seguirán prometiendo el sueño del bikini. El sueño del bikini que no es otro que el de la inmortalidad, del dejar de ser humanos, de no aceptar nuestra propia naturaleza que se va descolgando, se va hinchando, es profundamente diversa y va volviendo a la madre tierra de la que procedemos. Y hasta aquí. Por no meterme en los sistemas de sometimiento estético -otra forma más de violencia- dirigidos específicamente a la mujer, que ha sido la consumidora tradicional de este tipo de mensajes. Este año, en verano y como siempre, seguiré prefiriendo la playa nudista de Caños de Meca.