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Enrique alcina

Fotografía: Jesús Massó

El futuro ya está aquí. A la robótica gaditana le ha faltado tiempo. Ya tenemos los primeros prototipos. «Es una lata el trabajar», reza la canción de la redención de la fluorescencia programada. Conozco personas con más automatismos: esquiroles, arrastrados, asustaviejas, técnicos poco duchos en la materia, sumisos sacarinos, segundones. En breve, apenas notaremos la diferencia, recoja el catálogo de nuevos oficios, no será tan complicado adaptarse a las circunstancias. Algunos empleos no diferirán en exceso del esclavismo moderno. Otros, en cambio, envidiarán al pobre ser urbano, mayormente autónomo, entretenedor de amplias minorías, vulgo artistas de toda la vida, los especialistas en las bellas y en las malas artes. Chip prodigioso para los pintores de la luz, los juglares del silencio, los narradores del mañana y los animadores socioculturales. Los flamenquitos y los guitarristas de comparsas, los romanceros, los biomédicos, los cargadores de indios y los intérpretes del viento. A ver quién se atreve a manejar la barca de esta gente tan puntera e imprevisible. Así que en Cádiz, dios menguante, lo mismo salimos ganando y equilibramos lo que viene siendo este horror en el hipermercado, este robot a mano armada. Abstenerse banqueros de colmillo aflado, canallas del idealismo inmobiliario, trepas, virus que pierden el norton, proyectos submarinos sin aletas, tricuentenarios de la casa de descontratación, impunes e imitamonos.

No habrá color entre un oficinista perezoso y un representante de la tecnología del siglo XXI y la fe del siglo I. Los ministros del ramo preferirán un robot camarero, un robot industrial, un consejero delegado con la voz quebrada, un fraude fiscal de pitiminí, un siglo de estafados, qué sé yo, antes que un jardinero con ternura, un artesano de la mente humana, un corista sin gafas ahumadas, un perrito piloto, un pez sin adobo, una mujer valiente, un juez justo o el entrañable y malhumorado baranda de un ultramarinos enemigo íntimo del maldito amazon. ¡Amazon gratis ya, y al carajo los mandaos! No va a quedar ni el tato, me temo lo mejor. 

A continuación, por su interés informativo, revelamos la primera entrevista en exclusiva a un robot gaditano la mar de salado y poco común, un máquina retroalimentado por fogonazos de inspiración, cortes del fluido eléctrico, levanteras gordas, mala sombra y ángel incierto.

«No me gustan las banderas, ni las porfías estériles. No me gustan los intolerantes, ni los de ahora y ni los de antes. No me gusta la autocensura, el canto rodado, el humo y el funeralismo reinante. No me gustan las sectas venenosas, ni las diversas mafias locales que ocultan su verdadera faz bajo un manto de colores engañosos: la mafia del baile, la mafia cultural, la mafia periodística, la mafia política. Ni esta terrible  y caprichosa ola de infantilismo». 

«Me gusta el rock and roll y la inmunidad interplanetaria. Me gustan los intermediarios del vacío existencial, los que parten y reparten, los exiliados en su propia casa, los que no se empecinan en llevarse la razón a su terreno con tal de ganar una partida, con lo bonito que es empatar y perder la misma razón en un momento dado del día. Me gustan los que no confunden cultura con ocio, los ladrones honestos, los músicos que apenas conceden respiro a la tentación del ritmo sincopado, los que no se sienten dueños ni partícipes, ni cómplices, ni leches en vinagre». 

«No me gustan las listas de éxitos y fracasos, ni los superlativos, ni las ideas secas como torrijas caducadas. Oigo llover con arrepentimiento. Mienten luego existen los mismos de siempre. No me gustan los trabajos gratuitos, ni las horas extras, ni los pescados capitales. No me gusta la submención, palabro recién inventado que traducido resulta «hablar por bajini contra el adversario, y sin embargo amigo y así encender la mecha de la zona zafia del cerebro colectivo». 

«Me encanta la gente que no hace planes a los demás. Me gustan los carteles anunciadores de festivales por venir. Me gusta el sabor de la derrota que vendrá. Me gustan las tostás de la Venta El Pollo, que tienen delito: son como rotondas que no se untan, se dejan sobornar con manteca colorá. Si yo fuera rico no pediría un crédito ico. Por una letra. Gasten más bromas, vivan peligrosamente, muera la austeridad».

«No me gusta soñar con mis verdugos, que aparecen y se borran de la escena portando enormes espejos y sonrisas forzadas. No me gusta este cielo cuadrado y precario, ni la forma con que  algunos adornan sus ansias de justificar sus próximos pasos en falso. Odio los actos sociales, los conciertos a los que pocos vienen a escuchar, los insaciables. La procesión va por dentro. La música de hoy, heredera chunga del burbujazo triunfal, es puro concurso de karaoke. Me pregunto a santo de qué surgen tantos escritores editores si ya no quedan lectores en esta trepidante escena final de alegría y desempleo. Ya está aquí la Feria, la del vino y la del libro, ya sabemos los nombres y apellidos de los damnificados: los autores ¿De qué vive la cultura? Cuidado, que gripo «. 

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Enrique alcina

Fotografía por Jaime Mdc

Ideas sueltas. El que las coja pa’ él.

No es sí. A ver si nos aclaramos. Repita con nosotros. No es sí.

Un plan de empleo, qué ocurrencia. Reindustriálicese usted, si acaso.

La fiscal antimogollón tiene los días contados. Se necesitan garzones.

El artista antes llamado Suelo Urbanizable acude al desfile de esdrújulos disfrazado de Delito Legalizable.

Svenson me manda, gratis total, un peine láser, yo me voy a cagar en sus castas.

Se imparten talleres de falta de escrúpulos, plazas limitadas.

Condenamos violentamente la energía gratuita.

La indecencia programada, sobrada de motivos, cumple objetivos.

Exija su derecho a desinformarse, querido excluido social.

Políticos sevillanos tiran de calderilla humana en el ave, ave arriba, ave abajo. El ave llegará a Cádiz cuando se le rompan los frenos.

Oh, Cádiz, tanta belleza, tanto veneno.

Una pamplina enorme revoluciona las redes. No ha caído bajo la revolución.

La embestida, impunidad expañola, la gran colisión.

El susanismo ilustrado es una cosa que da mucho miedo a los niños chicos.

Lo que otrora se despachaba con absoluta normalidad y rigor, en consonancia con el respeto al consumidor, hoy se vende al grito de ¡premium o muerte!, migajas o impertinencia, mermelada o lentejas.

La gente emergente que pierde el norte por un referente termina el día de bajón. Cansa mucho lo meramente aparente. Ya llegó el otoño, la estación terminal de las rimas cuarteteras. El Masa y el Peña, patrimonios de la humanidad.

Detienen a un hombre honrado en la puerta de su casa, el tipo pretendía dar ejemplo.

El partido del disimulo monta una gestoría. Una gestora no, una gestoría para llevar adelante sus asuntos de traición administrativa a la voz de ya. Ser o no ser, de prisa, de prisa.

Llega un momento en que los fabricantes de titulares obvios, digitales o analógicos, trascendentales y sintomáticos, recurren al manido toque provinciano que retrata a los exagerados de corazón. Si el club de la esquina convoca un torneo de puñaladas traperas, el noticiero se descuelga con un «Chicago se convierte en la capital del crimen organizado». Y si a unos actores o mendigos les entra la risa floja en un momento dado y un lugar preciso, hete aquí que «los cómicos toman la ciudad de Chicago». Cuando las noticias políticas huelen mal, los noticieros se colman de sucesos truculentos, secuestros misteriosos, sangre en tomate. La Poli, que no gasta en transparencia por razones técnicas durante el resto del año, brinda todo tipo de detalles a regañadientes, y los locos locutores del dios mediante exprimen el limón, estiran el chicle, pierden el respeto a los códigos de barras.

Fíjate tú si han devaluado la cultura, que en paz descanse, que a esta hora ofrecen a platillo y bombo una porquería de mercadillo de jabones descomunales, algodones de azúcar, quesos intocables, piruletas mastodónticas, ponys cabreados, bisutería posmoderna, zancudos zurdos, literatura de garrafón. Es más, hasta recogen firmas con tal de regresar a la edad media al menos uniformados de trinconcetes y cortadillos.

Por motivos de agenda, que parezca un accidente.

Pesadilla en la redacción. El animador del concurso cita al director en los medios; mejor dicho, a uno de sus lacayos mejor pagados, en los medios, y le pide la carta, el menú. Bueno, bueno, bueno. Un tema local, un reportaje provincial, una entrevista de alcance, una sopa de letras, el horóscopo de Al Cupone, el sorteo de mañana, otro suelto local, una columna. ¿Otra columna? Cádiz se ha llenado de columnistas, del mismo modo que la pantalla escupe analistas y especialistas en el fin del mundo. El primer columnista gaditano fue Hércules. El primer dancing travolta de Cádiz fue Valentín el Fenicio, que falleció bailando, con el fémur dislocado, y abrumado por tanta vida social. Al Chicote del Mentidero News no le convencen las noticias recién salidas de la cocina y monta un pitote de consideración, nada grave, el show debe continuar. ‘Pesadilla en la redacción’ se nutre de veteranos de la guerra del papel, plumillas que pasaron a mejor vida en oficinas oficiales, cínicos de larga duración, poetas, toreros, cantantes y boxeadores frustrados, travestis de la palabra fullera, personal de confianza, micrófonos abiertos. Hablar es comparar. El último, que cierre. Dime si no existen los portazos giratorios en el periodismo vocacional. Se admiten a trámite dudas en torno a la antigüedad de los diversos oficios de alto riesgo y honor dudoso. La coctelera del ruinazo pone de manifiesto el sálvese quien pueda: los payasos se abandonan al drama, los poetas juegan a la ruleta, los electricistas se afilian al ecologismo puro y duro, los siesos duermen bromas, los anal-fabetos cometen faltas de orto-grafía, los pobres firman cheques, los ricos nos roban el corazón, vía de agua en el barco del amor. «Señorita, en la calle me dicen cosas feas».

Yo para ser feliz quiero un camión, una subvención, un distrito en el país de las flores, un amigo en el infierno, un cuelo en el estadio, la libertad dentro de una canción. Iba a caer en la tentación de echarle las culpas de todo a Yoko Ono. Hace mucho tiempo que Ono vendió su alma al diablo Vodafone. No le veo la gracia.

Al chivato de la trama gluten, que responde al enorme y salsero apodo de «El albondiguilla», le llaman «the little meat ball» en los tabloides anglosajones, prueba inequívoca de que el rock and roll suena mejor en inglés, en líneas generales.

Ahora es cuando el autor, pa’ dárselas, remata la faena con una frasecita inédita de un astro condenado al olvido, una anécdota de andar por casa en torno a una vieja gloria de la novelería local, un rumor a voces de un flamenquito más tieso que las doce en punto del mediodía, un recuerdo pasajero para empezar otra vez de cero.

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El tercer puente 12 10

Fotografía: José Montero

Alguien tendrá que invitar a Cádiz al célebre chef neoyorquino Anthony Bourdain. Tú sabes, el viajero empedernido del pantallazo digital. Imagina la estampa. Bourdain, poniéndose tibio de sol en adobo en la Caleta, preso de melancolía trimilenaria, harto de camarones, feliz y dichoso de habernos conocido. Bourdain, en un bache de La Viña, levantando la copa por el tiempo que nos tocó beber. La otra tarde, el tipo, que es todo un personaje, se encajó en Mozambique, país lindo y pobre donde los haya. Preguntó por el turismo. En ciertos rincones del mundo, algunos de ellos cercanos al paraíso, el turismo es el diablo. En África, mismamente, produce yuyu. Bourdain comprobó en sus propias carnes a la brasa que un guiño del progreso occidental allá en Mozambique, un brusco giro del destino, causaría estragos. Crearía riqueza para unos cuantos y excluiría de por vida a la preponderante clase miserable y, sin embargo, alegre. El típico «divide y vencerás», pero a lo bestia. Economía de guerra, y vicervesa, menú de moralejas.

Los devaluados de esta parte del globo, camareros en potencia, ya no sabemos distinguir entre una buena noticia y una cortina de humo. Así están las cosas. Al treinta por ciento de la gente le van bien las cosas, al treinta por ciento de otra gente le podrían ir mejor las cosas, y el treinta por ciento restante, ni siquiera sabe de qué van las cosas. Los contentos afean la conducta de los desmotivados ante la indiferente mirada del personal sobrante.

Algo habrá que hacer. Tipificar el cariño, revolear la culpa, adornar esta tregua del viento con frases hechas, gestos inequívocos y tonterías en lo alto. Carajotadas virales, si acaso, y mucho oficio. Espera sentado.

¿Qué es corrupción? Corrupción eres tú. En Cádiz nos tuteamos con ella, la inmaculada corrupción, trabajamos mayormente lo que es la impunidad en defensa propia y el compadreo, conocemos al dedillo el alcance de los vetos, el sabor de los secretos, las tramas gluten, esa musiquilla turulata del devenir, y asistimos anestesiados, desde hace tela de tiempo, a tediosos desfiles de poder y querer, al levantamiento de los mediocres, los fantoches y los listos de la confusión reinante. Nunca los mismos de siempre habían acaparado tanto. O no. Todo depende.

Cuando en Soria aún no se habían puesto serios con el asunto fiscal y la gracia de la meritocracia, en Cádiz ya cantábamos aquello de Los Dedócratas. No olvidemos que el Carnaval democrático llegó a Cádiz antes que la llamada democracia a la Piel de Toro. Así que el «cachondeo de todos los cargos que se nombran a deo» suena tan actual como eterno. El ahora infinito. Un cuelo de larga duración. Un plan de empleo o algo. No admitas sucedáneos, no te comprometas, no te metas en ná.

La trinquipedia de mitad de siglo echará pestes de estos brotes de envidia, esta soberbia epidemia moral de la era digital. Y también hablará del nuevo periodismo, nacido a tenor de los no acontecimientos, emitido desde el mismo limbo, patrocinado por los ibertrolas y las gases naturales y las endesas y los tipex treinta y pico. Hastiados y aislados, los plumillas quebraron la baraja, respiraron hondo y acordaron una suerte de entente de silencio elocuente e impertinente, locos por incordiar. Recordamos ahora, desde la futura modernidad vigente, los buenos ratitos que echamos arrinconando a los políticos a base de preguntas incorrectas, idioteces, fantasmadas y crueldades varias. Un ejemplo del pasado presente imperfecto: El portavoz de un grupo influyente que pretende no sé qué con tamañas maniobras de distracción pasiva se dispone a marear la perdiz de nuevo, a sabiendas del «no lo sabes ya» machacante de todas las mañanas. Y el periodista, a pique de un repique, sale por la tangente, como un fino media punta, al primer toque, y descentra al cargo público de esta guisa, a ver qué dice: ¿A qué hora se ha levantado? ¿Piensa hacer algo hoy? ¿Ha probado la manteca colorá? ¿Y las tortas de Inés Rosales? ¿Sus hijos leen libros? ¿Conoce algún puticlub? ¿Ha engañado a alguien más que a todos nosotros? ¿Papa o bistec?

Me gustó una idea que lanzó Anthony Bourdain la noche que visitó El Bulli. Al contrario que los hoy marginales miembros de la paupérrima cultura, los cocineros decidieron tomar las riendas del negocio, en detrimento del empresariado miedoso y gris, y ahora ganan y disfrutan. El chef reportero también nos ha enseñado este verano, a quienes hemos viajado desde el sillón all over the world, que de cuando en vez necesitamos respirar aires nuevos, tal vez para conocernos mejor a través otras hechuras, o simplemente para ponerle color a la vida, y que nadie es mejor que nadie.

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El tercer puente reducida 02

El fin del mundo ya no es lo que era. Este año cayó en jueves, por la tarde, y se llevó por delante un futuro de esplendor. Los usuarios del mundo del mañana echaron el resto, hicieron muchas fotos, comieron, vivieron, firmaron otra exhibición necesaria de orgullo local. Pasando de mitos, pasando de ritos, pasándolo bien. Sin contemplaciones. Suele ocurrir. Cádiz, oh, Cádiz, dedica sus días señaladitos a llevar la contraria al mundo, y ahora con más veras, justo cuando nadie se pavonea de proyectos sólidos, por falta de liquidez, y todos se maltratan a gusto con preguntas absurdas y realidades tramposas. Frente a la ambigüedad de quienes no se atreven ni a conjugar el dichoso aventurar, que es como existir pero con emoción verdadera, a Cádiz, habituada a la incertidumbre de tres mil ejercicios de interinidad, le da por retarle a un rentoy al establecido sistema de amargatis con tomati, muera la austeridad, a cara de perro.

En los albores de este siglo, y de los contratos basura, me parece recordar que el legendario Masa, el flamenco Scapachini y otros héroes de la audaz ironía montaron un romancero, «Los hijos de la Gran Regata», para sacar unos emolumentos en la segunda parada de veleros. Solo había que verlos, a las nueve de la mañana, con esas hechuras, zampándonse un bocata de filete empanao en el antes bar y ahora gastrobar Lucero del Muelle, enfundados en sus impolutos uniformes de marineritos y, en el caso del gran Masa, de tremenda novia del mar, para comprobar que la recaudación no había ido del todo mal. El legendario cuartetero de la calle La Palma, que era un atractivo turístico en sí mismo, pasó sus últimos años entre el mesón Trinidad y Ca Felipe, donde La Viña rompió el hielo y destrozó en añicos la teoría del aerolito gaditano. ¿Recuerdan? El aerolito que resultó ser el resultado de la limpieza apresurada de una nevera repleta de gélidos recuerdos con escamas de pescado y tortillitas de camarones. Los investigadores del CIS analizaron una muestra de la novelería gaditana y se pegaron un tiro de agua.

El festival de Cádiz no tiene fin. Un festival de rock and roles, un pasote de barcos en fila india, un certamen de cortos en cinemascope, una feria de manga, un vámonos que nos vamos de arte contemporáneo y un montón de dimes y diretes. El derrotismo gaditano está sobrevalorado. El periodismo cínico, patrocinado por ibertrola y mientoscopia, también. Ángel León despachó con alegría su solidario arroz con plancton. Mágico dio el plantón. Ya sabe Adidas quién es Mágico González. Por su parte, Rajoy hizo el otro día un «Mágico González», un sí pero no, voy pero no voy. Mariano dice que habrá Gobierno cuando venga Mágico. Mágico vendrá cuando haya Gobierno. Riverita se ofrece para traer a Mágico a bordo del Juan Sebastián El Chano. Ah, no, que está en reparación. El azar y vicerveza.

Ya está aquí el Tricuentenario de la Casa de Contratación. Me da que esta vez no regatearán en gastos, abrirán lindas comisiones de fastos, librarán grandes presupuestos para los mismos de siempre. Qué sarcasmo, una casa de contratación en Cádiz. La reconversión industrial, tal vez.

De la misma manera que hay que distinguir entre la justicia y la revancha, la crítica y el ataque, el ángel y la gracia, y demás, habría que fomentar desde ya la enemistad entre el cachondeo y el cachondeíto. Una cosa es pasarlo bien, a las pruebas nos abrazamos, y otra muy remota, rendirse. No sé muy bien si nos hemos rendido o no, tampoco tengo tanta confianza con Cádiz, pero lo dejo caer. De peores hemos salido, o no. No te rindas.

Al otro lado del camino, aplican con entusiasmo el doble rasero la mar de aparente. Todo muy infantil. Emergencia moral. Hablan de semanas decisivas, disimulan el desenlace de los guiones escritos, retransmiten los eventos políticos al más puro estilo deportivo. Lo dicho: han futbolizado la política. «Conectamos con la sede del partido tal, minuto y resultado». La pantalla da miedo. Vuelan discos duros. Desarticulan una banda política.Tiroteos en la calle, bombardeos hipócritas, atentados garrapateros, la derrota de la inteligencia en directo, cambias de canal y ya estamos otra vez con el sí, el no y la abstención en el punto de mira. La duda es bella. Mariano está que se sale, ¡tres erecciones en un año!

Todo parece indicar que nos están cebando para recortarnos por lo sano cuando lo diga la santa ideología de la propaganda y el saqueo. Bloqueados estamos todos. En la vida real, y tal, practicamos el insano deporte del amiguismo, el enchufismo y el desgaste incesante del presunto adversario, el correteo y derribo del diferente. Así que conviene dejarse llevar, darle una manita de pintura al techo de gasto y buscarle las cosquillas a estos actores de pelis malas que se muestran tan lentos para hacerlo bien y tan raudos a la hora de jorobarlo todo, los mismos de siempre que piden ayuda, o así, a quienes repudiaron y que hoy consideran urgente lo que ayer no quisieron ver. Qué bucle, ío. Como suspiraba el impar Silvio, rockero sevillano universal, «aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío».

Mientras tanto, el silencio se abre un hueco en el panorama musical español, hay gente que se niega a ser referente repelente niño Vicente de nada, salen a la luz interesadas listas de los profetas más vendidos, los becarios del mundo insisten en comenzar la tarea con un pistoletazo de salida, los tópicos llegan a casa un poco mareados y la señora con cara de bolero que regenta un breve almacén callejero asoma por la trastienda un cartón de tabaco de contrabando, con subtítulos en checoslovaco, y advierte al cliente: «No haga muchos aspavientos».

Fotografía: Juan María Rodríguez

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el tercer puente

Liberté, egalité, Beyoncé. El señor Dinamita, rey del soul, sombra del rock and roll, padre del funky punky, a la sazón don James Brown, decía que la libertad está ahí para tomársela al pie de la letra. «¡No queremos ser iguales, somos iguales!», espetó orgulloso el artista negro a un condescendiente rostro pálido en un debate televisivo, a finales de la década de los sesenta. El hombre blanco llegaba a la Luna una noche de levantera gorda en Cádiz.

Tantos lustros después, escuchamos en la radio a un gachó que aboga por «poner coto», «hay que poner coto» a la libertad de opinión y a la maldad humana, como si no existiera una ley del silencio a mano, y afea la conducta de quienes se resisten a «condenar» al enemigo en potencia. Salen cientos, qué digo, miles de sujetos y sujetas en defensa y al ataque. Por ejemplo, de los toros. Si pusieran el mismo empeño, unos y otros, en incendiar la estancia de campañas claras y directas contra la violencia machista, otro gallo bailaría el son de la dignidad completa o así. Imaginación contra la gris costumbre, paraíso ahora.

En cambio, esta sensación de impunidad expañola, esta historia real de prescritos y proscritos, esta cultura gratuita de componendas infinitas, no invita precisamente a echarse un cantecito, ni a atreverse siquiera a firmar de soslayo un manifiesto por el optimismo. Disculpe la melancolía. Está la cosa muy mal. Ponga la tele, mire la propaganda escasa de escrúpulos, aunque rica en beneficios fiscales, de un conocido banco de cuatro letras: «La revolución de las pequeñas cosas», ya podemos pagar la convidá a través del celular. ¿Y la revolución de las grandes cosas? Se la han encargado a Albert Rivera, el pequeño Kennedy. Por cierto, a propósito, aprovechando la collá, ¿no le pone nervioso Susana Díaz cuando pronuncia la palabra mágica?: «Ciuda(d)anos». El sonido de la falsa euforia que preside el ambiente del cortijazo andaluz se parece demasiado a una pelota de ping pong.

Cuidado con la libertad. Todo redero social lleva un medio de manipulación cosido a la entreceja. Di fama, di vanidad, di cardinale, que algo queda. Levantera gorda en el coso taurino de este verano en funciones. Se trata de salvar el pellejo. Las consecuencias serán inevitables. Los telediarios se repiten hasta la suciedad, sangre a borbotones en horario de máxima sensibilidad, carreras desesperadas en pos de un minuto de miseria, muertes redondas que se hacen las encontradizas, mensajes urgentes de gente sin corazón, reacciones radicales al compás, ruido de fondo, disparos a quemarropa, policías y ladrones, y el niñato despeinado de la 2 confunde espectáculo con información, se lía con los teletipos, salta de un drama a otro cual San Juan de la Hoguera, no busca respuestas, disfruta un montón de la ceremonia de la confusión y advierte a la audiencia: «Ojo, hay que tener cautela con esta noticia, sólo es una información periodística». (?) A esta hora, todavía no ha cogido el tono, como un comparsista malo de preliminares. En cambio, el nota se reconcilia con el sentido común cuando pregona que no piensa emitir las imágenes morbosas que escupen las pantallas de medio mundo incivilizado. Ya lo harán millones de usuarios después, en tropel, y las cadenas del water, sin solución de continuidad. Qué dolor más grande.

Este tiempo de claudicación brinda también la posibilidad de comerse una holoturia a la orilla del mal. Tal vez unas envidias con alioli. Para sobrevivir en lo que es el meollo de la escuela de calor, hace falta valor y un poco de tacto divino, veneno en la piel, así como una sombrilla azul y amarilla, rompamos una lanza por lo que sea, al ritmo de la banda local «Shantaje y Distorsión».

La prima hermana de un amigo acudió el otro día a un establecimiento turístico de alto copete a ofrecer sus servicios. Ahora o nunca. Fue contratada al instante, qué alegría de verano. Cápsulas del contrato: 52 horas de currelo a la semana, jornadas de sol a sol avisadas al libre albedrío, sin apenas interrupciones, sin derecho a comer, sin derecho a sentarse un ratito, ni a platicar por teléfono, sin derecho a respirar por la herida. Lo típico del modelo laboral lenteja. ¿A qué hay que poner coto?

Siempre nos quedará Mágico González, que tanto hizo en Cádiz por las bellas artes y por la hostelería. Dicen que vuelve Mágico. ¿Será posible? «La curiosidad es el balón», dicen que dijo Jorge la tarde que quebró la cintura al mundo a la altura del medio campo. Y se largó, que había quedado con el negro de Las Pérgolas. A su modo, como James Brown, como Bob Marley, como su amigo Camarón de la Isla, el Mago supo interpretar el lenguaje de los ignorados. Ahora sí, canción de redención.

Fotografía José Montero

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Articulo cadiz

Alegrías de Alicante, turrón del duro. Blues con aires de superioridad, exceso de confianza. Oh, Cádiz, ya somos de Segunda, ruge la marabunta, un jerezano anota el gol de la Ascensión, inmaculada contradicción. Mientras tanto por ciento, la extinta Expaña pierde, empata o gana, qué más da, y el tiempo nos dimite. Lo suyo sería autoinculparse.

En Depende de la Frontera, allá donde el doble rasero carece de escrúpulos, todo pende de un hilo. En la tierra del «conmigo o contra mí», del «todos contra todos» y del «dame veneno que quiero vivir», la crítica penaliza, la rima apenas cotiza, los héroes intercambian estampitas con los villanos, hay hambre de gol, rumores malignos, anestesia por un tubo, minorías absolutas y pensamientos demoscópicos. Oh, Cádiz, siempre en contramano, ya somos de Segunda.

En busca del enemigo perdido, anda la gente decente sin respetar que estamos en Carnaval. El fútbol no tiene la culpa de que el espectáculo de la política se haya futbolizado. El fútbol politizado se ha transformado en una experiencia religiosa nacionalista, con permiso del resto de artes marciales, abandonadas al saqueo de ideas, anhelos y corrientes cuentas. «Yo creo», «Nunca dejes de creer», vamos todos a rezar el himno nacional, firmes y formales como una comparsa de los años setenta, emocionados como pepinillos en vinagre, la vista al cielo, la mano en el pecho. ¿Has visto la Eurocopa? Defensas como trinquetes gimiendo por la globalización, mascando letras, cogiendo tono, en perfecta comunión con la grada, una sola voz, un color chillón, una bandera evasora fiscal; ¡sí se puede!, exclaman los fieles, acojonados pero orgullosos, y la música recuerda a popurrit de coro. En Cádiz mostramos más arte con los himnos, qué alegría de irnos. La música no miente. El fútbol no tiene la culpa, bastante tiene con la suya. Minutos antes de arrancarse por la plegaria local, los futbolistas desfilan solemnemente por el túnel de vestuarios, llevan un niño chico de la mano, otro símbolo de no sé qué, y el niño suele portar una arenga ajena enorme y una sonrisa de felicidad propia y exclusiva que jamás olvidará. El ritual se colma de premios y castigos. El chaval sabrá desaprender lo caminado. Los niños de hoy no se saben la lección de carrerilla. La desmemoria ha llegado a la escuela, el circo ha llegado a la ciudad, somos de Segunda, carne de mascota.

Una cosa no quita la otra. Cuarenta por ciento de paro, treinta por ciento de amnesia, moscas, tres tristes trepas, exilio interior de larga duración, todos éramos astilleros, tabacalera, general motors, hoy somos de segunda, y pronto todos seremos camareros, ¿sabes cómo te digo? Arrastrarte, el arte de arrastrarse.

En el fútbol, en la política, en la lotería clandestina y en el campeonato mundial de envidia cochina, hay que saber perder, hay que saber ganar, hay que jorobarse. Resiliencia, amigo. Desconfía de los llorones, de los nuevos ricos, de los nuevos pobres, y de los caídos en desgracia que se comportan estos días como reyes destronados, azorados, insatisfechos, gibias, agonías, veleidosos, y se acomodan de nuevo en sus sillones cromados a esperar que arreglen el entuerto en el país de los ciegos. Esto tiene arreglo, siempre podemos llegar a un arreglo. Se está llenando todo de ganadores y perdedores que se enojan como niñatos consentidos si les cogen la vez y sale todo torcido. Presos del déficit de imaginación, no son capaces siquiera de autosugestionarse, de autogestionar la derrota en condiciones, y mucho menos la presunta victoria, cuidado con la cartera, de sus condiciones creen que son todos los drones. Pájaros morsegones ideales para fabricar pruebas y eliminar al adversario, buscadores de ruinas, gente impertinente que quiere imponer el camino recto, con lo lindo que parece el tema mayormente sinuoso, la duda es bella, vienen curvas, se está llenando todo de perdedores y ganadores, la élite de los jugadores que ni sufren ni padecen, cínicos, grises, atontados suicidas agarrados a una insoportable estela de consignas. Miedo y asco en la gran casa de apuestas. Cariño, el mundo está equivocado. Un abrazo, pero sin apretar.

Gafas de cerca, gafas de lejos. Todo a un euro. Plástico certificado. Agua fría. Trasvase de pesadillas. Un carajote en chanclas echa la bronca a su hijo Nicolás en la cola del supermercado cultural, centro de reunión de la gente. El chaval no está haciendo nada malo. Es el padre, Franquicio, que tiene mucho miedo, no se vaya a caer, no vaya a comerse un bollicao en mal estado, no vaya a pensar por sí mismo.

Este verano se producirán dos eclipses, de sol y sombra, y tendremos la consiguiente, tradicional y sintomática lluvia de estrellas, y cinco planetas, cinco, se pondrán a tiro: Urano, Marte, Júpiter, Saturno y Venus. ¡A por ellos! Cádiz, oh, Cádiz, se prepara ya para tan magnos eventos gastronómicos.

Pongo la radio y sale Bob Dylan cantando: «Mi amor habla como el silencio, sin ideales ni violencia; ella no tiene que decir que es fiel, pero es sincera como el hielo, como el fuego». «La gente lleva rosas, hacen promesas cada hora, y mi amor ríe como las flores, San Valentín no puede comprarla». «En los mercadillos, en las paradas de bus, la gente habla sobre la situación, leen libros y repiten citas, dibujan conclusiones en la pared. Algunos hablan del futuro, y mi amor sabe que no hay mayor éxito que el fracaso y que el fracaso no es ningún éxito».