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Eva
Imagen: Pedripol

Asisto a la recién inaugurada exposición en el ECCO: La guerra: espacios-tiempos de conflicto. Una exposición, por cierto, que está siendo la excusa para intentar desalojar a los actuales gestores de la Casa Invisible de Málaga. Aprovecho la visita para hacerme un selfie con una de las obras de Santiago Sierra; el mismo artista que echaron de ArCo por sus fotos de presos políticos catalanes. La censura a la supuesta provocación de la cultura o a la libertad de expresión me parece ridícula al lado de la violencia real de los hechos que la sustentan.  No es lo mismo una encarcelación que una foto.  Hay una gran diferencia de calibre, aunque se pretenda que en el enredo todo pese lo mismo.

El caso es que en uno de las mesas expositoras me hago con un libro de la editorial Brumaria: Violencias expandidas y en él encuentro la carta con la que Freud contesta a Einstein acerca de cómo ayudar a los hombres a defenderse de las guerras. La respuesta de Freud no tiene desperdicio. Transcribo, a medias, algunas citas:  “La violencia es quebrantada por la unión…una unión ligada por sentimientos… el poder de los unidos constituye el derecho…ahora bien para que se consuma ese paso de la violencia al derecho es preciso que la unión de los muchos sea permanente, duradera…nada se habrá conseguido si se formara solo a fin de combatir al hiperpoderoso y se dispersara tras su doblegamiento… el próximo que se creyera más potente aspiraría de nuevo…y el juego se repetiría….; (ahora bien en este triunfo de la comunidad) la situación se complica por el hecho de que la comunidad incluye desde el comienzo elementos de poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos…”      

Otra vez la matrioshka. Pocas cosas como estas muñecas dentro de muñecas han servido tanto como metáfora. Y me detengo en este momento en la revelación de la carta de Freud para hilar,  con la parte de su reflexión aquí contada, otra que me parece viene al caso.

En un artículo en eldiario.es  María Eugenia Palop sitúa el “fracaso de las izquierdas” en el dilema que nos genera tener que elegir entre los conflictos de redistribución y los de reconocimiento. Cito: “ El elemento identitario (sea cual sea) que nos define, no se sitúa en un canal diferente al de nuestras necesidades y demandas sociales, de manera que no tenemos que elegir entre la identidad nacional y la “clase”, ni entre ser precarias o ser mujeres, porque, en la mayor parte de los casos, ambas luchas no son divergentes sino convergentes. Ser pobre nunca es ser solo eso, y se puede ser pobre por ser migrante, como se puede ser precaria por ser mujer”

En definitiva, las guerras (y el machismo es una de ellas) conviven dentro de la guerra, aunque quizás no sean más que diferentes expresiones de la misma.

Regreso a Freud y al final de su misiva cuando de manera retórica le pregunta a Einstein: “¿Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que los otros también se vuelvan pacifistas?” El psicoanalista se autocontesta: “No es posible decirlo, pero acaso no sea una esperanza utópica que el influjo de dos factores, el de la actitud cultural y el de la justificada angustia ante los efectos de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras en una época muy lejana. Por qué caminos o rodeos, eso no podemos colegirlo. Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”

Cerca de un siglo después, no he encontrado mejor utopía, perdón, respuesta. Entretanto la encuentre, acudiré a la guerra, perdón, la huelga.

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Eva tubio

Fotografía: José Montero

Algunos amigos me mandan fotos o sugerencias de sus viajes, cosas que han visto en otros sitios y que les gustaría para Cádiz. No evoluciono, viajo, decía  Pessoa, y hay quienes dan buena cuenta de ello.  Huertos urbanos en azoteas de edificios públicos , alumbrados bellos y sencillos en puentes, o murales artísticos  en fachadas que aguardan obras, son algunas de esas propuestas.  Luego ocurre que no está en nuestras manos o que no hay consenso o no hay permisos y el tiempo pasa y se acumulan. Otro asunto es el dinero.

Mientras escribo para el Tercer Puente, estoy de vacaciones en Budapest. Por recomendación de algunos de esos viajeros, me he hecho la ruta de los bares- ruinas que, además  de ser dos palabras que conjugan a la perfección, o quizás  por ello, son expresiones de ocio y cultura que creo podrían  encajar perfectamente en una ciudad como la nuestra, llena de  solares vacíos y fincas en ruinas. Estos bares que funcionan desde hace más de una década en Budapest  como auténticas  comunidades  culturales tienen su razón de ser en los edificios abandonados, algunos palaciegos, del barrio judío.  Y su explicación, tal vez, en el gusto de este pueblo por la lectura, las ciencias sociales y la música.

Hay una identidad y una forma de vida en los bares ruinas, al menos en los  auténticos, que se perciben nada más  llegar: aparcamientos de bicicletas en la entrada,  flores que asoman de las ventanas rotas, huertos entre los escombros, grafiti  en los desconchones. Un cubo de fregona es una lámpara  y la mitad de un coche viejo, un sofá donde alternar cervezas de toda procedencia. Lo nuevo y lo viejo, lo útil  y lo inservible, lo contemporáneo  y lo vintage,  armonizan sin complejo de ninguna de sus partes. Hay poemas en los retretes, muestras de pintura en directo, cine, teatro, mesas de ping pong y ordenadores en uso.  Y hay algo de gueto en la ruina, que nos hace vulnerables, sociables en la necesidad del resto y solidarios en el tiempo  y la memoria. Por lo demás, también hay distensión y una diversión pacífica y sin estridencias. Pero quizás lo que marca la diferencia de estos espacios es que además de dar vida a una calle que hasta ese momento podía  ser triste y ruinosa, se hace, o aparenta hacerse, de una manera colectiva, desde la reflexión  y la construcción  de mucha gente, la autóctona  y la visitante, la fugaz y la permanente. Esto es lo que determina que sea un proyecto de raíz, más que una exitosa moda, y por eso quizás perdura y sigue trasmitiendo valores a sus jóvenes.  Algo parecido a los centros culturales de barrio que en esta ciudad nunca tuvimos porque  en la época del España  va bien, se optó por otro modelo cultural que excluía ese tipo de expresiones en las que uno podía  ser más que espectador, protagonista.

En cualquier caso, los bares-ruina son sólo un ejemplo de cómo revitalizar con poco coste una ciudad. Igual ocurre en otros ámbitos  del urbanismo. En las grandes ciudades, los parques son salas de lectura, espacios de encuentro que se pasean y se pisotean. En Cádiz tenemos escasas zonas verdes y las que tenemos son de mírame y no me toques o plazas inertes como la Plaza de España, condicionada por el tráfico  y el aparcamiento. Claro que si un día se nos ocurriera algo por poco similar poniendo por ejemplo a oferta pública  solares con décadas en desuso o dotando de mobiliario urbano los jardines de nuestras plazas para primar el uso de la gente al de los coches , se nos acusaría de chabacanos e ignorantes o de renegar de las buenas costumbres y tradiciones. Lo más, tendríamos  una oposición armando toda una batería  de obstáculos,  el rechazo de algunas comunidades de vecinos y un puñado  de normas obtusas que, eso parece, viajan poco. En cualquier caso, vengan las críticas que vengan -y vendrán se haga algo o no- gobernar es tomar decisiones y en esas estamos.

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Eva tubío

Fotografía: Jesús Massó

Pocas ciudades tienen en este país un Plan Director de Cultura. Esta afirmación la hacía hace unos días Saul Esclarín, Director de Cultura del ayuntamiento de Zaragoza invitado a las II Jornadas de Culturas Comunes en las que se presentaba el mencionado Plan. Lo que no sabe Saúl es que  en esta ciudad parte de los medios han pasado de largo por este hecho, quizás porque prefieren abundar en los errores y esconder los aciertos o,  lo que es más simple, porque más allá del producto, para el conservadurismo  la política en cultura no tiene razón de ser, o aun peor, es peligrosa. Pero la cultura es mucho más que el talento de unos pocos que consiguen estar en lo más alto y el privilegio de quienes pueden pagar por acceder a ellos.  Y es mucho más que una expresión estética que los creadores ofrecen al resto de la humanidad en un acto pasivo donde unos dan y otros reciben. O mucho más que un mercado o un atractivo turístico.  En el Plan se habla de interacción y reflexión o, lo que es lo mismo, crecimiento y cambio, y hablamos de conocimiento y disfrute en igualdad, para lo cual tiene un papel básico la política. Pero no la política vieja del ordeno y mando, y clientelismo, sino la política contemporánea,  la que  descarta la unidireccionalidad de los procesos y apuesta por la construcción y la inteligencia colectiva, por la responsabilidad y por la búsqueda en común del beneficio común.  

Hace menos de un año se celebraban en esta ciudad las I Jornadas de Culturas Comunes con una asistencia inusual para un evento de este tipo, con más de 200 participantes, entre artistas, gente del sector y ciudadanía en general.  Junto a otras experiencias de participación, como el Plan de Salud que cuenta con más de 50 personas trabajando en ello desde hace un año, la Comisión de Movilidad o el Edusi, las citadas jornadas acapararon un interés revelador y marcaron el inicio de la participación en lo municipal.  De aquellos días salieron más de cien propuestas que luego técnicos y colaboradores entre voluntarios y personal de otras instituciones, como  la Universidad -mención especial a Antonio Javier González-, analizaron y priorizaron a lo largo de varios meses hasta dar forma definitiva al texto.  

Pero lo interesante o lo sorprendente de este proceso, y de la generosa dedicación de tantas personas, es la sed que teníamos como ciudad de hablar de cultura, de contar lo vivido, de narrar los obstáculos, la necesidad de abrir cauces de comunicación entre los propios artistas y de los artistas con las administración local, las ganas de contribuir a lo común. En definitiva, descubrimos al unísono que buena parte de esta ciudad ansía ser otra ciudad.  

La construcción de un fuerte tejido cultural que busque alianzas dentro, la labor de lo público como facilitador de recursos y nexo entre los agentes, y el contagio esperanzador al sector privado para que apueste seguro por la cultura, serán herramientas útiles para el desarrollo cultural y haremos industria y empleo, lo que está muy bien y es muy necesario, pero sobre todo renovaremos pensamiento, valores e identidad con una nueva forma de relacionarnos con nuestro arte, nuestros artistas y nuestro patrimonio.

Recuerdo ahora a un escritor anónimo que decía: “Todos debemos mucho a nuestra época y, dentro de ella, a las huellas que nos imprimen la sociedad, el país, la ciudad. Hasta un rincón muy específico puede habernos moldeado con su cultura. Así mismo, nuestro ámbito familiar marca mucho nuestro tejido espiritual. Todo esto debe ser sometido a un riguroso análisis para saber por qué soy así y no de otra manera”

El Plan de Cultura no es más que un inicio, abierto y moldeable, para eso, para saber cómo hemos llegado a ser la ciudad que somos y si hay otra ciudad paralela, subterránea, con ganas de emerger.

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Eva tubío

Fotografía por Jaime Mdc

No voy a hablar del Psoe. Tampoco es que lo dé por muerto. Llevaba años despeñándose por la derecha de una montaña abrupta hasta que el dúo de escaladores González-Diaz le dio el empujón final y lo estampó de bruces.  Pero puede que resista y lo aupen de nuevo entre aquellos que siguen poniendo el alma en reconstruirlo y aquellos que lo tienen como sustento. Mitad y mitad.

Pero no voy a hablar del Psoe. Me entretiene mucho más el último debate interno de Podemos, el rifirrafe Errejón-Iglesias y la batalla ideológica que sugieren: transversalidad-radicalidad, tibieza-aspereza, institución-calle. Reconozco que al principio creí que aquello era una cruzada de los medios para situar los conflictos de Podemos a la altura de los del Psoe (como si fuera posible comparar las tensiones propias de los comienzos con las de los divorcios), pero parece que no. A la vista de los twitter de uno y otro, las trincheras están activas. Tampoco digo que esta pugna virtual no sea una estrategia más -algunos ya no creemos en nada- para recuperar protagonismo mediático y sacarnos de este tedio insoportable al que nos ha llevado la casi victoria del PP y un año de desgobierno repleto de tarjetas black y juicios a la Gürtel.

Solo digo que de ser un debate real a mí me ha convencido y he recuperado de paso la ilusión postergada del 15 M; un regusto a nuevo y a posible tras el manoseo al que habían sometido a este movimiento.

La tensión de Podemos es en realidad la tensión de Unidos Podemos y así Iglesias empieza a recuperar los postulados de la izquierda (ya se sabe, de esa vieja izquierda que, menos en las formas, siempre va por delante). La radicalidad no es más que la coherencia. Ni dar miedo ni engañar a nadie, sostiene Iglesias. Y lo creo. Miedo producen los hechos probados: la corrupción, los privilegios de una minoría, la tradición por norma. Lo contrario son los presuntos: la honradez, la mayoría social y el avance.  Cuando los objetivos son nobles, por qué esconderlos. La gente no es ni más ni menos conservadora ni más ni menos ignorante. Quizás la izquierda no ha sabido contarse, no ha sabido ofrecerse como una alternativa estable, serena y compacta.

Y en esto acierta Errejón, las formas importan. Se puede defender lo mismo, con la misma vehemencia, sin arrojar cal viva en la cara de nadie. Las formas importan no solo porque habrá quienes se queden en eso, sino porque ellas nos conducen al cuidado, al respeto, a una mayor atención a los procesos frente a las metas. Lo que nos lleva al tercer punto de fricción: las instituciones o la calle.

No sé cuántas horas asamblearias desgastamos, o aprovechamos, en este asunto pero es probable que aquí nadie dé con la verdad absoluta. Quizás la calle tendría que seguir yendo por delante de las instituciones, debería marcar la pauta y prevenir del mayor riesgo que se tiene  en el gobierno, despeñarse por la derecha. Y si esto no ocurre, tendría que preservar los intereses colectivos y lucharlos con todo el vigor posible, pero también resistirse a las tiranías y comprender los tiempos de acompasamiento que requieren las instituciones. Unos y otros harían bien en entenderse, no vaya a ser que volvamos a liarnos, que nos confundamos hasta terminar exhaustos, divididos, regalándoles de nuevo el poder a los corruptos, a los que no nos representan, para mayor desesperación del común de los votantes y la nuestra propia.

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Feminizar la politica

Tal vez porque vengo de un campo feminizado, el de los servicios sociales, entrar en política ha sido un mazazo de realidad. Ganamos la batalla de las listas cremalleras pero la verdad está de puertas adentro y la administración, como la política, está vieja. Con dos décadas sin grandes cambios y con los códigos casi intactos. Hay rasgos muy identificables del patriarcado en la política, pero hay otros que se camuflan de normales; así que por lo general lo detectan mejor los que los han sufrido. Por eso lo primero es estar, indudable, y cuantas más estemos, mejor; pero no es menos cierto que no basta con eso porque las inercias y las resistencias son fuertes y es fácil terminar aceptando que las voces graves opinan y las agudas interrumpen. Ellos son tenaces, nosotras pesadas, la confrontación es fortaleza, la mediación es debilidad. En este estado de cosas es más cómodo optar por la simpatía y el conformismo, pero vinimos a aportar cambios y el cambio incomoda. Los valores femeninos o feministas ralentizan porque buscan vías alternativas a las fracasadas e indagan en la creatividad, en el diálogo, el autoanálisis (la terapia colectiva, incluso) y ponen la llaga en el proceso frente a las metas, en la horizontalidad frente a las jerarquías, en el equipo y no en los personalismos, en la serenidad del debate y en el gusto por las formas.  Se cuidan los detalles porque el femenino sabe que es de lo íntimo, de lo doméstico, desde donde llegará el cambio.

Ninguna mujer es inmune ni tiene en su haber el monopolio de estos valores. O no los tiene todos o no los tiene todo el tiempo, aunque haya colaus y carmenas que se acercan y otras que sucumbieron pronto a los roles de siempre, léase Tatcher, Merkel, Barberá o algún ejemplo más cercano.

Tampoco es exclusivo del género femenino y hay hombres que se afanan en revalorizar estas nuevas claves de hacer política que resucitara en su día el 15 M. Aquella fecha nos volvió a la realidad de una política que debe tener como prioridad a las personas y en esto las mujeres contamos con la experiencia de cuidado a los demás, sobre todo a los más frágiles.

Esto sugiere dos premisas, una que la prioridad social debe estar siempre delante de la económica; algo que se dice fácilmente pero que termina siendo el talón de Aquiles de la izquierda cuando está en el poder. Al final se tiende, con toda una batería de excusas de fondo, a contentar a las mayorías y a obviar a las minorías. Y la otra, que tiene que ver con el cuidado interno, el funcionamiento de los equipos que sería como el de una familia, la capacidad de estar unidos por encima de nuestras pequeñas mezquindades personales, el respeto como máxima, la comunicación sin secretismos y la resolución de conflictos.

Mención especial, el tema de la información. En los nuevos tiempos políticos el poder se comparte; sale de las instituciones a la calle y de la calle a las instituciones. La información es poder y por tanto la información se comparte. Esa es la garantía de la participación, de la democracia. No hay relación más desigual ni más tramposa que aquella en la que una parte se reserva la información; y eso lo sabemos bien las mujeres.

Pero también hay algo que aprendimos en la historia y que ahora puede servir a la política; aquella estrategia que usaron nuestras abuelas para sacar dinero del banco sin tener que pedirle permiso a los maridos. La intuición femenina se queda pobre si no se combina con dosis de estrategias que consigan imbricar el discurso en nuestras propias estructuras y al mismo tiempo en la sociedad de la que esperamos una transformación cimentada en estos valores.

En fin, que si sorteamos la aún no resuelta conciliación y llegamos a la política tenemos la obligación y la posibilidad de explorar nuevas maneras para nuevas soluciones, lo que no deja de ser una sensación ilusionante. Recuerdo ahora algo que leí el otro día: si te emociona lo que haces es que estás creando, si no sólo estás obedeciendo. Eso.

Fotografía: María Alcantarilla