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Martinez murga

Fotografía: Jesús Massó

Me preguntaba, tiempo atrás, un profano director de servicios sociales: ¿Cómo podemos cuantificar los resultados de nuestro programa socioeducativo con menores? El hombre, de formación y experiencia profesional lejana a la realidad social, no podía comprender del todo un programa cuyos resultados no podían llevarse a la calculadora. No era complicado adivinar que en el fondo, tras esa pregunta simplona, lo que había era una desconfianza total por los resultados del trabajo de prevención e intervención que realizábamos.

¿Cómo explicar a este señor que, al margen de ciertas mejoras académicas (algunas más discretas que otras), había pocos datos numéricos que aportar para elaborar su cálculos aritméticos? ¿Cómo explicarle que el éxito de un programa de prevención es la ocupación sana del tiempo libre en sí misma, que es regalar la tarde más amena de la semana a un grupo de menores castigados por la vida, que es que estos sigan buscándote tras haber terminado el trabajo, que es hacerles vivir experiencias nuevas, que es trasladarles a mundos de fantasía e imaginación que les permitan disociar de sus realidades por un rato, que es el intercambio de sonrisas, que es que te regalen el mejor de su repertorio de conductas cuando en la calle, en el colegio o en sus casas no lo consiguen porque no le ayudan a hacerlo, que es el abrazo, que es la riña por el cristal que se rompe y la pared que se pinta, que es dar y recibir amor aunque a veces el desgaste de su energía te pasa por encima como una apisonadora, que es compartir y afrontar sus temores, sus conflictos e ilusiones, que es dejar una huella en cada una de esas pequeñitas personas con las que trabajamos, que a buen seguro de una manera u otra, condicionará su vida, a veces más, a veces menos, pero que la huella permanecerá en casi todos los casos?

Los valores se aprenden y se comprenden, la forma positiva de relacionarse se fomenta e incentiva, la actitud se trabaja, el gusto por la escuela se motiva, la seguridad en si mismo se desarrolla y asimila… y así es como se puede llegar a esculpir el ser que cada niño lleva dentro. En ocasiones, los frutos llegan pronto, otras veces no tanto; en ocasiones, incluso, no seremos ni nosotros mismos los que disfrutemos de estos, sino que serán otras personas, en un tiempo futuro, los que lleguen a degustarlos. Y es que, sin duda, la huella de un trabajo bien hecho en este sentido queda, perdura y en algún momento, eclosiona. Es una cuestión de pura inversión social.

Dedico estas líneas a los educadores y educadoras que desde el tejido asociativo de la ciudad llevan años en la brecha, regalando una buena parte de su tiempo, su pasión y en definitiva dando lo mejor de ellos mismos a los niños, niñas y jóvenes con más carencias de la ciudad. Entidades como la Asociación Alendoy, LIGADE, la Asociación Cardijn, el Colectivo CEPA y otras que contra viento, marea y una escasez de subvenciones insostenible, realizan un trabajo fundamental. Como no, dedicar estas líneas también a todas las personas con las que he tenido el placer de trabajar en la administración local, en los dos Programas municipales de atención directa a menores en riesgo que he conocido y de las que tanto he aprendido. Unas maravillosas personas y profesionales que dieron vida al Programa de Educación de Calle Urbaneando, el cual nunca se debió dejar desaparecer. Y otras si no iguales, mejores, con las que comparto mis vivencias diarias desde el Programa de Zonas con Necesidad de Transformación Social.

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Faly martinez

Fotografía: Jesús Massó

07:30 horas, suena el despertador y comienza un nuevo día. No tengo ganas de levantarme, me quedaría aquí dormida por muchas horas, sin que tan siquiera me queden recuerdos de sueños que repasar al volver a la vigilia. Estaría bien despertar una mañana y que todo hubiera pasado, pero bien sé que esta es una carrera de fondo. Debo levantarme, mi madre me espera o, mejor dicho, lo que queda de ella. El alzheimer se la llevó casi entera ya hace mucho tiempo.

07:40  Se acabó mi tiempo de meditación diario. Oí un ruido, debo ponerme en marcha. El día comienza igual que todos desde hace meses. Lavado de cara, café rápido y pan del día anterior tostado con mantequilla, mientras oigo de fondo algo referente a las noticias de la mañana. Luego, inmediatamente, debo atender a mi madre.

08:00 Comienzan las atenciones: aseo en profundidad, lavado de sábanas y curas varias. Mi padre, a su edad, solo es capaz de hacer funciones de vigilancia, prácticamente testimoniales; de voz de alarma y poco más.

9:30 Salgo a la calle deprisa y corriendo y él queda de retén. Hago la compra y visito al médico de familia para que me cargue la tarjeta con algunos medicamentos y me recete otra tanda de paquetes de absorbentes. Paso obligado por la farmacia y fin de la ruta matutina.

11:30 Vuelvo a mi hábitat natural, mi casa. Ordeno, limpio salón y baño con un oído puesto en los ruidos y movimientos de mi madre. Es impredecible y me aterra que tenga una mala caída en uno de sus paseos deambulantes.

12:30 Hora de preparar la comida para la familia. Para mi madre, prepararé uno de sus purés habituales.

14:30 Hora de la comida principal. A ella ya le di de comer hace media hora, pues cada vez es más complicado sentarla en la mesa con el resto de la familia.

15:30 Recogemos entre todos la mesa y el comedor, pero el repaso final de la cocina es cosa mía.

16:30 Me siento en el sofá, de un tiempo a esta parte me encantan los programas de desalmados gritones que ponen en TV, me ocupan la cabeza con sus banales y ridículas disputas, reconozco que me abstraen por un rato y lo agradezco. Imposible oír nada, hoy está muy nerviosa y habla en voz alta e incoherentemente sin parar.

19:30 Hora del café. Al sentarla en la mesa me doy cuenta que debemos antes pasar por el baño. Para esto no está siendo mal día, ya que solo he tenido que hacer un par de cambios de pañales contando con este último. Mi café se enfrió; bueno… bendito microondas.

21:30 Hora de la cena, mi hijo me ayuda. La abuela no ha querido cenar, se atragantaba, solo conseguí que deglutiese un yogur. Algo es algo.

22:45 Acuesto a mi madre. No se a quién suplicar para que hoy sea de esas noches en las que duerme y no grita. Ayer durmió bien, es muy posible que hoy toque la de arena.

00:00 Me acuesto. Creo que hoy no he mantenido con nadie una conversación de más de 10 minutos seguidos. Bueno sí, con el médico de familia. Me desespero, no se hasta cuándo podré seguir así.

Somos 5 hermanos, pero unos con motivos justificados y otros no tanto, hacen poco por mamá. Y por extensión, por mí. Me siento mal porque a veces me gustaría desaparecer, salir corriendo, huir, me siento mal por no querer seguir viviendo aquí, me siento mal por quejarme, por llorar a mis hermanos, por haberme convertido en una persona triste y de quien la familia huye sutilmente. Me siento presa, atada y sin luz en el horizonte. No quiero que esta historia destroce mi matrimonio, ni me haga descuidar a mis hijos. No me perdono ansiar en muchas ocasiones el desenlace final, el cual me traiga descanso, paz y una vida normal. Cojo un libro, leo dos páginas y siento que se me caen los ojos, placentera sensación. Lo dejo sobre la mesilla de noche y antes de apagar la luz, pongo el despertador para que suene a las 07:30. Mañana será… otro día más.

(Vaya por las personas cuidadoras, auténticas titanes, necesitadas de que los gobiernos sigan legislando a su favor y dotando de agilidad y asignaciones presupuestarias potentes a los servicios de atención a la Dependencia. Personas que, de igual manera, se hallan necesitadas de que nuestra sociedad, enferma de individualidad y sufridora de la lacra del egoísmo, encuentre pronto cuáles deben ser las verdaderas prioridades en la vida de cada ser humano).

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Curso cadigenia grande

Ilustración: The Pilot Dog

Rosa: Qué bien que nos veamos después de tanto tiempo. Desde luego, si lo dejamos pasar más, alguna no llega a este café con vida…(Risas)

Rosa: Bueno y ¿qué hacen los vuestros? ¿están por aquí? ¿están casados? ¿os han dado nietos ya? Me tenéis que poner al día !!!

María: Pues mira, a mi hijo lo tengo cerquita; vamos, tan cerca que vive en mi casa. Está parado el pobrecito. No tienen para un alquiler y ahí están desde hace años en las listas de Procasa, a ver si cae la breva. Así que su novia vive en casa de sus padres y él en la mía. No les queda otra. Hace alguna chapuza de vez en cuando y con eso va cubriendo los gastos de su hija y tiene para su tabaco y sus pocos gastos. Nunca ha sido un niño ambicioso y bien lo conocéis desde pequeño. Tienen una niña que es una monería y eso sí, la veo cada vez que quiero. Nada más tengo que bajar a la plaza de Candelaria, que allí echan más horas que un reloj. Me tiene loca la chiquilla.

Manuela: El mío está bien. Tiene un niño y una niña. Los dos van ya al cole. Él tenía claro que no quería trabajar con su padre en el bar, pero tampoco estudiaba. Estuvo vendiendo seguros y trabajó en un supermercado, pero cobraba dos duros. Cuando vio lo que había, hizo el bachillerato a distancia y se puso a estudiar para auxiliar administrativo de la Junta. Se presentó por lo menos 4 veces hasta que entró. Y mira, tiene un sueldo cortito pero está fijo. Lo malo es que al estar separado, se tiene que pagar un apartamento él solo y los gastos que tiene son demasiados. Nosotros tenemos que ayudarle muchísimo. Por otro lado, últimamente me tiene este niño preocupada porque dice que Jerez va camino de doblar la población de Cádiz y que cualquier día se llevan los papeleos gordos de la Junta para allá y se queda Cádiz para cuatro mijitas. No se qué de la capital administrativa, me cuenta. Miedo me da pensar que se tuviera que ir a vivir allí y yo sin ver a mis nietos como ahora.

Lola: Pues el mío se independizó muy pronto. Los estudios no eran su fuerte pero es el más trabajador del mundo. Con 27 añitos ya vivía con su novia, tenía su coche, su casa propia… trabajaba en una empresa de pintura de aquí de Cádiz e iban sacando faena por todos los pueblos de por aquí cerquita. Pero claro… vino la crisis… y ni trabajo, ni pintura, ni ná de ná. Ahora mismo los mantenemos nosotros y sus suegros. Y los gastos de la hipoteca, la luz, el agua… pues menos mal que la asistencia no me los deja de la mano y los ayuda un montón. Y eso que ellos buscan trabajo ehh, pero es que en Cádiz no hay nada. Hace 6 años que no trabaja ninguno de los dos. Tienen una papeleta de las gordas. Menos mal que tienen al chico suyo que es el que les quita todas las penas. Bueno, a ellos y a nosotros, los abuelos, porque dime tú ¿qué van a hacer cuando les faltemos nosotros? yo es que no se… me quita el sueño.

Rosa: Pues lo de mi niña es diferente hija. A ella le dio por estudiar. Es ingeniera. Viendo que aquí no había mucho que rascar, desde que acabó la carrera con 25 añitos, se fue a Madrid. Hizo unas prácticas de empresa y allí se quedó. En Madrid tiene su vida, un trabajo decente y su familia. Vive con un hombre que parece que la quiere y su hija de tres años que es un sol. Por desgracia solo las veo dos veces al año. En navidad y en verano.

Desde luego…cómo os envidio. Qué suerte tenéis las tres.

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Cafe tetera

Ilustración: María Gómez

Acabado el verano, es inevitable ir haciendo balance de si el periodo estival nos ha merecido la pena o no. Somos muchos los que esperamos durante todo el año la llegada del buen clima, el tiempo libre, el disfrute de la familia, de hijos e hijas, de nuestra costa interminable, de chiringuitos, sardinas, tinto de verano y, sobre todo, esperamos sus efectos positivos para el estado de ánimo. Toca plantearse si nos hemos divertido lo suficiente, si hemos descansado lo que necesitábamos o si hemos desconectado de nuestras rutinas tanto como nos habíamos propuesto de partida. Rara vez lo conseguimos del todo; pero de una manera o de otra, gastando alegremente o con un presupuesto más apretado, estando en Cádiz nos suele cundir en buena medida. Es lo que tiene vivir en este maravilloso rincón.

En cuanto a lo que la programación de ocio y cultura de este verano ha venido a ofrecer a gaditanos/as y visitantes, puede que no haya variado del negro al blanco de un año para otro; aunque sí se han hecho algunos movimientos interesantes con el fin de diversificar y facilitar el acceso a espectáculos a una mayoría amplia. Al margen de la programación, como ya alguien ha venido a decir en este medio, lo que parece irrefutable es que muchas personas hemos percibido una mayor predisposición al disfrute, un “buen rollo veraniego” que seguramente sea fruto de motivos multicausales y que es interesante analizar y explotar en positivo por quienes queremos plantear un mejor futuro para la ciudad.

En base a lo anterior, deberían iniciarse largos debates, subjetivos pero consensuables. Habría que discutir si las actividades, actos y espectáculos han sido los más adecuados, si el reparto ha sido mínimamente equitativo entre las dos grandes zonas de la ciudad, si han sido mejorables en cuanto a organización, si es preciso plantearse otras maneras que propicien desde las administraciones el acercamiento al ocio y la cultura o simplemente si debe cuidarse más el impacto que estos han provocado sobre el descanso del vecindario. Sería de una vanidad imperdonable dejar de reconocer que se pueden hacer las cosas mejor; de hecho, todo es mejorable.

También existen, por la calle, voces que quizás antes de tiempo pregonan una comparación de las consecuencias de la agitada agenda veraniega gaditana, con realidades conocidas en ciudades españolas de descontrol ya instaurado y convertidas en incómodas para sus propios habitantes y por lo tanto, poco amables incluso para quienes la visitan. Pueden ser voces tremendistas –yo creo que lo son- pero sus gritos no deben perderse en la inmensidad del vacío. Valgan estas críticas para que tengamos ojos abiertos y mentes despiertas. Que mantengan los ojos abiertos tanto quienes trabajan en las instituciones como los propios vecinos y vecinas, cuyo papel como motor generador de denuncias y propuestas debería ir tomando protagonismo en una ciudad que aspira a ser una ciudad participada; o al menos, eso se dice. Y de esta manera, pensando, aprovechando y mejorando todo lo mejorable valgan también estas críticas para no acabar construyendo, sin darnos cuenta, una ciudad diferente pero de un perfil que realmente no pretendíamos.

Que la provincia de Cádiz está de moda como destino turístico es incuestionable. Menos mal que fue tarde cuando los amigos del ladrillo y de la bacanal urbanística se enteraron de que tenemos las mejores playas del país. Hombre, algo nos tenía que salir bien.

Hoy, Cádiz ciudad también tiene tirón y son muchas las personas que llegan con ganas de conocer la trimilenaria. Las vemos por todos lados. Estas personas llegan y gastan; se hospedan, alquilan, salen, cenan, compran y disfrutan de todas las horas de playa que pueden, como es natural. Tal y como anteriormente señalaba, el visitante de este verano se ha encontrado una Cádiz más alegre y con un notable movimiento de ocio y cultura por sus calles, con más actividades pensadas para los niños y niñas; en definitiva, más viva. Sé, de mucha juventud de la propia ciudad, que en los últimos años se marchaban los fines de semana buscando diversión a localidades como Conil o Tarifa. Durante este verano han salido solo la mitad de las veces que el año precedente; precisamente porque había cosas que ver y disfrutar en su propia ciudad. Importante también esto, ¿o no?

Todo ello tiene su consiguiente desgaste, claro. Tener la ciudad llena de gente conlleva más ruido, más suciedad, menos tranquilidad; pero no deberíamos meter a lo loco el palo en la rueda del turismo. Cádiz, nuestra Cádiz, “está viva, pero herida”. Disponemos de pocos recursos para generar ingresos y por consecuencia bienestar social; esa es nuestra cruda realidad. Manejamos a día de hoy unas conocidas e insostenibles cifras de desempleo, economía sumergida y ayudas sociales que hacen imposible y casi impensable el repunte económico de esta zona. Nuestro problema es estructural y la solución esperada debe ser un golpe de efecto de magnas proporciones; que a nadie se le olvide. No nos va a sacar de la miseria ninguna casualidad, ningún milagro y ni tan siquiera el emergente y penduleante fenómeno del turismo. Debemos tener muy presente que seguimos a la espera de que algún gobierno se anime a sacarnos de la ruina y no hay otra manera que desarrollando e implementando un verdadero plan estratégico de reindustrialización para la Bahía. Resulta muy duro saber que éste no se ve ni de lejos.

Mientras tanto, tenemos sobre la mesa la realidad de que el turismo, relacionado con eventos de calle, de ocio, gastronómicos, etc, funciona. Incluso empieza a despertar el turismo cultural y de patrimonio histórico en la ciudad. Sí, sabemos que las masas en la calle provocan efectos no deseables. También sabemos que esto es en buena parte pan para hoy; pero es que tenemos hambre, así que es de necesidad comérnoslo. Aprovechémoslo, porque tal como viene se va, es así. Pensémoslo, démosle forma; minimicemos su impacto menos positivo; pero tolerémoslo, por favor. Días atrás, una amiga afectada por el ruido proveniente de tanto jolgorio, me preguntaba con resignación y algo de sorna, si no era merecedora de alguna bonificación fiscal… oye, pues lo mismo no es tanto despropósito su idea. Es evidente que hay zonas más castigadas que otras por este tema y cada vecindario podría recibir ciertos cuidados, alcanzar determinados acuerdos, ocasionales compensaciones; en definitiva, que estas personas se sientan cuidadas y cuanto menos comprendidas.

Aunque la solución para la problemática socioeconómica de Cádiz no sea el dinero que nos llega en el bolsillo de cada familia que nos visita, ni tampoco el de aquellas personas que nos quedamos en nuestras propias calles para gastarlo, muy torpes seríamos si no hacemos práctico aquello de pájaro en mano. Pero ojo, busquemos las vueltas al refrán y no dejemos de repensar en los ciento volando.