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SopranisHan empezado a florecer los saguaros. Como cada año, y organizado por el Misalito Council Office, nos reunimos en las inmediaciones de lo más agreste de Raiders Pass provistos de sillas plegables y termos de café. Somos un pintoresco grupo de ociosos jubilados con chaquetas de lana y jóvenes activistas medioambientales en pantalón corto. A la caída de la noche, en lo que ya va camino de convertirse en una arraigada tradición local, nos disponemos a contemplar la efímera eclosión de estos guardianes del desierto en un ambiente cordial y distendido.

No somos los únicos interesados en este acontecimiento. Los murciélagos magueyeros se apresuran a libar el néctar de las monstruosas inflorescencias y sobrevuelan despreocupados nuestras cabezas intimidando a los más timoratos. Les importa poco que la luz de las linternas los enfoque mientras se alimentan: saben que la flor del saguaro solo dura una noche y llevan mucho tiempo esperando este momento.

Por otra parte, pero después de un buen rato de intensa y entregada observación, resulta casi inevitable que la sobrevenida vocación de naturalista de algunos de nosotros vaya debilitándose con el paso del tiempo. Terminamos formando pequeños grupos, y yo tengo la suerte de caer en uno donde se descorchan dos botellas de vino ecológico californiano. Vaciamos sobre el cuarteado suelo el café de nuestros vasos con tapadera y la inminencia de las elecciones de mitad de mandato se cuela en la conversación, que muy pronto pasan a ser “las más importantes de nuestra democracia”. La presencia del vino y la profusión de fulares al cuello ya me habían permitido adivinar la orientación política de mis contertulios.

Los más pesimistas hablan de la intensa movilización, del alto grado de motivación que exhibe lo más reaccionario del país (ese 28 % de la población que Steve Schmidt, el estratega de la campaña de John McCain, tachaba de “irrecuperable” en unas recientes declaraciones). Se quejan del alarde de desfachatez y ausencia de escrúpulos de la derecha (¡como si eso fuera exclusivo de USA!). Pero también se quejan de la falta de agresividad y de iniciativa de la izquierda. Ponían como ejemplo la situación del Tribunal Supremo, donde parece que la única opción de los demócratas es seguir rezando para que la octogenaria Ruth Bader Ginsburg tenga una larga vida como último reducto progresista en dicha institución.

Por otra lado, los más esperanzados están convencidos de que el grado de iniquidad que ha alcanzado la política en la actualidad desencadenará una oleada de voto responsable y comprometido, que la población es consciente de la necesidad de acabar con esta situación que se vive como una profunda crisis nacional. Buena prueba de ello es el apoyo a una nueva clase de políticos, la eclosión de figuras como la joven Alexandria Ocasio-Cortez, en New York; Stacey Abrams, en Georgia; o nuestra Lupe, Guadalupe Valdez, aquí en Texas, la aspirante latina y abiertamente gay que se presenta al cargo de gobernadora del estado.

Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tankawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Me dice que la flor del saguaro no es tan importante como su fruto, pues de él se alimentarán los turpiales y las tortugas, y toda la fauna menuda y humilde de las grandes extensiones áridas e ingratas del secarral.

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Federico sopranis

El sol todavía no ha terminado de secar los senderos que rodean Misalito, pero luce el sol, y parece que las aves se resarcen de las inclemencias del tiempo con un canto que a mí me parece hoy más festivo y despreocupado.

Ayer falté a mi paseo. Mabel Cuesta, profesora del departamento de Hispánicas, vino a visitarme. Todavía hay algunos antiguos compañeros con cuya compañía disfruto. Incluso estoy dispuesto a renunciar a mi rutina diaria con tal de tener una buena charla. Mabel ha dejado Austin, donde está pasando el año sabático que solicitó para terminar su biografía sobre la antropóloga Lydia Cabrera, y se ha acercado a Houston para participar en un congreso organizado por el Recovering the US Hispanic Heritage Project. Ha aprovechado el viaje para venir a saludarme a mi retiro.

Frente a los habituales desesperanzados análisis de la situación política actual, Mabel me habla con entusiasmo de la respuesta ciudadana. De su abarrotado bolso saca un arrugado panfleto donde destaca en grandes caracteres “Know your rigths/Conoce tus derechos”. En algunos institutos de Austin el profesorado ha hecho circular esta guía sobre cómo comportarse ante una visita de los agentes de inmigración y cómo responder a sus preguntas. El material está elaborado por una coalición de abogados y grupos de defensa, bajo el nombre de “Texas here to stay/Texas no nos vamos”, que procura información y servicios legales para todos los inmigrantes.

Y aún hay más, me decía emocionada. También en la ciudad de Austin, otro grupo de activistas preparan la campaña “Sanctuary in the streets/Santuario en las calles”, que planea defender de las deportaciones a los inmigrantes indocumentados con la acción directa de voluntarios, dispuestos a actuar como barreras físicas ante los agentes de Inmigración y Aduanas.

Mabel se despidió con un cálido abrazo. En el último momento me recriminó, con humor, que, sin saber muy bien por qué, su acento cubano se desata por completo cada vez que habla conmigo.

Ahora, mientras paseo entre los saguaros, me doy cuenta de la vigencia de los planteamientos de Saul Alinsky y de su “community organizing”, de la importancia de la comunidad y de la necesidad de que esté preparada para actuar con la urgencia y eficiencia requeridas en las situaciones de crisis. Aquella idea, tan propia del activismo de los 70’s, de que el auténtico fracaso de la democracia es el desapego de las personas de las tareas cotidianas propias de la ciudadanía. Frente a la frustración, acción.

No deja de sorprenderme el potencial de este país de generar tanto sufrimiento como esperanza. Capacidad para entregar el liderazgo a un narcisista sin la más mínima formación, pero capacidad también para mantener durante ocho años a un presidente afroamericano en la Casa Blanca. Quizás no deba ser tan duro en mis análisis.

Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tonkawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Después de escucharme con atención me cuenta con desgana que en 1884 la tribu tonkawa fue desposeída de sus tierras y reubicada en Oklahoma.

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Federico sopranis

Ilustración: pedripol

Por fin retomo mi paseo de media tarde después de que las lluvias que han azotado el este de Texas me lo hayan impedido durante una semana. No he sido el único al que el tiempo ha obligado a alterar sus rutinas. Se da la circunstancia de que el Simposio sobre Riesgos de Riadas y Tormentas que el Houston City Council había organizado el miércoles pasado tuvo que ser suspendido debido al agua que hacía impracticables las carreteras. David Martin, uno de los organizadores, manifestó su preocupación por que el mal tiempo se prolongue hasta el 5 de febrero, el domingo en que la Super Bowl se llevará a cabo en Houston. Su comentario me llevó a pensar que dudosamente se hubiera obtenido algún resultado provechoso del citado simposio y que poco se perdía con su cancelación.

Mientras camino por los senderos embarrados observo cómo algunos hermosos y altos cactus yacen en el suelo después de que el agua haya arrastrado la tierra a la que se aferraban sus raíces. Viejos amigos a los que echaré de menos en futuros paseos. Cuando reflexionaba sobre la forma más segura de sortear un charco de profundidad inquietante ha sonado el teléfono. Se trata de un antiguo conocido, reportero del Houston Chronicle, que quiere conocer mi opinión sobre el servicio en español de la Casa Blanca que la administración Trump ha hecho desaparecer.

La inercia académica podría haberme empujado a recurrir al apoyo de los datos históricos y recordar el arraigo del español en estas tierras. Así, podría haber mencionado a Álvaro Álvarez de Pineda, que en 1519 reclamó el territorio de Texas para la corona, o a Alonso de León, que funda San Francisco de Texas en 1689. Incluso podría haber citado el Tratado de Adams-Onís, que en 1821 establece las fronteras entre España y EE.UU. Pero todos esos hechos históricos, de peso indiscutible, empalidecen ante el auténtico significado del gesto realizado: se trata de una falta de respeto a la que es la primera minoría de este país.

“Tenemos un país donde, si te quieres integrar, tienes que hablar inglés.” “Este es un país donde hablamos inglés, no español.” “[Jeb Bush] debería dar ejemplo y hablar en inglés mientras esté en Estados Unidos.” Donald Trump dixit.

Habría que recordar que la constitución de EE.UU. no establece en la actualidad un idioma oficial para la república, pese a los numerosos intentos que se han llevado a cabo para colocar al inglés en esta situación privilegiada. No obstante, y principalmente desde finales de los 80, 31 estados han modificado sus leyes fundamentales para que así sea, poniendo en evidencia las sospechas que los inmigrantes despiertan en determinado grupo de población y de qué forma estos son percibidos como un cierto tipo de amenaza.

Sería simple, aunque no del todo desacertado, achacar esta maniobra de escamoteo del idioma español a la proverbial ignorancia del nuevo presidente o al arraigado sentimiento patrimonial del país del que la comunidad angloparlante hace gala. Yo, en cambio, me inclino por una explicación no por más lógica menos desasosegante. No es la primera vez que en este país se emprenden acciones contra una lengua. Sirva de ejemplo la campaña que tras la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial se llevo a cabo contra el idioma alemán, llegando al punto de prohibir la publicación de libros en esa lengua o su enseñanza en las escuelas, campaña de enorme impacto en lugares como Pennsylvania donde todavía se mantenía la doble nomenclatura inglés-alemán de las calles. La marginación del idioma español se utiliza, también ahora, para identificar al enemigo con claridad, y no es otro el status que le asigna la administración Trump a México, contra el que ya proyecta beligerantes actuaciones, como la construcción del famoso muro o la repatriación de empresas y capitales.

De cualquier manera, estoy convencido de que este gesto de desprecio hacia el idioma español, aunque grave, pronto pasará desapercibido y no dudo de que la nueva administración rectifique achacándolo a un problema técnico, declaraciones que se sumarán a los despropósitos y salidas de tono, mezcladas con desmentidos, a los que los nuevos responsables nos tienen acostumbrados. Habrá contribuido también a que pase desapercibido un hecho todavía más grave: es la primera vez desde 1988 que ningún hispano forma parte del gobierno. Aunque por otro lado sería bastante paradójico, y a la vez frustrante, que la política de cuotas hubiera sido la responsable de llevar a la nueva administración a personajes como Ted Cruz o Marco Rubio.

Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tonkawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Después de escucharme con atención se levanta y retira uno de los cacharros desportillados en los que ha ido recogiendo las goteras de los últimos días, y que todavía se encuentran repartidos por todo el cobertizo. Mientras lo vacía en la pileta me mira y dice “yakona”, término que en idioma tonkawa significa “riada”.

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Federico sopranis

Ilustración: pedripol

Ayer, durante mi paseo diario, mientras observaba con curiosidad el nido que un ave que no pude identificar había fabricado en uno de los viejos saguaros que bordean el camino, fui abordado por William Brown. Mi vecino es originario de Fort Worth, y ha trabajado toda su vida en la Trinity River Authority hasta su jubilación. Por aquí estamos casi todos jubilados y poca diferencia hay en nuestros estilos de vida, salvo que yo jamás utilizaré el atuendo deportivo-chandal que casi se ha convertido en el uniforme oficial y que nunca me calaré la gorra azul, roja y blanca de los Houston Texans.

Le señalo el nido en lo alto del cactus y lo observamos silenciosos durante un rato. Noto como remolonea, sin querer despedirse. Finalmente termina por transmitirme su preocupación ante los resultados de las últimas elecciones. Me consta que es un demócrata militante y que estuvo muy comprometido en el proyecto del corredor verde del río Trinidad. Está preocupado por que el nuevo presidente de EEUU deje de ser una referencia moral para el mundo.

No conozco tanto a William Brown, ni tampoco tengo la intención de aumentar su pesadumbre, como para decirle que la visión que el resto del mundo tiene de este país dista mucho de ser la de “la tierra de los libres y el hogar de los valientes” que proclama su himno nacional y que él, en un alarde de ingenuidad, acrisola en la expresión “referente moral de la humanidad”. A fin de cuentas, es un ciudadano estadounidense y, por lo tanto, una de las principales víctimas de la propaganda de su propio país, de manera que procuro ser lo más elusivo posible. Se despide llamándome “doctor” y recordándome la asamblea vecinal que se llevará a cabo el día 27 en el Misalito Council Hall.

He sido incapaz de dejar de reflexionar sobre sus palabras durante el resto de mi paseo. Si bien el voto a Donald Trump puede considerarse como un desafío a la convención moral dominante del momento, no creo que la contienda electoral se haya desarrollado en términos de moralidad. No creo que los votantes del republicano buscaran en el nuevo presidente una figura que encarnara su corpus ideológico, un líder ejemplar que guiara a una nación unida. Cuanto más reflexiono más me inclino a pensar que ansiaban encontrar a un caudillo que les procurara espacio y les ofreciera protección. Una personalidad lo bastante agresiva para materializar sus deseos de revancha. Un ángel vengador. “El mundo nos ve como estúpidos”, ha dicho DT, “pero no vamos a seguir siendo estúpidos durante mucho tiempo”.

Y el momento de la revancha ha llegado. No de otra forma pueden explicarse los nombramientos del nuevo equipo presidencial: Steve Bannon (portavoz de la derecha radical a través de su portal de noticias Breitbar News), máximo asesor; Rex Tillerson (que ha liderado el consorcio internacional de energía Exxon Mobil desde 2006), secretario de Estado; Steven Mnuchin (inversionista y exejecutivo de Goldman Sachs), secretario del Tesoro; Wilbur Ross (el denominado “rey de la bancarrota”), secretario de Comercio; Andrew Puzder (magnate de la comida rápida), secretario de Trabajo; Tom Price (feroz crítico de Obamacare), secretario de Salud; Jeff Sessions (opuesto a todo tipo de inmigración y partidario de prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos), fiscal general; Betsy DeVos (enemiga declarada de la enseñanza pública), secretaria de Educación y, finalmente, parece que la amenaza de desmantelar la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) que Trump lanzó durante su campaña cobra cuerpo poniendo al frente de esta institución a Scott Pruit (escéptico del cambio climático y defensor de la industria de los combustibles fósiles). A partir de ahora serán los zorros los que cuiden del gallinero.

Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tankawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Reflexiona concentrado en lo que acabo de exponer y termina por decirme que los zorros no le preocupan, que el auténtico problema son los coyotes, y que esta semana ya ha disparado a dos de ellos que se acercaban demasiado a sus gallinas.

 

Federico Sopranis Calandria

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Sopranis completa

Fotografía: Jesús Massó

“¡Que fragor el del sol entre los árboles!”, decía Ángel González del otoño texano. Y es verdad que el sol sigue reverberando entra las altas copas mientras doy mi habitual paseo de media tarde (cada vez más corto) a las afueras de Misalito. Mis vecinos son gente amable y afectuosa que tras las últimas lluvias torrenciales nos ayudaron a sacar del barro el coche de Elena, que cuelgan en su porche la bandera de las barras y estrellas, y que cuando me preguntan por mis orígenes no saben identificar muy bien en qué parte de México se encuentra España.

Mientras me detengo a observar las flores de cactus que bordean el camino, y que ya empiezan a languidecer después de su efímera eclosión, no puedo dejar de pensar en el último sondeo electoral que la cadena local Univision ha realizado en la que ahora se ha convertido en mi pequeña comunidad. En Misalito, con una población de 3786 almas, el porcentaje estimado de voto a Ms. Clinton es el 34 %, mientras que Mr. Trump obtiene el 63 %. Las cifras de la emisora desmienten las estadísticas de Real Clear Politics o de The Washington Post, que auguraban un progresivo desplazamiento del estado de Texas desde el rojo republicano al azul demócrata.

Mis vecinos son gente amable y afectuosa en los que me cuesta descubrir el menor rasgo del matonismo que caracteriza al candidato emergente. La mayor parte de ellos son apacibles jubilados que tienen a sus hijos repartidos por todo el país como consecuencia de la movilidad laboral estadounidense y ese laxo sentido de la familia propio del carácter anglosajón.

Mis vecinos son gente amable y afectuosa que nos invitan a sus “cheese and wine parties”, y que después de la primera botella de vino californiano hablan con cierta amargura del sueño americano. Dicen que ya no reconocen su país, y hablan de la grandeza perdida y de la debilidad ante las amenazas exteriores. Desconfían profundamente del estado, que utiliza sus impuestos para privilegiar a las minorías y a los extranjeros. Pero yo no detecto en la comunidad tensiones raciales: no recuerdo haber conocido nunca a ningún residente afroamericano y los jardineros (los Emilio, Juan o Benito) tras acabar la jornada retornan a sus casas en Santa María de las Ánimas o en Oxxville, después de haber sido amable y afectuosamente tratados. Cuando les digo a mis vecinos que soy extranjero se sorprenden e insisten en señalar que no se nota lo más mínimo. Luego me palmean el hombro y me preguntan con una magnífica y azarada sonrisa: “¿A que este es un gran país?”, aunque lleve viviendo en estas tierras más de cuarenta años.

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Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tankawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Durante un buen rato permanece silencioso, como es habitual en él antes de dar cualquier tipo de respuesta. Finalmente me dice que lo que realmente le preocupa es la carta que ha recibido del Misalito Council Office, que le insta a encerrar las gallinas para impedir que deambulen a su antojo por los caminos.