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Fotografía: Jesús MassóFeliciano castano

Antes, los ismos en el candelero de la política eran otros. Hoy en la incesante carrera a no se sabe dónde, tenemos muchos más. Son tendencias, innovaciones, hashtags y otros palabros; ismos que contribuyen a la causa al fin y al cabo. Su vigor repara en actuar como señuelos. Es decir, como agrupación de cabestros para conducir el ganado en tiempos de significantes vacíos. Me centraré en un significante repetido hasta el hartazgo, ciudadanas y ciudadanos. Se trata del ciudadanismo. Pero antes, permítanme contarles algo.

La política es lo que ocurre en los parlamentos, por supuesto. Pero también es aquello que ocurre en el día a día. Quiero decir lo que pasa en la cocina del hogar de más de una persona. Lo que ocurre en el bar de la esquina, en el vecindario, en la asociación de madres y padres de la escuela, en la asamblea del barrio, en el lugar de (no) trabajo y así podríamos seguir hasta la indigestión. Pero lo importante no es eso. En todos estos grupos de iguales y diferentes se dan relaciones de poder y dinámicas de alianza, oposición y tensión. Y con tanto jaleo entre whatsapps, decires, diretes y divagaciones aparecen hilos de conversación que nos alejan de lo que verdaderamente nos importa: ¿cómo estás?, ¿quién hace la compra y limpieza hoy?, ¿vas bien por estas aceras?, ¿dónde juegas?, ¿qué escuela queremos?, ¿cómo es posible que un profe pueda hacer lo que le de la gana?, ¿cuánto pagas de alquiler?, ¿llegas a final de mes?, ¿por qué esas niñas no juegan en la plaza?, ¿cómo podemos mejorar el aire y el tráfico del barrio?, ¿y si montamos un sindicato del alquiler, una oficina de derechos sociales o un gremio de profesionales sin empleo? Olvidarnos de las preguntas esenciales es letal para poder organizarnos como democracia. El virus del anti-demos tiene su cepa en no confiar, es despreciar la experiencia, el malestar o la iniciativa de cualquiera. Es aquí donde aparecen los señuelos para reconducir al redil cualquier brizna de propuesta, disidencia y conflicto.

Es de agradecer que en un inquietante presente de dictadura financiera, repliegues identitarios y rearmes misóginos y patriarcales aparezcan en nuestro país nuevos frenos que paren esta desmesura. Hace seis años sacamos a ventilar esa capa ponzoñosa de la Tra(ns)ición, utilizando las palabras de Fontana, la aclamada Transición. Abrimos las fumarolas de un post-franquismo y desarrollismo pestilente con el no nos representan o no hay pan para tanto chorizo. Pero… por momentos parece que se cerraran o que las cerraran a golpes de mazo. Esa nueva Restauración o esa Ley Mordaza que criminaliza la protesta, incluso antes de que pase. Esas viejas reglas y mecanismos del juego que siguen indemnes; mientras esas llamadas voces del cambio se entretienen con batallitas del orden simbólico. Y así, una vez más aparecen los señuelos mansos que guían, pero que molestan y avergüenzan ya a muchos de nosotros. Pensándolo bien, dirigirse a una audiencia hoy como ciudadanos y ciudadanas es casi un insulto. Bueno, a menos que hagas bien tu papel de palmero –y clicmegusta- en el guión del reparto de nobles y vasallos.

Vayamos al asunto.

Ciudadanismo es embutir el vocablo ciudadanía una y otra vez en cualquier narrativa y formato, mientras que miles de personas rebanan su carne contra los muros de la zona VIP; cuando no flotan sus cuerpos yacentes en los mares hechos frontera, huyendo de la guerra y la miseria.

Ciudadanismo es aportar una dieta de sensibilidad social con un chorrito de óptica de género y ecologismo a un capitalismo desposeedor, colonial, patriarcal, ecocida y monstruoso.

Ciudadanismo es organizar una feria multicultural donde hay menú halal, hindú, vegetariano, quechua, jaina, vegano, kosher, pero sabiendo que en casas cercanas no llegan ni a sopa de o con el peligro de que detengan al proveedor de cuscús por presunto enaltecimiento del terrorismo.

Ciudadanismo es elevar al ser humano individual a la máxima potencia, despojándolo de clase social y atributo sociohistórico alguno; tuya entera es la responsabilidad de forjarte a ti mismo: entrenar capacidades, acumular méritos y redes, gestionar bienes y emociones.

Ciudadanismo es invertir millones en programas para la empleabilidad de la cantera del desempleo, pero sin modificar hebra alguna de la legislación y del depauperado mundo de las relaciones laborales.

Ciudadanismo es poner la palabra mágica; igualdad de género, equidad o feminismo -según convenga- en toda agenda o eslógan, pero siendo incapaz de aplicar pauta o mecanismo concreto que desestabilice los privilegios del orden patriarcal y androcéntrico.

Ciudadanismo es hablar de democracia, pero en ausencia absoluta de norma o mecanismo alguno que rompa con el silencio de las diferencias, la toma de decisiones reducida y la distribución de la voz en la asamblea.

Ciudadanismo es despreciar y devastar los ecosistemas, saberes campesinos, de las mujeres, artesanales y populares, la arquitectura e ingeniería del pasado, mientras se editan guías para proteger los lugares emblemáticos, se pone un sello verde en una marca de yogur o se organiza una performance transmedia en defensa de tal causa.

Ciudadanismo es tratar al vehículo motorizado individual como la religión de estado y paralelamente dotar a la comunidad escolar a un programa intensivo de educación vial. Y de este modo ir adquiriendo a pies juntillas la “normativa de tráfico”, en un espacio y tiempo irrisorio de orfandad de caminantes y ciclistas.

Ciudadanismo es tratarnos como a imbéciles, es lo que hay, para que nos dejemos dócilmente conducir a cada una de las “celdas consigna”: responsabilidad, riesgo, miedo y migaja-derecho.

Si queremos otra forma de vida mejor, desplazar o, al menos, dificultar el resistible ascenso del autoritarismo e identitarismo, tendremos que aprender a decir no. Decir no a aquello que es injusto y mentira. Decir no a los mandatos, desmontando sus disfraces y juegos deformes de la dominante cultura de lo político. Porque nos avergüenza seguir obedeciendo, porque más exclusión, destrucción, desigualdad y degradación del mundo es inaceptable y aboca al auge del fascismo, porque no queremos seguir asumiendo y aplicando el legitimador lenguaje y comportamiento ciudadanista, porque nos avergüenza y humilla hoy ser ciudadanas y ciudadanos: renunciamos a ser sujetos al servicio de esta hechicería.

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Feliciano

Ilustración: pedripol

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar
del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le
hacían semejarse a una tela arrugada.

Virginia Woolf (1931), Las olas

Hace tiempo en las clases de educación social y pedagogía proponía combinar la lectura de diferentes textos: libres, lingüísticos, dialógicos o audiovisuales. En muchas ocasiones, las voces del grupo mostraban su angustia por el día a día en el aula: la reproductibilidad técnica y desapasionada de la docencia, el ritmo frenético de las clases, la hiperproductividad improductiva que impulsa a la ausencia de autoría, una serie interminable de trabajos-prácticas-actividades-asistencias obligatorias. Una lógica perversa entre el crecimiento prosumer estéril y el peor casticismo docente-discente que dificulta ese trabajo necesario en el que se tejen con sentido los hilos de la sensibilidad, la reflexión, la escucha, la conversación, lo deseante y transformador de la experiencia del educarse y educarnos.

Cuando con veintitantos años trabajaba como animador comunitario en una barriada ajena a El Corte Inglés y acompasaba los estudios de educación social en el otro lado de la ciudad, pensaba: “¿cómo un profesor puede saber tanto de taxonomía de valores y ser a la vez ser tan poco aplicado con los mismos en sus clases?” Comenzaba entonces a entrever los excesivos vicios de policía y sacerdote del profesorado autoindulgente.

El año pasado, el programa de Salvados “El machismo mata” dió una lección a esta disonancia didáctica del mucho lirili y poco lerele. Por una vez, aunque brevemente, se trataba en televisión una parte de lo oculto; algo ausente se hizo emergente siguiendo la perspectiva más necesaria de las ciencias sociales, La sociología de las ausencias y las emergencias, de aquel Milenio Huérfano que proponía Boaventura de Sousa Santos. Se ha arriesgado la TV mostrando lo que duele y poco vende, lo que afecta y poco divierte, lo que aterra, pero también lo que convence, sensibiliza y entusiasma. El relato de Marina, educadora social y superviviente de maltrato machista, el de la jueza Francisca y el del psicólogo no psicologista Jorge, mostraron una realidad llena de matices. No sé si una pequeña isla en un océano televisivo y postmediático de carroña, carnaza, aceleración y violencia puede trascender ante un consumo indiferenciado y desmesurado de imágenes, pero seguro que abre una oportunidad para trabajar social y educativamente el programa realizado. No obstante, parar -aunque sea parcialmente- las cifras del drama, los charcos de sangre en primer plano y los gritos dramatizados es un elemento a agradecer. Y más ofreciendo a la postre, la experiencia de aprendizaje vivida por parte del entrevistador, un machista más, entre millones y millones, aunque se intuya como recuperable.

Hay una inversión de la narrativa y del lenguaje que describe y desborda los automatismos lingüísticos, rompiéndo así una serie de mitos: despeja la leyenda de las denuncias falsas que promueve el neomachismo y evita retratar un perfil único de maltratador y maltratada. “Hay que pasar de víctimas a supervivientes”, nos recuerda Marina, porque luchar y superar el maltrato machista y sus consecuencias es sobrevivir. “Hay que trascender del problema individual a una problemática social” porque el patriarcado y el machismo son una construcción social e histórica hegemónica. Una ideología inyectada en las relaciones sociales no es mera cuestión individual, sino un problema político-ético de primer orden. Una de las metas sería pasar de “igualitario o feminista chic” a machista recuperable, porque el primer paso para cambiar el desorden del mundo es reconocer y confrontrar aquello que hay en ti, a partir de esos (micro)machismos en los que nunca habías reparado con suficiente demora e implicación.

https://www.youtube.com/watch?v=rMkNaG7ylS0

Volviendo a las clases, en una de las sesiones de aquel curso veíamos una secuencia que yo denominé Asimilación ubicua, siempre abierta, 24h al día. A partir de ella, sus preguntas y el diálogo establecido suscitaba: ¿Cómo vamos a imaginar si las imágenes siempre nos son dadas? El pensamiento unidimensional de hoy es vehiculado incansablemente por los medios, la publicidad y el marketing. Todos los discursos están poblados de supuestos que se autovalidan y que, reproducidos exponencialmente desde oligopolios a través de las pantallas, las telerredes, los escenarios y el papel, devienen en preceptos de vida, en normas y pautas homogeneizadas, en representaciones y actitudes estandarizadas.

https://www.youtube.com/watch?v=RiXJtq5QQx4

El único entusiasmo que puede surgir ante tal siniestra y efectiva coyuntura es el de educar en otro tipo de sensibilidad, imaginación e inteligencia; educar en una estética ética, capaz de seducir con el sosiego y el discernimiento, la conversación disfrutada, la lectura crítica, la mirada atenta y el hacer juntos. Y a la vez, generar narrativas nuevas que expongan las experiencias de dolor, discriminación, vulnerabilidad y desprecio; así como las estrategias de supervivencia, resistencia y autoorganización que rebasen los límites biológicos, materiales y culturales que tenemos.

Si hoy eres mujer y puedes asociarte, estudiar, votar, elegir si quieres o no ser madre y cuándo y con quién e incluso separarte o divorciarte, elegir tu sexualidad, usar anticonceptivos, exponer tu arte, publicar un libro, denunciar una agresión sexual sin ser juzgada se lo debes, no lo olvides, a las feministas. Y aunque la lucha continúa y tenemos un feminismo corporativo “techocristalista” que oscurece la existencia de clases sociales y desprecia la reinvención de otra relación entre reproducción/producción y sus consecuentes renovaciones sin hipotecar la emancipación social, como ha mostrado Nancy Fraser. En ningún caso podemos omitir  al feminismo y al feminicidio existente, o ponerlo tangencialmente en el programa, obviando una parte importante de la compleja cuestión. La cuota o el grado de identificación machista cambiaría si en vez de violencia física, habláramos de patriarcado y androcentrismo y de su violencia estructural y simbólica. Pero el movimiento que pelea cada día por la abolición de dicho sistema, los feminismos, no tuvo cuota en el programa de Évole.

Estos son los límites materiales de la espectacularización, la privatización y la mercantilización de los asuntos colectivos que debieran concernirnos como proyecto político común. Los muros con los que se dan de cara los medios de comunicación, que no son todo lo sociales que presumen ser.

Iceberg felicianoSabemos por experiencia que las personas, para entender al semejante y otro/a y transformar la razón doliente y patriarcal del mundo, necesitan formas de comprometerse y de apearse de su área de acomodo y privilegio.

Enfrentarse a un sistema de dominación patriarcal, desigual, jerárquico y violento requiere reconocer primero los valores, las actitudes, los privilegios y las costumbres encarnadas a lo largo de la historia, ni más ni menos. Y esto viene de la mano del elemento ausente, lo rechazado por el prime-time: feminismo(s). Si las mismas muertes que tenemos por violencia machista fueran causadas por el denominado “terrorismo”, el país entero estaría completamente militarizado. No queremos eso, pero sí avanzar mucho más rápido que tocar el pelo de las conciencias cínicas.

Hoy he tenido dos sueños: en el primero soñaba que un gran grupo de mujeres, niños, ancianos, desarrapadas, aburguesados, hospitalizados, gitanas y negras decían bien alto y claro en las calles “yo soy puta, yo soy tonta, yo soy fea, yo soy gorda, yo soy separada, yo soy coja, yo soy madre soltera, yo soy gitana, yo soy lesbiana, yo soy catalana, yo soy andaluza, yo soy musulmana, yo soy de pueblo, yo soy parada, yo soy atea, yo soy artista, yo soy adolescente, yo soy arrabalera, yo soy abortista, yo soy anarquista, yo soy titiritera, yo soy loca, yo soy sin estudios, yo soy bruja,…”

El segundo ya no lo recuerdo, la gran parte invisible lo ha ocultado, de nuevo me tocará indagar, dejarme afectar para descubrir toda la parte que velamos y normalizamos.

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Arturo martínez portada

Fotografía: Jesús Massó

 “La experiencia corporeizada de la precariedad se caracteriza por: (a) vulnerabilidad: la continua experiencia de la flexibilidad sin ninguna forma de protección; (b) hiperactividad: el imperativo de adaptarse a la disponibilidad constante; (c) simultaneidad: la capacidad de manejar a la vez los distintos tempos y velocidades de múltiples actividades; (d) recombinación: los entrecruzamientos entre varias redes, espacios sociales y recursos disponibles; (e) postsexualidad: el otro como dildo; (f) intimidades fluidas: la producción corporal de relaciones de género indeterminadas; (g) inquietud: estar expuesto o expuesta a la sobreabundancia de comunicación, cooperación e interactividad, e intentar sobrellevarla; (h) inestabilidad: la continua experiencia de la movilidad a través de distintos espacios y líneas temporales; (i) agotamiento afectivo: la explotación emocional o la emoción como elemento fundamental del control de la competitividad laboral y las dependencias múltiples; (j) astucia: capacidad para ser falso, persistente, oportunista, un tramposo”.

Vassilis Tsianos y Dimitris Papadopoulos, 2006

En la sociedad de consumo lo que se produce es consumo: cuantos más regalos hagamos, mejor cumpliremos nuestra obligación; lo importante es comprar, da lo mismo para qué y para quién. El capital no tiene rostro. Dios ha muerto y el capital es su cadáver (un cuerpo sin rostro). Si el capital no tiene rostro, tampoco tú y yo tenemos rostro: cuando te hago un regalo, más que obligarte hacia mí, cumplo mi obligación con la sociedad, y a lo que te obligo a ti es a cumplir a tu vez tu obligación, haciendo regalos a mí o a otros.

Jesús Ibáñez, 1981

Las ciudades hoy están cercadas de una realidad atosigante. El paseo libre, la conversación disfrutada, el juego entre churumbeles, el estar juntos sosegadamente con colegas de trabajo -si los hubiere-, el silencio libre de humo y contaminación parecen hoy imposibles.

A la vista está, sociedad de alto consumo-producción, todo tematizado, expuesto y a la venta. La tragedia es que en esto, decir todo es todo. El dogma del crecimiento lo exige. No hay límite en el régimen del goce de mercancía y de la servidumbre. El tiempo, el espacio, el cuidado, el ocio, la información, el cuerpo en su materia y representación, la atención, el deseo, el descanso, las capacidades, la comunicación. Todo a la venta. Todo acumulable. Bajo este nuevo espíritu del supermercado no importa quién eres, importa lo que consumes o representas.

Los pueblos, las escuelas, los hospitales, las plazas, los cuerpos, el pensamiento, las miradas, los ríos, la tierra, las costas… todo a la venta. La tríada gestión-marketing-publicidad gobierna el día a día; salud, vida social, política, educación, alimentación, sexualidad, cultura, trabajo, emociones, vacaciones. Una vida administrada y controlada por este tridente y sus múltiples dispositivos.

El crimen del capitalismo no deja de expandirse, sin embargo no es del todo perfecto como nos recordaba en su día Baudrillard. El malestar cultural y las desigualdades se agrandan, el colapso se perfila más que nunca en el paisaje, la tiranía neoliberal erosiona permanentemente los vínculos sociales y humanos. Caído el Welfare (Bienestar) se exaltan las tecnologías del yo, la competencia frente a la fraternidad e interdependencia humana, el sálvese quien pueda en formato de autoayuda, resiliencia, emprendimiento o el sé tu mismo, toda una gramática individualista sin horizonte común alguno. El mundo de vida social se des-hace a la vez que se corporeiza la precariedad y los problemas se individualizan en un yo patológicamente psicologizado.

Regalar espacios, tiempos de libertad y juego es empezar a crear vínculos con semejantes; participando, apoyándonos, trabajando juntos en soluciones comunes. Regalar espacios de libertad y juego es desmontar los mitos de la libertad y la autonomía de esta civilización neo-liberal, romper la regla del miedo al otro para atreverse a escuchar, saberse vulnerable, depender y a que dependan de nosotros. Al fin y al cabo son las redes sociales reales, con su tiempo y espacio limitado, sus interdependencias, sensibilidades, necesidades, afectos y apoyos las que nos hacen tener una vida mejor. Piel con piel. Cuidar y ayudar tomando partido es una virtud arrinconada por el mantra del capital humano, que bien merece ser señalada como una tradición femenina que ha de ponerse en valor ante todo. Por eso, nada mejor que atreverse a regalar simple vida, desurbanizando los automatismos del día a día, abriendo espacios de libertad, juego y relación para impedir que el mundo de vida social se deshaga.