La verdad es croqueta. Soy un materialista. Y el progreso es un timazo. Necesitamos un freno. No montar más castillos en el aire. Y repartir lo que hay».
Rafael Bechiarelli
La novela negra es lo mismo que la novela policiaca… y dos huevos duros. En la novela policiaca, lo más importante es el crimen y el reto de adivinar quién es el asesino. Es la que practican con maestría, entre otros y otras, Agatha Christie o Georges Simenon.
En la novela negra, además, hay una geografía social y un tiempo concretos que, lejos de ser meros decorados donde se desarrolla la intriga, se convierten en piezas fundamentales del relato, a veces, incluso, robándole protagonismo al propio crimen, que acaba convertido en mero pretexto.
Sus maestros son, por ejemplo, Vázquez Montalbán, Camillieri, Markaris, Padura… todos ellos grandes escritores, aunque también hay muchas y grandes escritoras, como Patricia Highsmith o Fred Vargas, porque la novela negra ha dejado de ser literatura “menor”. Y además está de moda.
Así, la novela negra nos permite conocer mejor la Barcelona de la transición, la Sicilia de la mafia y la corrupción política, la Atenas de la crisis o La Habana de la revolución castrista.
Otro rasgo, compartido con la novela policiaca, es la importancia de quienes investigan el crimen, personajes singulares de marcado carácter (literario), que nos sirven de guías en el viaje por su realidad y su tiempo.
Eso es lo que ocurre con Rafael Bechiarelli y este Cádiz de comienzos de siglo. Después de investigar la misteriosa muerte en La Caleta de un comparsista (“Carne de Carnaval”, 2017), y de recorrer la provincia buscando a un inglés desaparecido tras los pasos de una mujer fatal (“Las Niñas de Cádiz”, 2018), ahora le toca resolver el asesinato de un líder de Poder Popular, la coalición de izquierdas que ha arrebatado el gobierno municipal a la derecha de toda la vida (“Nuestra Señora de la Esperanza”, 2019).
La víctima se llama Gabriel Araceli, en un homenaje al mítico protagonista gaditano de los primeros Episodios Nacionales de Galdós, y la investigación de su muerte violenta obliga a Bechiarelli a repasar todo el animalario político de la ciudad y recorrer sus altos y bajos fondos (siempre húmedos).
Bechiarelli es un detective tieso y fumeta, de pasado nebuloso, escéptico de todo y muy leído (desde que trabajó de vigilante nocturno en una nave frigorífica de la Zona Franca), que vive y tiene su oficina en un viejo y desvencijado almacén, y se patea -literalmente, porque es un detective peatón- el casco antiguo. También es un materialista, que ejerce la guasa y el cargote gaditano, cree en sus amigos y, sobre todo, en la verdad de la croqueta.
Su padre literario es David Monthiel, que ha conseguido con esta novela el prestigioso premio de novela negra “LH Confidencial 2019”, traspasando así las fronteras de Puertatierra (lo que constituye todo un logro cuando se es de Cadi-Cadi).
Para quienes vivimos, sufrimos y gozamos cada día esta ciudad es una fuerte tentación buscar parecidos razonables entre los personajes de la ficción novelística y los de la realidad cotidiana que llenan el Diario o habitan sus calles y despachos. El autor, faltaría más, no se hace responsable de los supuestos hallazgos. Allá cada cual.
Pero, al margen de juegos adivinatorios (con su puntito morboso), las andanzas de Bechiarelli nos ayudan a conocer y entender -hasta donde la confusión dominante lo permite- esta ciudad y este tiempo, sus miserias y grandezas, sus frustraciones y, sobre todo, sus esperanzas.
Porque, en la ciudad precaria que relata David Monthiel se han perdido muchas cosas por el camino pero aún es posible la esperanza, “o algo parecido”, como reflexiona su detective.
Así pues, estamos ante una novela negra y política, escrita con un lenguaje rico (por variado y sabroso), cien por cien gaditana, incluso en la guasa y la mirada irónica, que hemos devorado como si fuera la última croqueta del convite.
Tal vez alguien pensará que el intencionado localismo del escenario y del lenguaje con el que se despliega la trama, pudiera disuadir a posibles lectores de otras latitudes, pero sospechamos que, quizás precisamente por eso, las novelas de Bechiarelli serán disfrutadas por muchas gentes que nunca pisaron las calles de esta ciudad trimilenaria, para su mayor gloria. (Aunque, eso sí, compadezcamos a los futuros traductores al búlgaro).