Ilustración: pedripol
Estimado funcionario, en virtud de algún acto público que requirió su presencia, escuché parte de un discurso suyo en el cual expresa, en relación al “descubrimiento” de América, que España no ha sido colonizadora, sino evangelizadora y civilizadora.
Desde mi condición de descendientes de españoles y como súbdito de la misma Corona –Corona que posibilitó que familiares míos vinieran a estas tierras por ellos conquistadas y colonizadas, para que familiares suyos sigan expresando conceptos políticamente correctos con el fin de que mucho tiempo después, usted justifique sus ingresos expresando lo que expresa- tengo la obligación de señalarle algunas cuestiones que considero sustanciales. Esto no tiene nada que ver con lo acertado o desacertado de sus declaraciones. Esto tiene que ver con que usted sigue fortaleciendo una vieja idea de colonización, que ahora se expande por canales y medios de comunicación, sobre todo los públicos, como el que usted preside.
Podrían señalarme que esta diferencia de perspectivas no es más que una mera cuestión semántica. Tal vez. Sí estuviésemos en México, me alcanzaría con expresarle, Don José Antonio, que se deje de decir pendejadas; en caso de situarme al otro margen señalado por el tratado de Tordesillas, tendría que escribirle en portugués. Sin embargo, ciertas formalidades son necesarias y fundamentales, como para que la comunicación ratifique con palabras, con sonoridad, las intenciones que tenemos tras ellas.
Pepe querido, como decimos por estas pampas: acá los Españoles que arribaron a estas tierras no tuvieron ni otra posibilidad, ni otra misión que no fuera la de colonizar o conquistar; el resto, la evangelización o civilización, tan sólo fueron instrumentos para tales fines.
Es importante que vos, que ocupas un cargo público, entiendas que si todos los descendientes de españoles decidimos darle término a la misión evangelizadora y civilizatoria que vos decís que acá se vino a realizar, vamos a triplicar la población actual de la península, y que tu sueldo tendría que reducirse bastante dado que ni la Corona, ni el Estado, ni las Naciones Unidas podrían impedirnos regresar al lugar del que somos originarios. Y sí, fueron nuestros antepasados los que vinieron a colonizar estas tierras para que todos los que allí se quedaron vivieran mucho mejor de lo que vivían hasta entonces.
Nosotros, los descendientes de los que perpetraron aquella acción que más allá de juzgamientos permitió salvar económicamente al reino, estamos administrando nuestras contradicciones (dado que también somos descendientes de los exterminados) y por ello es que seguimos habitando estas tierras que, como continuidad de ese mandato colonizador, mantiene astronómicos números de pobres, de marginales y de índices de inequidad y desigualdad.
No conviene que hable en los términos en los que habla; en todo caso si su convicción es buscar una verdad, mejor se hubieras dedicado a la filosofía o de lo contrario se la deja a Dios, en nombre de quién, como muy bien sabe, se han perpetrado muchos crímenes y latrocinios, y hacia quién los culpables dirigen su solicitud de redención.
Seguimos teniendo las manos manchadas de sangre y esperamos contar con sus cámaras, con sus micrófonos para contarlo, para dar cuenta de esto que expresamos, a distancia, desde estas tierras colonizadas, evangelizadas, civilizadas o como prefiera.
“La historia la escriben los vencedores”, frase atribuida a George Orwell debe completarse con “existe otra historia de los vencidos”; como si fuese un estandarte de un ejército de vencedores morales, de melancólicos o románticos revisionistas que, mediante un gran esfuerzo investigativo e intelectual, se empeñan en relatar modificaciones a esa gran historia oficial a la que suelen torcer logrando gestas apocadas que reinan en el ámbito de lo simbólico.
Como dijo Oscar Wilde en su ensayo El crítico como artista: el único deber que tenemos con la historia es reescribirla. La no existencia de hechos sino de interpretaciones, nos invita a salir de la caverna en busca de la luz que creó las imágenes con las cuáles nos hemos educado. El temor a quedar enceguecidos no detendrá el camino en búsqueda de elementos que consideramos indispensables para conocer lo que somos, resignificando con ello la historia misma, sus metodologías e instituciones.