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Estamos viviendo una situación completamente distópica, inimaginable, absurda por momentos y permanentemente preocupante. Somos una sociedad aletargada e insensibilizada por la cantidad de información -real y ficcionada- que nos llega por infinidad de medios y, aún así, nos está sobrepasando esta situación.

Nuestros sanitarios están trabajando a destajo, día tras día y noche tras noche, sudando sobre lágrimas y llorando bajo el cansancio. Y esto es así porque no son suficientes. Porque, desde el gobierno, se han maltratado durante años los servicios sanitarios de este país. Porque los mismos que nos piden solidaridad y sentimiento de unidad, han perpetrado continuas violaciones a un sistema de salud público y solidario. Porque los que salen a aplaudir todos los días a los balcones también llenan las urnas de votos a esos partidos que socavan nuestro sistema sanitario, dejándolo sostenido sobre pilares maleables y frágiles: la resistencia y la dedicación de nuestros profesionales. Así que, cuando queráis agradecérselo, recordad bien a quiénes les estáis entregando vuestro voto.

Unidad, patria y obediencia. Esas son, al parecer, las mejores armas que tenemos en España para luchar contra el COVID-19. “Sed fuertes, tened paciencia” “Unidos saldremos de esto” “Quédense en su casa” y demás frases que han sido tatuadas en nuestras mentes con la tinta del miedo. Sin posicionarme en contra de las medidas tomadas por el gobierno que -siendo más que necesarias- han llegado algo tarde, me parece de una irresponsabilidad máxima concluir que, por ser España “un gran país”, vayamos a superar esta crisis sanitaria global. 

Jarillo post 1
Imagen de Geralt en Pixabay

Los mismos motivos a los que aludió Felipe en su breve discurso -de siete lamentables minutos- el pasado miércoles. Sí, a los cuatro días de decretarse el estado de alarma, el jefe del estado salió a transmitir ánimos y condolencias, acompañadas de una verborrea anticuada y protocolaria. Como Leónidas en las Termópilas, pidiéndonos unidad. Como Blas de Lezo en el fuerte de Bocachica, invocando a la patria. Como George Patton ante el Tercer Ejército, exigiendo valentía. Como Alejandro Magno, ya en la India, aludiendo a la heroicidad de los suyos. Un discurso anacrónico e insuficiente, en el que el rey vuelve a dar muestra de la inutilidad de la institución en momentos de verdadera crisis. 

Quizá no sea el momento de retirar la mirada de la situación actual, pero con este torbellino de información y lluvia masiva de terror necesitamos alejarnos un poco del ahora y pensar en el mañana. Porque lo más importante en el futuro será la definición de la nueva sociedad que sobreviva a la pandemia. Y lo que veo ahora, no hace sino aumentar mi preocupación por lo que está por venir en el terreno político. Teniendo claro el cambio de liderazgo geopolítico que ocurrirá, propulsando a Asia (principalmente China, Japón y Corea del Sur) a la cabeza de la economía mundial sin discusiones y dejando a Europa como un apéndice que hará de rémora del continente asiático durante las próximas décadas, habría que atender a un auge del sentimiento nacionalista -que tanto preocupa en los últimos años- no sólo en nuestro país.

El miércoles parecía que el mismo Ortega Smith manejara cual marionetista las cuerdas vocales del rey, aludiendo a la unidad, fortaleza e historia de España para vencer a una amenaza que hará caso omiso a proclamas nacionalistas y acabará con lo que encuentre a su paso, tenga o no tenga bandera en su balcón. ¿Creéis que el aislamiento es la solución a los problemas -quizá sí frente al coronavirus- que atañen a una sociedad globalizada al nivel que se encuentra la nuestra? La creación de fronteras no hará más que limitar los recursos y capacidades de todas aquellas poblaciones encerradas en ellas.

No es el momento de ahondar en diferencias ideológicas e identitarias. No es el momento de buscar en la unidad un elemento de diferenciación frente al resto de pueblos. Es el momento de mostrarnos -de nuevo- fuertes ante un enemigo común.

 

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Resaca
f. Corriente marina debida al retroceso de las olas después que han llegado a la orilla.
f. Limo o residuos que el mar o los ríos dejan en la orilla después de la crecida.
f. Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso.
f. Situación o estado que sigue a un acontecimiento importante. La resaca del éxito.

Dicen que para la resaca viene bien meterle al cuerpo un poco más de lo que se tomó la noche anterior y quise probar este remedio con la variante «electoral» de mi querida compañera de domingos. Me levanté ese lunes de resaca dispuesto a empaparme en política, beberme hasta la última gota de los artículos de opinión, bañarme en la marea de publicaciones, reacciones, retweets…y eso hice.

Facebook, Twitter e Instagram supuraban euforia y odio a partes iguales nada más conocerse el resultado, y seguían apestando a lo mismo horas después, tras haber despertado la mañana. Si bien es cierto que uno está acostumbrado al odio, la euforia no termino de comprenderla -imagínense compartirla.

Sentirse ganadores con un resultado que otorga 24 diputados a la extrema derecha -con más de dos millones y medio de votos- me parece, cuanto menos, irresponsable. Otro tanto me ocurre con los artículos de opinión de supuestos medios progresistas. Periodistas, historiadores, politólogos…muchos de ellos coinciden en que el resultado electoral supone una victoria de la izquierda frente al totalitarismo, un foso abierto frente al avance de la extrema derecha; lo cual supone una actitud bastante más irresponsable que la anterior si cabe, más aún teniendo en cuenta que el fascismo clava sus raices muy hondo, lentamente, poco a poco pero, una vez desarrollado, se expande rápido, como la peste.

Otro lunes de resaca
Ilustración: Pedripol

Sudamérica está siendo colonizada por el imperialismo capitalista estadounidense y parece que Europa pretende seguir su ascendente tendencia fascista. Bajo la luz de las 12 estrellas estamos viendo el nacimiento y auge de distintos partidos de ultraderecha, generalmente nacionalistas y antieuropeístas, que en menos de una década han conseguido tener presencia en casi todos los parlamentos de la unión. Aquí, mientras, nos enorgullecemos del país porque ha ganado el PSOE -no sé qué me asusta más- como si el PP y el PSOE fueran algo más que radios de la misma rueda que ha pasado por encima de la democracia y ha pisoteado el estado de derecho en incontables ocasiones desde la transición.

La lucha no acabó el domingo. La lucha empieza ahora. Debemos demostrar que nuestras instituciones no serán de nuevo un refugio para el fascismo. Ni las instituciones ni nuestras calles. Veinticuatro diputados dentro son muchísimas personas fuera.

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Airon post
Fotografía: Jesús Massó

Llevo unos días en los que me asedia una marea de incógnitas que no soy capaz de despejar y voy a aprovechar esta ocasión para compartir mi frustración con vosotros y vosotras. Y además, gratis. Aunque antes me gustaría plantear unas cuestiones sencillas:

¿Os gusta el hummus o sois más de cochinillo al horno? ¿Una buena pizza margarita o mejor unos  rollitos de primavera y una docena de piezas de sushi? ¿Sois amantes del r&b, el jazz y/o el blues? ¿Os cubrís la garganta del frío poniente con una kufiyya -un pañuelo palestino- o quizá usáis un turbante como manera ‘cool’ y moderna de recogeros la melena? Si respondéis afirmativamente a alguna(s) de estas preguntas -en mi caso, así es- pasáis a la siguiente ronda.

¿Sois de Oriente Medio, Segovia o Nápoles? ¿Habéis nacido en alguna parte de China o Japón? ¿Tenéis un pasado como recolectores de algodón esclavizados en alguna campiña del noreste de los Estados Unidos? ¿Os han bombardeado vuestra casa los israelíes o quizá sois seguidores del sijismo? Si respondéis afirmativamente a alguna(s) de estas preguntas -en mi caso, no es así-, enhorabuena (excepto a esclavos, bombardeados y refugiados). Lleváis vuestras raíces, cultura y creencias allá donde vais, con el fin de expandirlas y enriquecer al resto de vuestros coetáneos. ¿O no era también esa una de las ventajas -por desgracia, menospreciada- de la globalización y el consiguiente intercambio cultural entre naciones?

Hay dos palabras que, unidas, plantean justamente lo contrario: apropiación cultural. Su simple uso conjunto ya es una aberración. La cultura, en general, no tiene dueño. Al menos, no debería tenerlo. Las composiciones, ya sean musicales, literarias, gráficas y/o cualquier recurso artístico creado en el desarrollo de su actividad sí, porque son una creación personal. Pero la identidad cultural es -y debe ser- tan libre como la identidad sexual o la identidad de género. La posibilidad de identificarnos con cualquier cultura de otra parte del planeta no es sino una virtud de nuestra globalización y no debemos minimizarla, porque es la única riqueza que aún podemos repartirnos libremente.

Sin embargo, no son pocas las voces que se desgarran en grito contra Rosalía y demás artistas contemporáneos bajo la acusación de mancillar la cultura y tradiciones andaluzas, por citar un ejemplo de actualidad. Este posicionamiento -siempre más arraigado en entornos conservadores- se asemejaría demasiado a una especie de ‘nacionalismo cultural’, en el que excluir de nuestra cultura a aquellos que no consideramos dignos. Y recuerden bien que los nacionalismos ‘de derechas’ no son constructivos porque son ‘de derechas’ y los nacionalismos ‘de izquierdas’ tampoco lo son porque son ‘de derechas’.

Dicho esto, no consigo entender cómo, en estos tiempos tan convulsos -política y económicamente-, la izquierda sigue cayendo en el error de llevar como armadura esa piel tan fina y, cómo esgrime la corrección política. Cierta izquierda plantea su lucha abanderando el bienquedismo y no parece percatarse de que está construyendo un camino moralizante hasta unos límites en los que su propia satisfacción ética se ha vuelto suicida.

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Jarillo 2
Imagen: Pedripol

Llevaba tiempo apoyando la teoría de que el próximo presidente de este país tendría un nombre catalán. Con la victoria de Pablo Casado en las primarias del PP, mi teoría se derrumba y esto que les cuento son sus escombros.

El PP se desintegraba mientras Ciudadanos se acercaba peligrosamente a la Moncloa. Los de Rivera iban dando pasos hacia el gobierno impulsados por la inercia de su defensa de la unidad nacional durante el conflicto catalán y su postura firme (e hipócrita, como buenos españoles que son) frente a los casos más sonados de corrupción. En medio de ese proceso, y de forma inesperada, llegó Pedro Sánchez; el “Kennedy español”, el “Obama blanco” que bien podría haber acabado su carrera política como hicieron ellos. Me hubiera dado lo mismo que se fuera a Hawái a hacer esquí acuático o que recogieran los restos de su cerebro de la tapicería de un coche (conste en acta, señor juez, que este que escribe no le desea ni lo uno, ni lo otro). Pero no. Pedro ‘ave fénix’ Sánchez volvió, resurgiendo de sus cenizas, para derrocar a Mariano e instaurar su escaparate electoral.

En el momento en el que Albert se había ganado a los Españoles (con mayúscula, esos de bandera en balcón) con su posicionamiento en el ala derecha -por si todavía alguien dudaba- del espectro político, llega el señor Sánchez y destroza la estrategia de Ciudadanos con un solo movimiento. Les obliga a retratarse, delante de toda la nación, dándole dos opciones: apostar por una apertura democrática y dialogar con el PSOE, la izquierda y los partidos nacionalistas o apoyar la permanencia de una banda de mafiosos en el gobierno. Su decisión no sorprendió a nadie. Una vez señalados de esa manera, a Ciudadanos solo le quedaba la opción de seguir siendo una rémora y chupar todo el flujo de votantes que huían despavoridos del desastre del PP y que son muy Españoles –y mucho Españoles- para votar a un partido que huela mínimamente a izquierda.

La cosa volvió a torcerse y llegó el anuncio de la marcha de Mariano regresando a Santa Pola (a rascarse la popola unos días; Rajoy hace años que no ve una hoja de Excel) provocando la convocatoria de primarias -por primera vez- en la historia de los populares. Pablo Casado, al salir vencedor y dejar a Cospedal y Soraya bastante tocadas, se encuentra ahora una autopista por delante para acelerar en su viraje hacia la derecha más reaccionaria. El nuevo líder del PP defiende el respeto de las normas; las mismas normas que se ha saltado su partido durante décadas para esquilmar las arcas públicas. Cuando alguien como Casado hace referencia a las normas, sus palabras vienen acompañadas de tufo a arcilla, de melodía litúrgica; como si hiciera referencia a mandamientos que alguien grabó hace siglos en una tablilla que no puede ser mancillada.

Casado se presenta con un discurso de menosprecio al oponente, carente de iniciativa de diálogo y con la intención de llegar a la mayoría absoluta para volver a aplastar la legislación española con su apisonadora de decretos. Esa es la nueva cara que liderará la regeneración del Partido Popular, como si tal cosa fuese posible. Una cara joven que se reconoce orgullosa de Fraga, Aznar y Rajoy y que, acto seguido, se atreve a citar a Unamuno. Una cara joven maquillada con la vejez de los ideales moribundos de una sociedad corrupta hasta su raíz por la moral cristiana y de una clase aburguesada hipócrita y egoísta que no sufrió una dictadura sino que vivió de ella como élite en una España de incultura e ignorancia.

De esa “élite” proviene Pablo Casado, quien propone un Partido Popular apoyado en dos pilares básicos: la defensa de la libertad individual y la libertad económica. La primera es una afirmación bastante hipócrita y la segunda es lo idóneo para continuar con esta dinámica de crisis económicas concatenadas. Dice representar un Partido Popular que aboga por la defensa de la familia y de la vida, enfrentándose al aborto, la eutanasia y la ideología de género. Nada de esto puede ir de la mano con defender las libertades individuales, señor Casado. Representa usted a menos gente de la que cree -y a más de la que a mí me gustaría. Hasta Rajoy se ha visto obligado a estar más cerca de Génova para que Aznar no vuelva a pasearse en babuchas por allí.

Pablo es el Albert Rivera 2.0 (Aznar 3.0) de la política española y estoy seguro de que ambos van a entenderse bien. ¿Cómo afectará esto a la izquierda, que en estos instantes se encuentra con una situación caótica?. De momento solo puedo pensar en la cara de Albert, que creía ver vía libre hacia la presidencia y a quien tras los resultados de las primarias del PP, se la ha quedado cara de ‘primo’. “El primo de Rivera”. No le viene nada mal.

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Jjarillo
Imagen: Pedripol

Nací en el 87. Pertenezco a la generación ‘Y’. Según muchos demógrafos, podéis denominarme millennial, aunque no sé exactamente qué narices significa eso. Un denominador común entre mis coetáneos es la huida y aunque nadie sepa muy bien hacia dónde, lo que sí sabemos es de qué.

Es lógico pensar que, viviendo en Cádiz, todo aquel que decida escapar de semejante paraíso terrenal debe haber sufrido un buen golpe de levante. Pero ya son demasiados los que se han marchado sin necesidad de ser empujados por los vientos. Muchos huyeron de la precariedad, otros tantos de la monotonía. El resto posiblemente se fue al sentirse incómodo en el sofá de la desidia donde la mayoría pasa su tiempo libre. Algunos lo hicieron corriendo, de forma alocada, mientras agitaban sus brazos en un incomprendido afán por despedirse de todo y de todos. Otros se fueron a hurtadillas, creyendo que nadie lo notaría, sin pensar en el vacío que dejaban atrás. Ni que decir tiene sobre el que se llevaban consigo. Yo mismo escribo esto a 1200 kilómetros de mi casa. Como buen millennial, también huí. Tenía que haberlo hecho hace años pero Cádiz, con sus cosas, te atrapa.

La precariedad no es el único motivo. Solamente es la base donde el resto de problemas se apoyan, unos sobre otros, en un equilibrio cruel. Es la raíz de un árbol que se ancla hondo en tu cuerpo y cuyas ramas acaban por destrozarlo, al compás del crecimiento. Y para una planta así de destructiva no hay mejor abono que la gentrificación. Las raíces de la escasez beben de ella y se fortalecen, dándole altura al tronco para que sus primeras ramas se claven en tus órganos y presionen tus costillas, haciendo cada vez más difícil tu respiración. Esa palabreja que tiene apenas 50 años nos expulsa a nosotros, los jóvenes, fuera de nuestros barrios. Nos echa poco a poco a aquellos que conocemos cada una de sus esquinas. Esas con las que reímos y lloramos al mirarlas, por las mil historias que nos cuentan. Nos invitan a salir de lugares en los que hemos crecido. Bebiéndonos sus calles, comiéndonos sus plazas. Barrios cada vez más irreconocibles y no por el paso del tiempo en sus fachadas.

Ahora, en otro de los puntos calientes de la gentrificación en España -como es Barcelona- todo me resulta cercano. Tampoco es que haya elegido la mejor época para buscar trabajo de calidad en el litoral -hasta el momento- español. Aquí ya he sufrido la peor entrevista de trabajo de mi vida, me han ofrecido trabajos casi tercermundistas y me han rechazado de empleos por motivos dudosamente legales. No solo esto. Muchas otras cosas que aquí veo me traen aromas de mi ciudad, mi gente. Callejones estrechos con inesperados arcos en su medular que te ocultan entre claroscuros. Ropa tendía en ventanas y balcones, secándose al aire y coloreando las grises callejuelas del Raval. La economía sumergida como pilar indiscutible de la ‘riqueza’ del barrio. Construcciones hoteleras a medio terminar donde encuentran descanso los vagabundos que durante el día saltan de sombra en sombra por el barrio.

Pero aquí la respuesta social es potente, es una ciudad que grita cuando la pisan. Aquí hay muchos comercios locales que todavía levantan sus escudos contra los alquileres abusivos y esgrimen sus armas frente a las grandes cadenas de hostelería y alimentación. Los inmigrantes, que conforman la mayoría social del barrio, luchan por esto como si fuera suyo. Luchan por estos adoquines como si se hubiera echado los dientes en ellos. De hecho, luchan mucho más que algunos autóctonos que se engrandecen a sí mismos colgando esteladas en su balcón para luego alquilar su piso a precios de oro. Catalanes e inmigrantes. Ellos mismos se organizan de manera ejemplar. Hay reuniones periódicas en cada barrio -y asociaciones de vecinos- en las que se estudia la situación actual del mismo y las posibles mejoras a implementar, ya sea desde un enfoque público o privado. Se empapelan fachadas –literalmente- con carteles de llamada para que acudan las personas residentes. Durante estos días he visto ejemplos brillantes de autogestión de suelo público, con diferentes finalidades productivas, culturales y sociales. Una resistencia a lo inevitable, con uñas y dientes en forma de identidad y arraigo. Y me da rabia, porque es lo único que no me trae recuerdos de casa. Allí ha ahondado con tanta profundidad entre nosotros el ‘sudapollismo/coñismo’ que cada vez se oyen menos voces que reivindiquen nuestra identidad. Mientras que aquí todavía hay gente que lucha y que lleva haciéndolo muchos años, en el sur, como siempre, nos ha cogido el toro. O nos pudo la cobardía.

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Jarillo
Fotografía: Jesús Machuca

Seguro que alguna vez has sentido algo parecido. Un fuerte golpe en la espalda. Un trago de algo que decidió explorar conductos extraños. Un recuerdo que regresa para atormentarte mientras estás intentando apagarte sobre la cama. Algo que te deja, literalmente, sin respiración. Es la peor sensación que puedes sentir jamás. Sentir que tus pulmones no responden. Es horrible. Entiendes que la muerte se acerca y la angustia te inunda completamente.

Imagina, ahora, que esa sensación de angustia se alarga hasta lo insoportable y sigue ahí, día tras día. Desde dentro de ti, una mano sucia oprime tus pulmones y no te deja inhalar aire. Te vas llenando de la tierra que luego vomitarás a tu entorno en forma de cristales, destruyendo aquello que aparece a tu paso. La frustración arrasa con todo tu ser mientras intentas salir de ti. No eres capaz de respirar. No eres capaz de ser. Nada. Te amarras a la rutina esperando que, en algún momento, termine. Pero es imposible seguir aguantando y un día ya no puedes más.

La situación actual está acabando con nosotros. No solo económica sino vitalmente. Nos arrastra por un tortuoso camino de trabajo continuo para ni siquiera poder sobrevivir. Poder vivir de verdad, sentirnos vivos. Ya no somos, estamos. O somos simples carcasas corroídas por la precariedad que deambulan por las plazas y calles hasta que caen ciegas en sus propias oscuridades. Olvidamos las cosas que nos gustan. Olvidamos las cosas que no nos gustan. Incumplimos las promesas que nos hicimos. Nos olvidamos de nosotros mismos. Nos traicionamos. Y cuando alguien se traiciona a sí mismo, ya no le queda nada.

Este sistema precario y desalmado está llevando a una generación completa a perderlo todo. Está provocando que millones de personas tengan que arder en las llamas de la angustia y la necesidad hasta que, si pueden, intenten resurgir de sus cenizas. No será un precioso Fénix lo que salga de ellas. No. El sistema está creando seres enajenados y carentes de sentimientos que, antes aún de haberse sacudido las cenizas, sólo piensan en una cosa: venganza. Y se cumplirá. Porque aquello que les han quitado, que nos han quitado, no puede ser devuelto. Ya no somos nosotros. No pueden devolvernos nuestro ser. Es demasiado tarde.