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El arte se puede encontrar en cualquier esquina, incluso el que se encuentra fuera de inventario.

Tras más de un siglo de grandes colecciones de piezas contemporáneas y de una discusión incesante por parte de los sectores artísticos y de política cultural, el concepto de museo de arte contemporáneo ha sufrido varias crisis de identidad y una crisis permanente de aceptación por parte del público, instruido o no, que sufre con frecuencia unas propuestas artísticas solo valoradas por conocedores e incondicionales que, en el mejor de los casos, se pueden valorar como alejadas del gusto de las masas o con una sucesión acelerada de movimientos y personalismos que hace perderse al espectador y al curioso. Quizá una de las reacciones a esta recesión del museo en la bolsa cultural la formen los artistas y movimientos que han querido sacar el arte de sus continentes designados para que forme parte del espacio urbano e incluso del paisaje, como ocurre con las muestras de escultura al aire libre o los movimientos de land art y de la intervención artística.

El arte lo crea una persona, un grupo, no siempre con una finalidad estética. Después los espectadores la tradición y la crítica podrán reconocerlo o no como arte -un acueducto, las pinturas rupestres o un puente atirantado no se crearon con ninguna finalidad artística-. En los últimos años Cádiz vive una fiebre vertical del oro, la de la rehabilitación de fincas antiguas, muchas de ellas con valor histórico patrimonial, a las que se les está dando un uso turístico, como hoteles o apartamentos. A continuación, se quiere proponer un caso de arte fuera de museo, surgido en plena calle, secundario a esa fiebre del oro.

Donde arranca la calle Sagasta, esquina con el callejón del Tinte, se encuentra la casa de la familia Cuesta, que fue consulado británico durante la Guerra de la Independencia y, tras permanecer muchos años abandonada, se ha emprendido una larga rehabilitación para convertirlo en un hotel boutique de cuatro estrellas. En este edificio, dada la complejidad de la obra y, seguramente, de los requisitos legales de preservación y mantenimiento como patrimonio, además del objetivo de conseguir un establecimiento turístico de referencia, se está realizando una obra compleja, larga y con muchas capas. Como parte temporal del proceso de la obra, se ha construido un efímero envoltorio azul, gris y naranja, que combina una lona protectora para los andamios con una malla que la recubre. Tras sucesivas contemplaciones, este conjunto, bendecido por el recorrido del sol a lo largo del día, alcanza su máximo punto de belleza coincidiendo con el momento de máxima iluminación solar, durante este mes de junio sobre la una de la tarde.

Es imposible, con esta obra de arte involuntaria y efímera, no recordar la obra del equipo formado por los artistas búlgaros Christo y Jean Claude en los años ochenta y noventa del siglo XX, con aquellas intervenciones en edificios emblemáticos envueltos, convirtiendo por un tiempo el Pont-Neuf, en París, o el Reichstag en obras, en Berlín, en lugares de peregrinación de su ciudadanía y del arte europeo durante unas semanas o meses, con unas acciones artísticas que eran el fruto del trabajo de décadas, dada la complejidad y la lucha con las administraciones.

Aquí no se trata de salir en todos los papeles o en los telediarios, ni en todas las redes sociales. Mientras la lona y la malla sigan en su sitio y la Tierra rote sobre su eje cada día, podemos buscar el momento de máxima luz reflejada por la envoltura, asomándonos al callejón del Tinte entre las doce y media y las dos de la tarde por el palacete de la familia Cuesta y, si se quiere, se puede contrastar con la percepción a otras horas del día, aprovechando la transición de su envoltorio desde su situación actual de reforma a la próxima de uso turístico. Asomarse a ese fugaz meridiano cero, también es arte.

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Casi todos sabemos que esta ciudad con primero, segundo y tercer puente, es tan particular como el patio de mi casa de la canción gracias a su ubicación de apéndice, su historia contrariada, su inacabable decadencia y su inserción en el mar. Algunos quizá aún no han tenido tiempo de relacionar las restricciones que impone quien está al mando, el virus, con la fisonomía y el bienestar ciudadano. Consulto datos básicos, como la densidad de la población por kilómetro cuadrado y comparo la de nuestro caso, Cádiz, con la de Puerto Real y Jerez de la Frontera, con menos y más población, respectivamente, pero mucho más terreno en su término municipal. Advierto, entonces, que en un kilómetro cuadrado jerezano caben 179 habitantes; en uno portorrealeño 211 almas. Sin embargo, en esa magnitud gaditana cabrían 9597 personas. Datos de Wikipedia y el INE que aporto al ser precisos para cualquier localidad de la Bahía. 

A lo que vamos: somos mucha gente para tan poca tierra, algo sabido desde siempre. Los problemas de falta de aire, escasez de zonas verdes y penurias en la vivienda, se agudizan con la carestía del metro cuadrado. Pero la situación se complica sin remedio cuando entramos en el confinamiento casero o perimetral, y pasamos a lo que se nombró hace meses como nueva normalidad, con su familia de palabras camino del diccionario de la RAE, como antirretroviral o desescalada. Y no digo que sea imposible encajar casi diez mil personas en un cuadrado de un kilómetro de lado, y así hasta los ciento dieciséis mil y pico censados en la ciudad. Ya puestos a fabular, ¿cómo podríamos abordar una salida en masa a la calle, en la que todos los hogares quedasen vacíos? Algo que en la práctica no suele ocurrir, pero tampoco resulta inusual. En este caso nos hemos visto en un Jueves Santo, los días anteriores a los reyes magos o el primer finde de cualquier carnaval de los últimos años, donde cada indígena que reniega de la fiesta se ve reemplazado -así, a ojo- por tres foráneos con ganas de cachondeo.  La situación en la calle esos días de apreturas no hay más que imaginarla con el realismo de un colegio de primaria: un piojo con artrosis podría saltar de cabeza en cabeza desde La Caleta hasta Puntales, o desde Cortadura al Palillero, esos y otros muchos días en los que el individuo es masa y la ciudad palpita. Hasta hace nueve meses no existían conceptos nuevos ahora insoslayables, como el de distancia social, inaplicable a la vida de un centro urbano vivo, véase el eje comercial del centro e incluso el de la zona con más tiendas de la Avenida. 

Machuca post 3
Imagen de Jesús Machuca

¿Qué podríamos hacer para salvar el pescuezo? Hasta ahora parece que lo que ya se está abordando en todas partes, según diga en cada coordenada el azar de los dados y sus estadísticas.  Podríamos, quizá, aplicar una visión más amplia, multiplicándola a una mayor escala. Si queremos aportar algo a la gestión eficaz de la pandemia, Cádiz podría decidir conformar un grupo burbuja que pasa de seis miembros -por ejemplo- a un grupo de convivencia de más de cien mil personas en toda la ciudad, en esta forma de antebrazo con la mano extendida, en una expresión afortunada que alguien -no sé quién- acuñó hace décadas. Con esta propuesta, no habría limitación en la convivencia, ni necesitaríamos guardar las distancias o usar mascarilla, ni tampoco realizar análisis, salvo síntomas o complicaciones de salud. Como contrapartida, puede que antes debiéramos realizar una cuarentena de al menos un mes, no permitir entrar en la ciudad hasta nueva orden ni salir si vamos a volver antes de tres meses, y renunciar al turismo hasta que las campañas de vacunación hayan hecho su efecto allá por el próximo día del Rosario. Supongo que para tomar decisiones habría que reunir a nuestro reputado consejo de expertos gaditano. 

Ignoro si el convertirnos en un megagrupo burbuja podría desencadenar consecuencias políticas, económicas, sociales o antropológicas, pero prima resguardar nuestra salud y mantener las ganas de vivir. Creo que quizá siempre hayamos conformado un grupo como éste, pero sin ser conscientes de ello hasta ahora mismo. Quizá sea esencial santificar nuestras fiestas típicas. Nadie lo sabe. Desde marzo todo se está decidiendo y rectificando sobre la marcha. 

Más que dando un aplauso desvaído y fragmentario a las ocho de la tarde, imagino una ciudad bailando una gran conga, o desfilando en una cabalgata donde los participantes fueran los que otras veces somos espectadores, integrándonos en un carnaval que durará mientras el cuerpo quiera seguir aguantando.

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La primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua.

El ingenioso hidaldo Don Quijote de La Mancha. II parte. Capítulo LIII.

En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habitaba un invencible verano.

Albert Camus. El mito de Sísifo.

Este verano ha empezado con una alucinación desmesurada y nunca vista: todo el mundo se mueve alternativamente pertrechado por obligación con tres modelos de mascarillas: las leves quirúrgicas, las fp2 incómodas y las bonitas de tela. No es la primera vez que damos un salto para imaginar cómo se enfrentaría a este nuevo mundo alguien que hubiera vuelto a la vida tras medio año en coma. Hemos sobrepasado todas las expectativas. Además, ahora tenemos un fantasma rondando, el de un eventual rebrote que va asomando la cabeza y al que cada comunidad autónoma debe aplastar inmediatamente a martillazos, poco tiempo después de haber comenzado a movernos libremente.

Y nos enfrentamos a un verano truncable, efímero, sin que nos llegue la camisa al cuerpo, pensando en un futuro inmediato, pues la imaginación no nos da ni para el medio plazo. Podríamos contar un verano distinto por cabeza; de eso se trata aquí. Este verano es especial porque llega abruptamente, sin apenas transición, tras una vida normal que concluyó el pasado catorce de marzo, aún en invierno. Para otros, el verano supone libertad año tras año, y más éste de 2020 por suceder al confinamiento tan prolongado por el estado de alarma. Si otros años se nos avivan todos los sentidos, cómo no va a ocurrir ahora tras dejar atrás -parcialmente- el grueso de una pandemia que tiene entre otros síntomas la pérdida del gusto y del olfato.

Vulnerable verano
Fotografía: Jesús Machuca

Esta primavera en la que hemos batido nuestra marca personal de horas bajo techo doméstico, daría paso a la temporada alta de los que encuentran su principal medio de subsistencia durante julio y agosto. Al trabajo a destajo de todos los empleados en hoteles, bares, guías turísticos o al cénit de las giras de músicos, compañías de danza, teatro, escritores y profesores en cursos -como no- de verano, muchos de ellos con una prórroga temporal de subsistencia frente a la precariedad indefinida de su oficio. La contrapartida a estos profesionales la padecerá el público. Buena parte de los asistentes a los destinos turísticos de masas o de élite -una masa más- programan con hasta un año su veraneo. Han cancelado sus planes y ahora no saben dónde ir. Todo se ha venido abajo en cadena. Algunos se apuntarían a un bombardeo con tal de no quedarse en casa.

Luego, están los que siguen con sus preocupaciones de siempre, sus hábitos, su decisión de salir si pueden; eso sí: condicionada por cualquier circunstancia que se interponga en el camino. Ellos lo viven quizá como toda la vida, pero ante la decisión de salir, se enfrentan esta vez, como tantos, a la incertidumbre de adelantar el regreso a casa o anular viajes a última hora.

Aunque ya podíamos movernos, no nos ha dado tiempo a disfrutar del verano original, el que antecede a la desazón del estío1 de julio y agosto, su calor insufrible y su no saber cómo estar a gusto, que finalmente nos obliga a movernos, a buscar un lugar más fresco o con mar y, sobre todo, distinto. España vive un verano muy corto y un estío desproporcionado para los que no pueden disfrutar de él, donde nos encontramos con el mes de la canícula, aproximadamente del 15 de julio al 15 de agosto, o con el agostamiento de algunas plantas, si el calor puede con ellas y las seca.

Este verano inquietante que queremos disfrutar, podría truncarse por la vuelta atrás en el confinamiento debido al descontrol de la pandemia; en fin, porque alguien haya dejado una puerta abierta y se trastoque la vida normal y las posibilidades de salida, entrada, visita o intercambio.

Será difícil mantener normas y restricciones, como la distancia social y la mascarilla en su lugar correcto, porque ya las hemos seguido durante un tiempo superior al que estamos acostumbrados a soportar. Pero no nos queda más remedio que mantenerlas si queremos conservar esta anormal normalidad hasta recuperar la normalidad perdida.

Ahí siguen las decisiones, la apuesta por el disfrute y la libertad, la expectativa de cambios, las ganas de conocer otras personas, las agujetas, las lecturas… para el verano. No se trata de planes de supervivencia, sino de usar todos los dedos de las manos, incluso soltando sin aprensión los que cruzamos para conjurar el infortunio. Ahí queda para todos. Feliz verano y mucha suerte.

Notas al pie

1. Gracias, Carmen Camacho, por contar sobre la antigua quinta estación del año, el estío incómodo y abrasador, de cabeza embotada, insomnio y vehemencia de pasiones, y su diferencia con el verano benigno como primavera madura que lo precede.

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Quizá como Sacramento, Ancha, Sagasta o la Plaza de San Antonio, la calle Rosario aspira a ser un compendio de la ciudad sin cambiar de acera. Rosario es una calle en pendiente, transitada, umbría la mayor parte del tiempo y luminosa a ratos al mediodía, desde donde se ve la torre del convento de la Merced  en el barrio de Santa María desde la calle Beato Diego. Se puede utilizar como un cordón rápido para bajar de las plazas del centro con la meta puesta en San Juan de Dios, la Estación o el Muelle, que conecta los naranjos de la plaza de San Francisco con las palmeras de la plaza Mendizábal, sin las incomodidades de los tapones peatonales de la paralela San Francisco. 

La calle Rosario tuvo el Café del Correo, entrada por Cardenal Zapata, un obrador, bajando al poco de cruzar Columela, un almacén, esquina a San Agustín, que aún continúa y la trasera del Instituto de Nuestra Señora del Rosario y del convento de San Agustín. 

Según nos cuenta Serafín Pro en su Callejero Gaditano, su primer nombre fue de los Herreros, y luego pasó a su nombre actual, después se renombró como Quintana hasta que volvió al nombre que aún conserva.  En este libro también se cuenta que la Fábrica de Tabacos de Cádiz en sus principios, estaba en el número 39 de esta calle. 

En Rosario hay una cara serigrafiada de Dalí, un azulejo con el retrato de un marinero, los frescos de Goya en la Santa Cueva, una radio demasiado alta a las seis de la mañana y el tramo de acera más estrecho de la ciudad, entre la Plaza de San Agustín y la de Mendizábal, con una parada posible en la plaza del Cañón con su bar homónimo y a unos pasos de la intemporal Taberna La Manzanilla, ya en Feduchy. 

Para mí y durante más de una década, camino del trabajo, de madrugada, Rosario es la primera calle recién colocada a diario por los que riegan y limpian las calles después de que los serenos mantengan encendidos todos los faroles. Es la calle donde los grillos retransmiten su canto de estación a estación receptora, una en una esquina, otra a media calle. Y es donde uno se escucha a uno mismo cuando no se oye nada más y casi todos duermen. Esa es la Rosario cuesta abajo de madrugada, cuya cara B es la de la tarde y noche, pendiente arriba, con los bares abiertos, donde siempre hay alguien para saludar o parar a tomar algo, y donde en los carnavales atascan el escalón de entrada a la iglesia del Rosario los romanceros y chirigotas. Y nunca será la calle que visiten los turistas que, aturdidos, disponen de hora y media para visitar la ciudad después de una gira por los pueblos blancos.

Y de vez en cuando en esta calle pasan cosas, como ésta que pude compartir: 

Jesus machuca post
Fotografía: Jesús Machuca

A medianoche, el torrente de la lluvia baja la mediana de la calle. Cuatro poetas ríen bebiendo vino a la salud de los sindioses.  El camino ha cambiado de hora desde la madrugada, aunque sea el mismo el lugar por donde discurre. Los libros van cogiendo el sueño a la intemperie de un taburete. 

Un hombre grande ronda entre las mesas del bar de la calle. Una poeta que ha venido de visita le ha citado allí para mostrarle uno de los lugares a los que siempre termina por volver, en una calle con pendiente. El hombre, asombrado, mira el río que baja por la calle y mira hacia los ojos de ella, que devuelve curiosa la mirada hacia la agitación del hombre que parece asaltado por algún recuerdo. Entonces el hombre vuelve a mirar al torrente que calle abajo recoge el agua de la lluvia caída desde la tarde y la mira para responderle: 

-Me has traído al río de mi infancia. Es el mismo río. Yo me bañaba en un río como éste. Es este río. Mi río.

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Mientras caminas aprovechas para hacer fotos. Mientras tomas fotos, vas caminando. No renuncias a nada porque nadie espera que hagas un reparto equitativo de ambas tareas.

  1. CONTEMPLA. Enfréntate a algo que no diga nada a quien pasa de largo. Detente, espera. Retuércele el brazo a lo obvio y a lo que parezca no tener significado. Antes o después, terminará confesando.
  2. Aprende de los maestros. Visita exposiciones fotográficas. Lee poesía.
  3. Si titulas o pones un pie a la foto, nunca describas lo que cualquiera ve a simple vista. Tu titular orienta la mirada y aporta significado. Lo escrito sobre o bajo la foto forma parte de ésta.
  4. Junto a la foto, además de un titular o un pie, puedes escribir lo que quieras, siempre que sea breve y pueda establecerse una relación entre el texto y la imagen, respetando lo dicho en el punto anterior.
  5. Rompe con lo convencional. Crea realidades. Aprovecha el significante para dar un significado nuevo. Di lo nunca dicho.
Veinte puntos de aproximacion a la fotografia poetica interior 1
Fotografía: Jesús Machuca
  1. Aplica a la imagen técnicas poéticas transformadoras de la realidad como la metáfora y la metonimia. Mira ante ti como si el mundo pudiera contener algo más allá de lo evidente.
  2. Cualquier aparato sensible a la luz y con capacidad de registrar una imagen, sirve para hacer una foto. No uses como excusa el no disponer en un momento dado de un equipo que no posees. Utiliza la cámara que mejor sepas usar, aunque su calidad sea mediocre.
  3. Para hacer una foto, primero encontrar, contemplar y pensar. Luego componer, después disparar. Casi siempre en este orden.
  4. Nunca hacer más de dos fotos casi iguales (mismo motivo, composición, encuadre, y luz). Si vas a seguir disparando, prueba siempre a cambiar algo relevante para que la foto sea distinta.
  5. Imagina que, en lugar de soportes digitales, tienes a tu disposición, como en la prehistoria digital, una cantidad finita y determinada de película. Cuando se acabe ese número de negativos disponibles, no deberías seguir disparando hasta que cambie el escenario.
Veinte puntos de aproximacion a la fotografia poetica interior 2
Fotografía: Jesús Machuca
  1. Las fotos recién hechas no se comprueban ni se revisan al instante. No deben verse hasta que la escena haya desaparecido y, si es posible, horas o días después, cuando sea imposible volver a intentar repetir, mejoradas, las mismas fotos.
  2. Al revisarlas, deben borrarse todas las fotos sobrantes. Los dispositivos de almacenamiento de fotos tienen una capacidad grande pero limitada. Tu tiempo para ocuparte eficazmente de las fotos es mucho más escaso.
  3. Cuando suceda, acepta la distancia decepcionante entre la idea y el resultado. No fuerces imposibles con un retoque exagerado ni admitas bloqueos creativos.
  4. Evita ponerte a la cola para repetir la foto que otros ya han hecho y publicado, por mucho que te apetezca. Y si a pesar de todo, quieres hacerla, aporta tu punto de vista.
  5. La arquitectura, los detalles, los paisajes, lo inanimado, un bodegón, todo lo que te ignora, no se cansa de ser fotografiado. Las personas que posan para ti, sí.
  6. Con poca luz usa el flash sólo cuando lo necesites. Mantenlo desactivado. Fuerza la cámara. Adáptate a la penumbra.
  7. Molesta lo menos posible al entorno.
  8. Levantar los brazos, acercarse al suelo o inclinar la cámara pueden mejorar una foto que de otra forma habría sido intrascendente. Además, contribuirá a darle un nuevo significado.
  9. La inflación de imágenes ha devaluado de entrada cualquier fotografía publicada. La difusión de tus fotos en redes sociales debe realizarse con cuentagotas.
  10. Añade a estas propuestas algo fruto de tu propia experiencia o tu punto de vista. Sal, dispara y comparte.
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Después de estudiar el papel de las catedrales, los trazados urbanos, los ensanches y la consolidación de la sociedad industrializada, tenía que llegar el momento de los ciudadanos errantes que recorren una capital sin rumbo fijo, los flanêurs, idea recogida y desplegada en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire (1869) y complementada ya en el siglo XX por Walter Benjamin, y que sería fundamental en la percepción de la ciudad en los últimos ciento cincuenta años. Esta representación del individuo vagando por la ciudad, supone uno de los pilares de la ya antigua modernidad, como forma de percibir la relación entre el individuo, la sociedad, y la percepción de la ciudad que se recorre.

Dando un salto sin red, nos encontramos cien años más tarde con las propuestas de la Internacional Situacionista fundada por el filósofo y escritor francés Guy Debord. En particular con la idea de “deriva”, sucesora y seguramente enraizada en la del caminante sin rumbo, aunque en marcha. La deriva nos lleva a recorrer la ciudad con una mirada distinta, encontrando en este proceso unas emociones nuevas en un proceso de juego y desentrañamiento de las avenidas, los callejones, los parques y las aceras, en el cual se vive la ciudad de forma novedosa, con la única condición de huir de constricciones, racionalismos y ritmos preestablecidos, cuando se le dice a la ciudadanía qué, cómo y por qué camino debe vivir su ciudad. La deriva se complementa con otro concepto fundamental en el situacionismo, el de psicogeografía (1958), que no se trata de una nueva disciplina científica, sino del estudio de cómo el medio geográfico incide en el comportamiento afectivo de los individuos.

La deriva situacionista propone jugar con la ciudad, de forma que los espacios adquieran un significado nuevo. Entonces, ya podemos hablar, por fin, de una deriva recurrente y concreta: la que me ha llevado, primero racionalmente y luego como un polo magnético, a terminar rondando un gran espacio de la ciudad de Cádiz, entre Loreto, Puntales y el Cerro del Moro: el de los antiguos terrenos de la fábrica de Construcciones Aeronáuticas, que décadas después siguen abandonados y ociosos. Su uso actual es el de aliviadero ocasional de los perros del barrio y alquiler esporádico para carpas de circos y espectáculos. Se trata de un espacio en forma de pentágono irregular que, pese a lo que se podía haber previsto, se encuentra despojado de basuras y escombros. Con la primavera, la mitad de los terrenos, la no pavimentada ni cementada, se ha convertido en un ejemplo de jardín botánico de descampado.

Sala de espera
Fotografía: Jesus Machuca

En este solar se anunció, quién sabe si alguna vez en serio, la construcción del nuevo hospital Puerta del Mar de Cádiz a cargo de la Junta de Andalucía, propietaria del terreno. Un proyecto necesario que finalmente se desechó sin recambio alguno, y sin que el enorme solar sirva ni a la ciudad ni al barrio donde se encuentra. Un suelo sin uso definido ni beneficioso, es muy posible que ayude a perpetuar la melancolía y el desasosiego de unos barrios necesitados de equipamiento que, gobierne quien gobierne, ven que todos los caminos siguen conduciendo al centro de la ciudad. Donde unos ven alamedas, paseos, calles peatonales, baldeos, promoción turística, otros ven algo que podrían tener y nunca llega, como una plaza, un aparcamiento, un parque para los niños, viviendas sociales o cualquier otro equipamiento público inexistente y necesario.

Entonces, el paseante, a pesar de la deriva que en teoría le conduce a cualquier cabo de la ciudad, termina imantado por los espacios no resueltos. Sin que nadie lo pretenda, el descampado se convierte en la plaza de armas del barrio, y todo termina orientado en torno a él. Es el momento de proponer una intervención urbana, temporal, que sirva como reflexión, disfrute, debate, entretenimiento, y que quizá contribuya a valorar lo que nadie con responsabilidad política parece querer tomarse en serio. Para ello se proponen las siguientes

INSTRUCCIONES

1- Se toman tantas sillas de madera usadas en cabalgatas y procesiones como sean necesarias.
2- Se apilan ordenadamente tumbadas en el descampado, ocupando todo el espacio que sea conveniente para la acción.
3- Los montones de sillas apiladas compondrán una letra que, una tras otra y desde unos veinticinco metros de altura, se convertirán en un cartel virtual que indique el uso presente y real de este espacio temporal e indefinidamente abandonado. Entonces podrá leerse a vista de pájaro lo siguiente:

SALA
DE
ESPERA

Y será verdad que es lo que dice ser el cartel con los pies en la tierra. Nadie podrá discutirlo. Y tras esa intervención será mucho más fácil trabajar para que el descampado deje de ser un limbo y así alguna vez podrá suceder alguna cosa que incida favorablemente en el ánimo de los ciudadanos que frecuentan y circundan este espacio.

NOTA: esta intervención poética surgió como respuesta a un ejercicio de intervención urbana en una de las sesiones del taller de “Poesía experimental” al que asistí en abril de 2019 en la Biblioteca Adolfo Suárez, de Cádiz, y que fue impartido por los poetas David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero.