Calogero: Sonny tiene razón, los obreros son todos unos pringados... Lorenzo: ¡Se equivoca! ¡No hace falta valor para apretar un gatillo pero sí para madrugar cada día y vivir de tu trabajo! ¡Habría que ver a Sonny, entonces veríamos quién es más duro! ¡El obrero es el auténtico tipo duro¡ ¡tu padre es el tipo duro! Calogero: Pero todo el mundo le quiere, igual que a ti en el autobús, es lo mismo... Lorenzo: No, hijo, no es lo mismo. A Sonny no le quieren, le tienen miedo. Es muy distinto...
Robert de Niro expresaba en “Una historia del Bronx” dicho orgullo, que a veces lo es también como posibilidad de liberación. Y para que eso sea así, quienes reivindican su condición de clase obrera deben hacerlo dirigiéndose a una comunidad más amplia, una comunidad cuyo futuro y sus derechos estén asociado a las victorias de la clase obrera en movimiento.
Nuestro país es un país de memoria frágil, domesticada de manera salvaje. Hay que ir desempolvando la realidad para que aparezca en la memoria el hecho de que gran parte de la mejor historia de la bahía de Cádiz está ligada al movimiento de los trabajadores del metal. Una Bahía de Cádiz que en numerosas ocasiones miraba al metal como el héroe colectivo de todos y todas. Cuando el metal, y sobre todo los astilleros, se movilizaban toda la Bahía pensaba que podía ganar, mejorar su vida. Esa historia de afectos e identidades entre la ciudadanía y los trabajadores del metal se ha ido disipando lentamente, como en general se ha ido disipando la identidad de clase y la capacidad del movimiento obrero de dirigir y ofrecer proyectos globales de sociedad a todo un país.
No todo este escenario se debe a errores propios del movimiento sindical o de las llamadas izquierdas. La ofensiva en las últimas décadas contra el marco de derechos laborales junto a la reorganización de la producción de manera fragmentada y flexible, ha dejado un modelo laboral que ha supuesto la casi imposibilidad de organización de los y las trabajadoras, la incapacidad para que la clase trabajadora preserve una identidad común y la disolución paulatina de las experiencias de lucha en la memoria colectiva. Los sindicatos han sufrido todo ello, con una dificultad creciente en movilizar a su afiliación menguante, a la clase trabajadora y la sociedad. La dificultad objetiva es innegable pero la actitud conservadora ante ese escenario no lo es menos. Las organizaciones sindicales mayoritarias han apostado por acercarse a los gobiernos para ganar una legitimidad negada en la sociedad, obviando que es la movilización de los y las trabajadoras la que debía otorgarle la fuerza perdida. La incapacidad para generar más organización y participación más allá del marco de los liberados y de una afiliación muy deudora del modelo de servicios ha atrapado a los sindicatos en un miedo al fracaso y en unas rutinas cotidianas muy ajenas a las potencias que se expresan en ciertos movimientos de trabajadores y trabajadoras. Tal es el conservadurismo que en los últimos años un sindicato con una historia extraordinaria, no entendió la marea verde andaluza, el 15M, las mareas de pensionistas o la dinámica de movilización del 8M. Toca empezar casi desde cero y por eso es importante apoyar las movilizaciones de trabajadores con demandas justas, su autoorganización, fomentando la experiencia de las nuevas generaciones para que eso vaya decantándose hacia formas organizativas más estables y para la recuperación de la conciencia de clase. Oponerse a una Huelga promovida por los trabajadores más precarios, los de las contratas, que se han atrevido sin protección sindical alguna, sacudiéndose los miedos, pero señalándose y dando la cara, con falacias como los de la ilegalidad (un sindicato que ganó a pulso su existencia poniendo la justicia por encima de lo legal), con mezquinas palabras sobre el aprovechamiento de la muerte de dos compañeros (con el dolor con el que muchos de los trabajadores del metal se concentraron en señal duelo, en solidaridad con las familias y convocaron la Huelga desde la indignación), es un error de bulto. Oponerse con el argumento de que los métodos de los trabajadores son violentos, es cavar la tumba del sindicalismo. Oponerse al éxito diciendo que se habían pedido permisos, como si hubiera fiesta patronal, es negar el hecho de que sería difícil desde unas siglas con historia de lucha hacer de esquirol ante reivindicaciones e iniciativas que tenían que haberse liderado por el sindicato. La mejor expresión del error cometido por los dirigentes sindicales han sido las declaraciones de la Junta de Andalucía, no reconociendo la capacidad de los trabajadores precarios de las contratas a movilizarse y emplear la posición del sindicato para unirlas a la patronal.
A veces los terremotos vienen precedidos de pequeños seísmos que sirven de advertencia. La manifestación fue un éxito, con miles de trabajadores de las contratas al frente y recorriendo posteriormente las calles de Puerto Real. Construyendo de nuevo un lazo entre la identidad de la Bahía y el metal. El paro en los tornos fue un éxito también. Falló Airbus, es cierto, pero encontramos una actitud de diálogo por parte del comité que debe tener recorrido y ya se está demostrando en las movilizaciones de la factoría en estos días. Algo está pasando, y eso ocurre porque hay quienes se atrevieron. Pero para aprovechar eso, para transformarlo en carga de trabajo, en cumplimiento del convenio, en reparto del empleo, etc…hace falta más unidad, más comprensión, menos indiferencia. Vendrán otros momentos, nuevas oportunidades para seguir reconstruyendo tejido, organización y conciencia. Y habrá que atreverse de nuevo.