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Quizá fue ver al Capi en la pantalla gigante del cine lo que disparó ese clic en la mente que ya marcó toda mi experiencia visual. “Palabra de Capitán” puede ser muchas cosas, gustará o no (depende de tus pasiones internas), pero lo que es innegable es que no te deja indiferente. Quizá por la sencilla razón de que, contra viento y marea (doy fe), Nacho Sacaluga y su equipo han puesto el corazón y las entrañas en ella.

Todo el despliegue multimedia que nos asalta –imágenes, música, palabras, silencios—está perfectamente orquestado para llegar al alma de los espectadores. Es sincero. Acertado, equivocado, sesgado, arriesgado… como todo lo humano, ¿no creen? A veces le pedimos a los demás algo que nosotros mismos no alcanzamos a distinguir ni siquiera en el horizonte. No es una historia, ¿saben? Es un sentimiento plasmado en imágenes, es la sensación de estar asistiendo a una ventana secreta en el corazón del Hombre. En ese sentido, podría decirse que es poesía visual: no busca contar un relato ya conocido, sino provocar una catarsis en los que contemplan el espectáculo. Lo que trato de decir (o defender) con esto es que cada persona va a tener una experiencia completamente distinta. 

Resena palabra de sargento

Y, dados los tiempos que corren, eso es muy de agradecer. La valentía y el riesgo en la expresión artística se halla bajo peligro de extinción por el miedo a la ofensa que ahora soportamos todos los creadores. Es lo que tiene vivir en un mundo de cristal. 

El mayor defecto que tiene “Palabra de Capitán” es no hacer concesiones al canon de la sabiduría popular que encumbra mendigos y derroca reyes. La pantalla de un cine, ese acto de representación que supone toda producción audiovisual, no tiene que respetar necesariamente las filias y las fobias del aficionado carnavalero, ni interpretar la realidad a través de sus mismos códigos. No, eso no es así y raramente ocurre. Lo menciono por las críticas recibidas en torno a los que están y a los que no (falta gente y sobra gente, por supuesto, y ahí está la gracia del asunto), en quién está autorizado por el pueblo y la chusma para aparecer en una obra personal e intimista de una persona que no tiene por qué compartir la representación del mundo de una manera exacta a la nuestra. Si la obra de un artista es su legado, qué se podría decir del homenaje a un poeta poliédrico y multigeneracional…

Lo que sea, lo que haga falta, lo que uno quiera…

Porque la figura de Juan Carlos Aragón, alias el Capitán Veneno, no hay por dónde cogerla, y lo digo en el sentido estricto del término: tiene tantas raíces y ramificaciones, tantas aristas y curvas que valorar, que sería imposible ser objetivo partiendo sólo de una de ellas. Construir una obra en torno a su obra y a su vida es tarea hercúlea, de titanes, algo que requerirá largos años de estudio y reflexión.

Mientras tanto, disfrutenla sin ideas preconcebidas ni expectativas generadas por un deseo ansioso de llegar al paraíso cabalgando en sus palabras. El documental de Nacho Sacaluga es sincero y honesto: algo realmente extraño en estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir.

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Antes no podías enamorarte y posteriormente emparejarte con un cebollino, algo que ha sucedido con total impunidad a lo largo y ancho de los siglos. Ahora la cosa ha cambiado: con la aparición de los nuevos géneros e identidades sexuales, que aguardaban ahí ocultos en nuestra psique a que los superdotados de turno los descubrieran, cualquier cosa es posible. Eso es lo que significa la “+” que se coloca detrás de todos los vagones que conforman el interminable tren de las siglas identitarias. Yo lo veo como una especie de “por si acaso”, así en plan “si mañana me enamoro de una milhoja incorporo ese sentimiento rápidamente a la lucha”.

Menos mal que tenemos a esos luchadores, luchadoras, luchadoros, luchadoris y luchadurus (+) para defender a nuestra sociedad de esas tropelías que atentan contra nuestra dignidad como seres humanos, humanas, humanes, humanis y humunus (+). ¿Qué sería de esta cultura sin ellos, ellas, elles, ellos y ellus (+)? Nada. Seríamos como un pollo, polla, polli, polle o pollu (+) sin cabeza, deambulando por la historia sin tener ni idea del devenir de la misma. Afortunadamente, contamos con la estirpe de Flanders para guiar nuestro vagar sin rumbo por los siglos.

La sabiduria de occidente
Fotografía: Pezibear de Pixabay

Porque lo realmente importante es tener el derecho de ser un unicornio, o a ser madre a pesar de no tener matriz en la que gestar una nueva vida, o a ser guapo aunque seas más feo que Trump recién levantado, o la oportunidad de inventar tu propia identidad sexual a la carta según te vaya bien ese día, o a negar esa historia que está llena de hechos desagradables y salvajes que deben ser enterrados para que no ofendan a esta sensibilidad tan angustiosa que nos ha traído el siglo XXI. No es necesario preocuparse por otras minucias como el avance de la bestia que ha renacido en todos los estados, ávida de sangre… No, ni por la ola de incultura que está arrasando a nuestra juventud, ni por la gente que muere en países y naciones que son tan ordinarios que ni siquiera tienen en consideración la ideología de género. Qué cosa más soez…

En serio, no nos damos cuenta, pero la sociedad occidental es un niño pijo y caprichoso que, de repente, se ha dado cuenta de que más allá de ese jardín ideal en el que vive, hay monstruos que matan sin piedad. Que en las redes se viertan tantas gilipolleces sobre las ofensas, las identidades de género y las conspiraciones gatesianas es sólo un síntoma de lo realmente perdida que está. Estos problemas lo son sólo para la gente rica y pudiente, en la mayoría de las regiones de este planeta las personas pasan hambre y sed, sucumben a enfermedades más horrendas que el puto COVID, ven cómo los niños se convierten en soldados y las niñas en sus víctimas, ven morir a sus hijos, cada día es una batalla que tienen que ganar si desean poder cerrar los ojos y descansar un par de horas… Y luego van nuestros instagramers e influencers, el epítome de la idiocracia más absurda, a hacerse fotos con ellos para que nos nos sintamos culpables, para que podamos limpiar nuestro mal karma dando un like a la publicación de una gilipollas multioperada…

Por eso es importante llegar hasta el final si te enamoras de un cebollino. Es como, en plan, estar en la lucha, ¿sabes? En plan, que nos preocupamos por los salvajes de las reservas, ¿ves? ¿Me sigues? En plan, que todo el mundo tiene derecho a ser binario plus, pero con un giro queer para que los trans no crean que son lesbianas sino trans, ¿me sigues? Es todo muy complicado si no te implicas, ¿eh? Para pelear tienes que tener claro, en plan, que si no sabes a qué te estás refiriendo, pues, ¿me sigues? En plan que hay plan.

O algo así.

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La pregunta: ¿alguien puede pensar?

En esta situación que ha pillado al mando del país a un gobierno débil en número pero resolutivo, que ha cogido el toro por los cuernos mucho antes que otros (y también después que otros), que ha tomado medidas que nos parecían impensables hace un mes pero que se muestran necesarias para batir a la pandemia, que necesita todo nuestro apoyo en estos momentos trágicos de la historia. No tienen todos los datos, no están contando bien, cada uno hace esas sumas como le viene en gana… Más que nada porque esto ha cogido a todo el mundo, a todo, absolutamente en blanco y sin capacidad de reacción.

Juaki revuelta post
Imagen: Fran Delgado

Todo esto no es más que un inmenso test de prueba y error, porque no hay otra… O eso leo por ahí, porque por otra parte la guadaña invisible se lleva las vidas de nuestros mayores, y, por tanto, hay que pedir también las de nuestros gobernantes, que son unos bastardos asesinos que por las noches, en las cuevas que habitan, maquinan sórdidas conspiraciones para acabar con nosotros, para asesinarnos, para dejar un país muerto y roto que rinda pleitesía a la horda comunista y bolivariana que se agazapa en la otra orilla del Atlántico, y todo por culpa de unos orientales de mierda que han fabricado un virus en connivencia con los yanquis y los rusos en sus laboratorios secretos del interior de China. Y viene una plaga de langostas desde África, la fiera que espera enseñando los dientes para apoderarse de nuestras ciudades, también un coladero de árabes infieles que conspiran para derribar el Estado del Bienestar que tanto nos ha costado construir, terroristas impíos y crueles, todos en el mismo saco, no hay ni uno bueno… Y, ¿para qué vienen? Ya hay muchos muertos en España, muchos, porque cualquier número de difuntos es siempre demasiado, hasta la unidad; el Gobierno actuó tarde y mal, poniendo los intereses de las perraflautas, esas que convocaron la manifestación por el día de la mujer, por encima de la de los ciudadanos de orden. Nos mienten, nos manipulan, son unos censores fascistas que no admiten crítica alguna. Lo mejor es delegar el poder en una sola persona, como en Hungría, en alguien fuerte, un hombre o una mujer de Estado que tenga poderes plenipotenciarios para llevar a nuestro pueblo a la victoria como ya hicieron otros grandes líderes de la historia… Líderes como el que nos conduce ahora, impasible el ademán, mentón firme fijado en el horizonte del prómpter en el que lee los discursos que el escribe Redondo, que se ha aprendido de memoria las grandes enseñanzas de The West Wing, puntos y comas incluídos. O eso dicen, que si uno hace caso de las cosas que se dicen de él… Se le ponen los velllitos de punta, porque la mayoría de los ministros tienen ambulancias en la puerta, quitando unidades de la UVI y de la UCI y robando los trajes EPI que necesitan nuestros sanitarios, los únicos y verdaderos héroes de toda esta mierda, los que se están dejando la piel a cada segundo que pasa y a los que habría que proteger a toda costa, a los que se contagian más que nadie porque luchan contra los leones y hasta les han quitado la silla, como a los maestros que se tocan sus partes nobles mientras los demás pierden los trabajos, putos funcionarios (aunque los soldados, y los sanitarios, y los policías también lo son) que no sirven para nada y son un lastre para el estado, como todos los políticos y como el tío ese que sale diciendo los muertos que también ha cogido el bicho porque está todo el día entrando y saliendo, no como los ciudadanos que llevamos encerrados ni se sabe ya el tiempo porque cada uno lo cuenta a su manera, dando el callo, protegiéndonos los unos a los otros, como debe ser, aunque no tengamos ni mascarillas ni guantes ni nada porque estamos gobernados por inútiles que son igual de inútiles que el resto de los que mandan en el planeta, a los que los chinos de antes que inventaron el virus les están engañando como a unos ídem…

Repito la pregunta: ¿alguien puede pensar?

¿Con claridad?

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Cada uno trae el Carnaval que lleva dentro, hasta ahí llegamos todos; el problema es que la expansión de estas fiestas allende nuestras fronteras naturales está produciendo monstruos, mutaciones que no siempre consiguen el resultado que pretenden.

Quizá la gente no comprende que el de Cádiz es un carnaval transgresor, de ingenio, de ingesta lenta, que no pretende levantar la carcajada por la carcajada, sino hacerte reflexionar desde la ironía, tomándole el pulso a la realidad social que le rodea.

Lo que queda del dia
Viñeta: Pedripol + Francisco Asensio

Pero ahí afuera, más allá de los puentes, algunos han interpretado que esto va de contar (o fusilar) chistes, de hacer el caricato con disfraces demasiado realistas y sofisticados como para conseguir algo más que la admiración por el artista que los hizo, no por el ingenio de sus autores. El baúl ha sido siempre la materia prima de los sueños desde que esta fiesta se conoce. El nuestro es (era) un carnaval pobre, del pueblo… De pocos lujos, para que me entiendan.

Para mí tengo que ya es tarde. El Carnaval tiene que evolucionar con los tiempos, y estos en los que vivimos no dan para más. No soy yo quién, ni tengo la sabiduría de aventurar la forma del futuro que viene, pero a buen seguro no será el que hemos conocido hasta ahora. Nos queda la ilusión de seguir en la lucha para revertir esta corriente, aunque sepamos en lo más hondo que igual no es más que una aventura romántica, o, aún peor, el Quijote contra los molinos…

Pero, bueno, así es la vida. Y, para algunos, algunas y algunes de los que estamos por aquí, una de las ilusiones que tenemos es disfrutar de lo que queda del día.

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En las últimas elecciones generales nos dieron un buen puñetazo en toda la boca, y con todos los avíos, de esos que te dejan el cráneo resonando durante un tiempo considerable mientras te preguntas de dónde ha venido el golpe. Me refiero, por supuesto, al aumento de escaños para el innombrable y vergonzoso partido de ultraderecha que, además, y en una tradición muy española y mucho española, usa las mismas reglas de la democracia para cachondearse de nosotros un día sí y otro también. Es lo malo (y lo bueno) de aceptar las reglas de la re publica: que tienes que apretar los dientes y saborear la hiel con tal de no ser como ellos, ellas y elles (cagüenla, tíos… Lo siento, Santi, pero también hay fachas entre los homosexuales, estaría bueno).

Aunque comparto en líneas generales todo lo que se ha escrito y dicho sobre el fenómeno, sobre todo el hecho del que parece ser un movimiento global muy bien orquestado por los mismos poderes de siempre, a mí lo que me preocupa en realidad es la edad de los que han depositado su voto en la urna de la misma forma que el idiota de turno se pone a jugar a la ruleta rusa por un puro acto de machirulería mal entendida: no, so pedazo de gilipollas, no eres más hombre por apoyarte un cañón contra la sien y apretar el gatillo. Aunque, visto lo visto, tal práctica parece estar mucho más extendida que lo que cabría pensar.

Hay tres millones de ciudadanos que han apoyado la democrática anti-democracia que se han inventado estos pájaros de mal agüero. En nuestro país ni siquiera los populismos son coherentes: estox en concretox ni siquiera vienen a defender sus ideas filonazis, sino a trincar (esto es España) y a desestabilizar todo lo que huela a rojox (y que no tiene por qué serlo), sin dar explicaciones y sin programa más allá de mentiras, fake news y estadísticas sesgadas según sus gustos. Si no me creen, sólo tienen que tirar de hemeroteca o de web-oteca y comprobar que todas sus grandes ideas e insoportables amenazas ante la unidad de Ejpaña son papel mojado y se basan en datos interpretados al libre albedrío del interpretador. Decía un gran profesor de Económicas que la Estadística es la más mentirosa de las ciencias, puesto que viene a decir que si tú te comes dos pollos y yo ninguno, el resultado del estudio es que nos hemos comido uno cada uno.

¿Ven dónde está la trampa?

No, no podrían, porque está en todas partes. Han necesitado años para este reboot siniestro del fascismo en Europa (en el mundo, si me apuran), y se han encargado de estudiar bien al enemigo (nosotros, los que no pensamos como ellos ni vemos el mundo como un lugar hostil que quiere acabar con las ideas apolilladas del siglo XIX que ellos sostienen en la mano alzada como si fueran nuevas): conocen los fallos y los recovecos de las leyes democráticas, las grietas por las que tienen que meter sus afilados mensajes para destripar la carne de nuestros huesos. Pero lo han conseguido, y utilizan su verborrea de trileros para arrastrar a su ruedo a muchas personas buenas y honradas que no debieran estar allí. El titiritero global que mueve los hilos de estos guiñoles de tres al cuarto (no crean ni por un momento que estos tipos siguen las directrices de ningún iluminado nacional: esto viene del exterior, y es un plan global que se ha repetido, se repite y se repetirá en todos los países de nuestro entorno) sabe que la ciudadanía está harta de crisis, de trabajar día tras día para no tener nunca nada, de tener miedo y angustia (provocada por el mismo amo de títeres), de que los políticos se pasen la ley por el forro y esta misma caiga sobre ellos porque deben un plazo de una hipoteca o de cualquier otra cosa.

¿Quién no lo estaría? Llevamos décadas arrastrados por ciclos económicos que sólo favorecen a los ricos, viendo cómo se nos escapa la juventud en oleadas migratorias perfectamente dirigidas por el capital. Ya está bien, esto tiene que acabar.

Y ese es precisamente su mensaje, aunque sepan que nunca van a a conseguirlo: nosotros vamos a acabar con ellos.

¿Hemos de creerles? Está claro que sus ideas y propuestas no aguantan ni un solo visionado. Basta con contrastar, con ir a las fuentes y simplemente cruzar los datos que rebuznan ellox con los verdaderos. El castillo cae inmediatamente y sus vergüenzas quedan expuestas ante la sociedad.

Lo malo es que esa sociedad quizá no está tan preparada para realizar esa acción, o sencillamente no tiene ganas de hacerlo. Llevamos años creando ninis por culpa de leyes educativas que han intentado ser buenistas hasta decir basta y que contagian la idea de que el esfuerzo es malo y que todos los seres humanos tienen las mismas capacidades. La vara de medir se coloca en el punto más bajo y, de resultas, tenemos muchas generaciones que son prácticamente analfabetos funcionales. Lo peor de todo esto, porque la culpa no es suya, es que somos nosotros, todos, los que lo hemos permitido y le hemos reído las gracias a todos los gilipollas que han hecho tantas leyes educativas en tan pocos años, sin memoria económica y dándose golpes en el pecho. Ahora tenemos millones de ciudadanos que se creen a pies juntillas lo que les cuentan, que carecen de criterio o herramientas para comprobar la veracidad de las ideas y que están convencidos de que la culpa de todos sus males proviene de los inmigrantes, de las mujeres, y de unos locos que intentan escindirse de Ejpaña. En filosofía y matemáticas esto se llama reducción al absurdo, eliminar la complejidad para ir al núcleo de la cuestión; pero la política y las leyes, las relaciones humanas, no son mensurables para algoritmos lógicos o matemáticos: hay demasiadas variables que se relacionan de forma caótica e impredecible entre sí.

Como ser humano me da terror y angustia ver las caras de esos jóvenes que ahora mismo confían en que los muchachox del brazo extendido van a liberarles de todo lo que les hace infelices, que están seguros de que las mujeres y los inmigrantes van a dejar de quitarles los empleos (esos para los que ni siquiera están preparados por nuestra culpa). He visto fotos de caras sonrientes (los chavales) y sonrisas de lobo (ellox), de brazos en alto con los dedos de la mano formando una uve…

Seguramente ellos lo hacen por su partidox, los más ingenuos creyendo que es una V de Victoria, los más siniestros deseando que sea una V de Venganza. Yo creo que, mal que nos pese y nos duela, es una V de Vergüenza.

Fotografía de portada: Pixabay

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Profesor. Escritor, guionista de cómic y traductor español nacido el 3 de febrero de 1959 en Cádiz. También ha ejercido como crítico de cine, cómics y literatura en diversas revistas y medios electrónicos. Como escritor, es uno de los referentes españoles dentro del género fantástico, siendo considerada su novela Lágrimas de luz como la mejor novela de ciencia ficción española de la historia. Su obra literaria le ha hecho merecedor de los premios UPC, Pablo Rido, Ignotus, Castillo-Puche y Albacete de Novela Negra. Ha destacado también en el guión de cómic, trabajando incluso para la editorial estadounidense Marvel Cómics, y en la traducción, especialmente de novelas de corte fantástico, siendo reconocido por la Asociación Europea de Ciencia Ficción en 2003 como mejor traductor europeo de ciencia ficción.

¿Por qué escribir hoy en día? ¿Merece la pena el esfuerzo? ¿Hay futuro?

La verdad es que no encuentro diferencia entre escribir ahora o hace cuarenta años, cuando empecé; lo que no concibo es cómo te puedes resistir a ese impulso, es decir, lo que no entiendo es cómo se puede no escribir. Para mí no existe ese esfuerzo en la escritura, nunca lo ha habido. ¿Futuro? No, nunca lo ha habido. Ni más ni menos que el que había cuando comencé a escribir. No olvidemos que esto es España, y, más concretamente Cádiz, en el culo de todo, igual tendríamos que tener eso en mente. Sin embargo… La pulsión es irrefrenable. Yo no puedo no escribir, no concibo ese estado. Se pasan malas rachas, tienes problemas de todo tipo,: tu familia, el trabajo, la economía, pero, de repente, cuando al final del día ves que has escrito esos tres, cuatro folios, y los lees, y ves que son buenos… Wow, el subidón de endorfinas que te pega es algo indescriptible, y te da fuerzas para seguir adelante con tus proyectos y con tus locuras. Porque, en cierta forma, eres el dueño y señor de ese mundo, su dios creador. Eso no tiene precio. Es el antídoto contra la depresión, te hace que te sobre el psiquiatra. Sobre todo cuando ves que lo que vas escribiendo va tomando forma, y, además la que tú quieres.

Decía Stepehen King que una vez le preguntaron por qué escribía obras de terror y él respondía que no podía no escribirlas. En mi caso es lo mismo, ya digo, no concibo el mundo sin la posibilidad de contar historias. Están ahí, en mi cabeza, y tienen que salir de alguna forma. Yo sólo les abro paso y les doy forma para que el resto de la humanidad las entienda.

Has escrito de todo: cuento, novela, poesía, guiones de cómics para la Marvel… ¿Qué formato te queda por explorar que realmente te apetezca? ¿En cuál te hallas más cómodo? ¿Tienes algún género preferido por encima de todos los demás?

Curiosamente, a pesar de lo que me gusta y me ha dado el género, lo que menos me gusta escribir son los cómics, quiero decir, los guiones para los cómics. Y la razón es que ahí tengo que despojarme de la literatura. Yo soy un escritor florido, que usa recursos que convierten lo que escribo en prosa poética, puesto que mis inicios, mis verdaderas raíces nacen de ahí, de la poesía, del grupo Jaramago, al que pertenecí a finales de los setenta y principios de los ochenta. Además, en los guiones tengo que comprimirme, tengo que autocensurarme debido al formato mismo del relato… No, no soy feliz escribiendo “tebeos”. Tampoco el cine o la televisión, aunque hasta ahora no se hayan cruzado en mi camino, me llaman poderosamente la atención. En cambio, el teatro… Puede que ese sea el género que nunca haya trabajado y que más me llame. Es una espinita que me queda porque yo sí he hecho teatro, como actor. Pero creo que hacer teatro en este país, y más donde estamos nosotros, en Cádiz, muy lejos de los cauces normales de distribución, del mundo editorial, del mundo cultural, es para nada. Si lo hiciera, la única forma que tendría de mantener esa obra con vida sería dándosela a un grupo amateur.

Mira, hace muy poco empecé a escribir una obra, a partir de la idea de contar la odisea de Magallanes (que ya la narré en mi novela Victoria) en teatro. Tenía en mi mente ya la primera escena, y, cuando fui a volcarla en el teclado, me dije a mí mismo: ¿Pa qué? La dejé aparcada, aunque me sigue tirando la idea de escribir teatro. Poesía, sin embargo, no. Yo escribo prosa poética, no la necesito, me siento más cómodo en la novela. Mucho más. Igual que en el relato, aunque antes me sentía más cómodo en él. Creo que después de tanto tiempo le he perdido el pulso, por lo que sea, y el ritmo de producción ha disminuido. A veces he escrito relatos cuya idea era para una novela, pero al final la he condensado por pura vagueza en un cuento. No me asusta escribir novelas largas, obviamente (sus últimas novelas rondan las seiscientas o setecientas páginas), pero tengo que tener muy claro el desarrollo dentro de mi mente. El ensayo, sin embargo, me cuesta muchísimo más de lo que piensa el público en general. He escrito varios, con una muy buena acogida por parte de la audiencia (el entrevistador apostilla: su ensayo W de Watchmen –escrito a toda prisa bajo los desastrosos efectos de un cólico nefrítico– sobre el mítico cómic de Moore y Gibbons es absolutamente impresionante, al igual que su tesis doctoral sobre los cómics Marvel recientemente publicada en formato de libro), pero he de reconocer que no disfruto tanto como con la creación de mundos que conlleva la narrativa de ficción: tengo que comprobar cada dato, pulir la prosa para despojarla de cualquier artificio… En fin, no es que me disguste, es más bien que me agota.

Entrevista a rafa marin
Fotografía: Daniel Marín

Cuéntanos tu teoría sobre la banda sonora de la Literatura.

(Inciso del entrevistador: llevo décadas escuchando decir a Rafa que su obra “tiene música propia”, que cada personaje “tiene una voz distinta”, que no ha empezado a escribir tal o cual idea “porque no ha encontrado la música adecuada”. Es por ello que le hago esta pregunta, para que nos explique eso que me resulta a mí tan fascinante y que le distingue del resto de los escritores)

Creo que todo tiene que ver con el principio de mi carrera, y, en buena parte, los culpables son los relatos que escribí muy al principio. Yo hice el Bachillerato (de entonces, cuando tenía más entidad) perteneciendo al grupo poético Jaramago, y, aunque no me consideré muy poeta, si desarrollé un oído para las voces, para la musicalidad de la escritura. Cuando empecé a crear en serio, me propuse el reto de que cada cuento que escribiera tendría que tener una voz completamente diferente a la del anterior, hasta el punto de que pareciera que los habían escrito autores completamente diferentes. Creo que lo conseguí en buena medida, y que la mayoría de ellos consigue lo que buscaba.

Sin embargo, creo que es a raíz de La Leyenda del Navegante, cuando yo descubro que el proceso creativo de una novela se asemeja al de la escritura de una obra musical. En concreto, la extensa narración que cito antes la veo como una sinfonía, y descubro que, a diferencia de otros autores que, por decirlo así, tocan una sola tecla (o pulsan una sola cuerda) a lo largo de todo el relato, yo me veo rodeado de notas que suben y bajan, que usan escalas y crean armonías distintas en cada una de las partes que la componen. Y me gusta, me gusta jugar con esa herramienta en concreto. Algo que, a la postre, me hace diferente; o, al menos, hace que suene diferente. A la postre, es algo que de alguna forma me condiciona a la hora de escribir. Puedo tener la idea, el desarrollo, el argumento, saber más o menos cuáles son los personajes principales y cómo van a interactuar… Pero si no oigo esa primera nota, ese sonido que va a hacer que el resto del armazón se alce de sus raíces… No puedo empezar a darle a las teclas.

Un ejemplo. Antes de empezar a escribir una de mis mejores novelas, Juglar, sólo tenía imágenes dispersas de ella. Sabía que quería contar la historia de Mio Cid mezclada con las leyendas medievales de magia y brujería; tenía mente a un mago que realizaba sortilegios… Notas inconexas de lo que tenía que ser una gran sinfonía. Estuve meses madurando aquello, sin escribir ni una palabra porque no conseguía oír su música. De pronto, una nostálgica tarde de verano (o de invierno, no lo recuerdo), me senté a escribir y, de una sentada, escribí el capítulo inicial: la Obertura de la obra, antes del Primer Movimiento. Y entonces sí, la escuché con total claridad, nítida y diáfana. A partir de ahí, la novela se escribió sola.

Para los que te leemos desde siempre, los que conocemos tu estilo y alucinamos con la cualidad casi cinematográfica de tus escritos nos resulta bastante increíble que alguien como tú no haya dado el salto a dedicarse a guionizar historias para la gran o pequeña pantalla. ¿Te gustaría hacerlo? ¿En qué formato? ¿Adaptarías alguno de tus textos o preferirías comenzar desde cero?

No es que me atraiga especialmente salvo quizá por la parte económica (ríe). No, en serio, un guión es un guión, sea para una película o para un cómic, y ya contesté antes a una pregunta parecida. Es cierto que el de las imágenes en movimiento no es igual de constreñido, obvio, que el de las viñetas. Pero es muy complicado, y en el proceso de filmación interviene mucha gente, gente que va aportando y que va distanciado la obra de ti.

Sí, claro que me gustaría ver algunas de mis obras llevadas a la pantalla. Por ejemplo, mis tebeos de superhéroes españoles: Triada Vértice e Iberia Inc.; las historias de mi equipo secreto que lucha contra las fuerzas del más allá, Ora Pro Nobis; y, por supuesto, visualizo una serie impresionante basada en mi última novela, Victoria, en la que narro el viaje de Magallanes. Me sentiría muy feliz estar inmerso en uno de esos proyectos, aunque fuera sólo como productor ejecutivo y no como guionista. Muchos de mis colegas y lectores me dicen una y otra vez que tengo un estilo muy visual, y creo que es cierto, no creo que hubiera demasiado problema en que alguien las trasladase a imágenes en movimiento.

Ahora que lo pienso, una de las más “adaptables” sería Elemental, querido Chaplin, un pastiche holmesiano muy divertido y de mucha acción protagonizado por Charles Chaplin y nuestro querido Sherlock. Lo pasé muy bien escribiéndola y creo que también sería una delicia en la pantalla.

Uno de tus personajes más redondos y entrañables es el ex-boxeador Torre. Leer las historias de Torre es leer a Cádiz. Sin embargo, la inmensa mayoría de nuestros paisanos ni siquiera han oído hablar de él. ¿Por qué crees que esta ciudad que rebosa arte por los cuatro puntos cardinales no es capaz de gestionar la cultura que desprende en su propio beneficio?

Torre es un gran personaje en los dos sentidos del término, el del español estándar y el del gaditano (mis libros de Torre llevan un glosario al final escrito con mucha guasa, una especie de gaditano/español, que, me temo, sólo entienden de verdad los de aquí). Tengo tres novelas escritas (una cuarta en la cabeza) y unos veinte relatos protagonizados por ese boxeador amnésico que reúne en su persona todo lo bueno y todo lo malo de nuestros conciudadanos. ¿Por qué no es más conocido? Volvemos a lo mismo, estamos donde estamos, con ese sentido de la cultura tan extraño que tiene nuestra ciudad y fuera de los circuitos de distribución nacionales. Es cierto que la primera novela protagonizada por el personaje, Detective sin licencia, ganó el premio Ciudad de Albacete de Novela Negra, donde la entendieron perfectamente a pesar de estar escrita íntegramente en gaditano. Pero para mí tengo que las editoriales y distribuidoras no están interesadas en este tipo de obras. Las posteriores, Los Espejos Turbios y Lona de Tinieblas, fueron editadas sin promoción, ni siquiera aquí en nuestra ciudad. Supongo que lo trataremos más adelante, pero en este país ese es uno de los elementos fundamentales que no se cuidan en absoluto: el marketing, la promoción de la obra. Y, sin eso, publicar hoy en día es para nada. Tienes que llegar al público objetivo, y en una sociedad con la información hipertrofiada, eso requiere un esfuerzo por parte de los que, supuestamente, tienen que encargarse de tus historias.

Por otra parte, Torre es mi memoria, el relato que tengo interiorizado de la Tacita de Plata y sus gentes. Quizá por eso es amnésico: no por el golpe que le hizo besar la lona del cuadrilátero tantos años atrás, sino para justificar esa parte de la historia de Cádiz que yo no he vivido por mi edad. Es curioso, porque en su caso sé perfectamente qué aspecto tiene, oigo su voz, visualizo cada uno de sus gestos. Invluso creo, o sospecho, que más de una vez me lo he cruzado por la calle. Es que Cádiz es “mu chico” (sonríe).

Ambos sabemos que, salvo honrosas excepciones, apenas hay literatura que use el Carnaval de Cádiz, su fiesta más internacional y famosa, como escenario o pretexto para encauzar una historia. ¿A qué crees que es debido?

Cierto, es un marco cojonudo para ambientar cualquier tipo de relato, incluso de género: esos cientos, miles de personas embutidas en las calles de una ciudad pequeña, antigua, milenaria… Imagina una novela de crímenes, o de terror, o de acción. Sólo ponle nombre y escribe. Yo lo hice en La Ciudad Enmascarada (el entrevistador apostilla: uno de de los mejores relatos de terror que se ha escrito en este país), una novela de horror primigenio que enlaza con los mitos de Cthulu porque esta urbe tiene todos los elementos necesarios de misterio y angustia para ello. Parecía la formula perfecta… Y me comí los mocos, la editorial la liquidó casi antes de llegar a los puntos de venta. No es un problema de Cádiz, lo es del negocio editorial español, que es capaz de liquidar libros (o quemarlos) antes de que intentar, por ejemplo, una segunda distribución más modesta.

¿Por qué no se elige más a menudo como escenario el carnaval? La razón puede ser que ni nosotros mismos nos lo tomamos tan en serio como debiéramos. Mucha gente sigue considerando que es cosa de bufones y caricatos, a pesar de que ha quedado más que demostrado que tiene una entidad cultural que excede nuestras fronteras, no sólo las de la ciudad o la provincia, sino de la autonomía. Toda España mira nuestro carnaval con admiración, menos nosotros. Para hacérnoslo mirar.

El Agente Literario es una figura bastante desconocida en nuestro país. ¿De verdad son necesarios? ¿Y un Sindicato de Escritores?

Parece que en España todo lo que rodea el “negocio” de la literatura hace aguas por los cuatro costados. Los escritores de aquí nunca entenderían que en el mundo anglosajón, por poner un ejemplo, lo primero que pregunta una editorial al escritor que les presenta una novela es ¿quién es su agente? Es así, y no hay otra forma de que lean tu obra, por muy buen escritor que seas o mucho potencial que tengas. Aquí no, aquí somos una especie de freelancers que, muchas veces, tenemos que encargarnos incluso de las portadas de nuestros libros, o de la maquetación. Resulta increíble que la base del mercado editorial, la obra de tal o cual escriba, sea la peor tratada de todo el proceso, y con ella su creador. Por ejemplo, es el que menos gana económicamente hablando, apenas un ocho o diez por ciento (en el mejor de los casos si eres un autor destacado) sobre el precio de venta sin IVA. Y, además, te tienes que encargar de presionar a tu editor para que te pague y estar muy atento para evitar que te engañen respecto al número de ejemplares vendidos. No es lógico que esto ocurra, de ningún modo. Se supone que para eso es un agente literario. Una vez tuve uno, y, sinceramente, más que ganar, perdí, contratos y oportunidades. No quiero decir con esto que no haya algunos excelentes, pero no me los he encontrado en el camino ni me parece que puedan trabajar en este país en las mismas condiciones que en el resto del planeta. Posiblemente es que no hay cultura para ello, o que nadie está dispuesto a renunciar a otro diez por ciento del pastel.

El oficio de escritor, como tal, no existe en España como en otros países, a pesar de que es uno de los que más libros produce al año, libros que, por falta de una distribución seria, son quemados tras darles un ciclo de venta realmente paupérrimo. Es muy duro que te llame tu “editor” y te diga que ya pasan de seguir distribuyendo el libro por sobrecostes (o lo que sea) y que te lo ofrecen a ti a mitad de precio por si te quieres buscar tú la vida por tu cuenta y vendérselo a tus amigos y conocidos. ¿Quién puede ganarse un sueldo digno de esa manera, uno que le permita mantener a su familia mes a mes?

En cuanto al Sindicato de Escritores… Vamos a dejarlo ahí. Soy demasiado mayor para creer en cuentos de hadas.

Vamos a una cuestión políticamente incorrecta: ¿Hay tantas escritoras buenas que no ven su literatura publicada porque son mujeres? ¿Les favorece o les perjudica que se apliquen cuotas?

Mmmmm… Pasemos a la siguiente pregunta… Jajajajajajajajaja… No, en serio, sé por qué me la haces. A veces nos han acusado, y me refiero a los autores de mi generación, de que hemos ejercido de “tapones” para invisibilizar a la mujer escritora… ¿Perdona? La persona que más lejos ha llegado en el género fantástico es, sin duda, Elía Barceló, por encima de todos nosotros, y no creo que nadie le haya ayudado en ningún sentido: está ahí por derecho propio, por su trabajo y no por que nadie le haya regalado nada jamás. Y, como ella, muchas otras, muchísimas. Pero yo respondo por mi tiempo, no por épocas en las que ni siquiera existía. En esa época no solía haber mujeres en ningún evento del fantástico, quizá porque no les interesara o porque no les llamaba la atención asistir a convenciones, las Hispacones patrias, donde olía a huevo. La cosa ha ido cambiando, por supuesto, al mismo ritmo que lo ha hecho la sociedad, y ahora creo que tenemos la suerte de que todos y todas están donde quieren y luchan, bajo mi punto de vista, en las mismas condiciones a la hora de publicar… O no. He oído por ahí que existen editoriales que sólo publican a mujeres. Allá ellas, si es cierto, cometen el mismo error que llevan tiempo criticando. Imagina por un momento que existiera un editor que sólo sacase libros de hombres, u otro que sólo se centrarse en los gays, en los trans, en los no-binarios… Es una soberana tontería.

Me da la impresión de que esto va por modas. Nunca he entendido que esta sea una cuestión de género. ¿Por qué? La literatura es literatura, qué más da quién la escriba. Lo que importan son las ideas y el desarrollo de las mismas. Nos empeñamos en encorsetar la cuestión artística e incluso a veces se han atrevido a clasificarlas en “obras para mujeres” y “obras para hombres”, cuando yo he disfrutado como un enano leyendo, por ejemplo, Mujercitas, y me he aburrido como una ostra con la lectura de Frankenstein, porque, da igual quien la haya escrito, Frankenstein es un coñazo. Ambas son narraciones escritas por mujeres, pero el hecho de que una sea un tostón y la otra absorbente nada tiene que ver con el género de la persona que la haya escrito. A mí me han acusado de machista por escribir Don Juan, por el personaje… Pero, ¿qué quieres que haga? ¡Es Don Juan! Un personaje histórico que es como es, y, a pesar de ello, los que hayan leído la novela saben que las figuras más poderosas dentro de ella son las mujeres, muy por encima de su sombra. A veces tengo la impresión de que la gente no se lee las novelas antes de verter los comentarios en las redes.

La buena literatura, como todo acto artístico, lo es por el impacto que tiene en el público, no por lo que el que o la que la escribe tenga entre las piernas. Los sistemas de cuotas van siempre en contra de lo que se intenta defender, precisamente porque a veces visibiliza aspectos que no son del todo ciertos, o que tienen matices difíciles de considerar. Vivimos tiempos muy locos, donde todo el mundo tiene voz, pero quizá no la madurez suficiente para gestionar la información que vierte en las redes sociales.

Otra cuestión incómoda para terminar: ¿Hasta qué punto deberíamos estar preocupados por la oleada de “ofendiditos” que nos asola? ¿Corre peligro la libertad de expresión por su causa o, en realidad, las verdaderas responsables son las redes sociales?

Claro que corre peligro. ¿Quién puede crear, emocionar, hacer reír, cuando siempre está acechando alguien (o un grupo de álguienes) que está dispuesto a ofenderse por eso que has creado con tanto amor y dedicación? Y el otro problema añadido es que ya da igual qué ideología tengas: en todos siempre habrá ofendiditos en la acera de enfrente. Como dije más arriba, las redes sociales han dado voz a personas que no saben usar ese arma afilada que es la palabra (más poderosa que la espada). No se puede contentar a todo el mundo, y mucho menos en el mundo del arte, sea cual sea la rama que elijamos.

Yo voy a seguir escribiendo lo que me dé la gana y exactamente como me dé la gana, soy ya muy viejo para andarme con tonterías. Es una visión romántica porque lo queramos o no, el negocio editorial vende como vende y bajo unos parámetros volubles que ninguno controlamos: intenta dar respuesta a las modas y a las corrientes que nacen y desaparecen a una velocidad de vértigo. Esto es así: es el Capitalismo, chico. Quizá los que nos negamos a plegarnos a esa vorágine seamos como piratas en el sentido más romántico del término, seguiremos adelante sabiendo que estamos en la clandestinidad, fuera del sistema, pero haciendo y escribiendo lo que queremos. Hasta el fin.