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farola luz playa

Recuerdo que hace ya unos años, cuando aún vivía en Granada, una de mis ingenuas ilusiones era volver a Cádiz al terminar la carrera, manejando mi propio coche con el título de biólogo en la guantera mientras entraba a la ciudad por el tercer acceso recién estrenado. Pensamientos de un futuro mileurista donde todo parecía encajar. Faltaba cada vez menos para el ansiado 2012, ese año que revitalizaría la milenaria ciudad y le daría el impulso necesario para colocar de nuevo a la capital en la posición en la que debía estar.

Las obras estaban en marcha, multitud de nuevos equipamientos apalabrados y actividades programadas. Un tranvía metropolitano articulando la bahía, una estación de autobuses colaborando en la vertebración de las comunicaciones del área metropolitana, espacios recuperados mejorando la relación de la ciudad con el mar,… Pero poco o nada de ese llegó. Ni el puente, ni las infraestructuras. Algunos no vimos –ni tan siquiera entendimos–, al propio 2012. Es más, la licenciatura y el carnet de conducir también se hicieron esperar. No digamos ya el coche.

Estar fuera de tu ciudad te da una perspectiva distinta a la del que la habita, lo que no hace que sus dolores sean menos sufridos. El cambio político en la plaza de San Juan de Dios, donde más de una carrera persiguiendo palomas he echado, ha supuesto un colosal sopapo de realidad en la cara de los gaditanos. El bofetón de los 250 millones de euros que debe Cádiz y que, por más que busco, no soy capaz de encontrar. Ojo, sin dejarme un sitio donde mirar. Desde el paseo de Santa Bárbara, parándome a tomar un dobladillo en Puerto América, hasta llegar al Nuevo Carranza. ¡Cuánta oportunidad perdida por el sumidero de la gestión cortoplacista!

Hace unos días volví a hojear por casualidad las historias de los cronopios y las famas de mi queridísimo Cortázar. Pasé unos minutos en el sofá leyendo el siguiente párrafo:

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: «La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad». Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.

¿Los veis como yo? Veo reflejados en esos cronopios, alegoría de la clase media argentina de finales de los 50, a muchos amigos y conocidos, conciudadanos de la ciudad con los que puedo compartir momentos cada vez que vuelvo a la tacita. Personas que anteponen el imaginario bucólico colectivo al potencial de la ciudad. Que sueñan con una ciudad que no existe, pero que entre todos podemos construir.  Que sueñan con una ciudad que no existe, pero que entre todos debemos construir.

Confío en que este Tercer Puente pueda devolvernos a muchos a nuestra casa. Ahora con más que un título en la guantera que ofrecer a nuestra tierra.

Fotografía: Jesús Massó