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Reivindico el derecho a apoyar el grueso de las medidas de compensación social que está llevando adelante el Gobierno en la actual crisis sanitaria, social, económica y ecológica, pero lo hago con espíritu crítico, sin asumir los chantajes que provienen de una parte significativa de mi propio cuerpo social. Lo hago, además, teniendo en cuenta razones de urgencia, pero sin negar la necesidad de desarrollar razones e ideas que nos posibiliten superar el actual modelo. 

La anormalidad como palanca de cambio

Observo contrariado cómo en infinidad de voces se consolida un posicionamiento de apoyo acrítico al Gobierno. Este apoyo se justifica, no sin razón, en el cerco que la derecha golpista está intentando levantar, rentabilizando los muertos por el virus, exactamente igual que en su momento lo hicieron con los muertos de ETA. En realidad, la derecha española siempre se ha alimentado políticamente de los muertos y de la muerte. 

Precisamente, del miedo a los necrófagos, proviene ese posicionamiento acrítico que deriva en una postura netamente defensiva. Se dice, “debemos ser un gobierno de orden”. Se dice, “debemos volver a la normalidad”. Pero por más que le doy vueltas no puedo sino concluir que yo no quiero volver a un orden y a una normalidad que han sido innegable aquiescencia de esta pandemia, y que de no cambiar lo será de las siguientes. 

Muchos de nuestros amigos y amigas y camaradas buscan en vano retornar a la normalidad, militando en esa “normalidad”, que no es más que la nostalgia por un ayer inmediato repentinamente mitificado. ¿Qué desmemoria nos ha nublado la vista para no entender que la injusticia estructural era lo verdaderamente nuclear de aquella normalidad? 

Esa “normalidad” estaba protagonizada por la destrucción de nuestro planeta, con una globalización cuyas consecuencias en materia de desequilibrios macroeconómicos han generado más sufrimiento a más gente en el mundo. Esa “normalidad” ha sido el contexto en el que el consumismo derrotó a los derechos y el individualismo a lo comunitario, donde la fragmentación del espíritu colectivo generó un desarraigo y una deslocalización que, como nos recuerda Richard Sennet en la Corrosión del Carácter, no hizo más que abundar en la objetualización de las personas, haciéndolas más vulnerables, maleables, competitivas e insolidarias. Esa misma “normalidad” nos ha traído al actual contexto de crisis global, en el que el capitalismo está cambiando de cuerpo, abandonando las democracias, tal y como se conocían, y recalando en idearios más autoritarios que están siendo protagónicos en algunos de los gobiernos más importantes del planeta. Una “normalidad” en la que se convivía de manera cotidiana con un subsistema patriarcal, que en palabras de Walby devenía en dominación, opresión y explotación sobre las mujeres.

Sintetizada la normalidad, reclamo la opción política de la anormalidad, y desde esa perspectiva considero que cuando una realidad normalizada genera y alberga patologías estructurales, podemos concluir que vivimos, en términos de Wallerstein, en un sistema-mundo pandemizado.  

En 1975 Foucault dictó en el Collége de France sus míticas lecciones sobre las diferentes modalidades de “Anormales”, lo que culminaba el desarrollo de su pensamiento a propósito de las formas de control social a través de los distintos modos y naturalezas del poder. De aquella clasificación de anormales quiero subrayar la de los “anormales incorregibles”, es decir, la de aquellos sujetos que eran estigmatizados por su cuestionamiento de la realidad matriz y a los que se intentaba “corregir” y “domesticar”. 

Barcia post
Fotografía: Fran Delgado

Un ejemplo de normalidad… y su reverso

Si bajamos el balón al pasto podré explicarme mejor:

Se está asumiendo con suma facilidad la idea de volver a plantear unos nuevos Pactos de la Moncloa. Se parte de la idea, realmente demoledora, de “unidad”, que se va deslizando peligrosamente como referencia antitética del valor de la diversidad. Escuchar, como diría Yeats, “la turbamulta de los estados de ánimo nacidos del fuego”, que a todas horas emerge de los medios de comunicación recreándose en los nuevos monstruos políticos, es un lamentable síntoma que ha convertido en enemigo al virus y que vuelve a fijarse en el siempre obtuso Torra, que al parecer todo lo hace mal en todo momento. Manchurrones de brocha gorda para prender esa unidad nacional en torno al enemigo que es diverso y, claro está, también anormal.

Obviando que los Pactos de la Moncloa fueron entre otras muchas cosas, una escenificación del entierro de nuestra memoria y un salvoconducto a la democracia para arribistas, fascistas y demás, comparto la necesidad de unirse entorno a los grandes problemas para generar un nuevo contrato social que concite una paz justa, sostenible y duradera. Pero para eso no se puede contar con la organicidad de una derecha que se ha demostrado corrupta y profundamente antidemocrática. Seamos sinceros, la única derecha española homologable hoy en día es el ala conservadora del PSOE. 

A quien hay que poner en el centro de un nuevo pacto es a la sociedad, que en su día a día supera a golpe de sentido común y solidaridad estos tiempos de pandemia. Porque la nueva política debe ser esto: abandonar la cultura del ciudadano o ciudadana “espectador”, para adentrarnos en esa otra cultura de la ciudadanía coprotagónica. 

Lo anterior no es opcional, es una necesidad del pensamiento transformador para extenderse y limitar de esta manera la extensión, a su vez, de los valores más conservadores, autoritarios y destructivos. Que se piense que una estrategia de “apaciguamiento” puede dar resultado es tan frustrante como perverso. La historia de las derechas españolas demuestra que las políticas de apaciguamiento siempre han sido utilizadas para desestabilizar y hacerse con el poder de un modo u otro.  

Resultaría inaceptable una narrativa de reconstrucción que no incluyera la voluntad directa de la sociedad, lo que inevitablemente significa correr riesgos, pero también dar herramientas a la sociedad para que se empodere a la hora de decidir qué se quiere ser colectivamente. 

Lo contrario sería replegarse a un rincón táctico de magros resultados y escasa ambición política. El otro día me espetaron que, “se hace la propuesta de Nuevos Pactos de la Moncloa, y si las derechas no aceptan se retratan”. ¡Qué inconsciencia! ¿Pero es que las derechas no se han retratado suficientemente? En España, el problema de las derechas no es su ideología sino su actitud antidemocrática, la misma que cacarean orgullosos día tras día.

No hay que institucionalizar la crisis, hay que valerse de las instituciones para gestionarla lo mejor posible, pero soslayando las miradas paternalistas y dejando que la gente ocupe realmente el centro.      De los balcones a las calles, de los hospitales a las plazas, de las palabras a los hechos. La gente, la sociedad, tiene el derecho a implicarse en la reconstrucción de su pueblo y en la construcción de un tiempo diferente, donde lo normativo platonizado debe ser removido para que desde las necesidades y derechos naturales podamos diseñar una nueva normalidad. En esa reconstrucción, en la suma general de esfuerzos para ser mejores y crear algo nuevo, se generaría un entusiasmo contagioso y arrebatador.   

Artículo publicado también en: Espacio Público