Fotografía: José Montero
Que Donald Trump esté subiendo en intención de voto para las próximas presidenciales norteamericanas debería decirnos mucho sobre qué es el espectáculo televisivo, a quién sirven los medios y cómo todo ello erosiona la democracia. Ahora que la prensa atraviesa la peor crisis de credibilidad de todos los tiempos, se ven los resultados de su deriva propietaria y de los efectos de la concentración mediática, a espaldas de la legislación que busca garantizar la pluralidad informativa. Estamos en una sociedad que vive ajena al papel de los medios de comunicación en una democracia. Porque ni de un lado ni del otro hay quien defienda la independencia de la prensa, pagando su precio.
En teoría, se conoce la relación entre la calidad de los medios y la democracia, pero hace mucho que hemos dejado el tema a los vaivenes de los intereses económicos y políticos, sin que nos interese mucho y sin que nos cuestionemos jamás si es tóxica la información que recibimos gratuitamente, por qué recibimos esa información y no otra, o qué hay detrás de lo representado. Una de las grandes dificultades del régimen de visibilidad que vivimos es, desde luego, pensar en aquello que no vemos. Sólo nos puede servir un recuento de aquello que se hace visible y reiterativo en los medios: el fútbol, por supuesto, pero también banalidad, el mundo del colorín, los programas de echadoras de cartas. Un mundo de distracción para alejarnos de la realidad.
Parece claro la prensa seria olvidó hace tiempo su principal cometido: informar a la ciudadanía, ocuparse de sus preocupaciones y problemas. Está claro que si son grupos de presión y afines a partidos políticos quienes financian los medios, el que paga manda. Si lo medios se alejan de su cometido y funciones, no puede extrañar que la sumisión a los intereses de propietarios y financieros socave la credibilidad de la prensa, que la independencia no se vea ya en los editoriales pero tampoco en las noticias, donde no cabe todo lo opinable. La sombra de las grandes empresas, de los bancos, de los intereses de los partidos y de la estructura de poder planea sobre los contenidos, mientras las maniobras de distracción nos desalientan y disuaden cada vez más de conseguir información fiable en medio de tanta censura y manipulación disfrazadas.
En estos días, no llama la atención siquiera que los medios hagan opaca la composición de su accionariado, los grupos de presión a quienes se deben o su ideología. Es una muestra más de que el título poco real y menos honroso de ‘cuarto poder’ les ha calado hondo y que, por ello, se alinearon con los poderosos. En España hemos vivido un proceso de concentración de medios, alineados ideológicamente, donde parece ausente el debate social y político. Y lo que es más grave: cada vez más nos acercamos más a una situación como la que vivió Italia y que dio todo el poder a Berlusconi. Aparentemente, no aprendimos mucho sobre la potencia del espectáculo televisivo y la fragilidad de la democracia. Por si hay dudas todavía, se pueden consultar los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre el voto en el 20D en relación con los medios de comunicación favoritos de los votantes: los del PP se informan en Televisión Española, ABC, El Mundo, la COPE y Onda Cero, y los del Partido Socialista en Canal Sur. Hasta aquí nada nuevo. Pero, ¿cómo se interpreta que los votantes de Podemos sean lectores de El País, escuchen la cadena SER y vean La Sexta? Aunque en realidad, la pregunta de las preguntas es: ¿seguira Rajoy siendo Presidente?