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El tercer puente 12 09

Fotografía: José Montero

Que Donald Trump esté subiendo en intención de voto para las próximas presidenciales norteamericanas debería decirnos mucho sobre qué es el espectáculo televisivo, a quién sirven los medios y cómo todo ello erosiona la democracia. Ahora que la prensa atraviesa la peor crisis de credibilidad de todos los tiempos, se ven los resultados de su deriva propietaria y de los efectos de la concentración mediática, a espaldas de la legislación que busca garantizar la pluralidad informativa. Estamos en una sociedad que vive ajena al papel de los medios de comunicación en una democracia. Porque ni de un lado ni del otro hay quien defienda la independencia de la prensa, pagando su precio.

En teoría, se conoce la relación entre la calidad de los medios y la democracia, pero hace mucho que hemos dejado el tema a los vaivenes de los intereses económicos y políticos, sin que nos interese mucho y sin que nos cuestionemos jamás si es tóxica la información que recibimos gratuitamente, por qué recibimos esa información y no otra, o qué hay detrás de lo representado. Una de las grandes dificultades del régimen de visibilidad que vivimos es, desde luego, pensar en aquello que no vemos. Sólo nos puede servir un recuento de aquello que se hace visible y reiterativo en los medios: el fútbol, por supuesto, pero también banalidad, el mundo del colorín, los programas de echadoras de cartas. Un mundo de distracción para alejarnos de la realidad.

Parece claro la prensa seria olvidó hace tiempo su principal cometido: informar a la ciudadanía, ocuparse de sus preocupaciones y problemas. Está claro que si son grupos de presión y afines a partidos políticos quienes financian los medios, el que paga manda. Si lo medios se alejan de su cometido y funciones, no puede extrañar que la sumisión a los intereses de propietarios y financieros socave la credibilidad de la prensa, que la independencia no se vea ya en los editoriales pero tampoco en las noticias, donde no cabe todo lo opinable. La sombra de las grandes empresas, de los bancos, de los intereses de los partidos y de la estructura de poder planea sobre los contenidos, mientras las maniobras de distracción nos desalientan y disuaden cada vez más de conseguir información fiable en medio de tanta censura y manipulación disfrazadas.

En estos días, no llama la atención siquiera que los medios hagan opaca la composición de su accionariado, los grupos de presión a quienes se deben o su ideología. Es una muestra más de que el título poco real y menos honroso de ‘cuarto poder’ les ha calado hondo y que, por ello, se alinearon con los poderosos. En España hemos vivido un proceso de concentración de medios, alineados ideológicamente, donde parece ausente el debate social y político. Y lo que es más grave: cada vez más nos acercamos más a una situación como la que vivió Italia y que dio todo el poder a Berlusconi. Aparentemente, no aprendimos mucho sobre la potencia del espectáculo televisivo y la fragilidad de la democracia. Por si hay dudas todavía, se pueden consultar los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre el voto en el 20D en relación con los medios de comunicación favoritos de los votantes: los del PP se informan en Televisión Española, ABC, El Mundo, la COPE y Onda Cero, y los del Partido Socialista en Canal Sur. Hasta aquí nada nuevo. Pero, ¿cómo se interpreta que los votantes de Podemos sean lectores de El País, escuchen la cadena SER y vean La Sexta? Aunque en realidad, la pregunta de las preguntas es: ¿seguira Rajoy siendo Presidente?

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De puertas para adentro

“Lo personal es político” fue el lema de Simone de Beauvoir que invitó a las mujeres a asaltar la frontera entre lo privado y lo público, el mito instituyente de los límites de la libertad femenina, de las opciones vitales, de la palabra dada. El asalto de lo público para las mujeres ha sido más que una batalla por la representación política, una guerra por el poder. A fin de cuentas, no se trata de debate y consenso sino de una confrontación en la que se polarizan las posiciones.

Los escenarios del patriarcado son las batallas, donde la clave del poder hace lógica la lucha cuando no hay interés por transformar ni siquiera por el logro de la paridad. Si las cosas fueran de otro modo sería un diálogo, pero no hay cabida para nada de ello entre los intereses que se entrecruzan y de los que resulta como una única solución la concesión aparente de cuotas, como un modelo de reproducción del propio patriarcado. La paradoja es que la independencia de las mujeres las liga a los Estados y a los servicios públicos. Y todavía más, ahora que lo público comienza a vestirse de privado, se mantiene el estímulo para que las mujeres reproduzcan el cuidado y el trabajo doméstico más allá del hogar, en los empleos a los que tienen acceso y en los que hay otra oportunidad de explotación, para que nunca vivan la experiencia de lo público como propia.

Bajo el principio liberal de la libertad individual, se protegen los espacios privados y los personales. Así, cuanto más se fortalece lo individual, más se destroza el concepto de lo público. Cuando se abren las fronteras entre estos mundos vemos las formas perversas con las que el sistema viene ocultando cómo se asignan los roles. La dinámica se reproduce en el mundo laboral, de puertas para adentro, la desigualdad de salarios se mantiene como un modo de control de la autonomía de las mujeres, oculta bajo formalismos, lenguajes y modos aparentemente igualitarios. El desempleo golpea a las mujeres y las mantiene en la economía sumergida, en el trabajo solidario y altruista; a ellas, que atrapadas en un sueño de barro ni siquiera alcanzaron el techo de cristal.

Los poderes públicos abandonan a la ciudadanía para que cada cual se encargue de su propio cuidado, en medio de la pérdida de los derechos del estado del bienestar. Para salvar estas diferencias y construir un tejido social y colaborativo, el desarrollo de la ciudadanía hubiera sabido encauzarlo, pero cuando la democracia parece a expensas de la economía y nuestras pautas de consumo marcan más que nuestra participación política, no se trata de ciudadanía, sino de poder.

La televisión y la publicidad trabajan en la representación de las mujeres como el modo de control sobre cómo se las piensa, cómo se las percibe. La violencia simbólica mantiene el reparto desigual y el papel subordinado de las mujeres, la abnegación, la fuerza del trabajo del amor doméstico y el espíritu desinteresado. Las políticas lingüísticas ayudan a cambiar las cosas, pero son sólo una herramienta. Que en Estados Unidos se haya generalizado el eufemismo de afroamericano para designar la diferencia étnica, ello no significa que las condiciones de vida de esta población hayan cambiado sustancialmente. Por eso, si basamos la acción tan sólo en este aspecto, contribuimos a la construcción de un ámbito simbólico pero no a una transformación social.

La invisibilidad es el mayor símbolo del régimen de explotación. No hay crítica para la reproducción de la reproducción, para el esfuerzo sobrevenido del desentendimiento de los servicios públicos, para el trabajo invisible de cubrir de forma elástica las demandas, necesidades y dificultades crecientes. La violencia oculta, la silenciosa, es la que tiene lugar de puertas para adentro.

Mientras no se entienda que lo político no es el ejercicio del poder sino la búsqueda de las soluciones a los problemas humanos y colectivos, la fuerza neoliberal nos obligará a replantear de qué forma “lo personal es político”. Nadie peleará por la ocupación del mundo doméstico, por su valor simbólico ligado a lo tradicional, por un mundo de violencia naturalizada. La lucha debería seguir ahora con un cambio de rol en el que los hombres ocuparan los espacios privados, vivieran la vida con otros ojos, lucharan contra la desigualdad. La corresponsabilidad es la democracia de lo cotidiano, la forma de visibilizar los espacios privados. Porque la revolución es personal, de puertas para adentro.

Fotografía: María Alcantarilla

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El tercer puente reducida 03

Lo decía Einstein, y teniendo en cuenta que está considerado como un genio, deberíamos hacerle caso: si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. No me gustaría admitir que, como rasgo cultural, lo nuestro es ser contumaces en el error, aunque viendo cómo nos repetimos me cuesta trabajo encontrar otra explicación para esa dependencia de un mundo heredado que manifestamos con una devoción insólita.

Sólo así se explica que en las últimas décadas el poder formal se haya instalado en Andalucía sobre la misma estructura rural que heredamos, o que sus actores sean quienes decían representar a la “progresía” de esta tierra. Sobre estas bases comenzó a tejerse una malla social tan tupida como la de la vieja España retrógrada y oscura, pero ahora en nombre de un supuesto desarrollo con el que se quiso hacer invisible su característica más clara: su estructura y esencia clientelar.

La pirámide del poder deja claro quién está arriba y quién abajo, quién se debe a quién, y hasta puede que también qué se espera de cada cual. Para sus integrantes es importante mantenerse en “su” nivel —de poder, de ignorancia, de ambición—, de manera que pueda desarrollarse sin sorpresas una trayectoria de velocidad reglada y de meta segura.

Lo vemos en las imágenes de actos públicos, de reuniones y saraos, donde dominan como protagonistas de la acción los enchaquetados, aquellos que fueron seleccionados con criterios ocultos en su momento, aunque resultan evidentes cuando ya has contemplado muchas veces las mismas escenas. Y sí, son hombres, siempre hombres —ahora de alrededor de la cincuentena—, escasamente formados, muy populares, buenos relaciones públicas y casi siempre de origen rural. Pareciera que son fruto de un proceso de selección prefigurado que buscase reunir a muchos individuos de las mismas características. Tienen tanto que agradecer que la lealtad en ellos no es un mérito sino una forma de entender la vida orientada a no caer jamás, a mantenerse, siempre cumpliendo condiciones no escritas como la de no destacar nunca por encima de tu superior, o la de no desafiar las leyes de la verticalidad. Los elegidos se mueven en un mundo de rumores e intrigas que se fortalece, que se reproduce y que paraliza cualquier otra acción. Aceptan la coacción o dominación incluso de forma agradecida por recibir favores que si hubiera justicia probablemente no serían ni necesarios.

Del otro lado está, sin duda, nuestra conformidad, la fragilidad que evidencian nuestras convicciones cuando nos sentimos obligados a encajar en la opinión de la mayoría, o de la mayoría que se expresa. Y otros fenómenos sociales como la envidia, ya sea por provocarla o por el dolor de la comparación: mientras condenamos cualquier logro, hacemos que los mediocres se sientan superiores.

Llevamos décadas alabando y aplaudiendo en Cádiz a hombres de ese perfil que se hacen populares, gestionan sus relaciones públicas y se marchan a importantes cometidos sin volver la vista atrás. Son políticos, empresarios, directivos de todo tipo que se enorgullecen de ser del clan de Cádiz, aunque nunca hayan usado su posición para impulsar esta tierra. Solo regresan para exhibir su nuevo estatus, para hacer gala de camaradería con los suyos, para mantener las relaciones a las que tanto se deben.

Lo terrible es que nadie relacione todo ese estilo promocional con el capitalismo clientelar, ese que no distingue el amiguismo de la corrupción, y que reduce la productividad y el crecimiento económico de forma inversamente proporcional a la dependencia del clientelismo. Tampoco lo relacionan con el bajo perfil de los directivos de las empresas (el Banco de España dixit) ni con la lógica que nos hace promocionar a mediocres.

Fotografía: Juan María Rodríguez

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Hace décadas que se abrió la brecha entre la oferta de una formación obsoleta por parte de las instituciones académicas, que tratan al alumnado como clientela mientras alientan el imaginario de que amontonar credenciales, y un mercado laboral que acumula personas en paro, en ausencia de una revisión del modelo y en el desconocimiento de las necesidades de las empresas, el cuarenta por ciento de las cuales no encuentra a los trabajadores que busca. El sistema se aprovecha de esto para precarizar todavía más el trabajo, a la vez que presiona a los gobiernos para hacer reformas a la medida de sus intereses.

Ahora, la Unión Europea apuesta por una Agenda de Nuevas Habilidades que es como la ‘guía espiritual’ de la innovación y la competitividad, pero en las universidades se sigue con temarios y metodologías incapaces de garantizar que los estudiantes podrán dedicarse a aquello para lo que están siendo formados. Las universidades se zambulleron en el proceso de Bolonia y, animadas por la mercantilización de la educación superior, no dudaron en calificar de “clientes” a los estudiantes para darles una formación que no cumple ni con un un nuevo proyecto educativo ni con nuevas competencias para los jóvenes.

La generación del milenio sabe que el aprendizaje y la formación serán continuos durante toda su vida, que necesitarán iniciativa, curiosidad, equipo, liderazgo, conciencia social y sostenible, perseverancia. Pero en nada de ello se ha puesto ningún empeño. Ni los agentes externos participan en los procesos de diseño de las titulaciones, ni se atienden las voces de agentes sociales y expertos.

La Agenda de Nuevas Habilidades propone potenciar algunas de las que vamos escasos; en el caso concreto de España estamos por debajo de la media europea en las tres principales: capacidades lingüísticas, numéricas y digitales. Por supuesto, mientras descendemos hacia el sur –y Cádiz es el sur del sur— los valores medios se distancian de los del resto de la Unión Europea. Por eso sorprende que los fondos europeos de la Iniciativa Territorial Integrada, por mucha gobernanza con que los anuncien y mucha negociación entre los sectores de la política clientelar de la zona, estén apostando por un gran bloque de sectores agónicos desde hace tres décadas y que, por no haber sabido pasar página en su momento, nos han dejado exhaustos.

De nuevo se apuesta por el naval o la metalurgia, o por la petroquímica, por inversiones en logística para las que no hay infraestructuras imprescindibles como una conexión terrestre en el Estrecho o la unión por ferrocarril entre la bahía de Cádiz y la de Algeciras. Seguimos en la ultraperiferia de los grandes circuitos viarios de la Unión Europea, pero somos sensibles a la fantasía de la logística.

Desaparecieron los escribanos, las mecanógrafas, los administrativos. Se mecanizaron actividades, ya no hay casi operarios, ni ensambladores, los agentes de viaje o los cajeros tienen los días contados, y también los taxistas. Incluso los community managers, porque su tarea no será ya ni un trabajo sino, como mucho, una habilidad exigible en otros empleos. Seremos prescindibles periodistas, profesores, conductores y hasta médicos, porque un móvil podrá diagnosticar enfermedades que antes requerían de semanas de pruebas hospitalarias.

Para renovar la educación se necesita un profundo conocimiento de la tecnología, algo que, sin embargo, no forma parte del perfil de los expertos académicos o incluso empresariales que toman decisiones de cara a las próximas décadas. El inmovilismo y la endogamia no son buenas recetas para afrontar retos sociales y demandas económicas, pero son los las instituciones académicas, formadas en  la idea de que la educación tenía un final y de que un título garantizaba un empleo estable y bien pagado para el resto de la vida, las que toman las decisiones.

El presente está lleno de oportunidades, de innovaciones y de tecnología, de robots, inteligencia artificial, inteligencias colectivas, es todo un mundo al alcance de la mano que todavía hay quien cree que está por llegar. Pero no es ciencia ficción ni ‘nuevas’ tecnologías: el futuro está aquí. El Foro económico Mundial defiende que dos de cada tres escolares dedicará a su vida profesional a actividades que ni siquiera existen hoy en día. Los oficios del futuro serán médicos especialistas en nanomedicina, policías medioambientales, biohackers, gerontólogos, agricultores verticales, managers de avatares docentes, ingenieros de órganos, trabajadores sociales de redes, y trabajadores de la ciberciudadanía. Son profesiones difíciles de explicar de manera sencilla al abuelo, al que antes habrá que ­contarle, en una larga conversación, qué es un growth hacker o un experto en Big Data.

Ha llegado la cuarta revolución industrial; de hecho, hace años que forma parte de nuestro mundo cotidiano, pero pocos parecen haberse enterado: el análisis, la creatividad o la explotación de los datos son la materia prima imprescindible en la economía digital.

Fotografía: Jesús Massó

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masso escaparate completa

Más que tecnología necesitamos perspicacia. Internet nunca nos enseñará a leer entre líneas, a encontrar la perspectiva oculta, a relacionar realidades entre marañas de datos y en el efecto de la infoxicación que es tan potente que actúa como censura.

A pesar del discurso de la transparencia, las filtraciones logran el efecto deseado, en el juego de lo visible y lo oculto. Los papeles de Panamá dicen más por lo que callan que por lo que cuentan. Dicen que sólo tenemos acceso a una mínima parte de la información, que hace falta mucho conocimiento del mundo digital para encontrar datos indexados y aparentemente al alcance de la mano, y que da igual que estén ahí porque no llegamos a ellos. Nos dicen que incluso una empresa líder mundial en ocultar dinero e identidades como Mossack Fonseca es tan descuidada como para que su información más sensible sea vulnerable. Y esto, claro está, abre la posibilidad de que las cosas no sean lo que parecen. Nos dicen que sólo se ha hecho pública una mínima parte de más de once millones de documentos, una selección que deja claros los beneficios de quienes no resultan atacados.

De nuevo se intuye una maniobra desestabilizadora, similar a la que acompañó a las revelaciones de Wikileaks —justo dos semanas antes del estallido de la Primavera árabe y de su oleada de turbulencias—. En el mundo de la transparencia, las revelaciones sirven todavía a intereses oscuros.

La información de los papeles de Panamá, obtenidos por un reportero del periódico alemán Süddeutsche Zeitung, ha sido gestionada por el International Consortium of Investigative Journalists, que depende del Center for Public Integrity, una fundación financiada por los Rockefeller y por la Ford Foundation, así como por la Open Society Foundations, en la que participa George Soros, conocido por su papel desestabilizador en la transición de Polonia o Georgia.

Con la publicación de nombres famosos de todos los ámbitos y de diferentes países se desvía la atención pública del hecho de que en las listas no aparecen casos de Alemania ni de Estados Unidos, dos países que necesitan competir por los fondos gestionados en  Panamá. Estados Unidos ya dejó claro que no cumplirá las normas de transparencia impuestas por la OCDE, aunque necesita recuperar su pérdida de influencia de los últimos años.

Los buscadores en Internet muestran los itinerarios a seguir a través de los datos que quieren ser visibles. Pero por debajo de ellos, en la Deep Web o Internet profunda, se encuentra más del setenta por ciento de la información, y no hay interés por indexarla ni por controlarla. De hecho, hasta hace muy poco no ha comenzado la investigación por parte de la DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos) para relacionar los datos con sus conexiones, con la información de vídeos e imágenes, con sus vínculos con personas y lugares.

Por la Deep Web navegan a toda máquina criminales, extorsionadores, traficantes de droga, de órganos y de vida o pornografía, pero el desarrollo tecnológico no avanza al mismo ritmo. El mundo oculto y anormal se mantiene intacto para quien ni domina ni tiene alfabetización mediática y digital. Pasa desapercibido, vive a la sombra de la transparencia.

Fotografía: Jesús Massó

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Fotografía: Jesús Massó

Crear  diálogo, transparencia y participación son retos difíciles, porque años de comunicación jerárquica, de filosofía piramidal de la política, de democracia representativa pesan demasiado para cambiar  con rapidez. La cultura de la participación no se improvisa y menos si se mantiene la lógica de las ideas desde arriba, con estrategias, eslóganes y políticas maquiavélicas basadas en los impactos y la difusión sin diálogo.

No hablamos sólo de la tecnología, sino de su apropiación por una cultura horizontal e interactiva, por una verdadera mentalidad y cultura social. En pocos años, hemos vivido la conquista de nuevos derechos a la información, a la comunicación y a la transparencia, avances sociales que sólo se consolidan  a través de la consciencia reivindicativa de la ciudadanía y del poder. El sueño de la democracia directa hay que confrontarlo con la realidad para evitar decepciones, porque las falsas promesas de participación  crean decepción y resentimiento.

El gobierno conectado conduce a la ilusión del gobierno abierto y transparente. Pero en el mundo tecnológico hay que adiestrar el análisis y la capacidad crítica, reconocer que el camino de las prisas produce sus monstruos. El Ayuntamiento de Cádiz se ha querido apresurar en este cambio de tendencia con un resultado decepcionante.

El riesgo del imaginario de la conectividad —y la ignorancia de los requisitos técnicos de formatos, estructura y vínculos— nos aleja de la realidad. No se puede presumir del bajo coste del portal de transparencia sino de su capacidad para satisfacer un derecho ciudadano. En este caso, su planificación y dotación de medios serían los elementos con los que comparar los resultados del portal, su relación con la ciudadanía, su voluntad política real del control de la gestión, de la devolución a lo público de sectores tradicionalmente apropiados. Si la voluntad de  transparencia es central en la gestión y en la política, central tambien debería ser la lógica con la que se implementan, con la que se diseñan, programan y presupuestan las acciones.

Heredamos un mundo opaco que nos ha dejado su sombra; terminamos aceptando formatos nada accesibles, archivos que no son compatibles ni transparentes, formatos de datos no reutilizables. No se trata sólo de disponer de la información necesaria y adecuada por importante que sea, que lo es, sino de que se presente en formatos adecuados; que el portal sea Open Source, que el código sea accesible y exportable.

La transparencia es un ejercicio de comunicación más allá de la transmisión de información, haciendo que los datos sean comprensibles con herramientas de visualización, gráficas y aplicaciones que permitan establecer relaciones entre los mismos en fuentes dinámicas; única forma de entender esta gran cantidad de información novedosa para buena parte de la ciudadanía. Falta una cultura transparente que nos oriente a una lógica abierta y clara para transmitir la información y para organizar los flujos de trabajo de forma participativa a través de la práctica, el conocimiento y la sensibilización.

La transparencia es una acción prolongada en el tiempo más que una realización concreta; es un proceso participativo diseñado para la interacción de una conversación y no para discursos a pares. Por encima de todo, se trata de avanzar en cultura cívica y ciudadana, de romper el oscurantismo y el secretismo. Esto es algo que nos permitirá subir en el ranking de la transparencia, aunque su logro final será algo mucho más sólido, directo y real que una cifra.

Fotografía: Flavia Bernárdez (Creative Commons Zero license)