Ilustración: pedripol
El autobombo en política no existe, es solo una leyenda urbana, un mito. El culto a la personalidad del amado líder a estas alturas de la historia ya prácticamente es patrimonio exclusivo de Kim Jong-il. O no.
Es un hecho que nuestros políticos no persiguen la notoriedad con cada uno de sus actos sino el bien común, el trabajo bien hecho en beneficio de la sociedad, la consecución del bienestar y la felicidad de todos los ciudadanos porque, como todo el mundo sabe, lo único que les mueve es la vocación altruista de servicio a la comunidad y la voluntad de pasar desapercibidos en el intento. O no.
Pero a veces ocurre que, incluso persiguiendo el anonimato con todo el celo del mundo, las cosas se tuercen de tal modo que todo acaba saliendo al revés y uno se convierte en la única estrella del firmamento, en el pollo del arroz con pollo, en el estribillo de todos los cuplés. Sin querer. O no.
Es el caso de la ex alcaldesa de Cádiz, cuanto más empeño ponía en pasar desapercibida más se exponía, no podía evitarlo. El asunto se le fue yendo de las manos hasta el extremo de convertirse en omnipresente, seguramente contra su propia voluntad. Como decía Lennon, “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”. A la señora Martínez la vida le cambió todos los planes. Mientras trabajaba denodadamente para resolver los problemas de su ciudad: altos índices de paro, servicios sociales, infravivienda, los estragos de la maldita crisis entre los más necesitados, a ella el destino le deparó un publirreportaje permanente e incontrolable sobre sí misma, y de propina cientos de cuplés de carnaval y un romancero fabuloso de Ana López Segovia para la posteridad: https://goo.gl/2s1e1W. Un merecido homenaje, porque, incansable, tó tenía que hacerlo ella y había que reconocérselo.
El sentido de la medida, imprescindible en política, a menudo es el más desmedido de los sentidos. En ocasiones a un político se le va la mano y acaba por convertirse en víctima de sus propios errores y la sobreexposición es uno de los más comunes. Los políticos con experiencia saben que el exceso de foco suele traer consecuencias indeseadas, por eso cuando no tienen algo interesante que ofrecer se retiran a leer el Marca en un prudente segundo plano. Ahí está el ejemplo de Rajoy, tan alérgico a las cámaras que casi hubo que tirarle de las orejas para que balbuceara desde un plasma alguna explicación, aunque fuera inverosímil, acerca de la contabilidad “extracontable” de su partido. Y hay que reconocer que le ha ido muy bien. Pero a la señora Martínez le faltó esa templanza, el estado de prudencia que en momentos cruciales te ayuda a mantener el equilibrio sin hacer demasiado ruido. Se dejó llevar por la corriente, una cámara aquí, un micrófono allá, un periódico entusiasta siempre proclive a la alabanza desmedida y claro, esas cosas son como una droga, te vas metiendo, te vas metiendo, no lo dejas ni de vez en cuando y al final te ves en todas las portadas, en todas las pantallas urbanas, en todos los programas de la televisión municipal y en todos los folletos de todos los buzones. Todo el tiempo. A todas horas. Y eso quema como el sol de agosto a las cuatro de la tarde debajo de una lupa, no hay cuerpo que lo resista.
Era poner Onda Cádiz para ver una sesión del Concurso de Agrupaciones del Falla y aparecía ella en un palco interpelada por los reporteros de su TV, inmediatamente después de la entrevista una pausa publicitaria en la que la amada lideresa volvía a salir inaugurando obras o trabajando en su despacho del Ayuntamiento, acto seguido un espacio de información general y ella volvía a aparecer como protagonista del informativo de la noche. Siempre de aquí para allá como foulard agitado por el viento de levante, una máquina incansable generando actualidad. Ahora una inauguración, más tarde una visita a las obras del puente, luego una comida con jubilados y entre horas otra entrevista con un medio amigo, que en política, ya se sabe, es un amigo entero.
Pero ella no quería. La prueba de que la ex alcaldesa no era partidaria de tanto bombo ni de invertir un solo céntimo en propaganda son estas palabras dirigidas a algunos usuarios de las redes sociales: «Tanto Twitter y tanta opinión, oiga, que aquí lo que más llamativo es para esta alcaldesa es que hay gente que viene a pedir ayudas al ayuntamiento, social, para comer y resulta que tienen una cuenta en el Twitter. Que sepa yo eso cuesta dinero, ¿no?«. Ella, que no debía tener una cuenta en Twitter pero tenía una televisión y una radio permanentemente a su entera disposición, desconocía que Twitter es un servicio gratuito. Hay que disculparla, claro que sí, porque la intención era muy buena: Deja ya de perder el tiempo criticándome por Twitter porque eso cuesta dinero y luego vienes al ayuntamiento a pedir ayudas para comer. Un argumento Impecable.
Pero a la hora de predicar con el ejemplo algo debió fallar y sus buenos consejos para los tuiteros chocaron con la necesidad de aparecer, de estar en todos lados a la vez y que todo el mundo lo supiera. Y eso cuesta dinero, mucho más dinero que una cuenta en una red social. Para mantener esa omnipresencia hay que financiar la maquinaria informativa a base de recursos públicos, grandes cantidades de dinero invertido en una televisión que en la práctica acabó funcionando como la plataforma privada de un solo partido, más aún, de una sola persona cuya imagen aparecía en antena a todas horas, con cualquier excusa.
Y una de esas excusas era la promoción de la ciudad más allá de las Puertas de Tierra. Por estos días del mes de enero, coincidiendo con la Feria Internacional de Turismo, FITUR, desde el año 2000 se venía celebrando en Madrid una presentación del carnaval de Cádiz. Una buena iniciativa, sobre el papel una excelente oportunidad para mostrar los atractivos de la ciudad, pero tampoco en esto no tuvo suerte la señora alcaldesa, probablemente porque no se ponía tanto énfasis en la presencia de los medios de la capital como en asegurarse de que estuviera representada toda la prensa local. Conozco de cerca el sorprendente caso de la redactora de un medio madrileño de gran difusión que a pesar de varios intentos no consiguió acreditarse en una de aquellas presentaciones. El acto, celebrado unos años en el Centro Cultural Conde Duque, otros en el Palacio de Congresos o el Teatro Monumental, generalmente con la actuación estelar de las agrupaciones ganadoras del COAC del año anterior, pasaba absolutamente desapercibido para la inmensa mayoría de los madrileños, aunque es cierto que para los gaditanos residentes en Madrid y los capitalinos aficionados al carnaval, que se agolpaban a las puertas con la esperanza de poder ocupar los asientos que dejaran libres los invitados VIP, era todo un acontecimiento. Doy fe.
Desplazar a tanta gente a gastos pagados debía costar un dineral. Pero la inversión no dio resultados positivos. Ni un solo medio de cierta relevancia se hacía eco del acto más allá de alguna leve reseña en las páginas de miscelánea, en contraste con la gran cobertura de la prensa local que siempre acompañaba a la alcaldesa a Madrid. El resultado era que, en vez de promocionar Cádiz en el resto de España, quien acababa promocionándose era la propia corporación, con su alcaldesa a la cabeza, en la mismísima ciudad de Cádiz. Para ese menester no eran necesarias tantas alforjas ni tanto viaje. Mala suerte, porque seguramente ella no quería. O sí.