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Luis lazaro

Ilustración: pedripol

El autobombo en política no existe,  es solo  una leyenda urbana, un mito. El culto a la personalidad del amado líder a estas alturas de la historia ya prácticamente es patrimonio exclusivo de Kim Jong-il. O no.

 Es un hecho que nuestros políticos no persiguen la notoriedad con cada uno de sus actos sino el bien común, el trabajo bien hecho en beneficio de la sociedad, la consecución del bienestar y la felicidad de todos los ciudadanos porque, como todo el mundo sabe,  lo único que les mueve es la vocación altruista de servicio a la comunidad y la voluntad de pasar desapercibidos en el intento. O no.

Pero a veces ocurre que, incluso persiguiendo el anonimato con todo el celo del mundo, las cosas se tuercen de tal modo que  todo acaba saliendo al  revés y uno se convierte en la única estrella del firmamento, en el pollo del arroz con pollo, en el estribillo de todos los cuplés. Sin querer. O no.

Es el caso de la ex alcaldesa de Cádiz, cuanto más empeño ponía en pasar desapercibida más se exponía, no podía evitarlo. El asunto se le fue yendo de las manos hasta el extremo de convertirse en omnipresente, seguramente contra su propia voluntad. Como decía Lennon, “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”. A la señora Martínez la vida le cambió todos los planes. Mientras  trabajaba denodadamente  para resolver los problemas de su ciudad: altos índices de paro,  servicios sociales,  infravivienda, los estragos de la maldita crisis entre los más necesitados, a ella  el destino le deparó un publirreportaje permanente e incontrolable sobre sí misma, y de propina cientos de cuplés de carnaval y un romancero fabuloso de Ana López Segovia para la posteridad: https://goo.gl/2s1e1W. Un merecido homenaje,  porque, incansable,  tó tenía que hacerlo ella y había que reconocérselo.  

El sentido de la medida, imprescindible en política, a menudo es el más desmedido de los sentidos. En ocasiones a un político se le va la mano y acaba por convertirse en víctima de sus propios errores y  la sobreexposición es uno de los más comunes.  Los políticos con experiencia saben que el exceso de foco suele traer consecuencias indeseadas, por eso cuando no tienen algo interesante que ofrecer se retiran a leer el Marca en un prudente segundo plano. Ahí está el ejemplo de Rajoy, tan alérgico a las cámaras que casi  hubo que tirarle  de las orejas para que balbuceara desde un plasma alguna explicación, aunque fuera inverosímil, acerca de la contabilidad “extracontable” de su partido. Y hay que reconocer que le ha ido muy bien.  Pero a la señora Martínez le faltó  esa templanza, el estado de prudencia que en  momentos cruciales te ayuda a mantener el equilibrio sin hacer demasiado  ruido. Se dejó llevar por la corriente, una cámara aquí, un micrófono allá, un periódico entusiasta siempre proclive a la alabanza desmedida y claro, esas cosas son como una droga, te vas metiendo, te vas metiendo, no lo dejas ni de vez en cuando y al final te ves en todas las portadas, en todas las pantallas urbanas, en todos los programas de la televisión municipal y en todos los folletos de todos los buzones. Todo el tiempo. A todas horas. Y eso quema como el sol de agosto a las cuatro de la tarde debajo de una lupa,  no hay cuerpo que lo resista.

Era poner Onda Cádiz para ver una sesión del Concurso de Agrupaciones del  Falla y aparecía ella en un palco interpelada por los reporteros de su TV, inmediatamente después de la entrevista una pausa publicitaria en la que la amada lideresa volvía a salir inaugurando obras o trabajando en su despacho del Ayuntamiento, acto seguido un espacio de información general y ella volvía a aparecer como protagonista del informativo de la noche. Siempre de aquí para allá  como foulard agitado por el viento de levante, una máquina incansable generando actualidad. Ahora una inauguración, más tarde una visita a las obras del puente, luego una comida con jubilados y entre horas otra entrevista con un medio amigo, que en política, ya se sabe,  es un amigo entero. 

Pero ella no quería. La prueba de que la ex alcaldesa no era partidaria de tanto bombo ni de invertir un solo céntimo en propaganda son estas palabras dirigidas a algunos usuarios de las redes sociales: «Tanto Twitter y tanta opinión, oiga, que aquí lo que más llamativo es para esta alcaldesa es que hay gente que viene a pedir ayudas al ayuntamiento, social, para comer y resulta que tienen una cuenta en el Twitter. Que sepa yo eso cuesta dinero, ¿no?«. Ella, que no debía tener una cuenta en Twitter pero tenía una televisión y una radio permanentemente a su entera disposición, desconocía que Twitter es un servicio gratuito. Hay que disculparla, claro que sí, porque la intención era muy buena: Deja ya de perder el tiempo criticándome por Twitter porque eso cuesta dinero y luego vienes al ayuntamiento a pedir ayudas para comer. Un argumento Impecable.    

Pero a la hora de predicar con el ejemplo algo debió fallar y sus buenos consejos para los tuiteros chocaron con la necesidad de aparecer, de estar  en todos lados a la vez y que todo el mundo lo supiera. Y eso cuesta dinero, mucho más dinero que una cuenta en una red social. Para mantener esa omnipresencia hay que financiar  la maquinaria informativa a base de recursos públicos, grandes cantidades de dinero invertido  en una televisión que en la práctica acabó funcionando como la plataforma privada de un solo partido, más aún,  de una sola persona cuya imagen aparecía en antena a todas horas, con cualquier excusa.

Y una de esas excusas era la promoción de la ciudad más allá de las Puertas de Tierra. Por estos días del mes de enero, coincidiendo con la Feria Internacional de Turismo, FITUR, desde el año 2000 se venía celebrando en Madrid una presentación del carnaval de Cádiz. Una buena iniciativa, sobre el papel una excelente oportunidad para mostrar los atractivos de la ciudad, pero tampoco en esto no tuvo suerte la señora alcaldesa, probablemente porque no se ponía tanto énfasis en la presencia de los medios de la capital como en asegurarse de que  estuviera representada toda la prensa local. Conozco de cerca  el sorprendente caso de la redactora de un medio madrileño de gran difusión que a pesar de varios intentos no consiguió acreditarse en una de aquellas presentaciones. El acto, celebrado unos años en el Centro Cultural Conde Duque, otros en el Palacio de Congresos o el Teatro Monumental, generalmente con la actuación estelar  de las agrupaciones ganadoras del COAC del año anterior, pasaba absolutamente desapercibido para la inmensa mayoría de los madrileños, aunque es cierto que para los gaditanos residentes en Madrid y los capitalinos aficionados al carnaval, que se agolpaban a las puertas con la esperanza de poder ocupar los asientos que dejaran libres los invitados VIP,  era todo un acontecimiento. Doy fe.

Desplazar a tanta gente a gastos pagados debía costar un dineral. Pero la inversión no dio resultados positivos. Ni un solo medio de cierta relevancia se hacía eco del acto  más allá de alguna leve reseña en las páginas de miscelánea, en contraste con la gran cobertura de la prensa local que siempre acompañaba a la alcaldesa a Madrid. El resultado era que, en vez de promocionar Cádiz en el resto de España, quien acababa promocionándose  era la propia corporación, con su alcaldesa a la cabeza,  en la mismísima ciudad de Cádiz.  Para ese menester no eran necesarias tantas alforjas ni tanto viaje. Mala suerte, porque seguramente ella no quería. O sí.

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Luis lázaro

Ilustración: pedripol

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el plagio, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en ella sin fatiga alguna, sino porque entonces  plagiaban  los que sabían, en vez de  los más torpes *.

Cuando  Picasso  dijo que “los grandes artistas copian y los genios roban”, omitió deliberadamente que, en el caso de los genios,  la reinterpretación transformaba de tal manera el original que el supuesto plagio era absolutamente indetectable y daba lugar a una obra maestra original sin dejar la más mínima sombra de sospecha. El catedrático Manuel Ángel Conejero, traductor de Shakespeare, actor, dramaturgo y presidente de la Fundación Shakespeare de España, aseguraba  que el bardo de Stratford plagiaba a  Petrarca, Montaigne, Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, pero concluía con una sentencia absolutoria: «Eso sí, el producto de sus plagios y textos de dudosa procedencia está lleno de maravillas”.

El plagio nos ha dado grandes momentos. Un personaje  de “Amanece,  que no es poco”, de José Luis Cuerda,  plagió Luz de Agosto de Faulkner y acabó en el  cuartelillo de la benemérita frente al cabo Gutiérrez,  el gran Sazatornil, en una de las escenas más delirantes  del cine español: «¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?».

Pero no en todos los casos se copia con tanto ingenio como en  los ejemplos anteriores, ni mucho menos. Lo que predomina es el plagio grosero, la impostura, la apropiación indebida del talento ajeno. Sin ir más lejos,  el hijo de un conocido historiador, y sin embargo patrono de la Fundación Francisco Franco, presuntamente plagió todo lo que se le puso  a tiro, y quién sabe si gracias a eso y a sus  excelentes relaciones con lo más selecto de la derecha madrileña consiguió llegar a Rector Magnífico de la Universidad Rey Juan Carlos.

Dicen que Fernando Suárez fusiló artículos enteros, tesis doctorales, al presidente de la Real Academia de la Historia, a colegas de otras universidades, a alumnos y hasta a su propio padre. No es broma.  Según la prensa y los testimonios de algunos de los afectados, calcó literalmente 43 de las 45 páginas de su artículo para el libro “Las Cortes y la Constitución de Cádiz. 200 años”, incluyendo erratas. El rector dice que no ha hecho nada irregular,  que tan solo se trata de  “disfunciones” porque él  es un ser humano y, como todo el mundo sabe,  a los seres humanos les suelen pasar estas cosas. No está solo, tiene grandes defensores en la prensa conservadora, como Francisco Marhuenda que casualmente imparte clases en la misma universidad. Además, el Gobierno de Cristina Cifuentes no parece dispuesto a pedirle explicaciones y todo el Grupo Popular en la Asamblea de Madrid ha votado en bloque contra la propuesta de comparecencia  exigida por el resto de los grupos. Es uno de los suyos y no le van a dar un disgusto. Después de lo de Rita Barberá tienen la excusa perfecta, no se arriesgarán a  asumir otro accidente cardiovascular.

Cosas de poca importancia al fin y al cabo,  comparadas con el fenómeno estelar de los últimos tiempos. Entre todos los casos recientes de plagio  hay uno que destaca sobre todos los demás por su ética, por su estética y, muy especialmente porque, bien explotado, puede relanzar exponencialmente el prestigio de la marca España: Un personaje que ha adoptado los modales y las hechuras de Jesús Gil, las corbatas y el tupé de Luis Aguilé, el  tinte de Teófila Martínez y la habilidad de Mariano Rajoy para formar gobiernos nombrando para cada área a los tipos menos recomendables: Donald Trump. Por fin somos tomados como ejemplo por alguien de relevancia mundial. Nada menos que el presidente electo de los Estados Unidos.

Si Rajoy nombró ministro de Medio Ambiente a un señor relacionado con empresas  de “bunkering”, un negocio altamente contaminante de suministro de combustibles a buques en aguas del Estrecho, Trump ha hecho exactamente lo mismo poniendo  al fiscal general de Oklahoma, Scott Pruitt, al mando de la  Agencia de Protección Ambiental (EPA). Todo un destroyer, militante del negacionismo del cambio climático, se ha pasado los últimos años combatiendo junto a las compañías petroleras las políticas de medio ambiente impulsadas por Obama desde el departamento que ahora tendrá que dirigir.

Cuando Rajoy nombró a Ana Mato ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, lo hizo con la misma intención que inspiró a Trump al designar como  Secretario de Salud a Tom Price, enemigo declarado de la salud pública y radicalmente contrario al “Obamacare”: degradar la sanidad pública en beneficio de los intereses privados.

Si Rajoy nombró  ministra de Empleo y Seguridad Social a Fátima Báñez con el encargo de ejecutar una reforma laboral que lamina los derechos laborales y sociales, Trump ha hecho lo propio  designando a Andrew Puzder secretario de Trabajo. Puzder es el dueño de CKE, una cadena de restaurantes de comida basura, opuesto frontalmente al incremento del salario mínimo y ferviente partidario de sustituir a los humanos por máquinas, porque “son más amables y no se van de vacaciones”.

Mucho antes de que Trump amenazara con la construcción de un muro en la frontera con México, Rajoy ya había situado a Jorge Fernández Díaz, el brazo santo de la ley, como guardián de la frontera sur. 15 inmigrantes murieron en febrero de 2014  mientras intentaban alcanzar a nado la playa del Tarajal en Ceuta, la mayoría de ellos presentaba impactos de balas de goma. Toda una heroicidad que deja en mantillas las ideas sobre inmigración del presidente electo de los  EEUU.

Lo mismo ocurre con el resto de áreas de gobierno. Quien asegura que su lectura preferida es el diario Marca o  recomienda en Twitter una exposición sobre “José Luis Borges” solo nombra ministro de educación y cultura a alguien como Wert porque desprecia profundamente la cultura y su intención es desmontar el sistema de educación pública de su país. Exactamente eso es lo que persigue Trump con el nombramiento de Betsy DeVos como Secretaria de Educación. DeVos considera a las asociaciones de profesores «un formidable enemigo», como lo fue la Marea Verde para Wert y Gomendio,  y es firme partidaria de destinar fondos públicos para que los padres lleven  a sus hijos a escuelas privadas o religiosas. La National Education Association dijo al conocer el nombramiento  de DeVos  que «ha trabajado más para socavar la educación pública que por los estudiantes». Un calco de lo que hemos padecido en España mucho antes de que Trump descubriera los encantos del marianismo antisistema.

Da la impresión de que este tipo, al igual que  el rector Suárez,  en la formación de su gobierno está plagiando hasta las erratas de Rajoy. Alguno en el Consejo de Ministros pensará que no lo estaremos haciendo tan mal cuando nos imitan  hasta los americanos. Es lo que tiene esta nuestra edad de hierro, donde cualquiera copia a un  cualquiera. Cosas veredes.