En las puertas del 2020 y con un mundo vertiginoso que no deja tiempo de asimilar un cambio porque en seguida es atropellado por otro mejor, no resulta osado afirmar que es imposible inventar nada que no tenga atisbos precedentes similares. Fue ese mismo pensamiento el que me impulsara hace ya dieciséis años a exprimirme las neuronas del arte, convencida de que en el mundo del baile flamenco estaba ya todo hecho y mil veces mejor hecho que las posibilidades que una común servidora pudiera ofrecer.
Más que pensar, sólo hizo falta escuchar el latido que desde mi cuna gaditana me había arrullado, así como visualizar los vídeos de mi infancia, reveladores de una “media lengua” coplera que se adelantó hasta al dominio de mi idioma hablado, y los gestos de sus intérpretes, que se antepusieron en mi cuerpo pequeñito al dominio posterior de mi idioma gestuado, la danza.
Y surgió. Surgió bajo los encantos hipnóticos de los acordes de una presentación de mi querido y admirado Tino Tovar. Corría el año 2003, el quinceavo de mi vida, Los aprendices. Nunca olvidaré el discman sonando en mis oídos en el asiento trasero de un autobús camino del colegio. Al cerrar los ojos sentí que podía volar con formas de bailarina mientras me deleitaba con cada voz y cada punteo. Esa misma tarde, aproveché un momento que mamá había bajado a hacer algún mandado y que mi hermano estudiaba encerrado, y me puse la música muy bajita, buscando las maneras más elegantes que hicieran justicia a aquella melodía. Ciertamente no las encontré en esa pieza pero sí en otra que pariría el mismo poeta un año más tarde con Las Estaciones y su pasodoble. Investigué. Pasé horas antes el espejo del estudio de baile, buscando la manera de crear movimientos que se fundieran con cada verso. Y desde que se estrenara en el teatro de verano en agosto de 2005 con la comparsa en directo no ha cesado mi empeño en seguir con la senda de una manera diferente de mimar al carnaval y a mi baile, infringiéndole movimiento a la música de mi tierra que tanto bien me hace y a la que tanta devoción proceso.
Cuando se lleva al escenario el baile con matices predominantemente flamencos junto a las voces de carnaval en directo, el público puede visualizar en uno la esencia de las dos artes de Cádiz por excelencia, el flamenco y el carnaval y entender la retroalimentación natural que ambas han tenido desde sus orígenes en esta ciudad y que de manera magistral explicara mi amigo Javier Osuna en su libro “Cádiz, cuna de dos cantes”, prologado por otro maestro, Faustino Núñez.
Y es que el flamenco y el carnaval gaditano van de la mano y no puede entenderse al completo su tipismo, su argot y su idiosincrasia sino es de manera conjunta y unificada.
La última muestra de “Carnaval en Danza” tuvo lugar en el Baluarte de los Mártires, en uno de los tantos homenajes que ha recibido Juan Carlos Aragón. Ya le bailé muchas veces antes de que la vida aplastara cualquier predicción y mostrara su lado más cruel, fulminante e injusto, aunque parece que con el alma herida o cubierta de gozo siempre surgen las creaciones más hermosas. Bailé sobre el lienzo de su pasodoble a la alegría, porque Juan Carlos, como yo y tantos, no entendía el carnaval bajo las formas aburridas y mediocres de lo que él mismo llamara en su día el género “tragedia-ficción”. Para mi sorpresa, el vídeo de aquella noche se hizo viral y durante días se sucedieron las felicitaciones y las palabras bonitas.
Mucha gente estaba descubriendo por primera vez que un pasodoble de carnaval podía ser bailado e interpretado de otra manera y fue muy hermoso sentir que tantos años de trabajo e investigación estaban dando su fruto al llegar a la gente. Al fin y al cabo para eso surge el arte, para compartir por diferentes canales, las emociones y los sentires. Seguimos en la búsqueda bailando el carnaval gaditano. Salud.