Tengo la sensación de que cada 8 de marzo entramos en bucle. Tenemos que repetir, que insistir, que martillear. Cada reivindicación. Cada logro. Cada objetivo conseguido y los que quedan por alcanzar. Cada consigna. Cada espacio conquistado. Cada situación que desde antaño nos ahoga, nos asfixia. Cada discriminación meticulosamente barnizada por el sistema patriarcal. Cada trato desigual. Las cuotas imprescindibles. La representación desequilibrada. La brecha salarial. El techo de cristal. El acoso sexual. La esclavitud sexual, en su máximo exponente con la prostitución. El no es no. El piropo como acoso verbal. El derecho a decidir qué me pongo, dónde voy y con quién. Y como no, a ser madre. A ser y no ser. El acceso al mercado laboral en igualdad de oportunidades. A llegar profesionalmente a lo más alto sin más obstáculo que nuestra capacidad, ni más ni menos que ellos… Bucle. Un año tras otro.
Diría que estoy hasta los ovarios. Es la verdad, lo estoy. Hasta ahí de ver y de sentir cómo cada 8 de marzo la mitad de la población salimos a la calle, mientras a parte de la otra mitad se le pone los pelos de punta. Diría que estoy hasta las narices de ser feminista, porque esto debería haber dejado de ser una necesidad para nosotras en pleno siglo XXI. Pero no. Y prueba de ello es que cada 8 de marzo, los defensores del patriarcado mandan consignas por doquier con el mensaje sublimal: el sistema ordenado requiere que las mujeres cumplan con el rol que se les ha asignado, porque lo contrario desestabilizaría a la sociedad occidental. ¡Y a la oriental! ¡No te fastidia!
Están atacados. Y no me refiero a los hombres, que muchos de ellos, afortunadamente, nos acompañan en este camino y desde hace tiempo por si no lo saben. Pero aquellos y aquellas que representan a lo más “inmaculado” de la casta, están que trina.
Lo del PP y su argumentario contra la huelga feminista es de risa. Lo de las mujeres del PP, sencillamente mortal. Ver cómo preparan con la antelación suficiente el triple salto mortal a la situación es sencillamente acojonante. Meten la pata hasta el cuadril y luego reculan, cuando ven que se caen del cartel. Asqueante resulta la ausencia de defensa de la igualdad. Empiezan negando la brecha salarial, con “no nos metamos en ese lío” para terminar diciéndonos que las mujeres hagamos una huelga a la japonesa –aunque el Presidente ahora no “se reconozca” en las palabras de la Ministra de Agricultura. Impresionante. Por cierto, que fuera Isabel García Tejerina la que diera ese amable consejo no es casual. En política también a las mujeres les cuesta el doble llegar a donde están y son utilizadas en más de una ocasión. Lo atestiguo.
Pero no queda ahí la cosa. La caverna mediática y cibernáutica ha salido a tropel. Y como no, en las últimas horas acompañada por lo más rancio de la Iglesia Católica. “Querido” obispo de San Sebastián: al feminismo nos metieron el gol hace tiempo, cuando nos hicieron creer que las mujeres no servíamos para determinadas ocupaciones, cuando nos dijeron que pidiéramos permiso para todo, que no levantáramos la voz ni los puños para exigir lo que nos corresponde… ahí “querido” obispo fue cuando nos lo metieron, por ‘to’ la escuadra.
En Cádiz también tenemos nuestra propia caverna. Muy misóginos ellos. Esos que consideran que el 8 de marzo “es un día para llamar la atención”, que corrigen el “me too” con sorna por el “we too”, que aún a pesar de que peinan canas no son capaces de entender que de no existir cuotas, las mujeres no estaríamos en los lugares de representación política, empresarial y mediática –aunque nos quede tela que cortar en este sentido. Ni siquiera hoy, el Congreso de los Diputados alcanza el 40% de representatividad femenina. Por cierto, la brecha salarial es un problema real y atajarlo sólo requiere de un cambio de mentalidad y de la aplicación de la norma que regula su prohibición.
La huelga feminista de 2018 pretende marcar un antes y un después. Y que no se asuste nadie. Necesitamos visibilizarnos de una vez por todas. Necesitamos cambiar el mundo y lo haremos parándolo. Cada una en nuestro espacio laboral, familiar y personal. Yo, por supuesto, pretendo poner mi grano de arena en mi ámbito, removiendo conciencias, abriendo mentes y reivindicando que todo, incluido el lenguaje inclusivo, es necesario, imprescindible, para construir una nueva sociedad. Pues eso, que nadie se asuste. El futuro es nuestro, vuestro, de ellos y de ellas.