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Miguel mora

Ilustración: pedripol

Vivimos en un país de mierda, disculpen que no encuentre una definición mejor. Los golfos y los reaccionarios han tomado el poder una vez más y no lo sueltan ni a tiros. Una gran banda dedicada al saqueo de lo público y el enriquecimiento veloz campa a sus anchas hace años, y no hay forma de echarlos del poder porque los que deberían hacerlo están a lo suyo, dirimiendo sus pequeñas e infantiles parcelas de taifas, repartiendo sus pequeños o medianos botines de guerras intestinas, mientras unos jueces no dan abasto a instruir causas de corrupción y otros se dedican a silenciar y perseguir las escasas voces críticas que sobreviven en las redes sociales, último reducto de la inteligencia colectiva pero también sumidero y charca de troles y barras bravas de empresarios, clubes, partidos, asesinos potenciales de mujeres, clanes policiales, sindicatos del crimen más variopinto, aldeanos sin patria y asociaciones de la prensa más franquistas que Franco y más serviles que Rajoy con Alemania.

¡Ah, la prensa! Comandada por el cada vez más formidable experiódico de referencia, que parece dirigido por su peor enemigo, los medios patrios andan compitiendo en contar sus pinchazos, alternando propaganda, vídeos sangrientos y 10 formas de lavarse el pelo para poder enseñar cada fin de mes sus millones de clics al cartel de las agencias de publicidad y al no menos tramposo mundo de la publicidad institucional, también conocido como el agujero negro donde se fabrica la propaganda política, es decir la verdad oficial.

Suman esas cabeceras ilustres tantos millones de ¿lectores? juntos, entre todas, que uno se pregunta de dónde salen tantos habitantes (las cifras duplican por lo menos la población real), o si los españoles no tienen otra cosa que hacer salvo mirar el móvil todo el día para pinchar en lo primero que encuentran. Probablemente sea así, porque trabajo hay poco, dinero todavía menos, y nuestros medios no reparan en imágenes morbosas y titulares escandalosos, o como dicen los consultores de pinchazos, catchy.

En medio de esta Tangentópolis sin suicidios, ni fiscales ni medios independientes que puedan aportar una visión ética y un poco de claridad, y con un tercio de la población pasando fatigas y hambre, las bandas de sicarios, chantajistas, pequeños nicolases y grandes villarejos han puesto el país a sus pies entrando a base de dossieres en los círculos donde se deciden las cosas.

Florentino Pérez es el Rey y el hacedor de reyes, y sus jefes de prensa se reparten por las redacciones de TV, Radio y Prensa dando cabezazos sumisos a cada orden suya, tomando por tonta a la audiencia. Al otro lado de la central bipartidista, milita el Ilustrísimo Colegio Propagandista CAT, un poco más refinado que sus homólogos madridistas puesto que allí las órdenes las da un tal Mauricio Casals, un planeta en las tinieblas, capaz de conseguir que Pedro José Ramírez parezca un tío enrollado cuando escribe sobre él. Los que hayan visto una foto suya están preparados para reconocer a Mefistófeles si en el sorteo final les tocara Averno.

Bajo esa segunda línea de voceros, que se llaman a sí mismos periodistas (los detectarán porque se juntan mañanas, tardes y sábados noche a hacer tertulias en el salón de sus casas de ustedes, muy limpios y con ropa de marca), las cloacas judicial, policial, empresarial y mediática no dejan de generar fuego amigo.

“Se sabe que un país está en descomposición cuando las diferentes familias de los clanes ponen por delante del interés de todos los intereses de sus propias familias”, dijo el otro día Íñigo Errejón en Fuera de Contexto. Es una definición exacta del momento que vivimos: guerras camorristas, faidas napolitanas, todos contra todos, las zorras cuidando de las gallinas.

Estas bandas que han ido medrando en la sombra con los años, gobernara quien gobernase, lo sabe todo de ustedes, de nosotros, de mí. La mafia policial, por ejemplo, ha colocado agentes y exagentes en muchas grandes empresas del país. Son los famosos jefes de seguridad, y algunos disponen de dispositivos de espionaje dignos del Mossad. Los muchachos del CNI oficial y del CNI paralelo, que se fueron quedando desocupados con el fin de ETA, están colocados por todas partes: Telecomunicación, Bancos, Seguros, Eléctricas, Distribución… Saben si usted lee usted novela rosa o libros de cocina; cuánto debe su hermana al banco; cómo le paga su primo a su asistenta, la talla de los calcetines del abuelo, los caballos del 4×4 del vecino, su página porno favorita, el viaje que hará en enero del año que viene. Lo suyo y lo mío importa poco. Pero si tienen esa información sobre la gente que importa, eso significa poder. Mucho poder y mucho dinero. Y lo tienen. Y lo están usando a conciencia contra los enemigos, como demostró hace poco la heroica reportera Patricia López en su impresionante alegato periodístico ante el Parlament de Catalunya.

Acabemos ya, que tanta cloaca entristece y contagia. Vivimos un momento terrible y en un país cada vez más desagradable. Pero no vale rendirse. Nuestras hijas, nuestros hijos, sus nietos y sus sobrinos esperan algo mejor de nosotros que este páramo intransigente con la honestidad, enemigo de la convivencia, la cultura, la inteligencia y el buen gusto. Somos un país de mierda, amigas. Pero es el nuestro y no tenemos otro a mano, salvo la queridinha Portugal. Y mientras las derechas corrupta catalanas y españolas hacen como que se matan entre ellas e insultan a quien se lo recuerda, aprovechemos para trazar un último plan de emergencia: coraje, valentía, cabeza alta, resistencia, periodismo.

Ellos tienen más poder, pero nosotros somos más. Unámonos por tanto contra la podredumbre. Resistamos. Gritemos en las calles que estamos hartos de ellos. Hagámosles caer, metámoslos en la cárcel y empecemos de cero. No hay otra. O eso, o el exilio.

¡Salud y libertad!

 

 

 

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Miguel mora completa

Fotografía: Jesús Massó

Decía Albert Camus que un país suele valer lo que vale su prensa. Por suerte para él, que tanto amaba España, no pudo ver la evolución de nuestros medios y talentos periodísticos. De la República de Pla, Ortega, Colombine, Camba, Gómez de la Serna y Chaves Nogales hemos pasado en menos de 100 años al reino de Inda, Marhuenda, Losantos, Buruaga, San Sebastián, Ferreras y Pastor. Como los dramas completos no existen, salvo en Grecia, quedan periódicos, firmas y rostros –incluso en televisión– que todavía son capaces de contar las cosas con claridad y valentía, y de tomar la distancia necesaria para que el poder, los diferentes poderes, no contaminen sus informaciones y análisis.

La degradación del periodismo ético en esta era de capitalismo sádico, impunidad de los corruptos y control tecnológico más que orwelliano no es un fenómeno únicamente español, desde luego. En Estados Unidos y Europa sobran los ejemplos de medios corrompidos, entregados a la generación de contenido inane y amarillo en todos los soportes, sumisos a los bancos y fondos buitre que han metido sus sucias manos en los consejos de administración, sometidos a la dictadura / mafia formada por las grandes empresas con las grandes agencias de publicidad.

El papel de estos medios privados y concertados –omitiremos hoy la situación de los públicos porque esa sí es una tragedia griega—consiste básicamente en defender el estatus quo, es decir el búnker; en España, para entendernos, los grandes medios de (ex)referencia, concentrados en los cuatro o cinco grupos del oligopolio –Prisa, Unidad Editorial, Planeta, Vocento, Joly…– están unánimemente dedicados a la tarea de bloquear cualquier atisbo de cambio político.

Para ser más concretos todavía, lo que estos medios han configurado desde el 15M en adelante es una nueva Prensa del Movimiento, el sindicato vertical de editores del Régimen del 78. Y su tarea principal estriba en construir el cordón sanitario llamado a frenar la llegada de Podemos y sus confluencias a las instituciones democráticas.

Da mucha pena decirlo, pero es lo que hay: los medios con los que nos educamos desde la Transición los que hoy somos mayores de 40 años han olvidado que el deber de la prensa es controlar al poder y pensar en el interés general, y se han convertido en escudo y metáfora de la podredumbre que inunda al sistema bipartidista imperfecto que nos gobierna desde la muerte de Franco.

Endeudados hasta las cejas y cada vez más alejados de la realidad, esos medios han otorgado el timón a los periodistas más mediocres y cobardes de las plantillas, después de desembarazarse de los más incómodos aplicando una reforma laboral bananera, y hoy aparentan mantener un poder que ya no tienen buscando pinchazos como sea, manipulando noticias y encuestas, emitiendo vídeos de gatitos y masacres, dictando titulares a los reporteros, intoxicando y asustando a las viejas con editoriales indignos de ese género, ocultando en sus portadas informaciones relevantes para defender a quienes les subvencionan, excluyendo del debate a las firmas más críticas con el sistema vigente, y dando voz y espacio a prosistas de sonajero y cascabel carentes de la más mínima conciencia ética y social.

Como no hay mal que cien años dure, y como por suerte existe Internet, la buena noticia es que todavía quedan, en El Tercer Puente y más allá, cientos de periodistas, sociólogas, filósofas, activistas, politólogas y escritoras dispuestas a resistir y a enfrentarse a este búnker de estirpe franquista, amasado durante décadas a base de publicidad institucional opaca, basada en criterios de amiguismo clientelar, y afinada en los últimos tiempos con un reparto del pastel publicitario diseñado con prácticas tan ejemplares como el hachazo a los amigos del IBEX, la venta masiva de contenido patrocinado (visible y oculto) y la publicación de un aluvión diario de piezas ridículas y títulos ‘catchy’.

Sin duda, el tardofranquismo se nos está haciendo larguísimo. Pero el regreso al búnker no puede durar mucho. Como les pasa al PP, al PSOE y a sus otros compañeros de viaje, muy poca gente menor de 40 años apoya ya a esos medios y periodistas viejunos y resabiados que intentan frenar con tiritas y embustes la hemorragia de votantes y lectores. Su poder, que puede parecer muy aparatoso en el panorama local, es en realidad una farsa, porque ya no se basa en la seducción, la empatía, la calidad y la inteligencia, sino en la marca, la insistencia, la cantidad, el ruido, el sobrecogimiento, el miedo (al terrorismo, a lo nuevo, al otro).

El modelo de negocio de la vieja prensa de referencia se apoya en pilares insostenibles, suicidas: un endeudamiento impagable, salarios de oro a unos directivos incapaces, la explotación salvaje de los nativos digitales, el intercambio de favores y prebendas con políticos y banqueros, el saqueo de lo público y del cártel publicitario; pero, en el camino, nuestras entrañables cabeceras se han olvidado por completo del deseo, los problemas y las necesidades del público, sobre todo del joven.

¿Se imaginan que una mercería decidiera dejar de vender botones y se pusiera a despachar hamburguesas patrocinadas por un banco?

Pues eso han hecho nuestros periódicos con el periodismo.

Larga vida a los geniales editores del Movimiento Setentayochista, pues.

Mucha suerte en los juzgados a Inda y demás presuntos.

Y viva la prensa pobre pero libre, Albert Camus, Chaves Nogales, Cádiz, El Tercer Puente y La voz del sur, por ofrecer un poco de decencia entre tanta basura y por ayudarnos a seguir creyendo que el periodismo sigue siendo, pese a la que está cayendo, el mejor oficio del mundo.

¡Salud y libertad!