El sábado por la tarde estuve sentado en la silla de la cocina un tiempo que no sabría determinar, observando el giro que realizaba con la cucharilla de mi café amargo. Amargo el café y yo. Y el día. Como a la mayoría de personas que se consideran de izquierdas y a las de izquierdas -que no es lo mismo- me ha conmocionado el fallecimiento de Julio Anguita. Quizás más de lo que esperaba. Aunque por su reciente estado crítico, su edad y sus cardiopatías predecesoras, tenía presente la alta probabilidad de ver en breve ese repentino pico de videos compartidos con intervenciones suyas o sentidos panegíricos de escasos caracteres exaltando su figura en las redes sociales que indican lo peor; uno se aferra siempre al tanto por ciento que necesita por pequeño que sea. Digo necesita y no desea o busca, porque no dejo de darle vueltas, como a la cucharilla de mi café, a un brillante análisis de Bob Pop desde que se lo escuché “Hay demasiados influencers y muy pocos referentes”.
Por desgracia, tengo la sensación de que mis referentes van desapareciendo a una velocidad mayor que la de reposición. Tal vez sea lo natural que uno transite a lo largo de su vida con los referentes de su juventud y a medida que envejecemos, nos cueste aceptar como referentes a personas más jóvenes por mera soberbia; o tal vez, nos guste o no lleve razón una vez más Bob Pop y hubiera que publicar un anuncio –en redes sociales, por supuesto- de “SE NECESITA REFERENTE”. Se necesitan y con urgencia, referentes con la integridad moral y la ética de Julio Anguita. Como diría José Luis Cuerda, otro de mis referentes “Todos somos contingentes, pero usted es necesario”. Se necesita más que nunca esa lucidez, esa humildad, esa empatía, esa ternura y sobre todo ese sentido de la justicia.
Se necesita porque contemplé atónito –en redes sociales, por supuesto-, el contraste de ver intercalados los discursos cargados de coherencia y conciencia social de Julio Anguita, entre noticias de las inconscientes y caprichosas protestas de los vecinos del barrio con mayor renta disponible media de Madrid. Hasta la tarde de ayer, ver los videos de este grupo de pijos realizando caceroladas con mocasines, palos de golf, cucharillas de plata y collares de perlas, me parecía únicamente ridículo. Un poso maravilloso para todo tipo de chistes y burlas. Sin embargo, con la muerte de mi referente tan presente, la risa se convierte en indignación al contemplar tan de cerca las dos caras de la moneda. Me incendia su frivolidad y su egoísmo. Ni puedo evitarlo, ni justificarlo.
Poseen una calidad de vida que es mayor que el 99,9% de la población mundial; serán los menos afectados en la crisis económica que sucederá a la sanitaria; poseen un capital que les garantiza la facilidad de acceder a cualquier medio sanitario en caso de necesitarlos; pero –tiene que haber un pero para manifestarse- están perdiendo dinero. Protestan contra un gobierno que, con sus aciertos y desaciertos, ha optado por una política menos liberal de la que ellos desean y les hace perder dinero. Parafraseando a otro de mis referentes, Marcos Mundstock, de Les Luthiers “Lo importante es el dinero, la salud va y viene”. Sólo que ellos lo llevan a la práctica sin la ironía de Marcos. Les da igual si muere gente en los hospitales, si hay personas que no pueden ir a funerales de sus seres queridos, si miles de trabajadores de todo tipo se exponen a ser contagiados, si familias enteras se quedan sin trabajo que ellos están perdiendo algo dinero. Encima les oigo gritar envueltos en la amada bandera de su España, que tanto les duele, que viven oprimidos y en una dictadura. Me vi ’a callá…
Es por este reinado global de los avariciosos desalmados en con coalición los incultos prepotentes, que coexistirá por los siglos de los siglos de la mano del capitalismo, por lo que se necesitan referentes ecuánimes como Julio Anguita, ya que si no hay un Dios o fuerza que castigue las injusticias, que al menos quede alguien que las señale. Amargo, como mi café, escupo un comentario despectivo – en redes sociales, por supuesto – movido por una inercia cuyo inicio y finalidad desconozco, doy la batalla por perdida y me pongo unas bulerías de Camarón conTomatito, que es el mejor remedio que conozco contra cualquier enfado. Cada vez estoy más de acuerdo con otro referente. “Yo no sé si soy ateo, pero yo na más que creo en Camarón”.