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Paco sanchez mugica iii

Fotografía: Jesús Massó

“Ha dejado de ser masoquista: gozaba demasiado”.
Fernando Arrabal.

El tsunami, como el milenarismo, va a llegar. Mientras en los cines se exhibe un documental de catástrofes sobre cómo esa ‘gran ola’ puede arremeter en cualquier momento contra nuestra costa —eso al menos opinan los expertos en la materia—, cerramos en El Tercer Puente —por lo que pueda pasar– la trilogía de artículos que hablan de esa relación rollo guerra de los Rose que mantienen —o la hacen mantener— desde tiempo inmemorial Cádiz y Jerez. Trilogía, en paralelo, qué pretende ofrecer claves sobre qué podríamos hacer para intentar ponernos a cubierto, teniendo en cuenta los nubarrones que llevan tanto tiempo cerniéndose sobre ambas ciudades.

Vale, hemos tocado fondo. De acuerdo, estamos a la cola de todo. Vale, dicen que la pareja no se lleva bien y que no hay más salida que el divorcio. Cada uno por su lado y que su mala suerte les acompañe ad eternum. Ya estigmatizó el New York Times hace unos años con aquel titular, ‘Cádiz, paro sin dolor’. Es como si te arrasara un tsunami, pero haciéndote creer que sigues vivo. Lo han conseguido, nos lo hemos tragado. ¿Nos conformamos con eso y seguimos dejándolo todo a la deriva? Ahogados por la precariedad, anegados por la desertización industrial, sumergidos en la economía en b, más valdría irnos acostumbrando a la convivencia, a construir juntos, al diálogo sano y a la lealtad en pareja si queremos alguna vez sacar la cabeza del agua. ¿Queremos?

Dicen que hay que hacer provincia los mismos que luego se dedican a las maniobras orquestales en la oscuridad para tejer división. Sostienen que hay que crear un núcleo metropolitano estructurado y potente quienes luego hacen sus componendas territoriales en función de sus intereses partidistas. Compartimos puerto, aeropuerto, autovías, alta velocidad (o velocidad alta), zonas francas, centros logísticos, una universidad pública, centros tecnológicos… Hay suelo, mucho suelo. Aunque la capital sea una ínsula y aunque Jerez, durante demasiado tiempo, también lo fuese a su manera, ¿no ha llegado ya la hora de derribar esa frontera imaginaria? Tenemos talento, pero hace falta más talante. Hay playas, montañas, patrimonio, historia, tradiciones, materias primas, parques naturales, un gran río, gastronomía, vino… Hay sol, muchísimo sol. ¿Qué nos falta? ¿Creérnoslo? ¿Qué alguien crea en este potencial? “Tenemos mucho potencial”, nos machacan una y otra vez esos del verbo políticamente correcto. Retórica vacía. Lo harán para justificar su inoperancia, pues siempre repiten lo mismo como cacatúas. Estamos ante otra de esas afirmaciones que, por manidas, suenan ya huecas y huelen a cuarto con humedad.

“Hagamos provincia, tenemos mucho potencial”. ¿Cuánto tiempo llevan oyéndolo? Lo dicen a uno y a otro lado, a izquierda y a derecha, indistintamente. ¿Qué ha pasado tras décadas de restauración democrática? ¿Qué ha sucedido tras cerros de millones de euros en fondos europeos, fondos que eran para cooperación y desarrollo? ¿Coopera…qué? ¿Desarro…qué? ¿A dónde nos han llevado todos estos? Vale, estamos ahogados. Va a costar sacar la cabeza. O puede que no lo saquemos nunca. ¿Qué se hace cuando ya está todo perdido? Sostienen los especialistas que reconstruir desde cero. Es más caro rehabilitar que construir nueva planta. I+D+i… qué bonito nombre tienes. Vamos a reinventarnos. Ya toca. Pudimos y ahora no habrá más remedio que poder. ¿Queremos?

Periodismo-ficción: llega un crucero repleto de turistas hasta el techo. Se bajan en el Puerto de Cádiz. Pasan el día de compras en el casco viejo. Luego se montan en autobús y se van a Jerez a visitar la Real Escuela del Arte Ecuestre o alguna bodega centenaria. Llega un avión de alemanes a Jerez. Se bajan en La Parra. Pasan el día de compras en el centro histórico. Luego se montan en un autobús y se van a Cádiz a visitar el milenario Teatro Romano o La Caleta. Llegan mercancías al Puerto de Cádiz que se distribuyen desde la Ciudad del Transporte de Jerez por vía férrea. Hay avances en la industria aeronáutica, en los astilleros, en el enoturismo, en la transformación agroindustrial, en las industrias culturales que ambas ciudades comparten, conectadas por otras bellas y pujantes ciudades que suman en torno a 650.000 habitantes. Retornan los cerebros fugados, se premia la innovación, se asciende por meritocracia, se valora a los expertos y a los experimentados, se abandonan los contratitos de tapadillo, las horas extra no pagadas, el neoesclavismo del siglo XXI, se pone coto a la endogamia, al chanchulleo y a los vicios inconfesables. Los fondos públicos son sagrados y transparentes y se reparten bajo el estricto corsé del interés general.

Todo esto que suena a novela de Philip K. Dick podría hacerse realidad. No es ciencia-ficción, créanme. Seguro que cualquier persona sensata coincide en que todo esto es lo que debería de ser si queremos seguir siendo. Todo eso que nos haría falta cuanto antes para empezar la remontada urgente que necesitamos. Pero no es. ¿Por qué? ¿Sueñan los gaditanos con ovejas eléctricas? ¿Nos ha devastado ya el tsunami y no nos hemos dado cuenta, de tan masocas que somos? ¿Ha sido una guerra nuclear la que ha matado a la mayoría de cabezas pensantes y convivimos entre animales electrónicos, incapaces de tener horizonte más allá de sus ombligos? ¿Es que nos hemos vuelto androides y somos incapaces de reaccionar? ¿El futuro era esto? “¡Emigra o degenera! ¡Elige!”. Permítanme que no me conforme con eso.

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Paco sanchez mugica ii

Fotografía: Jesús Massó

Canta Chano Lobato: Cuando se entra en Cai por la Bahía se entra en el paraíso de la alegría. Para ver la manera de alcanzar el edén desde Jerez, o para hacer el viaje en sentido contrario, consultamos Google Maps. Nos indica que hay que aguardar tres cuartos de hora subido en un Cercanías de Renfe o prácticamente el mismo tiempo viajando en un autobús de los Comes. También se puede optar por quemar gasolina durante 31 minutos si circulas sin tráfico —escribe aquí el tiempo que estimas que tardas luego en aparcar al llegar a destino—. O puedes pedalear durante 1 hora y 51 minutos por la CA-35 si eliges cruzar en bicicleta los 33 kilómetros que separan ambas ciudades por este itinerario.

El área metropolitana de la Bahía de Cádiz-Jerez es una aglomeración urbana polinuclear en la que viven y trabajan (o eso intentan) más de 640.000 habitantes. Es la tercera más relevante de Andalucía tras Sevilla y Málaga, y la duodécima de España. Esto último nos lo sopla Wikipedia. Lejos de cualquier movilidad remotamente sostenible, el coche privado es la estrella de los desplazamientos dentro una provincia ya de por sí incomunicada con el resto de España. La maldición del peaje de Las Cabezas (AP4) parece tener al fin fecha de caducidad, 2019 (eso dicen ahora), pero ¿y el transporte público? ¿dónde queda el transporte colectivo en esta enorme área metropolitana más allá de Blablacar?

¿Os acordáis de cuando iba a llegar el AVE a la provincia? ¿Y cuando el Cercanías paraba en El Portal, sorteaba todo tipo de pasos a nivel, subía al de los mostachones de Utrera y, aun así, no tardaba 45 minutos en unir la estación de Jerez con la gaditana plaza de Sevilla? No es de extrañar el incremento en las frecuencias y este laberinto si se tiene en cuenta que ahora entre El Puerto y Puerto Real hay cuatro apeaderos; en San Fernando, dos; y en Cádiz, cinco. Alguien se lo habrá llevado calentito. Suponemos. ¿Alguien recuerda cuando prometían que tendríamos un aeropuerto por el que desfilarían tres millones de pasajeros al año? ¿Puedes recordar aquel momento en el que se anunció que la línea 2 del tranvía metropolitano de la Bahía conectaría Cádiz con Jerez y su aeropuerto? Media hora iba a tardar en unir sus dos grandes cabeceras, sorteando retenciones y ahorrándonos dinero y, sobre todo, polución. La ilusiones se esfuman hoy en día tan rápido como las promesas de nuestros políticos. Promesas que no valen nada, cantaban Los Piratas.

¿Y los Comes? ¿Se siguen cogiendo esos autobuses? Por lo visto el trayecto directo Cádiz-Jerez tarda tres cuartos de hora, lo mismo que de Jerez a Sevilla si pillas el peaje de la AP-4 y te dejas una pasta en Las Cabezas. O casi el mismo tiempo que si vuelas desde La Parra al Adolfo Suárez-Barajas de Madrid. También hay un catamarán que une El Puerto con Cádiz. Podría ser una opción ir hasta allí en coche, aparcar, y zarpar, aunque entre el levante y los temporales solo me entero cuando se suspenden las conexiones. ¿Y el Puerto de Cádiz? Una vez dijeron que los miles de cruceristas se teletransportarían de la capital de la provincia a la capital del sherry para potenciar una envidiable oferta turística conjunta (sinergias, pregonaban). También prometieron que las mercancías viajarían desde el Puerto gaditano a un centro logístico conectado con la línea férrea en la Ciudad del Transporte de Jerez. Allí hay una estación para tal fin que se mantiene en desuso desde hace 15 años a pesar de haber supuesto un desembolso de 7 millones de euros de dinero público.

Con tantas cosas como podían haberse hecho, con tanto dinero de todos como pudo haberse invertido, la única novedad en la vertebración de las comunicaciones entre las dos ciudades principales de la provincia —con permiso de Algeciras— ha sido un macropuente de 500 millones de euros que, para colmo, usan pocos coches y carece de carril-bici. Unos 8.000 vehículos estima el Consorcio Metropolitano de Transportes que circulan por el segundo puente de Cádiz. Solo en Jerez ya pedalean más de 2.000 bicicletas de media por el carril-bici (con más de 40 kilómetros de red) en días laborables. Y ha costado 50 veces menos. El Gobierno central ha gastado en los últimos años unos 40 millones de euros en dos de los apeaderos de ferrocarril más inútiles de España. La estación fantasma de Las Aletas (28 millones), junto a al Campus de la UCA en Puerto Real y un terreno que iba a convertirse en supuesto revulsivo de la reindustrialización de la Bahía, y el apeadero en el Aeropuerto de Jerez (11 millones), aledaño a una terminal aérea que apenas remonta tras tocar fondo en los últimos años (de 3 millones de usuarios previstos tras más de 40 millones de inversión pública en su modernización apenas se rozará el millón este año).

El día que los dirigentes políticos se tomen realmente en serio —más allá de sus chanchullos e intereses inconfesables— eso de la movilidad sostenible, eso de imbricar los grandes núcleos urbanos con conexiones rápidas y efectivas para aprovechar lo mucho y bueno que podemos tener en común, lo mismo nos ha sepultado en la Atlántida un gran maremoto como el que sufrió Cádiz en 1755. Ya hay expertos que predicen tan trágico desenlace. Si ocurre, también nos pillará sin helicóptero sanitario que ayude a evacuarnos del desastre. La de Cádiz es una de las cinco provincias andaluzas que cuenta con este dispositivo. Sin embargo, con base en el Hospital de Jerez, es la única de las cinco en las que solo funciona de forma parcial. En la ‘temporada alta’. Visto lo visto en este recorrido, si el maremoto llega al paraíso que cantiñeaba don Chano que sea entre mayo y septiembre —los meses, por cierto, en los que cíclicamente baja el paro en la provincia—. Tendremos más posibilidades de sobrevivir.

“Mañana se descubrirá la navegación aérea, el hombre habrá conquistado el espacio como habla conquistado los océanos. Mañana podrá comunicarse de un extremo a otro de la tierra sin hilos ni cables. La palabra humana, cualquier movimiento humano darán la vuelta al mundo con la rapidez de un relámpago… Siempre será la ciencia, amigo mío, la revolución invencible que emancipe a los pueblos con más paz y más verdad. Hace ya tiempo que habéis borrado las fronteras con vuestros ferrocarriles que se prolongan sin cesar, cruzan los ríos, horadan las montañas, juntando todas las naciones en las mallas cada vez más espesas y fraternales de esta inmensa red…”

Émile Zola (cita en Teleshakespeare, de Jorge Carrión)

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Paco sanchez mugica i

Fotografía: Jesús Massó

Mientras las gaditanas se hacían tirabuzones en La Viña con las bombas que lanzaban los fanfarons, José Bonaparte dormía junto a su séquito en un palacio del marqués de Los Álamos de la jerezana calle Francos. Mientras Cádiz resistía al invasor, el rey apodado Pepe Botella hacía a Jerez capital —lo del Tío Pepe, la primera marca registrada de España algunas décadas más tarde, no tuvo nada que ver con él—. La invasión francesa convirtió a uno de los municipios más grandes de España en una de las 38 prefecturas del gobierno civil ordenado por el hermano de Napoleón. Cuando acabó la francesada, apenas tres años después, la también llamada prefectura del Guadalete desapareció con ella. Pero Jerez, que llegó a acumular el 20% de las exportaciones del país en la España decimonónica y estaba criada en la petulancia de los señoritos y terratenientes, puede que nunca superase ver arrebatada esa condición capitalina. Podría decirse que el complejo no ha dejado de sobrevolar en el imaginario colectivo desde entonces.

No es solo este aspecto capital lo que habría profundizado en la brecha entre ambas ciudades. Hay cuestiones religiosas que también han alimentado la separación entre estas poblaciones —Jerez perteneció durante mucho tiempo a la Diócesis de Sevilla, mientras que Cádiz tenía la suya propia—, por no hablar de la propia idiosincrasia de un pueblo agrario y de secano frente a otro abierto al mar. Por lo que sea, las dos ciudades se han dado la espalda para evitar una simple mirada de soslayo que las acercara. Pero ambas, en el fondo, no han hecho más que acabar durante todo este tiempo mirándose al ombligo más provinciano y cerril. Alimentadas por tópicos seculares, abigarradas tradiciones, folklorismo jartible, carajotadas del fútbol, e intereses políticos poco confesables.

Me pide Paco Cano que me estrene en El Tercer Puente con un comentario sobre “esa relación aún por descubrir e iniciar entre Jerez y Cádiz”. Dos poblaciones cuyos habitantes parecen solo tener en común el gusto por suprimir la ‘z’ final de los nombres de sus ciudades. ¿O no es solo eso? No había por qué pero quizás pensé que era bueno rebobinar a principios del siglo XIX para situar el origen —sin tener que recurrir a los fenicios o al Jurásico— de  las siempre complicadas relaciones entre la capital y la primera ciudad de la provincia en población bien entrada la segunda década del siglo XXI.

“Ojo, que a mí me encanta Cádiz, ¿eh?”, puntualizan algunos para suavizar cualquier comentario negativo en una discusión sobre la capital administrativa de la provincia. “El centro de Jerez está muy animado; la Feria me encanta”, argumentan otros para cruzar el puente y liquidar los escasos 50 kilómetros que separan por carretera a ambos municipios. Poco más. En esos comentarios subyace la inquina, la víscera, el chovinismo cateto, el recelo, el complejo. Te soporto si hace falta, pero no me caes bien, parecen decir. “Puta Cádiz, Jerez capital; Cádiz es un pueblo de Jerez…”, ladran de un lado. “Sevilla y Jerez la misma mierda es; Jerezanos, yonkis y gitanos…”, aúllan desde el otro. Los jerezanos de mi generación, que padecemos con amor-odio a esta ciudad maldita con campiña al fondo —esa que Moreno Barranco llamaba cementerio viviente que nuestros padres nos han dado como cuna—, hemos crecido con esas consignas ultras y fanáticas de fondo sur sobrevolando el imaginario colectivo. Hasta trabajé en la redacción de un periódico en la que escribir el gentilicio “gaditano” estaba maldito.

Pero mi realidad, y espero que la de cada vez más gente, es que cuando soy capaz de abstraerme, cuando salgo del caparazón y cojo perspectiva, adoro Jerez tanto como me fascina Cádiz. Cuando me voy fuera unos días, tomo oxígeno y regreso, lo hago con ganas de cambiar mi entorno. Y cuando me separo de su cruda realidad de paro y miseria, las comparo, las abrazo, las fundo y las entiendo, llegando a valorar sus potencialidades, y a apreciar sus más valiosos tesoros, sus más pintorescas singularidades. Y me reconcilio con quienes cada día intentan cambiar el estado de cosas que siempre he conocido. Y aborrezco mucho más todo lo que tenga que ver con vivir de espaldas unos con otros.

¿Cómo se cambia todo esto? Probablemente lo saben pero no quieren. Hablan de sinergias pero siguen tejiendo división. Hablan de hacer provincia, pero siguen manteniendo chiringuitos y anteponiendo votos a ciudadanos e integración territorial. Hablo de los políticos: perdonen la tristeza (o la pereza). De la ciudadanía, espero otra cosa. Espero lo que está ocurriendo y probablemente no se den cuenta. Sucede que conozco gente de Jerez que vive en Cádiz y amigos de Cádiz que viven en el edificio Ermita de Guía, una tétrica oda al crepúsculo inmobiliario en la entrada de Jerez. También pasa que mis amigos de Jerez van cada año a disfrutar de los carnavales o a la playa de Cortadura como amigos de Cádiz vienen a disfrutar de las zambombas o los tabancos. Tengo un colega gadita que es community de una bodega de Jerez, y conozco a jerezanos currando en proyectos de alta tecnología con vistas a la Caleta. Todo va fluyendo. Por fortuna, quiero pensar que cada vez hay menos jerezanos que fantasean con que un maremoto sepulte a Cádiz; y menos gaditanos que afirman que Jerez, “esa tierra de señoritos y engominados”, apesta a mierda de caballo.

Las ciudades y sus gentes, sus mentalidades, afortunadamente están cambiando. Insisto: eso quiero pensar. Las fronteras se diluyen y las nuevas tecnologías —cuando se usan bien— nos acercan más rápido que cualquier Cercanías. De los políticos, poco o nada podemos esperar. Quizás alguna vez llegue el AVE a Cádiz o se ponga fin al crimen del peaje de Las Cabezas; puede que fragüe al fin un plan serio y no partidista que reparta con criterio y conciencia social los cuantiosos fondos europeos que llegarán a espuertas hasta 2020 —1.300 millones de euros gestionados por Gobierno y Junta— a una provincia con más paro que la franja de Gaza. Puede que alguna vez pase algo que nos acerque de verdad y convierta el arco Jerez-Bahía-Cádiz en el gran área metropolitana del sur de Europa. De los políticos, ya les digo, espero más bien poco.

De la gente, de la ciudadanía, sin embargo, lo espero todo. Espero justo lo que está pasando. Que nos acerquemos sin darnos cuenta. Que mantengamos el contacto, que intercambiemos proyectos y conocimiento, que fluyan las experiencias culturales, educativas, sociológicas, investigadoras, gastronómicas… Espero que cambie todo para que todo cambie y que vayamos a lo que nos una antes que a lo que nos separa, por muy tópico que suene eso. Que nos acariciemos y nos comprendamos después de muchas décadas durmiendo en camas separadas. Como probablemente ocurrió antes de aquella noche en la que Pepe Botella dormía plácidamente en un palacete jerezano mientras las gaditanas, de madrugada, se reían eufóricas de los mostachos y morriones de los invasores gabachos. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura”. Eso pensó Dickens en su Historia de dos ciudades, justo en el arranque de la Revolución francesa, y eso puede que esté pasando ahora sin percatarnos demasiado en esta bendita provincia que, en realidad, son tres. Aunque del campo de Gibraltar ya si acaso hablamos otro día.