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Feminismo a la izquierda de la izquierda

Todo socialista reconoce la dependencia del trabajador con respecto al capitalista (…) pero ese mismo socialista frecuentemente no reconoce la dependencia de las mujeres con respecto a los hombres porque esta cuestión atañe a su propio yo.”

August Babel

¿Se puede ser de derechas y feminista? Parece una incongruencia entender el feminismo desde una postura conservadora, más aún cuando esta ideología de género lucha por disminuir la desigualdad a todos los niveles, y particularmente entre hombres y mujeres. Un discurso que entronca de lleno con el socialismo, la democracia y la lucha por los derechos civiles.

Es precisamente la corriente neocon, surgida en EE.UU y filtrada en países occidentales, la que se ha encargado de desprestigiar este movimiento de liberación atribuyéndole peyorativamente etiquetas como “feminazis”. Sin embargo, el feminismo pocas veces ha tenido espacio en los debates vinculados a las subfacciones ideológicas de la izquierda. Heidi Hartmann ya señaló que la relación entre marxismo y feminismo era como un matrimonio mal avenido.

Si nos remontamos a la historia, las mujeres fueron excluidas de los derechos por los que habían luchado en la Revolución Francesa de 1789, posteriormente el Código Napoleón (1804) las condenó a la minoría de edad perpetua. Las reivindicaciones de las sufragistas se saldaron con el derecho al voto de los esclavos varones, relegándolas a ellas a la exclusividad del ámbito privado y doméstico. La cadena de opresiones al género femenino continúa hasta nuestros días y el grado de impunidad oscila en función de las coordenadas geográficas. Por ejemplo, no sería hasta hace unas semanas, cuando se prohibiera la mutilación genital femenina en África.

A mediados del siglo XX, con la naciente segunda ola del feminismo y en plena convulsión política y social incentivada por un mundo que caminaba hacia la globalización, comienzan a activarse corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas, castristas, troskistas, maoístas, estructuralistas y freudianas que ponían en cuestión el sistema de privilegio asociado a un libre mercado basado en la explotación. Las mujeres también participaron orgánicamente de estos movimientos, a pesar de haber sido consideradas minoría y de no encontrar respuestas en torno a la liberación de su género.

Paralelamente, en España, comenzaron a articularse organizaciones clandestinas antifranquistas donde el debate sobre la identidad de género quedó emplazado a la urgente justificación de combatir al enemigo político. Además, hubo un consenso tácito por el cual se relegaba la causa del feminismo a la lucha de la izquierda, como si al acabar con la explotación de clases se liberase a toda la humanidad.

Un discurso que pervirtió el auge del movimiento feminista en España y retrasó su entrada más de una década. El marxismo socialista creía que la emancipación de los trabajadores debía venir por obra de los mismos trabajadores; no obstante, el paternalismo en la militancia política ha impedido, en muchos casos, que se generen espacios de reflexión -no mixtos- para la emancipación de las mujeres.

“El feminismo vino después”

En nuestro país, el feminismo vino después y rápidamente fue ridiculizado, cuestionado e incluso criminalizado, asociándose popularmente con la imagen de mujeres grotescas y radicales. Tanto es así, que su terminología se omite en según qué contextos, sobre todo entre las instituciones por temor a “irritar los oídos de los más sensibles”.

Luego llegó el debate “de género” como coletilla de corrección política ante cualquier temática de interés público. Fue el PSOE el que llevó a cabo las primeras reformas políticas en materia de igualdad en España, y puso sobre la mesa nuevos contenidos curriculares en el aula, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, las leyes de paridad, el reconocimiento de los cuidados y la elaboración de planes de concienciación contra la violencia de género, entre otras.

Pero quizás le faltó hablar de transversalidad, de feminismos, de fondo y menos de forma. Incidir en una pedagogía más incluyente donde hablar de género no se redujese a la violencia doméstica sino estructural. Una formación en igualdad lo suficientemente preparada  como para frenar toda esa vertiente reaccionaria –que aprovecha cualquier coyuntura para deshacer el camino- proveniente de las administraciones educativas, instituciones académicas, medios de comunicación, etc.

Durante el 15M en nuestro país, un grupo de mujeres fueron abucheadas tras colgar en la Puerta de Sol una pancarta que decía: “La revolución será feminista o no será”. Aquella plaza, que simbolizaba el despertar de un largo letargo y una lenta ruptura con la vieja política, evidenció la necesidad de refundar una Nueva Izquierda donde también tuviera cabida la Nueva Mujer, de la que ya hablaba Kollontai.

Sin embargo, la desconfianza hacia ese “feminismo institucionalizado” desde la propia izquierda, que propone volver a la casilla cero para empezar de nuevo –como menciona Alicia Miyares- hace irreconciliable un pacto entre la calle, las instituciones y la academia. Una sentencia que debilita  el propio movimiento feminista, fracturándolo y postergándolo frente a otras “luchas prioritarias”.

Será difícil entender el feminismo como un todo mientras siga siendo un punto y aparte; un agregado de especial mención por su recurrente e intencionado olvido histórico. También será complejo plantarle cara al machismo, como ideología dominante durante siglos, si no se cuenta con un apoyo coherente desde la izquierda; así como será iluso pensar en el feminismo como un discurso cerrado sin un constante cuestionamiento. Pero, sobre todo, será incoherente pensar en la izquierda como herramienta para acabar con la opresión sin incluir la emancipación femenina como objetivo primordial.

Fotografía: María Alcantarilla