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Los coches no vuelan, no se ha colonizado Marte, las máquinas (aún) no sueñan por nosotros… no es el futuro que imaginé de niño. Pero es que, al fin y al cabo, el futuro es como el pasado pero con ropa más molona. Dicho más finamente: el futuro no es sino una excusa para hablar del presente.

En efecto, en este futuro sigue habiendo crisis de refugiados, guerras, hambrunas, desigualdad, calentamiento global, nos falta sitio para esconder tanta basura como producimos y seguimos dependiendo del petróleo como fuente de energía. ¿Qué clase de futuro era este?

Desde luego no es el futuro que presagiaba el abuelete Kubrick en “2001, una odisea espacial” allá por 1968. El futuro de hoy es una edición aún más cruel de la versión neoliberal del capitalismo, donde el éxito de unos se sustenta en la desgracia de otros.

Cuando el destino nos alcance
Imagen de moritz320 en Pixabay

Pero es lo que tiene la ciencia-ficción que, pasado el tiempo, te das cuenta de lo poco que aprendemos de nuestros errores.

Y por aquí abajo, ¿qué? En nuestra tierra ¿cómo está nuestro futuro? Pues ni Kubrick ni nada. Es como si el tiempo se hubiera congelado. Seguimos siendo candidatos a la burricie eterna.

Mientras escribo esto, me entero de que la Junta de Andalucía no tiene un céntimo para acondicionar Valcárcel como Facultad de Ciencias de la Educación, proyecto que auspicia una feliz unanimidad ciudadana, pero ha dado 5,3 millones de euros para construir un polideportivo en el colegio de los marianistas de Jerez. No me queda ni una queja. Ni siquiera un comentario. Sólo confirmar que no ha pasado el tiempo. El tiempo de cuando entonces.

Hoy ese futuro se llama libertad modelo Ayuso. Libertad o comunismo, cuando la libertad consiste en llenar el espacio público de mesas y sillas de bar. Dualidades para memos.

Pero la gente se entretiene con esas cosas y así no nota el tacto pegajoso de los trapicheos y la impostura. Está todo inventado: pan y circo. Toros, procesiones, rociítos de ocasión y masterchefs, donde repetir un bizcocho es un notición planetario.

Todo muy paleto y muy agropecuario. Al final, Bertín Osborne entrevista a Ayuso y se cierra el círculo. Chim pom. ¿Dónde queda el imperativo categórico de Kant? ¿Dónde la doble hélice de ADN de Watson y Crick? ¿Dónde la obra humanista de Stephan Zweig? ¿Dónde el cine de Fellini? ¿Y la escuela de María Montessori? ¿Dónde Rosalía de Castro? ¿Dónde Buñuel? ¿Y Mariana Pineda?

¡¡So antiguo, que eres un antiguo Pepepettenghi!! -me dirán.

Son esos que creen que Cultura es una Consejería, que fomentan la cultura como material de relleno en un folleto electoral, como una asignatura maría que transita por el carril del “todo gratis” para que la gente no piense que eso de la cultura cuesta dinero.

Su cultura, la de ellos, son pregones, besamanos y otros besuqueos, y demás efusiones lírico-cofrades. Es lo anacrónico de las rancias instituciones culturales locales, con sus presidencias y sus chaqués transilvánicos. Son esas fiestas de sociedad de reparto de comida a los pobres y de bebida a los ricos. Son tribunas, palcos, altares y demás corbateos finos. Son las letárgicas conferencias de gente bien para gente bien, son las exposiciones de “cuadros que se entienden” de damas aburridas. Todo muy entretenido, supongo, pero de escaso valor civil, pues no aportan nada ni son la esperanza de nadie.

Sin embargo, esa amplitud de onda posibilita que Cádiz, nuestra ciudad y nuestra Andalucía, sean muy cultas. No hay más que salir a la calle y fijarse.

Cuando el destino nos alcance, de seguir así, ya no habrá ciudadanos. Sólo habrá clientes. Ni una sola reflexión a aquellas inquietudes de Kubrick sobre la historia de los humanos, la tecnología, la evolución, la inteligencia artificial, la vida después de nosotros. El futuro. Pero, ay, el futuro no existirá, sólo nosotros vestidos con otra ropa pero con las mismas cortas miras y nuestra ceguera y nuestra burricie.

Mi esperanza es que siempre quedarán personas tratando de saber, de conocer y de salvar los muebles y la dignidad de nuestra especie. Recordando que cada generación está obligada a preservar y mejorar la herencia que recibe.

Y aquí en nuestra ciudad, para ello, son precisas y preciosas las tres C, las tres nuevas C: cultura, ciudadanía y currelo.

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Decirse hoy republicano supone afrontar una descarga de improperios entre los que el más suave es: antipatriota. Es la inaceptable asimilación de un patriotismo que sólo puede ser monárquico. O no ser.

Ello encierra la hojalata abollada de ese discurso acerca de la patria, de esa patria que queda dentro de los límites de sus bolsillos. Una españolez enfermiza y rutinaria, mezquina y agarbanzada, que es multiusos. Sirva para todo: “Contra la caída del cabello: ¡España!”. Pero por caricaturesco y trasnochado que parezca, está al alza gracias al trumpismo ibérico que el ceñudo Jehová nos ha enviado desde la cima del Sinaí.

Dialectica escacharrada
Procesión cívica de la corporación republicana a su paso por la Plaza España en 1931. Archivo Histórico Municipal de Cádiz.

Como Trump o Bolsonaro, esta derecha utiliza recursos verbales que podrían tumbarse al lado, con perdón, del principio filosófico de la navaja de Ockham: “Lo más simple y lo más estúpido es lo que más se acerca a la verdad”. Dialéctica Trump, dialéctica Bolsonaro, dialéctica Ayuso… Todavía hay quien dice que, bueno, Vox tampoco es para tanto, que sólo está un poco a la derecha de Genghis Khan.

Pero el uso de sus silogismos averiados sugestiona las mentes menos edificadas:

  1. Los republicanos quieren quitar al rey.
  2. El rey representa a la democracia.

Ergo, los republicanos no son demócratas.

Otro silogismo neotrumpiano fermentado:

  1. Todos los españoles aman a España.
  2. Los que amamos a España estamos con el rey.

Ergo, los que no están con el rey, no son verdaderos españoles.

También es digno de reseñar un debate en el que las cosas dejan de ser lo que son, para que encajen en sus quioscos ideológicos o, peor aún, en sus predicciones.

Tomemos como punto de partida esta sencilla observación:

  • La república es un sistema político democrático más perfeccionado que la monarquía, al no contemplar privilegios por motivos de clase o de nacimiento.
  • Esa es una afirmación falsa.
  • ¿Falsa? ¿No cree usted que la existencia de una familia real, con privilegios dinásticos entre otros, resta calidad democrática?
  • ¿Me está usted interrogando?
  • Eso es irrelevante, verá…
  • Ah, claro, lo que viene del pueblo para usted es irrelevante. ¡Menos política y más realidad!
  • ¿De verdad usted cree que es democrático que el cargo de Jefe del Estado pase de padres a hijos?
  • Por supuesto: la monarquía está por encima de la política.
  • Pero, pero… eso no es lógica, es una creencia.
  • Oiga, no está usted respetando mis creencias. Además, una república sale más cara.
  • Demuéstrelo, por favor.
  • ¿Por qué? Antes demuestre usted lo contrario. Por otra parte, los países más prósperos y estables son monarquías: Holanda, Inglaterra, Bélgica…
  • Eso no demuestra nada. Mire Francia, Alemania, Italia… son países prósperos y estables. Y son repúblicas.
  • A ver, si aquí hubiera república y saliera elegido presidente, por ejemplo, Aznar ¿qué? ¿Seguiría defendiendo usted la república?
  • Mire, yo no quiero que Aznar sea ni presidente de su comunidad de vecinos. Pero si fuera elegido presidente de la República, esperaría a la siguiente elección y votaría a otro candidato que se ajustara más a mis ideas. Sin embargo, aunque la familia real fuera un modelo de decencia, virtud y honestidad -que no lo es- estaría también en contra, por mi convicción republicana. Y votaría otra opción. Pero no puedo hacerlo, aunque quisiera.

Pero así y todo, quedan focos irreductibles de lógica escacharrada. Y es como la antimateria: si te la explican y la entiendes, es que no te la han explicado bien:

  1. Los republicanos no quieren un rey.
  2. El Partido Socialista apoya al rey.

Ergo, el Partido Socialista es republicano. O no lo es pero dice que lo es. O lo es pero no lo es. O no lo es pero le gusta decir que lo es…

Un liazo. Como acababa el pasodoble de “Los hijos secretos de Lola Flores”: “¡Delincuonqui, omá!”.

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1978 fue un año raro, la actualidad era frenética y la política lo ocupaba todo. La reciente muerte del dictador sacudía los cimientos del poder eterno de este país. Y el imperio eclesial se tambaleaba desconcertado con la satánica democracia que se oteaba en el horizonte.

Tanto unos como otros -en realidad eran los mismos, pues defendían los mismos intereses: sus privilegios- se tiñeron las caras con pinturas de guerra y se lanzaron al ataque. Movilizaron a sus medios, que eran casi todos, amenazaron, publicaron pastorales, asustaron al personal con el “ruido de sables”, mientras los grupos ultras vociferaban e intimidaban por las calles.

¡Cuidado con la democracia! ¡Que vienen los rojos! La Constitución, aun non nata, ya llevaba el pecado original, el estigma de la rojez… Peligraban, decían, el Concordato con el Vaticano de 1953, que ofrecía ventajas sin cuento a la Iglesia. Hubo poli bueno, una cara amable y negociadora (Tarancón), y poli malo (Marcelo Martín) que clamaba por un integrismo tridentino. Peligraban también, decían, los grandes capitales.

¡El comunismo llamaba a las puertas de la sagrada Patria!

Se ridiculizaba a la democracia y se vituperaba a los demócratas. Y se hacían chistes del rey, que servía de burla. “El rey-cuchara, que ni pincha ni corta”, “Juan Carlos I, El Breve”… y, por supuesto, se pedía con la boca chica la abstención o abiertamente el voto contra la aprobación de la Constitución.

Ahí están de muestra algunos carteles y, desde luego, las hemerotecas.

Pero llegó el día de la votación, la gente votó y la Constitución se aprobó. Y ellos se disgustaron.

Los demás nos alegramos. Éramos unos ilusos (léase imbéciles) y creímos que ya seríamos altos, guapos, ricos, demócratas y que cambiaríamos de vida y de Historia. Pero no, la Iglesia no tardó en firmar aprisa y corriendo unos Acuerdos, mal llamados Concordato, en enero de 1979, por los que conservaban los mismos privilegios.

Pepe pettenghi post 3

En cuanto a la riqueza, siguió igual de (mal) repartida. Los grandes capitales, pasado el susto, siguieron a lo suyo. Como en las verbenas de los pueblos chicos, los mismos siguieron bailando con las mismas. La Codicia sacaba a bailar al Abuso. Y el Poder y el Dinero siguieron copulando a la vista de todos.

¿Y nosotros? Nosotros nos dejamos invadir por la fatalidad y el conformismo.

¿Y ellos, los que se disgustaron con la Constitución? Pues se ve que el disgusto era fingido, porque hoy son sus más fervientes defensores. Ahora, a la menor ocasión se envuelven en la bandera constitucional, aquella que denostaron y atacaron, cuando ven amenazados sus privilegios y la invocan pidiendo derechos y libertad. Lo que hay que ver.

Se ve que la Constitución ya es buena. Y la monarquía, a la que despreciaron y ridiculizaron, es hoy garante de bla, bla, bla… y le expresan su empalagoso “apoyo y lealtad”.

Hoy provoca estupor oír y leer a lo más casposo de la sociedad española reverenciando a la corona, a la Constitución y a la santa Transición. Lo de “atado y bien atado” ha alcanzado su significado pleno.

Porque la desfranquización aún no ha terminado, casi medio siglo después. Los cánticos a la reconciliación quedan distorsionados por los gritos que todavía salen de las cunetas y fosas comunes. Aún hay tipos uniformados empeñados en fusilar por WhatsApp a 26 millones de españoles. Todavía hoy a la familia del dictador hay que sacarla con agua caliente del Pazo de Meirás, sin que se lleven nada que no es suyo. Aún andamos con remilgos para cambiar los inútiles y terribles recuerdos de la dictadura franquista, callejeros y títulos honoríficos. Aún existen en España seis municipios que incluyen la denominación “del Caudillo”…

Pero ellos, los ahora constitucionalistas, están encantados con el orden constitucional, lo bonito que es. Anda que no.

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Se desvaneció la vieja normalidad y, confinado en mi sofá, me hinché de ver películas suecas, húngaras o coreanas. Me cerré en banda a seguir la sobresaturación en el cine hollywodense actual de armas de fuego, invasiones (ultraterrenas o no) y conspiraciones (¡qué manía!) para matar al presidente.

También leía, y mucho.

De repente, un día salió el sol y también todos salimos a celebrarlo. La pandemia hacía como que se batía en retirada. Creímos que llegaba el futuro y que veríamos los rayos C brillando en la oscuridad y todo eso.

Ha pasado algún tiempo y ahora, otra vez desde mi sofá, compruebo que lo de la nueva normalidad era una engañifa. Y mira que tiraba de optimismo histórico: tras las grandes calamidades, la Humanidad siempre se levantó de la lona, aturdida sí, pero con brío y coraje. Después de la epidemia de la peste negra, Europa alumbró el Renacimiento. Tras la apoteosis de fango y muerte de la I Guerra Mundial, surgió el hondo humanismo de entreguerras, en él oficiaban de sumos sacerdotes Stefan Zweig, Joseph Roth, etc…

La neonormalidad desde mi sofa
Fotografía: Comfreak de Pixabay

Yo pensaba, ¿y ahora qué toca? ¿Tal vez la Edad de Oro de la Ciencia y la Razón? Me relamía de gusto.

Pues no. Me atrevería a afirmar que contra la pandemia vivíamos mejor. Me explico. Recién incorporados, todavía con una rodilla en el suelo, y ya a nuestro lado yacen, como muñecos rotos, dos iconos del llamado “régimen del 78”: el rey Juan Carlos y Jordi Pujol. Tan queridos, tan buenos, tan… tan que encarnaban la imagen de la ejemplar democracia española. Ahí están, en el suelo, dos apolillados cachivaches de los que nadie quiere hacerse cargo. Los valedores, los héroes, los próceres de la Transición, eso que degeneró en un obsceno festín de corrupción, en el que Poder y Dinero copulaban a la vista de todos.

La nueva normalidad, de momento, ha quitado la careta a la ultraderecha. Salen de sus oscuros agujeros en los que han estado rumiando su odio y su resentimiento durante años. Pero ya no se esconden. Y con ellos el uso de la mentira como arma de destrucción pasiva. Miente que algo queda, es el lema. Nada nuevo por otra parte.

Mediocres villanos, como sacados de disparatadas distopías, se han convertido en líderes mundiales de alto nivel. Y aquellas distopías son ahora algo cercano al costumbrismo.

La neonormalidad también nos ha revelado que ignorábamos nuestra toxicomanía, que somos un pobre país turismodependiente.

Desde mi sofá he visto cómo la neonormalidad ha traído acrobacias verbales, tales como llamar “paguita” a una ayuda que permitió comer y subsistir a 800.000 familias. O aceptar como “libertad de expresión” lo que sólo es calumnia. Y admitir como verdades unas patrañas tan estúpidas como interesadas. El coronavirus es un invento del Diablo, creado por los pérfidos chinos y disparado por Pablo Iglesias en la manifestación del 8M, para controlar a la población, y después fabricar una vacuna elaborada con fetos abortados. Y cosas así.

Los fachipobres, esa obra maestra del capitalismo, que apoyan y votan a los responsables de su pobreza, lo entienden perfectamente. La izquierda no. Los pilla discutiendo la sutiles diferencias entre el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.

No sé, quizá sean imaginaciones mías. Tal vez no ha pasado nada y todo sigue igual. Fíjate en Luis XVI, que la mañana del día de la toma de la Bastilla, escribió en su diario: ”Rien”.

O sea, nada.

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Os presento, así en panorámica, las portadas que Fran Delgado nos ha ido regalando a través de las redes durante el confinamiento por el coronavirus. Esfuerzo digno de agradecer, pues las horas pasaban más lentas que una tortuga asmática, y gestos así nos evadían por un rato de la bici estática, de mirar la calle desde la ventana con ojo de cordero degollado, o de pensar lo que falta para la cena.

Arquetipos de cuarentena
Imagen: Fran Delgado

Cada portada, como veis, es un arquetipo. O sea, un modelo, un patrón, en suma una categoría. Y Fran nos presenta dieciséis arquetipos, dieciséis desternillantes categorías de fulanos que todos conocemos y con los que compartimos nuestra confinada vida.

No son personas físicas concretas, pero la afilada navaja de la ironía de Fran les confiere unos rostros perfectamente reconocibles. ¿Que no? Haced la prueba, quién no le pone cara al propagador de bulos, al cultureta, al cocinillas o al cofrade. Quién no reconoce al tertuliano o al Youtuber.

Me dice su autor que esto de agrupar en arquetipos, no es una idea nueva. Claro que no. Desde Linneo y su hercúlea labor de clasificar y agrupar en arquetipo a las plantas y a los animales, hasta llegar al Selu -por traerlo a lo local- con sus arquetipos chirigoteros, el enterao, el pelmazo o la maruja, hay toda una maravillosa historia. Figúrate, de Linneo al Selu. Ni el monolito de “2012. Una odisea en el espacio” ejecutó una pirueta tan aparatosa.

Lo que hubiera disfrutado Darwin, y todos sus pinzones, con las portadas de Fran…

Fran es un tipo adorable, que esconde su timidez detrás de su barba, y está dotado de una maciza memoria de la que nos servimos sus amigos, como paso previo a la consulta en google.

Una memoria proyectada con, de, en, desde, hacia, hasta, para, por, según, si, sobre, tras su inteligencia. Su ironía sagaz es prueba de ello, pues si inteligencia sin ironía es como una comedia noruega, la ironía sin inteligencia es más bien una coz.

Fran es el tipo que siempre hay que llevar al lado. “Oye Fran, ¿Quién era aquel que decía…?, ¿Cómo se llamaba…?, ¿Cuál era el título de la peli donde actuaban Benedict Cumberbach y Gary Oldman que…?”.

Estas son sus portadas del confinamiento, con dosis masivas de oportunidad, gracia y mucha guasa, en las que todo parecido con personas o hechos reales es pura coincidencia, o al revés, en las que toda coincidencia es puro parecido.

Y que tienen un peligro grande. Porque veamos, el cangrejo es un crustáceo, aunque él lo ignore. Así podemos imaginarnos a un cangrejo riéndose con maldad de los tópicos atribuidos al arquetipo de los crustáceos. Que si son duros de pelar, que si se ponen colorados en seguida, que si menos patas y más cerebro… Cualquiera de nosotros, como el cangrejo, puede estar burlándose de estos arquetipos, cuando atesora bastantes -si no todos- sus atributos. Menos risas.

Yo, por mi parte, he creído oportuno desde mi condición de biólogo -como Linneo y Ana García Obregón- bautizar con su nombre científico a cada uno de estos arquetipos confináticos de Fran Delgado. Ahí van.

Propagador de bulos: Macrotrolax horridus
Teletrabajador: Antenicola currans
Antivacunas: Retroflexus falsinus
Youtuber: Cybernetes tenax
Cofrade: Cornucopius altamirae
Conspiranoico: Phalsarius lastimera
Cultureta: Megacephalus irritans
Tertuliano: Deambulans fraudulentus
Infoxicado: Trapisondis trapisondis
Autónomo: Lastimera restregans
Confinado: Staticus docilis
Paseador: Deambulans vulgaris
Cocinillas: Pseudochefis chapucii
Videoconferencia: Fibrolocutoria mirabilis
Padres: Spartacus domesticus
Enterao: Siderofacies plumbigeus

En fin, así ya estos arquetipos de Fran, los dieciséis, han sido salvados del fuego del olvido. Ya son ignífugos. Decía Linneo, otra vez, que “Si ignoramos el nombre de las cosas, desaparece también lo que se sabe de ellas”. Ya ves.

Y dice Fran Delgado que lo suyo de los arquetipos confináticos no es una idea nueva. Seguro que lo dice por quitarse importancia. Además, qué, y lo que hemos disfrutado.

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Resulta muy difícil decirle a un buitre que eso de comer carroña está muy feo. A ver cómo se lo explicas si es su naturaleza.

Pero es justo lo que está ocurriendo. Mientras el mundo se debate entre la estupefacción, el dolor y el miedo, está saliendo a flote la más impúdica codicia. Es su naturaleza. La de los que no se presentan a elecciones, los que no tienen rostro, pero que tienen la sartén por el mango: bancos, telefónicas, empresas energéticas, trusts agroalimentarios, grandes corporaciones mediáticas…

Y el título de la película es: “De cómo seguir agarrando el mango de la sartén”.

Tratan de mostrar su cara menos agresiva, escondiendo prudentemente garras y afiladas dentaduras, exhibiendo sus cualidades como se exhibe una caja de manzanas en el mercado, poniendo las mejores arriba, a la vista, para esconder su naturaleza de dominación.

Pero han olido la sangre y han enloquecido.

Pepe pettenghi post
Fotografía: Fran Delgado

A pesar de las UCIs, los muertos, las mascarillas y el miedo, ellos no han perdido el tiempo, sin apartar la vista del mango de la sartén. Sus acrobacias verbales, las consignas repetidas por tierra, mar y aire, sus desmelenados intentos de hacer pasar engaños intragables por verdades absolutas y sus evidencias falsificadas sobre la base de un lenguaje muy básico, fundamentan su hipócrita discurso.

Mientras escribo estas líneas están fomentando una sublevación popular destinada, fíjate, a defender y salvaguardar los intereses de su minúscula y selecta minoría. Curioso concepto de lo “popular”, ¿no?

Para ello utilizan su enorme capacidad mediática y a sus bien pagados publicistas. Sus partidos políticos, a su vez, ejercen bien su papel de manijeros. Así que sus desmelenados intentos se aprecian en el mensaje de tipos que pasean, sin pudor, por columnas de opinión y platós de TV, los harapos de su inteligencia vendida al por menor.

Y además cuentan con sus eternos aliados, los que confían más en los rezos que en la Ciencia. Ellos siempre están cerca de donde haya poder, dinero e ignorancia. Y es que Dios envía moscas a las heridas que debería curar.

Esos publicistas del poder y acólitos del dios Dinero nos amenazan, día y noche, con un mundo apocalíptico y distópico, sumido en las peores pesadillas orwellianas.

Desgraciadamente, ya lo sabemos, o deberíamos saberlo: hemos sido demasiado consumistas, maltratado a la Naturaleza y permitido un mundo injusto y desigual. Sin embargo hoy hemos despertado y lo vemos claro. Pero los publicistas del orden establecido y del poder intentan convencernos de que cambiar ese orden supone sumir al mundo en un caos de pobreza.

Y no, queridos, no es lo mismo la pobreza que la austeridad. De ninguna manera.

Por eso, cuando he visto esta tarde a mi admirado Ricardo Darín decir: “La economía del mundo se está tambaleando porque ahora estamos consumiendo sólo lo que necesitamos”, he pensado: es esto.

Es justamente esto.