Ilustración: pedripol
El aula del centro está ocupada por un grupo de mujeres de edad madura, incluso algunas jubiladas. Atentas, esperan la charla de la Agente Antirumor. ¿Qué qué es un Agente Antirumor? Pues una figura que se ocupa de sensibilizar a la población sobre los estereotipos y rumores que corren de boca en boca, sobre los inmigrantes. Es una tarea generalmente muy satisfactoria, porque cuenta con información y habilidades suficientes como para que la gente se cuestione muchos datos e informaciones imprecisos que sólo tratan de confundir y crear un estado de opinión adverso hacia los diferentes.
Marta llega con el arsenal de información y argumentos que sirven de herramienta a cualquier Agente Antirumor. Observa a las mujeres y siente una inmediata simpatía por ellas. Piensa cómo es que, a esa hora de la tarde, no están sentadas en el sofá, dormitando, mientras ven el programa por excelencia de Canal Sur en el que la gente busca compañía. Está contenta y lo expresa de forma sincera. Quiere que estas mujeres se sientan alentadas, valoradas; que sepan que su esfuerzo y la voluntad de cambio que hay en ellas es apreciada.
La maestra les ha avisado de la visita y por eso, la Agente, se siente relajada y motivada para una sesión en la que tratará de romper ideas preconcebidas, estereotipos y rumores sobre la población inmigrante. Pero…, “su gozo en un pozo”. Incluso la mujer de etnia gitana no se siente movida a cuestionar el estereotipo sobre su cultura. Su actitud, ante una pregunta directa es de total indiferencia; muestra una especie de careta defensiva, que expresa no sólo en palabras que niegan la realidad, sino con gestos. No me importa, parece querer decir.
Ante la respuesta, Marta cambia de estrategia comunicativa. En esta parte de la sesión hay participación, pero los rostros de algunas mujeres hablan por sí solos. Ahora, cuando ya ha pasado por varias experiencias en distintos centros sociales y entidades de la ciudad, puede entender mejor a qué responden los silencios y los “rostros impenetrables” de las personas; simplemente prefieren no mojarse, no quieren entrar en discusión, ni quedar retratadas. ¿Quién quiere que le llamen “racista”?
Pero sólo había que esperar para tomar conciencia de hasta dónde llega el rechazo, la hostilidad y hasta la rabia contra los diferentes, vaya contra la población inmigrante.
Veinticuatro horas antes, todas las televisiones habían emitido las terribles imágenes de cientos de muertos en el Mediterráneo. Inocente, ella les recuerda la tragedia humanitaria, pero las del “rostro impenetrable” mantienen el gesto impasible… “No va conmigo”, parecen pensar.
El Power Point va facilitando información acerca de los rumores más extendidos y que trata de cuestionar en sus sesiones formativas: Nos quitan el trabajo, los chinos no pagan impuestos, saturan los servicios sanitarios, reciben más ayudas sociales que los nativos…
¡Alto! Al llegar aquí no es posible continuar, porque dos de las mujeres afirman rotundamente que eso es cierto porque sus hijos que no tienen trabajo ni reciben subsidio de desempleo, que han ido a los servicios sociales… bla… bla… bla…
La Agente Antirumor trata de practicar eso tan difícil de las estrategias de comunicación, pero no hay escucha por parte de ellas. Imposible dialogar con alguien que está hablando desde las tripas, con las emociones desbordadas. Una de ellas ya no disimula y exclama muy enfadada: ¡Mire, Señora, es que yo no quiero moros, ea!
Hay un momento de espera, por si continúa con algún argumento razonable. Y argumenta, claro que argumenta: Que si en su país esto, que si en su país lo otro…. Diríase que es una experta en el Magreb, pero en realidad los tópicos son los mismos, informaciones fragmentarias extraídas de aquí y de allí, total, para decir que se queden en Marruecos, que es donde tienen que estar, que aquí molestan.
A estas alturas ya es evidente que nadie va a convencerlas de nada y entonces Marta les cuenta una historia. La historia de una adolescente nacida en Andalucía que en los años sesenta viajó durante veinticuatro horas en un tren al que llamaban “El Sevillano” compartiendo aventura con miles de personas que pretendían empezar una nueva vida en Cataluña. El relato lo adorna con reflexiones sobre el olvido de nuestra propia historia y con las condiciones de vida de los andaluces a su llegada a Cataluña y otros lugares de España o de Europa, en la época del gran éxodo, semejantes a las que puede vivir aquí cualquier extranjero.
Es su propia historia la que relata, con la emoción contenida, aunque con cierta dosis de rabia, que trata de controlar. Luego… se hace el silencio en el aula y se despide del grupo, haciendo de tripas corazón, repartiendo sonrisas y besos.
Mientras vuelve sobre sus pasos en dirección a su casa, respira profundamente. Empieza a pensar que más que cualquier cifra o datos estadísticos, son historias personales las que pueden llegar a la gente, cuyas circunstancias adversas tal vez las ha endurecido demasiado. Esa falta de empatía por el sufrimiento del “otro” le hace daño, le produce un dolor que hace efecto en su estado de ánimo y se mantiene durante horas…
Repasa mentalmente los momentos que ha vivido llevando a diferentes lugares el mensaje de Stop Rumores con la confianza y la pasión de las que es capaz y concluye que, a pesar de todo, eso de “quien siembra recoge” es cierto. Y hay que sembrar, no necesariamente en la mejor tierra. Sería demasiado fácil. Hay que llegar a zonas aparentemente menos fértiles, pero en las que con un buen abono y dedicación es posible obtener frutos.