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El tercer puente 12 10

Fotografía: José Montero

Alguien tendrá que invitar a Cádiz al célebre chef neoyorquino Anthony Bourdain. Tú sabes, el viajero empedernido del pantallazo digital. Imagina la estampa. Bourdain, poniéndose tibio de sol en adobo en la Caleta, preso de melancolía trimilenaria, harto de camarones, feliz y dichoso de habernos conocido. Bourdain, en un bache de La Viña, levantando la copa por el tiempo que nos tocó beber. La otra tarde, el tipo, que es todo un personaje, se encajó en Mozambique, país lindo y pobre donde los haya. Preguntó por el turismo. En ciertos rincones del mundo, algunos de ellos cercanos al paraíso, el turismo es el diablo. En África, mismamente, produce yuyu. Bourdain comprobó en sus propias carnes a la brasa que un guiño del progreso occidental allá en Mozambique, un brusco giro del destino, causaría estragos. Crearía riqueza para unos cuantos y excluiría de por vida a la preponderante clase miserable y, sin embargo, alegre. El típico «divide y vencerás», pero a lo bestia. Economía de guerra, y vicervesa, menú de moralejas.

Los devaluados de esta parte del globo, camareros en potencia, ya no sabemos distinguir entre una buena noticia y una cortina de humo. Así están las cosas. Al treinta por ciento de la gente le van bien las cosas, al treinta por ciento de otra gente le podrían ir mejor las cosas, y el treinta por ciento restante, ni siquiera sabe de qué van las cosas. Los contentos afean la conducta de los desmotivados ante la indiferente mirada del personal sobrante.

Algo habrá que hacer. Tipificar el cariño, revolear la culpa, adornar esta tregua del viento con frases hechas, gestos inequívocos y tonterías en lo alto. Carajotadas virales, si acaso, y mucho oficio. Espera sentado.

¿Qué es corrupción? Corrupción eres tú. En Cádiz nos tuteamos con ella, la inmaculada corrupción, trabajamos mayormente lo que es la impunidad en defensa propia y el compadreo, conocemos al dedillo el alcance de los vetos, el sabor de los secretos, las tramas gluten, esa musiquilla turulata del devenir, y asistimos anestesiados, desde hace tela de tiempo, a tediosos desfiles de poder y querer, al levantamiento de los mediocres, los fantoches y los listos de la confusión reinante. Nunca los mismos de siempre habían acaparado tanto. O no. Todo depende.

Cuando en Soria aún no se habían puesto serios con el asunto fiscal y la gracia de la meritocracia, en Cádiz ya cantábamos aquello de Los Dedócratas. No olvidemos que el Carnaval democrático llegó a Cádiz antes que la llamada democracia a la Piel de Toro. Así que el «cachondeo de todos los cargos que se nombran a deo» suena tan actual como eterno. El ahora infinito. Un cuelo de larga duración. Un plan de empleo o algo. No admitas sucedáneos, no te comprometas, no te metas en ná.

La trinquipedia de mitad de siglo echará pestes de estos brotes de envidia, esta soberbia epidemia moral de la era digital. Y también hablará del nuevo periodismo, nacido a tenor de los no acontecimientos, emitido desde el mismo limbo, patrocinado por los ibertrolas y las gases naturales y las endesas y los tipex treinta y pico. Hastiados y aislados, los plumillas quebraron la baraja, respiraron hondo y acordaron una suerte de entente de silencio elocuente e impertinente, locos por incordiar. Recordamos ahora, desde la futura modernidad vigente, los buenos ratitos que echamos arrinconando a los políticos a base de preguntas incorrectas, idioteces, fantasmadas y crueldades varias. Un ejemplo del pasado presente imperfecto: El portavoz de un grupo influyente que pretende no sé qué con tamañas maniobras de distracción pasiva se dispone a marear la perdiz de nuevo, a sabiendas del «no lo sabes ya» machacante de todas las mañanas. Y el periodista, a pique de un repique, sale por la tangente, como un fino media punta, al primer toque, y descentra al cargo público de esta guisa, a ver qué dice: ¿A qué hora se ha levantado? ¿Piensa hacer algo hoy? ¿Ha probado la manteca colorá? ¿Y las tortas de Inés Rosales? ¿Sus hijos leen libros? ¿Conoce algún puticlub? ¿Ha engañado a alguien más que a todos nosotros? ¿Papa o bistec?

Me gustó una idea que lanzó Anthony Bourdain la noche que visitó El Bulli. Al contrario que los hoy marginales miembros de la paupérrima cultura, los cocineros decidieron tomar las riendas del negocio, en detrimento del empresariado miedoso y gris, y ahora ganan y disfrutan. El chef reportero también nos ha enseñado este verano, a quienes hemos viajado desde el sillón all over the world, que de cuando en vez necesitamos respirar aires nuevos, tal vez para conocernos mejor a través otras hechuras, o simplemente para ponerle color a la vida, y que nadie es mejor que nadie.

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