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A pinto
Fotografía: Ángel Pinto

CÁDIZ 1 – 0 ALMERÍA

Todo inicio de temporada futbolística (o de curso escolar, o de relación amorosa) encierra dentro de sí una promesa de futuro. El olor a cuaderno nuevo, las esperanzas vírgenes.

Hoy viernes a las ocho de la tarde (día y hora más propios de una clase de inglés que de un partido de liga) saltaban el Cádiz y el Almería al césped del Estadio Carranza para inaugurar la edición 2018-19 de la Liga 123. Mostraban los amarillos un aspecto semi remozado: mismos zapatos y chaqueta nueva. Iremos conociendo a los actores debutantes durante la crónica, no hay prisa.

Para lo que sí hay prisa es para adelantar que, en un partido trabado y áspero, el Cádiz doblegó a su rival por un tanto a cero, haciéndose con los tres puntos en liza. A pesar de la patente endeblez de los almerienses, hay que otorgar a la victoria su mérito. En una semana en la que la actualidad ha girado en torno a la pública subasta de Alvarito al mejor postor (se dice que hasta Sotheby’s ha mostrado interés) Cervera tenía que conseguir abstraer al equipo del ruido externo para centrarlos en la competición. Y a fe mía que lo ha conseguido.

Comenzó el encuentro cual si fuera un calco de la temporada pasada: rigor táctico, intento de presión y robo, aperturas a los extremos. Junto a la cal de la banda izquierda, Manu Vallejo exudaba desparpajo y buenas sensaciones: nuestra cantera ha parido un futbolista. Por la derecha, el portugués Salvador Agra mostraba mejores intenciones que resultados. Para mitigar la nostalgia comencé a llamarle mentalmente Salvi, pero la unión del diminutivo con su apellido no terminaba de sonarme bien…

En fin, si hablamos de señas de identidad cerverianas, pocas más reconocibles que utilizar al ariete para bajar y distribuir balones aéreos y en esta suerte Mario Barco sacó matrícula de honor. Cada salto era un drama en tres actos, una feroz batalla de cráneos. Y al final, como veremos, tanta insistencia encontraría su premio.

El primer tiempo fue consumiéndose por los derroteros que le gustan a Cervera. La seguridad defensiva (salvo algún apuro de Keco con el joven Sekuo) era incuestionable, no había pérdidas tontas de balón, se peleaba por cada palmo de hierba. ¿Ocasiones, dice usted? Yo no grité “huy” ni una sola vez antes del descanso.

En la reanudación, pocas novedades. Si acaso, los laterales se hicieron más profundos. Matos y Carmona (sobre todo este último) se sumaron con profusión al ataque, otorgándole versatilidad y sorpresa. Creo que en estas posiciones hemos salido ganando (y pido perdón al dios de los juicios apresurados: agosto es mal mes para predicciones).

El dominio del Cádiz era tan incontestable como inocuo y aquello olía desde lejos a empate a nada, algo había que hacer. Y en efecto, se hizo: Salvi (Sánchez) sustituyó a Agra y fue como echar gasolina de mayor octanaje. El sanluqueño, superior al portugués, protagonizó arrancadas con mucho más filo e intención. Algunas jugadas por su banda terminaron en disparos lejanos o en remates de Barco, por fin apareció la verdadera sensación de peligro. En una de estas, el propio Mario Barco cazó un balón aéreo y efectuó su dejada número mil. El beneficiario fue Álex Fernández, quien ya dentro del área pequeña descerrajó un disparo furioso que alcanzó el fondo de la red almeriense.

Quedaban apenas quince minutos para el final del partido y pasaron algunas cosas. Tal vez la más relevante fue que Cifuentes dotó de argumentos a quienes claman por el fichaje de un guardameta. Un disparo lejano de De la Hoz se le escurrió de las manos y a punto estuvo de provocar una catástrofe. Tragamos saliva y a otra cosa, mariposa.

El partido terminó, la temporada empezó. Todo comienzo es una incógnita preñada de posibilidades. Quizá estemos ante un año fecundo y azul, como la imaginación de un niño. O ante un curso seco y estéril, como las entrañas de un racista.

Como digo, todo es posible, el camino está por andarse. De momento, la única verdad es la que un cadista feliz dijo a voz en grito bajando la escalera: “¡Estamos los primeros!”

Quien no persigue sueños, nunca los alcanza. A seguir así.

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