CÁDIZ 2 – 0 ZARAGOZA
No sé si usted ha dedicado algún rato de su ocupadísima vida a meditar. Y no, no hablo de reflexionar ni de sopesar pros y contras de algún asunto. Me estoy refiriendo a la meditación entendida como búsqueda del equilibrio interior y de la paz espiritual.
Sentarse, cerrar los ojos, respirar. Sin expectativas, aceptando el presente.
Pues así, sin expectativas y aceptando mansamente lo que el destino me deparase, ocupé mi asiento en el estadio Carranza en la noche del lunes, víspera de los idus de mayo (sí, ya sé que los de marzo son más famosos, pero los de mayo también tienen su corazoncito: compruébese en Wikipedia si se duda).
Estaba resignado a otro recital de rigor táctico aburrido y estéril. A marrar una ocasión pintiparada, a mantener la portería a cero con un poco de suerte. Presentía, en fin, un nuevo empate agónico que añadir al rosario interminable y lo peor de todo es que ni siquiera me importaba demasiado…
Pero quiá, me equivocaba de medio a medio.
Desde el pitido inicial del errático colegiado Vicandi Garrido, aquello desprendía otro aroma. El primer síntoma fue que la línea defensiva gaditana se colocaba arriba, muy arriba, imagino que en parte para alejar del área a Iglesias y Toquero y en parte para facilitar la presión y el robo en zonas sensibles. Y el plan no pudo salir mejor: en una jugada por banda izquierda iniciada por Álex, Álvaro depositó el balón en el área como el que tira un plato al aire. Barral transformó su pierna derecha en un fusil y colocó la pelota junto al palo izquierdo de Cristian Álvarez. Inapelable.
Con la confianza que otorgan los goles, el Cádiz adquirió la consistencia y la frescura de una tarrina de helado. Durante casi media hora, y apoyados en la inmensa calidad de Perea, los locales movieron admirablemente el cuero, rondando con peligro el área zaragozana. Álex, por su parte, aportaba por igual trabajo y talento. El ex – españolista ha madurado este año hasta convertirse en un jugador sereno y adulto. Un profesional en el mejor sentido de la palabra, nuestra estrella discreta.
Mientras tanto, los aragoneses no demostraban en absoluto las credenciales que le habían llevado a completar su magnífica segunda vuelta. Marrulleros en exceso, su fútbol era ramplón y previsible: pelotazos para que sus dos delanteros intentaran doblegar a los centrales gaditanos y poco más. Febas aportaba unas gotas de calidad en la media punta, pero el trabajo de Garrido desconectaba al catalán de sus compañeros.
El primer tiempo terminó con un lance sintomático: Iglesias tumbó a Correa de mala manera y el lateral, al iniciarse la segunda parte, tuvo que ser sustituido. En la misma zona del campo y al poco de la reanudación, Delmás le haría una fea entrada a Alvarito que le costaría su expulsión. Y es que el juego sucio y la dureza excesiva han sido las señas de identidad zaragozanas en los dos enfrentamientos de esta temporada contra el Cádiz. Tanto ensañamiento solo les ha servido (aparte de para lesionar a José Mari) para encajar cuatro goles y perder los seis puntos en liza. Nacho González tiene trabajo por delante si se cruza con los andaluces en el play off.
El caso es que los visitantes se quedaron con un hombre menos (su lateral derecho, para más señas) y en la jugada siguiente Perea y Alvarito castigaron severamente esa tara. El albaceteño demostró su clase con un pase magistral y la rapidez y precisión del utrerano hicieron el resto: la pelota transitó bajo las piernas de Cristian hasta besar las mallas.
Y de ahí al final, lo consabido. El Zaragoza, demudado, revoloteaba alrededor del área del Cádiz sin demasiado sentido, como golondrinas atolondradas. Los locales, con algunos ajustes en el once (Servando en el lateral, Nico en la banda) aguantaron el resultado sin problemas y los espectadores pudimos vivir, por fin, una noche tranquila y feliz.
No sé si la clave de todo fue la ausencia de expectativas o la coincidencia en el equipo de varios jugadores de calidad. Por si las moscas, sigamos por la misma senda.