CÁDIZ 4 – 1 SEVILLA
La vida es azar.
De nada sirven las tribulaciones, los planes, los peldaños programados hacia el futuro: en un guiño –cruel o cálido- el destino te enseña los dientes (o los labios) y te deja desarmado y tiritando, de frío o de gozo.
Algo así le ocurrió ayer al Cádiz en el primer minuto de partido ante el Sevilla Atlético. Cifuentes, por dos veces, salvó sendas ocasiones visitantes que podrían haber significado el gol rival, la angustia, los pitos tempraneros. No fue así: el filial hispalense tiene en su pasaporte el sello indeleble de la Segunda B y el Cádiz se encamina, con paso vacilante, a pelear por la liguilla de ascenso. Está escrito, inútil resistirse.
El caso es que en la noche lluviosa el partido tomó un rumbo interesante. Los sevillanos atacaban con la despreocupación del desahuciado. Los gaditanos nadaban (¿he dicho que la noche era lluviosa?) y guardaban la ropa, pero la taquilla tenía la puerta entreabierta: la aplicación defensiva era mejorable.
Por suerte para Cervera y los suyos, la condición de colista no se adquiere por casualidad. Si bien los centrocampistas foráneos demostraban un buen manejo de balón, la dinamita ofensiva parecía de baja potencia. Cándidos en ambas áreas, no le costó demasiado al Cádiz encontrar el camino de la meta defendida por Ondoa. Primero fue Álvaro el que culminó una larga jugada de acoso amarillo: Perea estrelló una falta en el larguero, Servando cabeceó al palo un centro de Salvi y finalmente el mencionado Alvarito, desde el corazón del área, estrelló el balón contra las redes rivales de un zurdazo violento.
Los sevillanos, sin nada que perder ni en la liga ni en el partido, atacaban con numerosos efectivos: toda una invitación para los extremos cadistas, muy participativos toda la noche. Sin embargo, el segundo gol llegó por el centro. Jona, tan denostado como útil, elevó el balón con sutileza por encima de los centrales habilitando a Álex, que definió con calidad. El pelirrojo se está convirtiendo, por derecho propio, en nuestro mejor todocampista.
En el descanso, sucedió lo imposible.
Las gradas se transmutaron en butacas. El césped se convirtió en un escenario. Y en lugar de saltar al campo veintidós futbolistas, fue Jorge Drexler el que nos regaló un inolvidable rato de música, magia y cariño. Al menos, para mí, fue tal como lo cuento.
Tras el interludio artístico, se reanudó el partido tal como empezó: los visitantes pusieron cerco al marco de Cifuentes pero su ingenuidad les impidió recortar distancias. Tras la efervescencia inicial, las aguas (siempre, la humedad) volvieron a su cauce. Garrido servía de dique de contención a las intentonas rivales y Álex y Perea buscaban con fruición a los sprinters de los flancos. Salvi desnudaba una y otra vez a Konik y Álvaro desbordaba y centraba sin encontrar premio.
Y justo cuando parecía que llegaría el tercero, los sevillistas acortaron distancias. En una jugada con la que soñará Cervera toda la semana, Lucas no fue capaz de evitar el centro desde su banda y Keco no supo adelantarse a Carlos Fernández. La victoria mínima auguraba sufrimientos y sudores, pero Salvi, en el enésimo regate a su rival, culminaba por su cuenta marcando de un duro derechazo. El tres a uno era tranquilizador, balsámico. De ahí al final, poco ocurrió: el sanluqueño se sentó para recibir la ovación de la grada y Moha, su sustituto, culminó la tarde con un cuarto tanto que fue demasiado castigo para el descendido filial.
La temporada sigue para el Cádiz: con la permanencia conseguida, toca pelear por metas mayores. Y es que ya está en el aire girando su moneda, y lo que tenga que ser, que sea.