Mientras la empresa municipal Cádiz Conecta, auspiciada por el anterior equipo de gobierno, parece felizmente abocada a la supresión, persiste en nuestra ciudad la presencia distorsionante de aquellas pantallas LEDs que tanto autobombo proporcionaron a ese mismo gobierno municipal, y cuyo destino parece ser también la desaparición. En buena hora. Creo que, por fortuna, la ciudadanía percibe ya estos artefactos (empresa y pantallas) como elementos nocivos para una auténtica y verdadera comunicación. Realmente, tales desechos se nos revelan hoy con más claridad que nunca como tristes e indeseables restos arqueológicos de una etapa en la que predominaron erróneos planteamientos de política cultural e informativa.
Doy por hecho que para sus impulsores ─el gobierno del Partido Popular con su alcaldesa al frente─, tales iniciativas no fueron errores, sino aciertos, puesto que los medios empleados eran consecuentes con las finalidades que se pretendían: el moldeamiento, intencionado e intensivo, de una ciudadanía dispuesta a recibir de buen grado la aplastante catarata de propaganda personal y de partido canalizada a través de instrumentos financiados con fondos municipales, es decir, públicos. Manipulación pagada a escote por los propios manipulados. Fabricación del consentimiento social mediante la construcción e imposición omnipresente de una realidad tóxica en términos de salud cívica y democrática. En definitiva, un claro abuso de poder cuyas prácticas lesivas para la sociedad gaditana deslegitiman las políticas desarrolladas por el Partido Popular desde el Consistorio gaditano.
Así pues, urge ya desconectar. Una vez que Cádiz desconecte definitivamente de los circuitos malévolos de la manipulación, el autobombo y la amputación de la capacidad crítica, se abre la posibilidad de la comunicación. Una comunicación leal y en pie de igualdad entre representantes y representados, que ojalá arraigue en la sociedad y en la política gaditana. La elección de según qué lenguaje para titular proyectos político-empresariales y acuñar eslóganes publicitarios retrata fielmente el perfil y las intenciones de la política que inspira tales construcciones. En su día detectó Lyotard esa preferencia postmoderna por los paradigmas lingüísticos construidos con “lenguaje máquina”, muy del gusto de manipuladores compulsivos. Un lenguaje que se amolda y a la vez conforma a una ciudadanía que no se quiere desvíe la mirada de esas pantallas desde las que los amos de la situación vierten constantemente órdenes e instrucciones. Y lo hacen sonriendo, pretendiendo a su vez que les sonriamos.
Puede que en estos últimos años Cádiz haya estado conectada a no se sabe qué entelequias, pero es una verdad irrefutable que esa conexión no ha favorecido la comunicación, el diálogo, entre la ciudadanía y quienes deben servir al pueblo, que permanecieron agazapados (apantallados) tras una realidad, unos modos y unos propósitos ajenos al interés general.
Fotografía: Juan José Sánchez Sandoval