Cádiz es como una gran marca registrada. Su nombre es reconocido en todas partes y funciona igual que el de Coca Cola. Si tú a un madrileño le dices “soy gaditano”, reacciona inmediatamente como el perro de Paulov. Se le encienden los ojos pensando en su último veraneo en Zahara de los Atunes y comienza a salivar recordando los chicharrones que se comió cuando estuvo en el Manteca.
Efectivamente, en Cádiz no tenemos nada que envidiarles a McDonald’s o Nike. Unas empresas que han sido acusadas muchas veces de llevar a cabo un perverso sistema de producción, en el que sólo importa obtener beneficios siempre al alza.
Aquí no tenemos a niños cosiendo balones, pero nos pasamos 9 meses metidos en una horrible agonía de desempleo para luego poder trabajar como cabrones durante tres poniéndole cervecitas a un montón de imbéciles que se hacen fotos en Instagram con el típico comentario de “Aquí sufriendo, pisha”.
Tampoco se nos puede acusar de deforestar el Amazonas, pero nos hemos cargado los pinares de la Barrosa o la ensenada de Getares y ahora queremos hacer lo mismo con El Palmar y Valdevaqueros. Todo para que puedan venir más tontos pagando menos y poder seguir currando 120 días al año en El Aborigen o en El Cartero, al menos mientras sigamos siendo guapos y nos sigan quedando bien las camisetas de camarero-surfero.
Pues sí, Cádiz es una marca registrada. Un logotipo que, como los toros de las ganaderías, llevamos todos marcados a fuego.