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La energía ni se crea ni se destruye. Se transforma. Y se desplaza. Y como tal energía, la música. Digo esto porque no hay avance sin mestizaje, no hay evolución sin confluencia. Lo puro, lo añejo son atajos para la ignorancia, obstáculos ya superados de un pasado glorioso, pero pasado.

Como todo viaje iniciático y mistérico, el Carnaval de Cádiz tuvo su aquel en los barcos llenos de negros que los esclavistas apresaban en las costas de África para arrojarlos a los campos de algodón o tabaco del Caribe americano. Desnudos y apresados solo llevaban en su alma compases y percusión de un tango que en las tardes del día de reyes, cuando celebraban el carnaval, el único día que les era permitido divertirse, en algún momento a mediados del siglo XIX, en algún barracón del arrabal a las afueras de la habana… estos golpes rítmicos se convirtieron en notas musicales, que llegaron a España y originaron el tango, pieza musical “pop” y universal que dominó la escena del teatro en último tercio del siglo xix y al que debería rendirle pleitesía hasta la última chirigota callejera del Carnaval de Cádiz.    

Bosco post
Imagen de Bosco Fernández

Pero a su vez, como si de un juego de espejos se tratara, esos mismos barcos se desviaban para el rio de la plata. Mientras los europeos desembarcaban ufanos y altivos en la costa sur de Buenos Aires, los negros bajaban en la norte de Montevideo trayendo consigo el candombe que junto a la milonga autóctona y el grito del pueblo construyeron el Carnaval de Montevideo. Un carnaval que cierra su círculo cuando, cual puchero que necesita su toque ultimo de sal, recibe en 1908 a un grupo de gaditanos llamados “Los Piripitipi” que la mitología y el sueño han confundido con los fundadores de algo que tiene muchos padres. Estos Piripitipi  (como bien narra Milita Alfaro en su artículo “La quimera del origen” en la revista Proscenio) eran reconocidos como “extraordinarios” tras una larga gira por Europa y América y cual “cristalitos” de principios del siglo XX, “buscaban la vía” con su antología carnavalesca, al modo del pelotazo de la “Murga del siglo XX “gaditana. Se vestían de músicos con un director al frente. Clarinete, saxofón, bajo y bombista y una interpretación ajustada al instrumento que tocaba cada uno, más un repertorio graciosísimo – según la prensa del momento- hicieron que Antonio Garín, el mítico director murguero  resolviera ante el espectáculo que dieron estos gaditanos salir al siguiente año de 1909 imitándolos a ellos con el nombre de “La gaditana que se va”. Tal fue el éxito que tuvo que repetirlo en 1910, al crearse la primera edición del concurso de murgas en Montevideo. Murgas que ya existían desde mucho antes, pero que –digámoslo así- esperaban en su hervor frenético ese puñaito de sal que las conformó como tales. 

Se cierra el círculo. Nada es de nadie, todo es de todos. Todo es lo mismo, nada es igual. Como decía el Gómez: El carnaval es lo que tú quieres que sea. Nada es más simple. No hay otra norma. Nada se pierde. Todo se transforma.

A partir de ahí, dos mundos paralelos. Dos ciudades cantándole a lo mismo. A la luna y al barrio, al colorete y a la cara pintada, al opresor y al oprimido, al poder establecido a quien nadie se atreve a cantar. Dos ciudades que cantan mirando al mar esperando la respuesta por si hubiera vida en otros mundos. Y solo nos separa el vacío y un inmenso océano lleno de nada. 

Fíjate si es juego de espejos, que si la llamas por su nombre “Tacita”, responderán las dos al mismo tiempo.

MANUEL SÁNCHEZ
Componente de la chirigota del Selu
Productor y guionista en onda Cádiz
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