Este es mi oficio de poeta para la reconstrucción del mundo.
Sophia de Mello Breyner
Acaricio cada palabra que uso para nombrarte. Procuro ser justa y cuidadosa siempre en el tratamiento de tu verdad, en el tratamiento de tus mentiras no es fácil y el mayor acto de justicia sería pedirte perdón por condenarte a ser la comadrona de los vientos o el cuchillo de las mareas, por resumirte en la ciudad del papelillo y la madre de la copla o la biznieta de la sal. La ciudad no es una niña, ni una madre, ni una muchacha. La ciudad no es un niño, ni es un hombre, ni es un padre. Tampoco te puedo encerrar en las miserias de tus barrios, ni en el reguero de tus callejones, ni en los perros que te mean, ni en tu patrona y su medalla, ni en la caspa de tus gaviotas, ni el vuelo de tus palomas.
No es fácil contarte, cantarte, hacerte pero eso no es cosa tuya, eso no tiene que ver contigo. Somos nosotros quienes nos empeñamos en encerrarte en una jaula. Porque nos pasa y mucho y a muchos que por eso de significarnos en los puentes de la palabra y sus etiquetas no creemos en posesión de su contenido. Es lo que tiene la capacidad de lenguaje del ser, que nos sirve para mucho, que nos hace poderosos pero la usamos demasiado para condenar a las cosas, a las gentes, al mundo que nos rodea. A la ciudad que nos habita. A la ciudad que habitamos. Somos lo que decimos que somos. Estamos hechos de palabras porque no cabemos en una sola.
Después vienen las mareas de sangre y puentes abiertos en canal y la gente que somos Cádiz nos reducimos a la más misericordiosa ruina que levanta sus manos al cielo pidiendo clemencia a la rabia de la tormenta. Buscando la palabra exacta para encerrar los mares, la catástrofe, la verdad, el dolor. Pasa entonces lo que tiene que pasar, que a veces la Tormenta no quiere ser Tormenta, ni la Ciudad, Ciudad. Se nos escapa y se revuelve y nos deja sin capacidad ninguna de lenguaje y nos desbarata todos nuestros cimientos, nuestros esquemas se rompen y con qué instrumento barreremos la casa si la escoba un día no se llamara escoba. Nos gusta clasificarnos y no tiene demasiado sentido. Nos sirve como poco para decepcionarnos y como mucho para impedir que seamos libres. Interrumpirnos el vuelo y juzgarnos por supuesto.
Yo acaricio cada palabra que uso para nombrarte a sabiendas que te desbordarás por cada esquina de ellas. Yo, que milito con el lenguaje y que llevo tiempo batiéndome las alas con él, al final siempre me gana. Se mueve, baila, nunca está quieto por más que queramos todos tenerlo en nuestras manos. El lenguaje no es más que tiempo. Que nadie intente atraparlo porque nos hará menos libres. Ya nos pasó con el reloj.
Acaricio cada palabra que uso para nombrarte porque tengo una poderosa e inexplicable necesidad de nombrarte, pero sé que no cabes en ninguna de mis palabras. Y menos mal.
Cádiz es. Y es, y punto. Pero podría haber sido otra palabra.