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Fernando de la riva

Fotografía: Jesús Massó

No quiero vivir en una ciudad donde todo esté mercantilizado: el espacio, la identidad, la cultura, la historia, el clima, la gracia de sus gentes… Quiero vivir en una ciudad donde sea posible -y gratuita- la convivencia, el encuentro, el diálogo, el juego, el paseo, la fiesta y la siesta…

Comprendo bien que el turismo es un derecho humano y una industria, que muchas personas deseamos viajar y conocer otros paisajes y culturas, y disfrutar de las playas y la gastronomía, y que eso significa negocio y trabajo para quienes reciben a esos turistas.

Pero sería estúpido destrozar ese paisaje con el que sueña el viajero, tirar por la borda la singularidad que le seduce, anular la identidad que viene buscando, precisamente con el argumento de atraerle (para que se deje aquí su dinero).

Hace poco he estado en Barcelona, donde se multiplican las asociaciones cívicas que reclaman la regulación del turismo salvaje que amenaza con estrangular la ciudad. Barrios que han perdido buena parte de su población autóctona para convertirse en inmensos contenedores de apartamentos turísticos gestionados, a través de internet, por inversores que ni siquiera viven en la ciudad (ni en el país). Zonas que han visto desaparecer el comercio tradicional para ser sustituido por franquicias o supermercados multinacionales…con precios para turistas. La ciudad, especialmente su centro histórico, se convierte en un decorado para el ocio ajeno, y quienes allí vivían desde hace generaciones tienen que emigrar a zonas periféricas u otras poblaciones más asequibles.

Salvando las distancias entre ciudades (la nuestra es mucho más pequeña y frágil que Barcelona), no quiero vivir en un Cádiz lleno de terrazas, franquicias, puestos de artesanías y apartamentos turísticos, con sus calles sobresaturadas de turistas.

No sé, aunque lo dudo, si todo eso podría sacar a la ciudad de la cabeza del ranking del paro. Si se que, aunque así fuera, las generaciones futuras de gaditanos y gaditanas serían mayoritariamente camareros y limpiadoras de pisos, probablemente explotados laboralmente por empresarios foráneos, y seguramente no podrían vivir en su propia ciudad.

La ciudad no es solo -ni fundamentalmente- negocio, no todo se compra y se vende, no todo es mercancía o comercio, el mercado no es la medida de todas las cosas. La ciudad es historia y cultura, y convivencia y relaciones, vidas que se cruzan y se encuentran en un territorio singular.

Todo ello conforma un carácter peculiar, un aire propio que es distinto en cada ciudad y forma parte indivisible de su identidad, de su atractivo.

Cádiz es, todavía, una ciudad única no solo por su historia, por su clima, por su arquitectura…sino también por sus gentes, por la forma en que viven y ríen, se divierten y se relacionan. Y eso se produce en sus calles y sus plazas, en sus baches y donde el chicuco de la esquina.

Resultaría suicida, en nombre de la supervivencia de sus ciudadanos y ciudadanas, promover una ciudad futura donde sea imposible vivir y convivir, donde solo sea posible hacer turismo.

El camino no es restringir más y más los tiempos y los espacios creados para la convivencia para cedérselos al negocio y al turismo, como propone el neoliberalismo depredador (con la coartada de la creación de empleos precarios). Eso supone, paradójicamente, matar la gallina de los huevos de oro.

Por el contrario, el camino es proteger lo propio, lo auténtico, lo genuino, lo que hace a Cádiz como es, lo que la convierte en ese lugar que merece la pena conocerse. Y hacer lo que sea necesario para preservarlo, evitando la masificación y la banalización, impidiendo que se convierta en un estereotipo.

Es una mala idea extender más y más el Carnaval por todo el año, para goce de turistas y veraneantes, a riesgo de que llegue a ser una caricatura de sí mismo. O multiplicar las procesiones (aún más) hasta que se conviertan en cabalgatas sacras a horario fijo. O llenar las calles de terrazas hasta que sea imposible caminarlas y disfrutarlas.

Si no es posible un turismo sostenible, no masificado, que lejos de sofocarla estimule y potencie la vida y la idiosincrasia gaditana, entonces estamos perdidos -conciudadanos y conciudadanas- y llegará el fin de nuestra trimilenaria ciudad para dejar paso a «Cadizworld.inc».

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