Es como una maldición que ha causado mucha sangre y miseria, no solo por los millones de víctimas de esta guerra inacabada, sino también porque en el fragor de la lucha quedaron inéditas conquistas sociales que pudieron haber sido y no fueron pues andábamos peleando entre hermanos.
Es la historia eterna de las izquierdas, del odio entre comunistas y anarquistas, del anticomunismo de los socialistas, de las purgas estalinistas contra los trotskistas, del desastre de la Revolución Cultural maoísta, de la pérdida de la II República Española y la guerra civil en medio de la disputa interna, etc., etc.
Cada vez que tenemos la oportunidad de atacarnos, y matarnos si es preciso, en nombre del progreso y la revolución social, no perdemos la ocasión.
Y ello no solo en la pugna entre partidos sino también en la dinámica interna de estos, concebida a menudo como una lucha por el poder.
Siempre cargados de razones, las de cada cual, con frecuencia teorizadas y elevadas a la categoría de paradigmas, de verdades absolutas, siempre negando el pan y la sal al otro, por vendido, por traidor, por tibio, por contrarrevolucionario, por enemigo…
A menudo, hemos sido más benévolos con la reacción que con la desviación (siempre desde la mirada subjetiva de cada cual).
Es una historia cargada de testosterona y dogmatismo, de sectarismo y fundamentalismo, de odio irracional y lucha feroz por la hegemonía, por un liderazgo autoritario y patriarcal, machista al fin.
Si no fuera porque tras ellas palpitan los sueños de emancipación y de igualdad, de justicia social de toda la humanidad, sería para abjurar de estas izquierdas fratricidas que tanto daño han hecho y refugiarse de una vez por todas en la misantropía.
Si no fuera por eso y porque enfrente, en las derechas, siempre tan unidas ellas, lo que alienta es la exclusión y la miseria para los más, la acumulación y el despilfarro para los menos, desigualdad y opresión, violencia y guerra para mantener a toda costa los privilegios de unos pocos.
De manera que a quienes no renunciamos a cambiar el mundo en beneficio de las grandes mayorías sociales nos toca apechugar con las contradicciones e incoherencias de estas izquierdas necias y luchar desde dentro por cambiarlas(nos), a las personas y a las organizaciones, en busca de otras formas de entender y construir el poder popular.
Y, a quienes nos negamos a renunciar al pensamiento crítico y a apuntarnos a una u otra tendencia sectaria o a dejarnos llevar por una u otra corriente, nos conviene saber de antemano que seremos vistos como enemigos por unos y otros.
Esta amarga reflexión viene a cuento porque el cainismo de las izquierdas sigue teniendo gran número de seguidores en el tiempo que vivimos y en el suelo que pisamos.
Así, tras la reciente repetición de las elecciones generales, continúa, en los medios y redes sociales, la ofensiva a cara de perro de muchos miembros del PSOE que no le perdonan el susto a Unidos Podemos y pretenden hacer leña del frustrado sorpasso.
Parecen olvidar, al menos, dos cosas.
La primera son los magros resultados electorales del propio PSOE, que sigue cayendo elección tras elección.
¿Su pérdida de apoyo social es toda culpa de los demás? ¿El riesgo para su hegemonía -¿tan importante es?- viene de la agresión ajena o de los errores propios?
Pareciera que cuanto más débil se es, más se debiera buscar la unión entre los débiles.
La segunda cosa que olvidan es que el fulgurante ascenso de Podemos en los dos años pasados tiene mucho que ver con el 15M, ya interpretado entonces por muchos socialistas como una conspiración contra ellos, que fue, en buena parte, fruto de la indignación y la decepción profunda de amplios sectores ciudadanos con un sistema político y económico en abierta decadencia y con una socialdemocracia incapaz de proponer alternativas al expolio neoliberal, convertida en gestora del empobrecimiento y la pérdida de derechos de una mayoría social, enfangada en los vicios y corruptelas de una democracia de baja intensidad.
No sé si los rencores socialistas tendrán éxito en su campaña anti Podemos, pero estoy seguro de que, de lograrlo, lejos de recuperar el apoyo de las bases ciudadanas, solo conseguirán profundizar la desilusión y el desencanto hacia un sistema en fase de descomposición que ellos no parecen capaces de regenerar.
Pero no parece que les importe mucho: si no son ellos los que lideran el cambio social, que no lo haga nadie.
Si la energía que ponen en destruir a Unidos Podemos la pusieran en su propia regeneración, estoy seguro de que les iría mucho mejor, a ellos y a todos.
Pero, del mismo modo, en la pequeña historia doméstica de las inquinas fraternas hay que incluir los ataques de los dirigentes de Podemos que juraron repetidamente no sentarse nunca a negociar con el PSOE…hasta que se vieron en la necesidad de hacerlo.
Esa línea roja, que sirvió también para rechazar la confluencia municipal con Izquierda Unida y con otros sectores sociales que consideraron «tibios» (y cómplices del PSOE), quedó olvidada cuando se necesitaron sus votos para lograr el poder municipal.
No estoy contra la negociación, que considero imprescindible en la acción política, una de sus herramientas esenciales, sino contra las líneas rojas.
Y eso no significa tragar con contradicciones ajenas (aunque las propias deberían hacernos más tolerantes), que todo valga, ni que haya que negociar con cualquiera, sino que sobran las descalificaciones del adversario político (mucho menos si éste no es un antagonista sino un potencial aliado) y no puede esperarse que, tras mentarle a la madre nos devuelva un abrazo.
Sostengo, desde hace mucho tiempo, que el PSOE y sus bases sociales siguen siendo necesarios para producir un cambio social profundo en nuestro país (incluso aunque se hubiera producido el fallido sorpasso).
No es una cuestión de ideología (o también) sino de aritmética.
Es verdad que en el partido socialista han empleado mucha energía en desacreditar a «populistas» y «comunistas», y en tratar de dinamitar cualquier posibilidad de éxito de los autodenominados «gobiernos del cambio» en ciudades como Cádiz, por ejemplo.
Pero también es cierto que los socialistas (como también los miembros de IU) han sufrido descalificaciones de todos los colores por parte de las gentes de Podemos.
Conviene volver a recordar la definición de «tolerancia» que hacía Paulo Freire como “la capacidad de entenderse entre los afines para hacer frente a los antagonistas”.
Ya está bien de “crecer” a base de escisiones y exclusiones, de fragmentarse y pelearse.
En las izquierdas sobran intolerantes (y energúmenos, incluso) y falta escucha mutua y entendimiento. Sobran insultos y descalificaciones y falta humildad y diálogo.
No hay otro camino para el cambio social que no pase por la diversidad y la construcción colectiva.
Eso, si es verdad que se quiere el cambio social y no solo saber quién es el macho alfa de las izquierdas.
Fotografía: Fani Escoriza