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Ivan cano

Fotografía: Jesús Massó

Carlos va camino de los 40 tacos, lleva currando desde antes de acabar el instituto. Con mucha briega, se licenció en Historia y consiguió trabajar bastante de lo suyo (y derivados) mucho tiempo, reconvirtiéndose en ocasiones y bandeándose en otros empleos más ajenos: encuestas, teléfonos, puertas frías…

Puede ser que Carlos no eligiera bien en su momento, porque es verdad que la mayoría de sus compis de promoción son ahora profes de instituto y claro, a Carlos, a veces, eso le agobia. Por otro lado, también es verdad que Carlos ha publicado algunas investigaciones, es verdad que Carlos es emprendedor y es verdad que Carlos es respetado por su círculo, o al menos eso parece.

Ahora Carlos es autónomo y lleva ‘palante’ un negocio cultural junto con un socio-amigo y una socia-pareja que lo aguantan más o menos bien. Y, además, tiene un programita de radio que le complementa el sueldo, cuando el negocio le da para un sueldo.

Carlos comparte su vida con Carla, administrativa a media jornada en una PYME de la provincia.

Carla cobra 600 pavos y ‘tiene que estar contenta’ porque tiene un trabajo de lo suyo. Pero Carla, a veces, se agobia porque no ve que su profesión progrese, se agobia porque con 600 pavos no puede estar toda la vida y se agobia porque siente que “no evoluciona”.

Carlos y Carla viven en Cádiz, en el centro. Haciendo muchas cuentas, calcularon que podían destinar a su alquiler 350€ al mes, porque comer hay que comer, la luz hay que pagarla, hay que pagar la gasolina (Carla curra en El Puerto de Santa María), el agua, el móvil…ya sabéis, vivir cuesta pasta y a eso es a lo que voy.

Por ese precio miraron durante meses por todos los rincones de la ciudad. Por ese dinero, y por más, vieron agujeros con una sola ventana  pegada al techo y dando al patinillo. Por ese dinero, y por más, vieron ‘viviendas’ de escasos 10 metros, vieron casas vacías por completo, les pidieron avales, nóminas… Una vez les hicieron un casting para, tres semanas después, decirles que no. Por ese dinero, y por más, vieron pisos llenos de mierda (literalmente) que para entrar ni siquiera se lo limpiaban. Por ese dinero, y por más, se olvidaron ya de encontrar algo donde no tuvieran que pintar,  amueblar, dar de alta los suministros (con su coste y su molestia) y, por supuesto, se hicieron a la idea de gastar 5 litros de lejía amarilla de una tacada.

Por ese dinero, con desesperación e ingenio, encontraron 25 metros cuadrados de un antiguo lavadero (ático lo llaman ahora). Un lavadero que, con ingenio y voluntad, dejaron precioso pero que se les hace chico, pequeño, inútil para crecer, porque Carlos y Carla, ni se plantean tener mascotas, imagínate peques.

Yo, desde mi banqueta twitera, desde mi portátil, desde mi smartphone, leo sobre la gentrificación, y leo que se quiere evitar que Cádiz caiga en ella. Leo sobre los apartamentos turísticos, y los veo. Veo y leo cómo hay gente que insiste en un Cádiz turístico a cualquier precio y me acuerdo de los dominicanos y de los habaneros…Leo y veo, y aparece Carlos con la cara a reventar de alegría porque ya es primavera y en la azotea de su lavadero nos invita a un arroz que a Carla le sale de gran categoría. Está feliz porque ahora sí puede tener algunos invitados a comer, porque ahora pueden ir sus amigos y amigas a ver el piso porque dentro no caben, pero fuera sí. Es verdad que no pueden hacer mucho ruido, ni estar mucho tiempo, porque la azotea es común, pero bueno, algo es algo. Yo vuelvo a acordarme de la gentrificación y vuelvo a leer. Me acabo el arroz, los mojitos, abrazo a Carlos y me bajo la basura (por las molestias), la tiro en el contenedor y lo saco de la casapuerta, levanto la mirada y en la esquina se está rehabilitando otra finca para apartamentos turísticos.

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